¿Cuál fue el proceso creativo que lo llevó a escribir “La última vez que pienso en ti”?
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El cerebro no para, y más cuando tienes a una persona como mi mujer al lado, con quien hablo todo el tiempo y cuyo cerebro es todavía más inquieto que el mío. Algunas ideas tienen una fecha concreta, un momento exacto; otras no. En este caso, sí me acuerdo. Todo empezó en un festival de literatura como el que aparece al comienzo del libro, el Crash Fest de Barcelona. Cuando terminó ese evento pensé: este es un escenario ideal para comenzar una novela y hacer desaparecer a alguien. Sant Jordi también fue una inspiración. Es una fecha clave en España para quienes nos dedicamos a escribir, y hacía años que pensaba en hacer algo relacionado con ese día, con el Día del Libro. Entonces se mezclaron esas dos ideas, y a partir de ahí empecé a trabajar.
Además de eso, ¿por qué se enfocó en el mundo editorial y los jóvenes que están en él?
Nunca había tratado en ninguno de mis libros el mundo de la literatura, que es un ámbito que me apasiona y que conozco bien, porque llevo muchos años en esto. Me apetecía mostrar también el otro lado, no solo esa visión idílica que suele tenerse del mundo editorial, del que siempre se habla en términos positivos, pero que tiene una parte difícil, sobre todo para quienes están empezando. Quería contar lo complicado que puede ser ganarse la vida con los libros: escribirlos, firmar contratos, lidiar con las letras pequeñas, los “royalties”, los adelantos… Todo eso que, en general, es un tema tabú dentro del sector. Esa idea apareció un día, la fui desarrollando poco a poco y, al final, con lo que vengo haciendo hoy en día —el misterio, el “thriller”, las desapariciones, las muertes—, me di cuenta de que encajaba muy bien con el contexto editorial.
¿Qué ha encontrado en la literatura juvenil que cree que no le daría otro espacio para escribir?
Para empezar, creo firmemente que la literatura juvenil es para todos los públicos. Es algo que llevo defendiendo desde hace 15 años, porque muchas veces ni los medios de comunicación le prestan atención. Se trata como si fuera una literatura de segunda categoría. Incluso se llega a hablar de “literatura de niñas”, ni siquiera de chicos. A mí me han preguntado muchas veces: “¿cuándo vas a dar el salto?”. ¿El salto de qué? Estoy muy orgulloso de escribir literatura juvenil. No sé si lo haré toda la vida, tal vez en algún momento escriba otro tipo de novela, no lo tengo claro ni me lo planteo ahora, pero soy un defensor absoluto de este género, porque conozco el mundo de la literatura juvenil desde dentro.
He leído libros juveniles sobre la matanza de Columbine. Libros escritos por chicas que han pasado por trastornos alimentarios y que cuentan cómo se sintieron, su experiencia en hospitales, en psiquiatría. Historias de descubrimiento personal, de personas que se dieron cuenta de que, aunque nacieron como chicas, se sienten chicos. Todo eso está en la literatura juvenil. Por supuesto, también hay amor, desamor, diversión… porque la literatura tiene que entretener. Pero hay de todo. Y así como existe una literatura “para adultos”, también los jóvenes tienen su espacio, con autores y autoras que lo hacen muy bien. El problema muchas veces viene del desconocimiento, de un cierto desdén hacia la juventud.
¿Cuál fue el reto de pasar de escribir novelas románticas a escribir “thrillers”?
Creo que la diferencia más grande no está tanto en el proceso de escritura, sino en la forma en que se venden los libros. Antes me conocían como el Federico Moccia español, el autor de juvenil romántica, y ahora en Planeta me presentan como el rey del “thriller” juvenil. Pero simplemente sigo escribiendo, que es lo que me gusta. Escribir me cuesta mucho, no es un proceso fácil. Le dedico muchas horas, le pongo toda la pasión, el ciento por ciento.
Y eso se nota cuando hablo de libros. Planear un crimen, por ejemplo, puede ser muy divertido. Tal vez lo que ha cambiado es que ahora trabajo con una estructura más definida. Tengo una pizarra en la que organizo ideas, analizo tramas, hago líneas temporales… cosas que no hacía cuando escribía los libros de corazones. En ese entonces todo era dejarse llevar por lo que sentía el personaje.
Hoy hay más planeación, pero si tengo que improvisar un final, también lo hago. Con este último libro, por ejemplo, lo hice porque sentí que era mejor para la historia. Al final, para mí, no hay tanta diferencia entre escribir sobre corazones o sobre asesinatos.
La literatura juvenil ha evolucionado. ¿Qué cree que buscan los jóvenes ahora cuando levantan un libro?
Está claro que ya no encajo en el perfil típico de las escritoras actuales de literatura juvenil. No estoy en ese rango de edad y no soy mujer. Ahora mismo este es un mundo dominado por chicas, especialmente desde el fenómeno de Wattpad. Muchas de ellas se han incorporado desde ahí y ahora están saliendo autoras jóvenes que empezaron en BookTok o en Instagram, y las editoriales están apostando fuerte por ellas. Ya no formo parte de esa generación. La mía es la anterior. Y lo que más predomina hoy en el juvenil es la fantasía —gracias a libros como “Alas de sangre” o “De sangre y cenizas”, y todo lo que vino después— y, por supuesto, la romántica. En mi caso, me alejé de la romántica hace tiempo. Me cansé de los corazoncitos en las portadas y sentí que necesitaba salir de mi zona de confort para no estancarme. Me gusta escribir novelas de misterio, y seguí esa línea.
¿Que eso me ha dejado un poco solo? Pues sí. Pero uno no puede escribir solo por vender o por seguir modas. No puedes escribir algo solo porque es lo que está funcionando en el momento. Estoy muy contento con lo que he hecho, y siempre he intentado dar lo mejor de mí. Habrá a quien le guste y a quien no, pero estoy muy satisfecho con mis lectores: algunos vienen desde los libros románticos, otros han llegado después y algunos se han ido. Pero lo importante es ser honesto, y esto que hago ahora es lo más honesto que puedo ofrecer.
Ha creado una comunidad de lectores jóvenes que ha ido creciendo con usted. ¿Cómo ha sido eso?
Cada vez me separo más en edad de mis lectores actuales, que son más jóvenes, pero es que todos nos hacemos mayores, es la ley de la vida. Lo bonito de todo esto es que hay personas que empezaron conmigo en 2009 o 2010, con “Canciones para Paula” o con “El club de los incomprendidos”, y que siguen aquí. Siguen viniendo a las firmas. Algunas ahora son madres, tienen sus profesiones —son periodistas, médicas...— y te traen a sus hijas o a su hermana o prima pequeña. Hablan con mucho cariño de aquella etapa, y es muy bonito ver en una firma a personas de 35 o 40 junto a niñas de 12 o 13 años. Eso es muy especial, porque son muchas generaciones reunidas por un libro. Y en esta época en la que todo es digital, en la que hay tantas opciones de ocio, que la gente de diferentes edades se reúna para hablar de literatura es algo realmente increíble.