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En diciembre último murió, a los 95 años, Belisario Betancur, “el segundo de veintidós hijos de una familia campesina semianalfabeta de Colombia… que le vio de cerca la cara al hambre, que durmió en parques e hizo toda clase de oficios para sobrevivir”. Así quiso retratarse en Nueva York ante las naciones del mundo, al poco de ser elegido en 1982 presidente de Colombia, tras una campaña cuyo lema fue “¡Sí se puede!
Belisario Betancur pertenece al elenco de escritores y políticos con dedicación diplomática tan propio y rico de Iberoamérica. A España le cabe el privilegio de ver cómo la buena estrella de unos y otros cruza por nuestro firmamento en algún momento de su fulgurante carrera.
La suya como embajador de Colombia en Madrid, entre 1975 y 1977, coincidió con el arranque de la transición española, impulsada por el rey Juan Carlos a la muerte de Franco. Allí trabó amistad con las gentes que entonces recuperaron para los españoles las libertades democráticas gracias al diálogo y la voluntad de concordia, cuya obra mayor fue, es, la Constitución de 1978. Quizás aquella vivencia histórica asentó en Belisario Betancur su convicción de “mudarnos la armadura de guerreros por una fértil disposición al diálogo que se convierta en faro en esta nueva morada del hombre, tal es la imagen de nuestro sueño”.
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Bastan esas líneas del discurso del mandatario colombiano al recibir el Premio Príncipe de Asturias, en 1983, para ver el buen oro de su escritura. Esa es la suerte para España, que Betancur liga a su nombre alta literatura, política, diplomacia y transición. Tal feliz y rara coincidencia invita a pergeñar un sencillo homenaje a su memoria: rescatar y dar a la luz sus mejores informes diplomáticos firmados en Madrid con destino a la Cancillería colombiana. Quizás alguien aquí en Bogotá acoja la sugerencia.
Mientras, recupero del archivo familiar algunas de las justas poéticas que Belisario Betancur mantuvo durante años con mi padre, Leopoldo Calvo-Sotelo, que fue varias veces ministro, vicepresidente y presidente del gobierno entre 1975 y 1982. Valen por sí mismas, pero también como muestra incontestable de la hermandad iberoamericana. He aquí una antología:
“¿Quién es dialéctico y ático
seductor y decidor,
político y diplomático,
audaz y conservador?
—Mi amigo el embajador.
¿Quién junta en un solo afán
resolución de corsario,
prudencia de Talleyrand,
y exactitud de notario?
—Mi dilecto Belisario.
¿Y quién tiene la elegancia
de los nómadas del sur,
más el ingenio de Francia
y el aguante de Numancia?
—Mi admirado Betancur”.
Leopoldo Calvo-Sotelo leyó estos versos durante su visita a Cartagena de Indias como ministro de Comercio del entonces presidente Adolfo Suárez, el 29 de febrero de 1976.
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A ellos responde Belisario Betancur, embajador en España, con estos otros, fechados el 2 de junio de 1976, donde, con humor y poesía, sin renunciar a su condición de diplomático, se hace valedor ante el ministro de Comercio español de la famosa industria cafetera colombiana:
“Parece que no existiera,
con rostro tan circunspecto,
una gracia tan ligera
y un verso agudo y selecto,
cual si de Apolo viniera,
sirviendo el camino recto,
la flecha alada y certera
que causa mortal afecto.
Pudo ser la diplomacia
—que no siempre es la falacia,
ni es ave de mal augurio—
la que forjó un bardo fino
escapado del destino
que le trazara Mercurio.
Cual noble imagen de tagua
yo a Leopoldo pintaría,
flotando en la poesía
y ágil como una piragua.
No como pez en el agua,
como marisco en su ría
que es una mar menos fría
tan tierna como la enagua.
(Un fondo verde, encendido,
Un sol rojo, diluido,
Arden Galicia y el cielo).
La faz enjuta y morena,
la actitud siempre serena
como de un Calvo-Sotelo
dicho prólogo anterior
yo te vengo a contestar,
Leopoldo, reformador,
conservador, no: ¡juglar!
Tus amigos colombianos
más café verte comprar
quieren, y son tus hermanos
del otro lado del mar.
Esquivo Calvo-Sotelo:
delante de Pérez de Bricio
pídele a Jaime García
café cual maná del cielo
en vez de ayuno y cilicio
gota a gota cada día”.
De una década después son los versos que siguen. Fueron concebidos junto al mar Cantábrico, en Ribadeo y en 1988, cerradas ya sus respectivas carreras en lo más alto de la vida pública española y colombiana, y retornados ambos a sus antiguas aficiones por la lectura y la escritura. Quizás escritos al alimón, aunque la grafía es de Calvo-Sotelo:
Ya Belisario y Leopoldo
—General y emperador—
de su político ardor
conservan solo el rescoldo.
Ya Leopoldo y Belisario
—políticos peleones—
han guardado sus pasiones
en un viejo relicario.
Y abandonando la arena
de las batallas políticas
solo atienden a las críticas
de Pilar y Rosa Elena.
Mirar, sentado, el desfile
es mejor que desfilar.
Y es mejor que gobernar
cantar el beatus ille.
Y con fray Luis de León
y Horacio, tomar la lira
del sabio que se retira del poder y la ambición.
Con mis amigos de verdá
Buena mesa y buena casa
¡qué bien la vida se pasa
En Madrid y Bogotá!
Ganados en buena lid
El sosiego y la medida
¡qué bien se pasa la vida
En Bogotá y en Madrid!
Que hay también felicidad
En la dura cesantía.
Mi retiro es alegría
mi fracaso es libertad.
La horaciana reflexión
Deja siempre un gusto amargo.
Y ahora, ya por cortesía,
estos ripios de aluvión
dejan paso de rondón
a Machado y Rosalía.
Con una bella elegía
muy propia de esta ocasión.
‘En el corazón tenía
la espina de una pasión.
Logré arrancármela un día.
Ya no siento el corazón.
Aguda espina clavada
Quién te pudiera sentir
En el corazón clavada’.
Y termino, Belisario,
con un verso que, a mi ver,
vale todo el diccionario:
El verbo es este: volver.
Volver: al amigo, a la patria, a la mujer”.
En efecto, nuestros hermanos
del otro lado del mar.