Benjamín Jacanamijoy, "Hijo del viento"

Este artista e investigador no teje con lana. Teje con palabras, teje escuchando y contando, ofreciendo lo mejor de la cultura inga en su libro.

Juan Sebastián Peña Muette
16 de septiembre de 2017 - 11:15 p. m.
Benjamín Jacanamijoy reeditó su libro “Chumbe: arte minga” 24 años después en busca de hacer legibles las memorias de su pueblo. / Revista Semana
Benjamín Jacanamijoy reeditó su libro “Chumbe: arte minga” 24 años después en busca de hacer legibles las memorias de su pueblo. / Revista Semana
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Benjamín Jacanamijoy es un artista e investigador que recientemente lanzó una segunda edición de su libro Chumbe: arte inga. La primera edición data de 1993 y fue resultado de un trabajo para su carrera de diseño gráfico en la Universidad Nacional de Colombia. Allí vendía chumbes que le daba su abuela, Mama Conchita. Ella y su nieto hacen parte del pueblo inga del Valle de Sibundoy, uno de esos recónditos lugares olvidados por el Estado y por todos, que queda por allá en el tan lejano como incógnito sur del país, en un departamento que "dizque" se llama Putumayo.

Un chumbe es una faja que tradicionalmente tiene de 5 a 10 centímetros de ancho por 4 o 5 metros de largo. El arte de tejer estas fajas se llama chumbar y significa envolver, abrazar. Los chumbes lo usan por lo general las mujeres que están embarazadas: se lo amarran al vientre para calentarse y que los bebés crezcan con buen pensamiento, con “pensar bonito”, dice Benjamín Jacanamijoy. En el pueblo inga, chumbar es un arte exclusivo de las mujeres. Se amarran la urdimbre al vientre y desde allí, en el lugar en el que se inicia la vida, empiezan a tejer con lanas de colores. A tejer y a contar. Sí, porque los chumbes hablan y cuentan, y hay quienes dicen que incluso cantan poesía.

Benjamín Jacanamijoy es una de esas personas que defienden la expresividad poética del chumbe. Pero para empezar a hablar de él quizá deba hacer una corrección a la oración con que empezó este artículo: en la cultura inga no hay separación entre el pensamiento y el arte. Benjamín creando piensa, y pensando crea. Lo uno lo lleva a lo otro, y lo otro lo arrastra a lo uno. El investigador no es separable del artista. El arte no sirve para alejar a los hombres del mundo, como usualmente se cree. Se es ante todo un artesano del pensamiento. Uaira Uaua es el nombre artístico de Jacanamijoy y significa “Hijo del viento”. Pero también es hijo de los conocimientos ancestrales del pueblo inga, y escuchando los murmullos de sus antepasados en las tradiciones que han perdurado de generación en generación, puede decir su historia, la propia, la de sus taitas, la del viento.

Además de ser hijo del viento, Benjamín Jacanamijoy parece ser vástago de la sonrisa. Cuando habla, dos hileras de dientes blancos irrumpen en su tez morena y sus cachetes se inflan como bombas de chicle con la misma dulzura de un poema quechua. Ninguna palabra se desborda en su boca. Serenamente habla porque serenamente piensa. Sí, él mastica sus pensamientos (¡y uno puede hasta verlo!) para luego hablar. Lo hace sin apuro, como quien contempla el ocaso de un atardecer. La paciencia con que teje las palabras en su boca le permite seguir tanteando sus pensamientos mientras habla. Su pensar está entrelazado a su lengua como su corazón lo está a su mente, y justo como su cabello está trenzado en una cola que baila cuando mueve la cabeza, o cuando un leve aleteo de su padre, el Viento, lo estremece.

Cuando vendía los chumbes de su abuela, Benjamín Jacanamijoy no sabía lo que significaban las figuras grabadas en el telar. Esos símbolos (que van de lo geométrico a lo zoomórfico) parecían mudos, vanos, estériles. Fue hasta que un profesor suyo le preguntó por el significado de aquellas imágenes que Benjamín decidió emprender la creación de su libro con la ayuda de su abuela. En Chumbe: arte inga (1993), el Hijo del Viento realiza un estudio sobre cómo el tejer y el contar son realidades inseparables, irremediablemente tejidas. Y como si la cultura inga hubiera podido conocer latín (cosa por demás imposible), rescata un valor olvidado de la palabra “texto”: una etimología perdida por allá en los anaqueles de la historia y de Wikipedia que reconoce su proveniencia del latín textus, que significa tejer, trenzar, entrelazar. Los ingas también sabían desde los primeros tiempos que todo relato era ante todo un tejido, un entrecruzamiento de historias, de hilos y palabras que con algo de suerte podían convertirse en poesía.

Otra curiosidad que rescata Benjamín Jacanamijoy es que por antonomasia las buenas tejedoras del pueblo inga son grandes sembradoras. El arte de tejer es análogo al de cultivar. Escribir a través del chumbe es echar a andar un mundo de símbolos que a la postre podrán y necesitarán ser leídos, la cosecha de todo será la poesía, el canto, el gozo, la memoria. Las sembradoras de historias son cultivadoras del futuro: contando lo pasado cantan lo presente y permiten que alguien escuche y pueda cantar en el futuro. Y ese es él, un hombre que en los chumbes y en el viento reconoce una parte de la historia de su pueblo y se reconoce como heredero suyo, como responsable de que sus memorias ancestrales sigan teniendo lugar en el mundo, pero también de que personas que no pertenecen a su cultura puedan acercarse a ella. De ahí que el Hijo del viento se tome la molestia en reeditar su libro 24 años después en busca de hacer legibles para nosotros las memorias de su pueblo. Benjamín Jacanamijoy no teje con lana, pero teje con palabras, teje escuchando y contando, ofreciendo lo mejor de su cultura en su libro.

Los chumbes son una escritura prehispánica que sobrevivió en manos de las abuelas. El tejido sirvió para contar cosas que de otro modo habrían perecido en el silencio instaurado por las espadas, los requerimientos y las cruces erigidas en honor a un dios entonces extraño. Chumbar es tejerse como inga, inscribir una memoria que se resiste al silencio, hacer de la urdimbre un pentagrama, un papel y un lienzo sobre el cual es posible contar los secretos de ataño que los dioses cifraron en las estrellas, en los jugos de las plantas, en las pieles de las piedras y en la espuma de los ríos. Por eso tejer es ir y volver. El hilo va y regresa; sube y baja. Ñujpay es una palabra que en quechua significa al mismo tiempo adelante y atrás. Para ir adelante hay que volver al principio. Y es justamente destejiendo que se aprende a tejer. Volviendo sobre lo ya tejido, sobre lo ya contado, es posible seguir contando, tejiendo, cantando, abrazando. Todo tejer es un volver, pero todo volver es un avanzar.

Los símbolos se suceden uno tras otro a lo largo de un chumbe del mismo modo que se suceden las palabras en una oración de escritura alfabética. Cada imagen significa una cosa específica que dentro del contexto del chumbe remite a un sentido particular. Según Benjamín Jacanamijoy, algunos chumbes son indescifrables, otros responden a estructuras más sencillas. Ahora, lo difícil es tener el código para leer los chumbes. El libro de Jacanamijoy pretende ser una suerte de breve diccionario que remite a los significados de ciertos símbolos inscritos en los tejidos. En la presentación de su libro, Benjamín proyectó en la pantalla la traducción de un poema tejido en un chumbe: “las estrellas / en la noche / son los ojos / de nuestros antepasados”. ¿Quién será el analfabeta? ¿El que no sabe leer libros o el que no sabe leer chumbes o los cursos de las estrellas o los vuelos de los pájaros?

Lo que soy yo, me declaro analfabeta. Un triste analfabeta que solo gracias al Hijo del Viento puede reconocer ese abrazo llamado chumbe que es capaz de contar tejiendo.

 

 

Por Juan Sebastián Peña Muette

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