Belisario Betancur, literatura y transición española

Leopoldo Calvo-Sotelo, expresidente español, consolidó una amistad con Betancur, que estuvo mediada por el intercambio de misivas y poemas entre las décadas de 1970 y 1980.

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Pedro Calvo-Sotelo Ibáñez-Martín
25 de enero de 2019 - 02:00 a. m.
Belisario Betancur, quien fue embajador de Colombia en Madrid, entre 1975 y 1977. / AP
Belisario Betancur, quien fue embajador de Colombia en Madrid, entre 1975 y 1977. / AP
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En diciembre último murió, a los 95 años, Belisario Betancur, “el segundo de veintidós hijos de una familia campesina semianalfabeta de Colombia… que le vio de cerca la cara al hambre, que durmió en parques e hizo toda clase de oficios para sobrevivir”. Así quiso retratarse en Nueva York ante las naciones del mundo, al poco de ser elegido en 1982 presidente de Colombia, tras una campaña cuyo lema fue “¡Sí se puede!

Belisario Betancur pertenece al elenco de escritores y políticos con dedicación diplomática tan propio y rico de Iberoamérica. A España le cabe el privilegio de ver cómo la buena estrella de unos y otros cruza por nuestro firmamento en algún momento de su fulgurante carrera.

La suya como embajador de Colombia en Madrid, entre 1975 y 1977, coincidió con el arranque de la transición española, impulsada por el rey Juan Carlos a la muerte de Franco. Allí trabó amistad con las gentes que entonces recuperaron para los españoles las libertades democráticas gracias al diálogo y la voluntad de concordia, cuya obra mayor fue, es, la Constitución de 1978. Quizás aquella vivencia histórica asentó en Belisario Betancur su convicción de “mudarnos la armadura de guerreros por una fértil disposición al diálogo que se convierta en faro en esta nueva morada del hombre, tal es la imagen de nuestro sueño”.

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Bastan esas líneas del discurso del mandatario colombiano al recibir el Premio Príncipe de Asturias, en 1983, para ver el buen oro de su escritura. Esa es la suerte para España, que Betancur liga a su nombre alta literatura, política, diplomacia y transición. Tal feliz y rara coincidencia invita a pergeñar un sencillo homenaje a su memoria: rescatar y dar a la luz sus mejores informes diplomáticos firmados en Madrid con destino a la Cancillería colombiana. Quizás alguien aquí en Bogotá acoja la sugerencia.

Mientras, recupero del archivo familiar algunas de las justas poéticas que Belisario Betancur mantuvo durante años con mi padre, Leopoldo Calvo-Sotelo, que fue varias veces ministro, vicepresidente y presidente del gobierno entre 1975 y 1982. Valen por sí mismas, pero también como muestra incontestable de la hermandad iberoamericana. He aquí una antología:

“¿Quién es dialéctico y ático

seductor y decidor,

político y diplomático,

audaz y conservador?

—Mi amigo el embajador.

¿Quién junta en un solo afán

resolución de corsario,

prudencia de Talleyrand,

y exactitud de notario?

—Mi dilecto Belisario.

¿Y quién tiene la elegancia

de los nómadas del sur,

más el ingenio de Francia

y el aguante de Numancia?

—Mi admirado Betancur”.

Leopoldo Calvo-Sotelo leyó estos versos durante su visita a Cartagena de Indias como ministro de Comercio del entonces presidente Adolfo Suárez, el 29 de febrero de 1976.

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A ellos responde Belisario Betancur, embajador en España, con estos otros, fechados el 2 de junio de 1976, donde, con humor y poesía, sin renunciar a su condición de diplomático, se hace valedor ante el ministro de Comercio español de la famosa industria cafetera colombiana:

“Parece que no existiera,

con rostro tan circunspecto,

una gracia tan ligera

y un verso agudo y selecto,

cual si de Apolo viniera,

sirviendo el camino recto,

la flecha alada y certera

que causa mortal afecto.

Pudo ser la diplomacia

—que no siempre es la falacia,

ni es ave de mal augurio—

la que forjó un bardo fino

escapado del destino

que le trazara Mercurio.

Cual noble imagen de tagua

yo a Leopoldo pintaría,

flotando en la poesía

y ágil como una piragua.

No como pez en el agua,

como marisco en su ría

que es una mar menos fría

tan tierna como la enagua.

(Un fondo verde, encendido,

Un sol rojo, diluido,

Arden Galicia y el cielo).

La faz enjuta y morena,

la actitud siempre serena

como de un Calvo-Sotelo

dicho prólogo anterior

yo te vengo a contestar,

Leopoldo, reformador,

conservador, no: ¡juglar!

Tus amigos colombianos

más café verte comprar

quieren, y son tus hermanos

del otro lado del mar.

Esquivo Calvo-Sotelo:

delante de Pérez de Bricio

pídele a Jaime García

café cual maná del cielo

en vez de ayuno y cilicio

gota a gota cada día”.

De una década después son los versos que siguen. Fueron concebidos junto al mar Cantábrico, en Ribadeo y en 1988, cerradas ya sus respectivas carreras en lo más alto de la vida pública española y colombiana, y retornados ambos a sus antiguas aficiones por la lectura y la escritura. Quizás escritos al alimón, aunque la grafía es de Calvo-Sotelo:

Ya Belisario y Leopoldo

—General y emperador—

de su político ardor

conservan solo el rescoldo.

Ya Leopoldo y Belisario

—políticos peleones—

han guardado sus pasiones

en un viejo relicario.

Y abandonando la arena

de las batallas políticas

solo atienden a las críticas

de Pilar y Rosa Elena.

Mirar, sentado, el desfile

es mejor que desfilar.

Y es mejor que gobernar

cantar el beatus ille.

Y con fray Luis de León

y Horacio, tomar la lira

del sabio que se retira del poder y la ambición.

Con mis amigos de verdá

Buena mesa y buena casa

¡qué bien la vida se pasa

En Madrid y Bogotá!

Ganados en buena lid

El sosiego y la medida

¡qué bien se pasa la vida

En Bogotá y en Madrid!

Que hay también felicidad

En la dura cesantía.

Mi retiro es alegría

mi fracaso es libertad.

La horaciana reflexión

Deja siempre un gusto amargo.

Y ahora, ya por cortesía,

estos ripios de aluvión

dejan paso de rondón

a Machado y Rosalía.

Con una bella elegía

muy propia de esta ocasión.

‘En el corazón tenía

la espina de una pasión.

Logré arrancármela un día.

Ya no siento el corazón.

Aguda espina clavada

Quién te pudiera sentir

En el corazón clavada’.

Y termino, Belisario,

con un verso que, a mi ver,

vale todo el diccionario:

El verbo es este: volver.

Volver: al amigo, a la patria, a la mujer”.

En efecto, nuestros hermanos
del otro lado del mar.

Por Pedro Calvo-Sotelo Ibáñez-Martín

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