Borges y Sábato: De diálogos, encuentros y desencuentros
Conversaron. Un café. Dos cafés. Borges y su bastón. Sábato y un vaso de whisky a medio terminar. Borges y su ceguera y su mirar hacia adentro girando la cabeza hacia arriba.
Fernando Araújo Vélez
Pese a todo, y todo prácticamente era todo, pues los dos venían de mundos absolutamente distintos, y por lo tanto y por otros tantos, pensaban totalmente distinto, y sentían de maneras diferentes y se vestían también de formas opuestas, una tarde de 1974 se pusieron de acuerdo en una librería, la librería La Ciudad, de la calle Maipú, y comenzaron a encontrarse los sábados en las mañanas en la casa de una pintora llamada Reneé Noetinger para hablar de la vida la muerte y mucho más ante el hombre que había decidido reunirlos: Orlando Barone. Entonces, Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato se miraron fijamente y hablaron con soltura, y en algunos instantes discutieron, y por momentos estuvieron de acuerdo, y también afrontaron sus silencios. Ninguno de los dos se guardó su esencia. Ninguno se escondió detrás de las caretas de la aprobación, o del marketing, o de las posibles ventas del texto que surgiera de sus charlas, o de los políticamente correcto.
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Pese a todo, y todo prácticamente era todo, pues los dos venían de mundos absolutamente distintos, y por lo tanto y por otros tantos, pensaban totalmente distinto, y sentían de maneras diferentes y se vestían también de formas opuestas, una tarde de 1974 se pusieron de acuerdo en una librería, la librería La Ciudad, de la calle Maipú, y comenzaron a encontrarse los sábados en las mañanas en la casa de una pintora llamada Reneé Noetinger para hablar de la vida la muerte y mucho más ante el hombre que había decidido reunirlos: Orlando Barone. Entonces, Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato se miraron fijamente y hablaron con soltura, y en algunos instantes discutieron, y por momentos estuvieron de acuerdo, y también afrontaron sus silencios. Ninguno de los dos se guardó su esencia. Ninguno se escondió detrás de las caretas de la aprobación, o del marketing, o de las posibles ventas del texto que surgiera de sus charlas, o de los políticamente correcto.
Conversaron. Un café. Dos cafés. Borges y su bastón. Sábato y un vaso de whisky a medio terminar. Borges y su ceguera y su mirar hacia adentro girando la cabeza hacia arriba. Sábato y su afán por entender, respirando a veces por la boca, inclinándose hacia adelante para escuchar, siempre y pese a que no estuviera de acuerdo, o precisamente cuando no estaba de acuerdo. Charlaron, y de sus charlas surgieron historias, y parte de La Historia, y se sintieron dueños del pasado, y más dueños aún de las palabras. Jugaron con ellas. Las moldearon a su antojo. Las tomaron, y las descompusieron, y las volvieron a armar hasta hacerlas suyas. Sábato dijo que los grandes escritores escribían grandes cosas con pequeñas palabras, y que los pequeños escritores escribían pequeñas cosas con grandes palabras. Recordaron las palabras que le escribió a Borges años antes, en el 63, en una especie de introducción y dedicatoria de “Tango, discusión y clave”.
“Las vueltas que da el mundo Borges: Cuando yo era muchacho, en años que ya me parecen pertenecer a una especie de sueño, versos suyos me ayudaron a descubrir melancólicas bellezas de Buenos Aires; en viejas calles de barrio, en rejas y aljibes, hasta en la modesta magia que a la tardecita puede contemplarse en algún charco de las afueras. Luego, cuando lo conocí personalmente, supimos conversar de esos temas porteños, ya directamente, ya con el pretexto de Schopenhauer o Heráclito de Efeso. Luego, años más tarde, el rencor político nos alejó; y así como Aristóteles dice que las cosas se diferencian en lo que se parecen, quizá podríamos decir que los hombres se separan por lo mismo que quieren. Y ahora, alejados como parece que estamos (fíjese lo que son las cosas), yo quisiera convidarlo con estas páginas que se me han ocurrido sobre el tango. Y mucho me gustaría que no le disgustasen. Créamelo. Sabato”.
La vida, el destino, un encuentro en una librería, los señalamientos, la literatura, la voluntad, la curiosidad también, los volvieron a juntar. Fueron capaces de dejar a un lado las viejas rencillas, aunque con el tiempo algunos periodistas o críticos dijeran que había sido más lo que se habían guardado que lo que habían dicho. Igual, se afrontaron. Decidieron que el nombre de Borges fuera primero en el libro, y que el libro se titularía “Diálogos”, porque el nombre de Borges era grave y sonaba mejor al principio que al final, Borges-Sábato, y porque estaban dispuestos a dialogar, a referirse a Platón y a Sócrates y a los griegos, y a echar globos por el simple prurito de echar globos. Acordaron que la última gran noticia de la humanidad había ido el descubrimiento de América, y que Quevedo le habría podido corregir una página a Cervantes, pero jamás habría podido escribir una página como Cervantes.
En su blog, Las mil notas y una nota, Ómar González recordó que “Según bosqueja Juan Gasparini en “Los diálogos prohibidos”, capítulo 17 de su corrosivo libro-reportaje: Borges: la posesión póstuma (Foca, 2000), María Kodama —la viuda y heredera universal de los derechos de autor del celebérrimo escritor que nunca recibió el Premio Nobel de Literatura— trató de censurar e impedir, con una gresca que no llegó a los tribunales, que el libro de los Diálogos de Borges y Sabato continuara reeditándose, porque, apunta Gasparini, Kodama le espetó “tergiversación” a Barone; es decir y en resumidas cuentas, “La puñalada fue despiadada: [María Kodama declaró:] ‘¿Esos diálogos? No. Borges ha dicho en muchos reportajes que en ese libro todo está mal: que lo que él dijo se le adjudica a Sábato y que lo que dice Sábato se pone en boca de Borges. Se puede comprobar en los recortes de los diarios, en archivos. No, no. Ese libro no se edita más…”. Sin embargo, las aguas negras no se desbordaron, la bronca de callejón del mole quedó en un deshago viperino y “La tirria que pudo llevar al delito de sangre” se encausó por la vía de la negociación; de modo que “Kodama terminó permitiendo que el libro se reeditara en 1996, distribuyéndose por igual los derechos de autor entre los protagonistas con un 5 por 100 a cada uno más 4 por 100 para Barone.”
Las polémicas no finalizaron ahí. Pocos días después de que sus “Diálogos” fueran publicados por Emecé, Borges y Sábato se encontraron en una reunión con el teniente coronel Jorge Rafael Videla, y de una u otra manera, le dijeron que lo apoyaban. Hubo fotos, declaraciones, manos estrechadas, promesas y el deseo de que lo que llegaría sería mejor de lo que estaba. “El almuerzo entre Videla y Borges (…) tuvo lugar el miércoles 19 de mayo de 1976, casi dos meses después del golpe, en la Casa Rosada -escribiría el periodista argentino Ceferino Reato en su libro “Disposición final, La confesión de Videla sobre los desaparecidos”, en 2012-. La mesa fue compartida también por Ernesto Sábato, el titular de la Sociedad Argentina de Escritores, Horacio Ratti, y el sacerdote Leonardo Castellani. “¡Ave, César, vencedor de los peronistas!”, lo saludó Borges agitando uno de sus brazos, a la manera del Imperio Romano, recuerda Videla”.
Videla diría que sólo habían invitado a a cuatro escritores, dentro de su idea de relacionarse con los personajes más influyentes de la sociedad argentina, que ninguno declinó la invitación, y que la actitud de Sábato y de Borges había sido “encantadora”. Que habían conversado sobre literatura, fundamentalmente, y que nadie había tocado el tema de la política. “Los diarios de la época -en palabras de Reato- contaron que la comida duró casi dos horas, y que a la derecha de Videla se sentó Castellani, a la izquierda Sábato y enfrente Borges. Ratti y Villarreal completaron la mesa. Un mozo les sirvió budín de verduras con salsa blanca, ravioles y ensalada de frutas con crema o dulce de leche. Y vino tinto Bianchi 1887 y San Felipe blanco”. El dictador añadió que cuando los periodistas hablaron con los escritores, “Fueron todas loas para mí, antas que me pongo colorado cuando ahora leo los recortes de los diarios del día siguiente. Yo prácticamente no hablé, pero ellos dijeron que era inteligente, preparado, culto”.
“Sábato declaró que Videla lo ‘impresionó como un hombre culto, modesto, inteligente’; Castellani lo consideró ‘un hombre honesto, sereno, humilde, preocupado seriamente por conocer la realidad argentina en su totalidad’, y Borges dijo que le agradeció ‘personalmente’ por el golpe de Estado, ‘que salvó al país de la ignominia’. Años después, tanto Borges como Sábato asumieron públicamente posiciones contrarias a la dictadura. Aquel almuerzo hizo tanto ruido, que con el paso del tiempo surgieron distintas versiones sobre lo hablado en la Casa Rosada. Videla asegura que ninguno de los invitados sacó el tema de las víctimas de su gobierno durante la comida. —Luego del almuerzo, el padre Castellani me llevó a un costado, me dio un papelito y me dijo: ‘General, le recomiendo la situación de esta persona, un escritor. Es una persona de mi conocimiento, que no ha hecho nada malo’. Yo recibí el papelito, no recuerdo ahora el nombre; tomé nota del pedido y luego llamé por teléfono y di instrucciones para que, en la medida de lo posible, revisaran la situación de este detenido’”.
Conti fue uno más de los desaparecidos de aquel período. Sábato fue el encargado de redactar un documento de memoria sobre aquella dictadura (1976-1983) al que tituló “Nunca más”, y en el que esbozó una figura que jamás dejaría de ser controvertida, la de los “dos demonios”. Borges siguió siendo Borges. Punzante, irónico, fantástico.