“Sobrevivir es difícil en una economía de mercado, en el capitalismo salvaje, pero no es más difícil para un artista que para un abogado”.
Carolina Vivas, dramaturga.
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Carolina Vivas Ferreira ha trabajado por y para el teatro colombiano desde las entrañas de Umbral Teatro, colectivo que cofundó junto al maestro Ignacio Rodríguez y que, en febrero próximo, celebrará 35 años de trabajo. Su dramaturgia, que no le da la espalda a la realidad del país ni al gremio teatral, ha construido espacios que ella denomina “el país real”: trabajos que se han desarrollado en regiones marcadas por el conflicto, donde el teatro y la literatura funcionan como herramientas de memoria, reparación simbólica y reivindicación. Paralelamente, desde hace 15 años, ha impulsado Punto Cadeneta Punto, un encuentro iberoamericano para el movimiento teatral contemporáneo.
¿Cómo surgió Punto Cadeneta Punto? ¿Qué lo impulsa hoy?
El antecedente se remonta al año 2008, cuando teníamos una sede en la localidad de Los Mártires. Abrimos un espacio de formación, creación y reflexión en dramaturgia y empezamos a trabajar con este proyecto, Punto Cadeneta Punto, que en principio tenía un alcance metropolitano. Yo invitaba a dramaturgos y dramaturgas bogotanos que impartían talleres, además de los que yo impartía. Poco a poco me pareció importante que la gente que se estaba forjando en este espacio pudiera tener un diálogo también con la dramaturgia internacional. Esto no es un negocio, es un espacio de conocimiento, así que siempre ha sido gratuito. Vi la necesidad de conseguir recursos para traer maestros de fuera, así que en 2011 logramos conseguir cuatro maestros internacionales a lo largo del año. El componente internacional es este, que se hace en las dos primeras semanas de agosto: mesas, conversatorios, lecturas dramáticas, talleres. El año pasado participaron más de 300 personas y fuimos a cinco ciudades más.
¿Cómo se plantea el diálogo entre dramaturgias de distintos idiomas y contextos en este encuentro?
El lema sería este diálogo o encuentro de lenguas y culturas. Pero, para usar la palabra de moda, la “innovación” está en invitar al autor —en materia de dramaturgia contemporánea— alemán más importante en este momento, escogido por la crítica y los especialistas el año pasado. El diálogo será posible porque está previsto un traductor escogido por él, que además es un gran dramaturgo, y eso enriquece el encuentro. No solo amplía el espectro de la lengua, sino también el de la cultura. Es la posibilidad, para nuestros actores y directores, de conocer de primera mano su trabajo. De las obras que se escriben en estos encuentros, a partir de los talleres, ya hay más de cuatro que están en escena. Ese flujo de conocimiento, ese flujo de textos que llegan, son un aporte que trasciende la escritura dramática para sumar al teatro.
¿Por qué eligieron Santa Sofía, Boyacá, para realizar una parte de este encuentro?
El año pasado hubo mejor fortuna y tuvimos un encuentro enorme: en Bogotá, 10 talleres, y luego en Bucaramanga, Cartagena, Medellín y Villavicencio. Ese evento logró responder a las necesidades de quienes participaron. Eso es lo interesante y lo importante: siempre poner el termómetro en movimiento para ver qué sucede.
Para este año, es un infortunio, pero también un regalo, trabajar con la precariedad. No es el dinero del Estado al servicio de ninguna empresa cultural privada, como sí pasa con muchos otros eventos, sino que es más bien esa alianza estratégica conmigo, que me muevo para que la gente nos una al conocimiento. Solo tengo siete talleres en Bogotá, pero quería mantener a toda costa la descentralización, poder visitar aunque sea un territorio y logré la colaboración del Festival Internacional de la Cultura Campesina en Tunja, el Fondo Mixto de Cultura y la Secretaría de Cultura de la Gobernación. Y estarán ellos, centrados en el campo, en la sede llamada “Umbral Rural”. Ahí, dos maestros catalanes impartirán talleres para 12 escritores boyacenses, y esa será la primera semana; luego, venimos a Bogotá, a la segunda semana, con los otros siete talleres, a los que se espera a gente de todo el país.
Usted es actriz, dramaturga y directora, ¿cómo plantea este encuentro desde sus roles?
Mi preocupación constante ha sido la relación entre la ética y la estética, así como la conexión de la estética con la realidad, con el presente y, como dice Calvino, con el tiempo que me ha tocado vivir. En ese sentido, frente a la barbarie —que siento que ahora teje las relaciones humanas con una claridad y desfachatez que nunca antes había percibido—, la vida ya no interesa. En ese horizonte, en ese abismo, hay que cuestionarse cuál es el filtro ético por el que pasan las imágenes que construimos para dar cuenta de realidades inaprensibles, innombrables e irrepresentables. La representación quizá ya no me interesa. Los últimos experimentos que he realizado renuncian a esa idea y se sitúan en un territorio distinto.
En un contexto donde persisten prejuicios sobre ciertas prácticas artísticas, ¿cómo puede un espacio como este ampliar la participación y derribar esos condicionamientos?
Uno hace un plan de trabajo para la vida, a ver cómo lo aprovecha bien. Pero resulta que solo tenemos el hoy, y yo creo que la vida es tan difícil que lo mínimo que cada ser humano se merece es gastarse el tiempo en aquello que lo hace feliz. Y eso se cumple cuando la necesidad de un creador viene del fondo de su corazón, de decirle al mundo lo que quiere y de manejar un lenguaje artístico determinado para poder ver, ser y decir. Si la necesidad no es lo suficientemente fuerte, pues se abandona y ya está, está en su derecho, y todo vale.
El arte no necesita que nadie se quede en él. Es un mito que es difícil; todo es difícil. Sobrevivir es difícil en una economía de mercado, en el capitalismo salvaje, pero no es más difícil para un artista que para un abogado. Entonces, por lo menos, hay que hacer lo que nos gusta. El arte está hecho de sangre, carne y hueso. No es un objeto. ¿Qué sucede y qué supone ese vínculo precioso en ese ritual de la función teatral entre espectadores y la escena, entre espectadores y actores? El arte es un lugar sagrado y necesario. Y cada día lo será aún más por el peligro de la virtualidad, la inteligencia artificial y la deshumanización.
¿Podríamos hablar sobre los procesos para inscribirse en las actividades del evento? ¿Cuáles de ellas están abiertas al público en general?
Los talleres, que son la única actividad cerrada, pasaron por un proceso de convocatoria en el que se inscribieron más de 260 personas, pero por un problema de recursos solo teníamos 120 cupos. Ahora están funcionando y cada maestro tiene el perfil de sus estudiantes. Sin embargo, hay muchas actividades públicas de entrada libre e invitamos a todo el mundo a participar, porque además son espacios de reflexión.
Contamos, por ejemplo, con cuatro mesas redondas; en cada una participan dos maestros internacionales y tres dramaturgas y dramaturgos nacionales. Se abordan temas como dramaturgia y cuerpo, poesía y teatro, qué es lo teatral en la dramaturgia, el concepto de representación, límites y puntos de fuga.
La programación se realiza en el Fondo de Cultura Económica, en el Centro Nacional de las Artes, y también en la librería Teatral del Centro Nacional de las Artes. Además, hay lecturas en la Corporación Colombiana de Teatro, y la función de El vuelo de Leonor, que es el Premio Nacional de Dramaturgia del año pasado, se presenta el día 9 de agosto en el Teatro La Candelaria.
Toda la programación estará disponible no solo en los canales del Ministerio de las Artes, las Culturas y los Saberes, sino también en todas las redes de Umbral Teatro.