La primera vez que escuché el nombre de Camila Loboguerrero fue en una clase, en la Universidad Nacional, mientras proyectaban María Cano. Eran otros tiempos, no era usual ver películas colombianas de ficción dirigidas por mujeres. Y si hoy es diferente, es por los primeros pasos que ella dio. Recuerdo que la conocí años después, cuando gané el Fondo para el Desarrollo Cinematográfico en posproducción para hacer realidad La historia del baúl rosado. Esa noche, alguien se me acercó y me dijo que Camila me estaba buscando. En esa época, ella era la directora de cinematografía del Ministerio de Cultura. Se acercó, me felicitó y me dijo: “Por muchos años, la única mujer en el cine de ficción en Colombia fui yo; por fin, apareció otra”.
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Además del importante legado de su filmografía, Camila Loboguerrero fue un símbolo para las cineastas del país. Su espíritu trascendió sus películas, pues ella no solo hizo cine, lo posibilitó. Fue una de las impulsoras más tenaces de la Ley de Cine en Colombia, legislación que transformó nuestro panorama audiovisual y le dio el empuje que le ha permitido dinamizarse en las últimas décadas. Fue una firme defensora de los derechos del sector. Para ella, hacer cine era también defenderlo. Luchó por garantizar mejores condiciones de trabajo y visibilidad para los guionistas y directores, y por el reconocimiento de nuestra labor como autores, creadores y trabajadores. Su activismo no fue un anexo a su obra: fue parte de su estética.
Nuestros caminos se cruzaron muchas veces. Hicimos parte del grupo que fundó Los guionistas cuentan —asociación de guionistas colombianos —, y trabajamos codo a codo durante años. Sin embargo, después de años de lucha, ella decidió pelear en otro frente y, junto a Mario Mitrotti y Teresa Saldarriaga, entre otros, fundó DASC, la sociedad que defiende los derechos de autor de los directores audiovisuales. Fue su trinchera más reciente, y desde allí impulsó el reconocimiento de los directores como agentes activos de la cultura.
Camila Loboguerrero siempre defendió una vocación clara: abrir camino. Lo hizo cuando dirigió Con su música a otra parte, su ópera prima, y después María Cano. La primera fue un paso solitario en un mundo de hombres. En la segunda, encontró una figura que la reflejaba. María Cano fue la primera mujer en liderar una lucha obrera en Colombia. Como Camila, incomodó, alzó la voz, peleó por lo que creía. En los gestos de sus luchas, compartieron un mismo espíritu: el ideal de desafiar el orden.
Por muchos años, Con su música a otra parte y María Cano fueron las únicas películas colombianas de ficción dirigidas por una mujer que se estrenaron en salas de cine. Años después, a esa filmografía sumó Nochebuena, sin contar sus múltiples cortometrajes y mediometrajes que hacen parte de su legado. La historia del baúl rosado llegaría años después, siguiendo los pasos de su camino. Más tarde vendrían más. Hoy la cuenta de las directoras ya va en decenas. No obstante, durante años, solo fuímos las dos. Recuerdo una tarde en la secretaría de la Escuela de Cine de la Universidad Nacional, donde también compartimos durante años nuestra labor como docentes. Éramos las únicas profesoras. Camila se rió y me dijo: “En esta oficina están todas las directoras de largometraje de ficción en Colombia”.
Estudió Bellas Artes, luego viajó a París para profundizar sus conocimientos. Allá descubrió su vocación, el cine. Se conmovió con Gutiérrez Alea y Glauber Rocha y entendió que en Colombia también podíamos retratarnos a través de la gran pantalla. “Volví de Europa con la consigna de pedir lo imposible. Eran finales de los años 60, había ido a Francia a estudiar Bellas Artes, pero acabé entendiendo que lo mío era el cine. Aunque hasta entonces pensaba que solo lo podían hacer los países ricos. Allí descubrí y me maravillé con el cine latinoamericano. Entendí también que los colombianos podíamos hacer cine”, fueron sus palabras en los últimos Premios Macondo, cuando recibió el premio que reconoció su vida y obra.
En una época en la que nuestra cinematografía fue precaria, entendió que lo nuestro valía. Que había que contarlo. Y al volver, buscó contar historias que retrataran esa posibilidad. Camila Loboguerrero fue, antes que nada, una retratista de mujeres. No como víctimas ni adornos, sino como sujetas con agencia. Mujeres que se equivocaban, que dudaban, que mandaban, que creaban, que pensaban y dirigían. Ella entendió que en el cine también se luchaba.
Camila Loboguerrero falleció a los 83 años. Nos sorprendió a todos. Fue tan repentino como doloroso. “Muchas veces he visto morir y luego nacer de nuevo el cine colombiano. Hicimos parte de una generación romántica que se endeudó hasta el cuello para poder financiar las películas que queríamos hacer, que se quebró una y otra vez”. Esas palabras de su discurso resuenan. Su nombre es ineludible al hablar del cine colombiano: por ser la primera mujer en dirigir largometrajes de ficción en el país, por haber luchado incansablemente por los derechos del gremio y por haber creído, desde el inicio, que hacer cine en Colombia era posible. Su obra, sus batallas y su voz seguirán marcando el camino de nuevas generaciones de realizadoras que, gracias a su coraje, ya no caminan solas.