“Bacurau”: la tergiversación de la justicia
Dirigida por Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles, esta película abrió la quinta versión del Bogotá International Film Festival, que irá hasta el 16 de octubre.
Andrés Osorio Guillott
Bacurau es la soledad de América Latina que alguna vez señaló García Márquez. Es la soledad en el sentido del abandono y el olvido, es la soledad anclada a un tiempo cíclico simbolizado en la muerte en el museo del pueblo, de las fotografías y las notas de prensa que sugieren un pasado similar en el que la muerte venía en los ataúdes que cayeron en la carretera y en un camión que transporta el agua como símbolo de sobrevivencia. Esa soledad en la que la violencia surge por un suceso trágico, por un interés particular o por la inamovible corrupción que toca a la naturaleza humana desde múltiples puntos.
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Bacurau es la soledad de América Latina que alguna vez señaló García Márquez. Es la soledad en el sentido del abandono y el olvido, es la soledad anclada a un tiempo cíclico simbolizado en la muerte en el museo del pueblo, de las fotografías y las notas de prensa que sugieren un pasado similar en el que la muerte venía en los ataúdes que cayeron en la carretera y en un camión que transporta el agua como símbolo de sobrevivencia. Esa soledad en la que la violencia surge por un suceso trágico, por un interés particular o por la inamovible corrupción que toca a la naturaleza humana desde múltiples puntos.
Con algunos visos del cine gore y del cine Wéstern, esta película dirigida Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles plasma un pueblo olvidado, desdibujado del territorio brasileño y abandonado a la suerte de sus habitantes, del aislamiento y de un tiempo que aunque parece futurista es más cercano de lo que se cree. Un aire al viejo Oeste estadounidense y primeros planos que visibilizan la crudeza de la sangre desbordándose de un cráneo desmembrado y de varias cabezas cortadas marcan un posible interés de los directores por mostrar la agudeza de una violencia descarnada, que proviene de comportamientos reaccionarios y vengativos.
Esa violencia descarnada, que se alimenta de las desigualdades que brotan del interior de los discursos totalitarios que ofrecen seguridad y progreso, es la respuesta a una vida sin garantías, a una época que va vulnerando derechos y restrigiendo libertades. Esa violencia de Bacurau es solo una de sus manifestaciones, porque el olvido estatal es, también, una forma de violencia, una forma de exclusión y de condena.
“La actualidad ha alcanzado a nuestro filme: el Brasil de hoy parece una distopía”, afirmaba el director Kleber Mendonça Filho para el diario El País, de España, durante la edición del presente año del Festival de Cannes, certamen en el que su película ganó el Premio del Jurado.
Una película que ya no parece una distopía sino un vaticinio, una predicción o un dibujo calcado de algunas de las realidades que se viven en Brasil, en Venezuela, en Colombia, en Nicaragua, en Guatemala, en varios frentes de América Latina en donde, antes o ahora, se padece bajo la sombra de gobiernos elegidos por miedo, por ansias de ser salvados de nuestra propia miseria y de nuestro propio individualismo exacerbado.
Bacurau es una postura contraria y una manifestación sobre gobiernos que promueven la muerte por su impunidad y su ausencia. También es una oportunidad para repensar el morbo del ser humano que, en lugar de escandalizarse por ver cuatro cabezas degolladas al frente de una iglesia, decide tomar fotografías y sonreír ante el impacto de la imagen. La película de Mendonça y Dornelle muestra la otra cara que en el pasado mostró Meirelles con Ciudad de Dios. Ahora es lo rural, ese vasto campo que compone nuestras naciones y que, pese a su relevancia para nuestra economía, ha sido también abono de violencia y desigualdad, y de una absoluta indiferencia que provoca el efecto del desamparo, de las soluciones inmediatas, que por inmediatas muchas veces no son esenciales y no erradican el mal sembrado. Es por esto que Bacurau, aun en sus dificultades para descudriñar la trama y comprender los elementos que surgen sin aparente razón, se alza como una cinta que muestra a las sociedades silenciadas y apartadas de las dinámicas globales que dan prelación a la economía y relegan las virtudes más nobles del ser humano.