Terminaba la centuria del 18, considerada como ‘el Siglo de las revoluciones y las luchas nacionales’, con la consiguiente e inmediata conmoción político-ideológica que ocasionó la Revolución Francesa, “…por la liberación del intelecto de la disciplina artificial del clasisismo y de las restricciones del fanatismo religioso”, y se iniciaba el Siglo 19 con el, “…también consecuente, ascenso, hegemonía y caída del imperio de Napoleón Bonaparte”. Y, desde su comienzo, la centuria avanzaba, simultáneamente, con la iniciación de la revolución industrial, caracterizada por “…un progreso sin precedentes en la industria, en la ciencia y en las artes”.
En ese contexto, la permanencia vital de Ludwig van Beethoven se inició con su nacimiento en Bonn, ciudad cercana a Colonia, a orillas del Rhin, en Diciembre de 1770, para abarcar hasta el final de sus días, en Viena, en 1827. Pertenece, entonces, por su generación, “….a una época de grandes ideales universales, de apasionadas declaraciones de principios, de confusas hermandades revolucionarias, y por tanto, Beethoven, a lo largo de su vida, no abandona jamás estos proyectos de felicidad colectiva, de alegría creadora, y de optimismo humanitario.”
La ascendencia de Beethoven era flamenca y sus padres de origen muy humilde. El alcoholismo de su padre, el trato desconsiderado de aquel para con él por pretender explotar en su niñez sus aptitudes para la interpretación de la música y la temprana muerte de su madre, cuando apenas tenía 11 años, ensombrecieron sus primeros años de vida.
En Viena, en 1766, por aquel entonces uno de los centros culturales y políticos del mundo, en donde recibió clases de Haydn, Salieri y Albrechtsberger, conoció a Wolfgang Amadeus Mozart, de quien fuera alumno a través de algunas lecciones. Con respecto a Beethoven, Mozart comentó así a algunos de sus amigos: “…escuchen a éste joven; no lo pierdan de vista, porque alguna vez hará ruido en este mundo”.
La monumental obra beethoveniana, se considera comprendida en tres períodos o etapas bien definidas. De ellas la primera, la temprana, entre 1786 y 1800, tiene marcada influencia de Haydn y Mozart, y un estilo aún dentro de esquemas clásicos, si bien algunas de sus obras ya denotan cambios profundos en las técnicas de composición. Están en esta etapa las primeras dos sinfonías, los conciertos para piano, cuartetos y sonatas.
Entre 1796 y 1800, Beethoven comenzó a percibir los primeros síntomas de la sordera que habría de acompañarlo, progresiva e inexorablemente, hasta el final de sus días y que haría estragos en su cuerpo y en su personalidad. Ciertamente, lo condujo a una cruel soledad que él mismo se impuso, para que tal defecto no fuera notado.
En esta etapa de su vida, “…su estado de ánimo se debatía entre el optimismo y el pesimismo, porque también Beethoven fue siempre, ante todo, un soñador que en aquel ambiente aristocrático vienés, se enamoraba locamente, con romances que bien pronto lo defraudaban, todo ello enmarcado en la lacerante realidad de su sordera, progresiva y ya incurable”.
De las alteraciones que la sordera habría de producirle en su estado de ánimo, es verdaderamente elocuente ‘El Testamento de Heiligenstadt’, una carta escrita por Beethoven y dirigida a sus hermanos Karl y Johann el 6 de octubre de 1802 en Heiligenstadt, localidad cercana a Viena, Austria. El documento permaneció oculto entre sus papeles personales por el resto de su vida, y sólo se conoció 25 años después de su muerte en 1827. La carta expresa la desesperación del músico por su sordera en aumento, y su anhelo de sobreponerse a los quebrantos físicos y mentales que le impedían alcanzar y completar su destino artístico, con expresiones como “…Oh vosotros hombres que me juzgais huraño, loco o misántropo, ¡cuán injustos habéis sido conmigo! ¡ignorais la oculta razón de que os aparezca así!”. O ésta “….y al fin abandonado a la perspectiva de un mal durable , cuya curación demanda años tal vez, cuando no sea enteramente imposible.” Otra como “…La experiencia de estas cosas me puso pronto al borde de la desesperación, y poco faltó para que yo mismo hubiese puesto fin a mi vida. Sólo el arte me ha detenido”. Esto, en contraste con una inquebrantable fe que también se lee en el Testamento: “…Oh Dios, tu que miras desde lo alto en el fondo de mi corazón, y lo conoces, sabes que en él moran el amor a los demás y el deseo de hacerles el bien”.
Y, para hablar del segundo período, conocido también como ‘heróico’, nada mejor que considerar el hecho de que, en estos días, en pleno 2013, precisamente se están cumpliendo 210 años de haber sido compuesta la Tercera Sinfonía “Heróica”, con la cual se inició tal período.
Muchos consideran que la Tercera Sinfonía de Beethoven “….es el primer florecimiento del Romanticismo alemán, por estar rompiendo las viejas disciplinas de la composición” pues, por una parte, en ella se aprecia un claro alejamiento, sin dejarlos del todo, de los esquemas seguidos por Haydn, especialmente en cuanto a su duración de casi una hora, y por otra por la intensidad expresiva que Beethoven logra en su música, “…ciertamente inexistente dentro de los parámetros de principios del Siglo XIX, y que aproxima más la composición a los postulados románticos”.
Beethoven tenía 33 años, cuando en 1803 empezó a bosquejar una nueva sinfonía, la ‘Heróica’. Durante toda su vida se había interesado por la política, por lo cual creyó y esperó mucho de Napoleón Bonaparte, pero éste lo defraudó cuando se coronó a sí mismo Emperador. Un discípulo de Beethoven, Fernando Ries, hace una interesante descripción de la reacción de su maestro: “….no solamente yo, sino también algunos otros amigos íntimos, vimos sobre la mesa la sinfonía, escrita ya en partitura, y en la cubierta, arriba, leíase la palabra ‘Bonaparte’, y, hacia abajo, ‘Luigi van Beethoven’ y ni una palabra más. Si el espacio intermedio había de ser llenado y cómo, no lo sé. Fui el primero en llevarle la noticia de que Bonaparte se había declarado a sí mismo Emperador, lo que le exasperó. Gritó: ‘no es más que un hombre como los otros! Ahora pisoteará todos los derechos humanos y sólo dará gusto a sus ambiciones; se pondrá sobre todos y se convertirá en un tirano. Beethoven se acercó a la mesa, cogió por arriba la página del título y la rompió por la mitad, arrojándola al suelo. La primera página fue escrita de nuevo, y ahora la sinfonía tiene título: ‘Sinfonía Heróica’. Cuando la sinfonía fue publicada por primera vez en Viena en 1804, leíase en la página del título: ‘Sinfonía Heróica’, compuesta para celebrar el recuerdo de un gran hombre”. La sinfonía fue dedicada por Beethoven al príncipe Franz Joseph Lobkowitz, acaudalado mecenas de la nobleza vienesa, amante de la música y músico amateur.
Obras que se destacan del segundo período, la Quinta Sinfonía, la Sexta Sinfonía ‘Pastoral’, los Conciertos 4º y 5º para piano, ‘Fidelio’, su única e incomparable ópera, la Fantasía Coral, el Concierto para Violín, Sonatas, Tríos y Cuartetos para Cuerdas.
A la Quinta Sinfonía, acaso la más difundida de todas, se la conoce como ‘La del Destino’, debido a que se afirma que Beethoven, con respecto a su primer tema, dijo: ‘Así llama el destino a nuestra puerta’. También, con respecto a la Quinta Sinfonía, tristemente célebre fue el uso que en la Segunda Guerra Mundial le dieron los nazis, quienes “…la utilizaban como código en las transmisiones de guerra. Las famosas cuatro primeras notas de la Quinta equivalen, en Código Morse (3 puntos y una raya), a la V de la victoria”.
El tercer período, el tardío, el último, fue el de sus máximos logros y también el de grandes infortunios y contrariedades: sordera total, enfermedad crónica, ingratitud, (especialmente la de su sobrino, en quien había depositado grandes, pero fallidas, esperanzas) y pobreza casi extrema. Grandes obras maestras en este período son la Séptima Sinfonía, la Misa Solemne, la Octava Sinfonía, La Gran Fuga, los últimos Cuartetos para Cuerdas, las cinco últimas sonatas para piano y la monumental Novena Sinfonía ‘Coral’.
De la Séptima Sinfonía se dijo, desde entonces, que era ‘como un milagro del genio’; años más tarde, Wagner la consideró ‘la apoteosis de la danza’.
De la Octava Sinfonía, se ha dicho, “…la música más alegre compuesta por Beethoven, es, en sí misma, una broma. La gracia se pasea a lo largo de toda la obra. Su segundo movimiento, Allegretto Scherzando, es ‘un amable guiño a Johann Nepomuk Maelzel, el inventor del metrónomo’, cercano amigo de Beethoven y diseñador y constructor para él, de varias cornetillas y dispositivos para su sordera”.
Por su complejidad melódica y armónica, y por la gran dificultad para su ejecución, los últimos Cuartetos para Cuerdas se consideran como “…un verdadero legado, al valorar la gran influencia que en su momento tuvieron y siguen teniendo en las generaciones posteriores de músicos. Hoy en día, se los cataloga entre las más estructuradas, complejas y grandiosas obras compuestas en toda la historia de la música”.
La Novena Sinfonía ‘Coral’, fue dedicada por Beethoven al Rey de Prusia Federico Guillermo III. Paradójicamente, Beethoven para entonces ya totalmente sordo, no pudo escucharla en su exitoso estreno en Viena el 7 de Mayo de 1824.
La Novena, comprende a plenitud la filosofía sinfónica de Beethoven: “…tras un primer movimiento en el que resuenan voces fatales, tras el scherzo en el que alienta un algo verdaderamente cósmico y el andante, música celestial de inefable belleza, se llega al último movimiento. Es aquí donde Beethoven añade, a la múltiple sonoridad de la orquesta, la voz humana en cuatro distintos tonos, femeninos y masculinos, soprano, contralto, tenor y bajo, a los que agrega la masa coral en la que quiere representar al género humano. Beethoven mira entonces hacia el más allá tras un largo período de meditación e introduce, finalmente, el ‘Himno a la Alegría’ de Friedrich von Schiller, que brillaba en él desde la adolescencia como supremo anhelo de felicidad y de luz, de bondad y hermandad, en un mundo mejor en el que el odio y la injusticia, la intolerancia y la opresión, habían sido sustituidos por la belleza, la paz y el amor, en sonrisa del universo reconciliado y aplacado por una armonía divina. Es el supremo mensaje de Beethoven a los hombres, la expresión sublime de su fe en un mañana mejor y su plegaria a Dios para que aquel sueño se convierta en realidad. Y también es su oración para implorar a la Humanidad que busque a Dios.”
“A finales de 1826, Beethoven fue operado en Viena, tardíamente y por tres veces consecutivas, de una pleuresía, de la cual nunca pudo recuperarse. Desde el 24 de Marzo de 1827, se sumió en un profundo sopor agónico, para fallecer el 26 a las seis de la tarde”. Curiosamente, “…el momento exacto en que expiró Beethoven coincidió con un relámpago estremecedor, en plena tempestad aquel día en Viena. Una mano extraña le cerró los ojos.”
“En sus exequias, dos días después en el Cementerio vienés de Währing, con asistencia de más de veinte mil personas, se recitó la oración fúnebre del poema de Franz Grillparzer, cuyo final era ciertamente premonitorio: ‘…el que venga después de él no seguirá: deberá empezar de nuevo, puesto que éste precursor ha terminado su obra, donde están los límites del arte’”.
Se diría que Ludwig van Beethoven llegó a este mundo y así también lo abandonó, en medio de enigmática pirotecnia en nubes de tempestad, la primera en Bonn cuando nació y la segunda en Viena a su partida. Rara coincidencia, de aquellas con las cuales Dios siempre sorprende a la Humanidad.
A 210 años de haberse iniciado la penúltima etapa de su vida, con la composición de una obra tan emblemática como su Tercera Sinfonía ‘Heróica’, desde la eternidad la música sublime de Beethoven, con el mensaje de Dios latente en muchas de sus obras cimeras, así se lo seguirá recordando al género humano, como supremo mensaje de paz y hermandad.
Bibliografía:
ROBBINS LANDON, H.C. ‘Milestones of History. Age of optimism’.
SCHOLES, Percy A. ‘The Oxford Companion to Music’. Oxford University Press, 1970
REPOLLES, José. ‘Grandes Músicos’
STEVENSON, Victor, Editor. ‘The Music Makers’. Paddinton Press Ltd.
‘REVISTA PROGRAMAS’ , Marzo de 2002. Emisora HJCK El Mundo en Bogotá.
SCHONBERG, Harold C. ‘The Great Conductors’. Victor Gollancz Ltd., 1977