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Caravaggio y Quevedo: un duelo a muerte

“La novela es la única defensa que se tiene contra la historia; produce otra explicación del mundo”, dice Álvaro Enrigue, Premio Herralde de Novela 2013 y autor de ‘Muerte súbita’.

Isabel-Cristina Arenas
19 de febrero de 2014 - 03:31 a. m.
El escritor mexicano Álvaro Enrigue, autor de ‘Muerte súbita’, publicada por Anagrama. / Juan Carlos Rojas
El escritor mexicano Álvaro Enrigue, autor de ‘Muerte súbita’, publicada por Anagrama. / Juan Carlos Rojas
Foto: NOTIMEX - JUAN CARLOS ROJAS

En un momento de la historia en que los puntos empiezan a unirse para formarla, un lombardo llamado Michelangelo Merisi da Caravaggio juega un partido de tenis contra un español: Francisco de Quevedo. Todavía no son quienes van a ser en unos años. Están allí por cuestiones de azar o destino y por la decisión del escritor Álvaro Enrigue (México, 1969) de juntarlos en una novela fragmentada llamada Muerte súbita, que lleva hilos de España a Italia, de España a México y del siglo XVI al presente.

El tenis es la excusa para narrarla y el partido entre el pintor y el poeta, el hilo que la sostiene en el tiempo. El partido se juega en tres sets mientras se van intercalando fragmentos de otras historias que requieren concentración por parte del lector y que muestran una gran ambición literaria por parte del autor: fragmentos de las conquistas de Hernán Cortés, la decapitación de Ana Bolena y el destino de su pelo, las influencias artísticas y políticas de las familias italianas, entre otros relatos sutilmente conectados. El peso de la novela cae sobre la vida de Caravaggio y su proceso creativo más que sobre Quevedo, que es, según Álvaro Enrigue, el arquetipo de poeta que puede ser reemplazado según la preferencia del lector. A Enrigue le interesaba más Quevedo antes de ser “el monstruo de la moral imperial” en el que se convirtió, mostrar que esa transformación era resultado del partido de tenis de su ficción.

El autor describe su obra como una “no novela”: no es exactamente sobre Caravaggio o Quevedo, ni sobre la historia del tenis o la integración de América al mundo, “es un libro con vaivenes, como un juego de tenis”. Enrigue sostiene que Muerte súbita nace de un descubrimiento sobre la vida de Caravaggio: que “el primer pintor propiamente moderno de la historia fue también un gran tenista y un asesino”, revelación que tomó como punto de partida para escribir una novela sobre el proceso de escribir Muerte súbita. Es decir, está narrada desde el presente en una primera persona que investiga los hechos y los va uniendo para formar una historia que incluye definiciones y textos sobre temas tan diversos como la nobleza del juego de la raqueta, el arte de la lengua de Michoacán y un correo electrónico sobre las correcciones que le envían desde Anagrama.

Dentro de las historias incluidas está la de Diego de Alvarado Huanintzin, un noble indígena nahua que podría decirse amigo del obispo Vasco de Quiroga. Huanintzin diseña y fabrica una mitra tejida en plumas para el papa. Su intenso color rojo puesto a la luz de las velas recuerda la sangre que un tiempo después sale de la ceja de Quevedo y empapa su escapulario, o la que brota del cuello de Holofernes que estuvo fresca en las manos de Judit y quizás también, ya seca y menos roja, entre las uñas de Caravaggio. Muerte súbita está llena de imágenes y eventos que traspasan el tiempo: unas pelotas de tenis hechas con el pelo de Ana Bolena, la Malinche enredada en la hamaca junto a Hernán Cortés o Galileo Galilei haciendo cuentas en el partido de tenis. El poder de unir estos eventos es una de las posibilidades literarias que más le interesan a Álvaro Enrigue, quien sostiene que esto es algo que no podría hacerse en el cine.

Quizá reunir todos los hechos históricos de Muerte súbita en una película no sería posible, pero sí revivir relatos aislados como las vidas de Diego Huanintzin y Vasco de Quiroga y verlas desde el presente como la repetición de todas las historias fundacionales y de conquista que continúan siendo actuales. Por esta película podrían pasar la Malinche y Hernán Cortés con el escapulario en su cuello hecho con el pelo de Cuauhtémoc, el proceso de fabricación de las mitras, los hongos alucinógenos inspiradores del taller de amatequía (arte en plumas), la cuenca del lago de Pátzcuaro y, por supuesto, como idea central, el desarraigo del pueblo de Diego Huanintzin, a quien ya le daba igual ofrecer su trabajo a los cuatro Tezcatlipocas que a los tres arcángeles y al Nazareno, pero, eso sí, prefería comer los domingos en la iglesia un pedazo de pan sin levadura que el trozo de corazón del sacrificado que solía “saborear” en tiempos de Moctezuma.

Álvaro Enrigue también es autor de Hipotermia (2005), Vidas perpendiculares (2008), Decencia (2011), y Valiente clase media. Dinero, letras y cursilería (2013). Con La muerte de un instalador (1996) obtuvo el Premio de Primera Novela Joaquín Mortiz. El pasado 16 de enero estuvo en Barcelona presentando Muerte súbita en la librería Central de la calle Mallorca y justo en frente de él estaba Jorge Herralde, su editor, quien seguro ya sabe de qué se trata la siguiente novela de Enrigue, que quizá tenga entre los personajes a un escritor-viajero que trabaja en una novela mientras pasa por el mayor número de ciudades del mundo en el menor tiempo posible después de haber ganado el Premio Herralde de Novela.

Por Isabel-Cristina Arenas

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