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Así se cuece el Premio Nobel

Un académico sueco relata en un libro la historia del galardón.

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Javier Rodríguez Marcos, Madrid / Especial de El País de España
08 de octubre de 2008 - 06:46 p. m.
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Los diez millones de coronas (un millón de euros) del Premio Nobel de Literatura de este año tiene, ahora mismo, cinco posibles destinatarios. Horace Engdahl, secretario de la Academia Sueca, sacará al mundo de dudas. ¿Vargas Llosa, Kundera, Philip Roth? ¿El sueco Per Olof Enquist, como dice una encuesta alemana, o ninguno de ellos? No más de cinco ya, en todo caso. Son los que han pasado una criba que se inició hace un año. En cuanto se conoce un ganador, la Academia pide nuevos candidatos a cerca de 700 personas e instituciones de todo el mundo. Así, 200 nombres pasan a ser objeto de estudio por parte del Comité Nobel, un grupo de cinco miembros encargados de reducir la lista a otros tantos autores. Son los que antes del verano quedan en manos de los 18 académicos (17 este año; hay una vacante) que deciden quién engrosa un palmarés que en 1901 inauguró el francés Sully Prudhomme.

La semana pasada, además, el propio Engdahl caldeó el ambiente con unas declaraciones en las que afirmaba que Europa, y no Estados Unidos, “sigue estando en el centro del universo literario mundial”. Un capítulo más en una trayectoria de audacias, suspicacias y errores a la que Kjell Epsmark ha dedicado El Premio Nobel de Literatura. Cien años con la misión, un libro sin desperdicio que la editorial Nórdica publicará en España en los próximos días. Epsmark sabe de lo que habla: es académico desde hace más de 20 años y en los 80 fue presidente del propio Comité Nobel. Eso sí, sobre los cientos de documentos -informes, contrainformes,listas, cartas- que el premio produce entre enero y octubre pesa un secreto de medio siglo. Por eso se pudo saber hace dos años cómo se coció en 1956 el galardón a Juan Ramón Jiménez. Alfonso Alegre lo ha contado en Crónica de un Premio Nobel (Residencia de Estudiantes).

Epsmark insiste en que la historia de la distinción literaria más importante del mundo es casi la de “un intento de interpretación de un testamento poco claro”. El del propio Alfred Nobel, que antes de morir en 1896 dictó una cláusula específica para el galardón de letras: que se concediera a quien hubiera producido “lo mejor en sentido ideal”. Los dolores de cabeza vinieron siempre de la palabra ideal. La Academia Sueca tenía un siglo largo cuando recibió el encargo de gestionar el premio. Era un reducto conservador, de ahí que varios de sus miembros votaran en contra de aceptar la donación de Nobel. De ahí también que la traducción que durante más de una década se manejó para ideal fuera Dios. Así, Tólstoi y Zola fueron descartados por heréticos y pesimistas. El “candidato casi perfecto”, dice Epsmark, era el británico Rudyard Kipling.

Abanderado de la fe, las leyes y la disciplina, ganó en 1907. Consciente de que la literatura iba por un lado (la ruptura) y el Nobel por otro (la tradición), la Academia se renovó después de las incertidumbres de la Primera Guerra Mundial para, en los años 30, interpretar ideal como popular. Fue el momento de best sellers estadounidenses como Sinclair Lewis y Pearl S. Buck. La Segunda Guerra detuvo el premio durante cuatro años pero marcó el momento de compensar a los innovadores (Gide, Eliot, Faulkner). Los años 70, entre tanto, asentaron unos criterios de utilidad que duran hasta hoy. Aparte de la calidad,


que se presupone, el galardón debe señalar géneros literarios, idiomas o ámbitos culturales tradicionalmente postergados. Llegaba el Nobel global y se abría definitivamente la puerta a Asia y África. Y a las mujeres, sólo 11 en 106 años de historia. Cinco de ellas en las últimas dos décadas. La más reciente, Doris Lessing, hace justo un año.

En El Premio Nobel de Literatura Kjell Espmark ha resumido más de un siglo en casi 400 páginas llenas de grandes gestos y pequeñas miseras. Las que siguen son sólo unas pocas. El escritor del año. Aunque ahora el Nobel premia toda una carrera, sus estatutos piden que se valoren los trabajos realizados “durante al año anterior”. También la idea de literatura es elástica. Lo han ganado historiadores (Theodor Mommsen), filósofos (Bertrand Russell) y hasta políticos (Churchill). Eso sí, Freud fue rechazado por científico. En los años 70, la Academia dejó por escrito que su premio no era al mejor escritor del mundo -“algo así no existe”-, sino “a uno muy bueno”.

Españoles. El cuarto Nobel de la historia fue, en 1904, para José Echegaray. Luego vendrían Benavente, Juan Ramón Jiménez, Aleixandre y Cela). En Aleixandre se quiso premiar a la generación del 27 en el momento, 1977, de la llegada a España de la democracia. Se pensó en que lo compartiera con Alberti para atender al exilio, pero pesó más el papel del primero como maestro de los jóvenes. Candidatos españoles hubo más. El más firme, Galdós. También, Ortega y Menéndez Pidal. El catalán Àngel Guimerà, candidato en 1919, fue rechazado para no ofender a los castellanohablantes.

Rechazos. Joyce e Ibsen pagaron su audacia ante una Academia tradicionalista. Valéry fue el eterno finalista en los años 30. En 1945 se lo iban a dar pero murió. Unamuno era firme candidato en 1935, pero ese año no hubo Nobel. Sartre jugó, en 1964, el papel contrario: rechazó el galardón. Eso sí, luego reclamó el dinero.

Política. La Primera Guerra Mundial llenó el palmarés de escandinavos. De este modo, un premio marcadamente franco-alemán evitaba alinearse. Las lenguas minoritarias siempre ha sido un tema peliagudo, pero Kjell Espmark recuerda que más de una vez fueron decisivas traducciones hechas en edición de 18 ejemplares. Lo mismo que Pasternak (1958), Solzhenitsin (1970) o Brodsky (1987) levantaron ampollas en la URSS, Gao Xingjian las levantó en China en 2000. La Academia no responde a las quejas oficiales. En palabras de su secretario: “Con las decisiones del premio pasa como con los besos, no hay que pedir permiso antes ni disculpas después”.

Por Javier Rodríguez Marcos, Madrid / Especial de El País de España

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