“El capitán García, un costeño chiquitico, nos abrió la puerta, nos dio la bienvenida al puerto de Cartagena y nos gritaba que éramos muy valientes por estar ahí, y todos nos miramos con cara de extrañeza, porque nadie tenía ni puta idea para qué nos habían llevado hasta la costa; dizque valientes, lo que estábamos era cagados del susto”. Este es un fragmento de una de las veinte historias que narra el escritor valluno Camilo Molina, cuyo título es también el del libro.
La obra agrupa 20 momentos íntimos de personajes anónimos que a diario tratan de vivir en un país que los consume por la guerra, la pobreza y, paradójicamente, momentos especiales. La historia del capitán García cuenta cómo este hombre de baja estatura pero valiente, miembro del Batallón Colombia (conformado para apoyar los enfrentamientos contra Corea del Norte), intentó burlar la seguridad de sus enemigos para quedarse con sus armas y su comida con el fin de mantener con vida a los hombres a su cargo.
Este cuento es narrado por Antonio Benavides, un hombre que vivió en carne propia la crudeza de la guerra al ser uno de los soldados enviados a Corea. De allí surge el título del libro, pues para su autor, este cuento condensa lo que significó la violencia para Colombia: soldados y civiles trasladados a lugares a los que jamás imaginaron llegar, a luchar batallas que ni ellos mismos comprendían.
Camilo Molina es un joven escritor valluno que desempolvó su gusto por la escritura mientras armaba y desarmaba las historias. Los muchachos de García es su primer libro publicado, pues antes de dedicarse a la literatura era fotógrafo. Su lente, al igual que su pluma, se enfocaba, como él describe, en aquellos personajes anónimos de Argentina, Estados Unidos y Colombia, países en los que trabajó como fotógrafo en periódicos como La Patria de Manizales y La Raza del Noroeste, de Seattle.
Las historias surgieron de conversaciones que sostenía o escuchaba de alguien más. Durante dos años se dedicó a recolectar anécdotas de quienes estaban dispuestos a contarlas. En 209 páginas agrupó los problemas, sentimientos y aventuras que viven a diario los colombianos en un país que nunca ha dejado de estar en guerra.
A pesar de estar basado en hechos reales, el libro cuenta con una fusión de historias, pues mientras las escuchaba entendía que podían ser piezas claves para otra existente, y poco a poco fue formando un patrón de hechos basados en el conflicto. De allí aparecieron y comenzaron a tener forma los personajes de las diversas historias. La única regla fue no revelar sus verdaderos nombres.
El radar de Molina siempre estuvo enfocado en aquellas historias que, estaba seguro, servirían para cultivar la memoria, y aunque varias llegaron por casualidad, tuvo que descartar las que no parecían consecuentes con el libro o no estaban completas.
Para él, Colombia está “obligada a no olvidar” y este tipo de historias sirven de apoyo para resaltar ese “colombiano anónimo” que las futuras generaciones lectoras deben conocer para entender la realidad del país en el que viven.