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Carlos Andrés Jaramillo: “La sensibilidad es una forma de relación superior al conocimiento”

En entrevista con Carlos Andrés Jaramillo, el escritor habla acerca de la soledad como elemento transversal a sus textos, así como de su paso de escribir versos a redactar relatos.

Óscar Jairo González Hernández
24 de noviembre de 2020 - 06:00 p. m.
"Cada poema, si me es permitido decirlo, supone una pequeña muerte, una extenuación, por la fuerza que me fue necesaria usar para concretarlo". El libro da cuenta de una lucha", afirma Carlos Andrés Jaramillo.
"Cada poema, si me es permitido decirlo, supone una pequeña muerte, una extenuación, por la fuerza que me fue necesaria usar para concretarlo". El libro da cuenta de una lucha", afirma Carlos Andrés Jaramillo.
Foto: Archivo Particular

¿Desde qué necesidad y deseo usted comenzó a interesarse por la filosofía? ¿Por qué, qué lo incitó a ello, y como lo lleva a la naturaleza misma de su vida?

Quizá porque sentía un deseo de profundizar en el mundo. Profundizar quiere decir ahondar, ir hacia el fondo de algo. Es un estar en camino y acompañar las cosas. No es que las cosas tengan una realidad escondida tras ellas (un más allá trascendente), sino, más bien, que son más complejas, por sus relaciones, por sus matices, de lo que creemos al verlas. Es también una forma del amor. Cuando amamos, queremos saber todo del otro. Por eso la filosofía es amor al conocimiento. Esa sospecha de la complejidad me hizo buscar la filosofía. Comprender me produce una alegría casi física.

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¿En qué momento usted se llevó a sí mismo hacia la poesía? ¿Un libro como “Extinciones” qué dice y que no dice de su yo?

Yo creo que la poesía no es una cosa de la voluntad. Con esto quiero decir que uno no llega hasta ella. Ella viene a uno. Irrumpe con fuerza. Lo sabemos porque el espíritu y la carne se tornan líricas, a nuestro pesar. No hay manera de evitarlo. Se abren en imágenes en palabras que no comprendemos muy bien. Por eso mismo no sé qué dice en “Extinciones”. Porque no se trata del análisis de una emoción, sino de una declaración, de un acto de enunciación: ¡Estoy sintiendo! Ahora bien, como lector siento que hay una negación del yo. Un intento por escribir desde la vida. Como si fuera la materia la que hablara, de nada y hacia la nada. Es algo imposible, ya que la materia no tiene conciencia, pero me parece que es una pista para entrar en ese libro.

¿Cómo la filosofía y la poesía comenzaron a mediar en usted? ¿Qué ha resultado sin medida, qué lo excede de ello y qué busca contener en lo incontenible?

En mí, la filosofía y la poesía se complementan. Hacen parte de un mismo movimiento de comprensión. Son como la inspiración y la respiración, o la sístole y la diástole del espíritu. Son movimientos de contracción (cuando el poema dice todo en un verso) y movimientos de despliegue, a través de un intento de explicación. También son una zona límite. Intento que nada pierda su hondura. Que el misterio con el que se me expresa permanezca intacto, por eso estoy en esa frontera entre lo que dice y lo que calla, entre filosofía y poema.

¿Por qué realizó, para llamarlo de una manera nietzscheana, esa torsión de la perspectiva hacia la necesidad del género del cuento? ¿Por qué su libro “Toda la soledad que era mía”?

Ya había agotado cuanto quería decir en la poesía. No se habla del silencio sin llegar a un límite, sin rozar la tentación del mutismo. Hay muchos que sucumbieron a ella. Para sobreponerme a esa tentación, empecé a escribir pequeñas historias. Historias que me conmovían. Historias en las que la vida emergía con suma fragilidad. Pero aunque poesía y cuento se hermanen en esa necesidad de hacer sentir, la experiencia de escribir poemas y cuentos es distinta. En el poema, se espera. Se habla cuando algo bulle dentro de uno y estalla. Se habla por sobreabundancia. En cambio, el relato es actividad, es búsqueda activa de la situación, del personaje. Por eso me decidí por la prosa, porque dependía de mí.

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¿Qué cantidad y forma de la soledad se trata en “Extinciones”? ¿Desde dónde provoca usted su exorcismo o su condenación a ella?

Es un libro escrito en soledad, desde la soledad. Quiero decir: un libro huérfano, incluso de palabras. Hay más espacio en blanco que palabras. Estas existen contra el silencio del libro. ¿Quién habla en él? Creo que es un libro que también está solo. Sus palabras son lacónicas. Como toda soledad, deja más solo al lector. Solo lo acompaña mientras lee. Sé que suena abstracto, en realidad quiero ser claro: Los libros son objetos separados, solitarios. Su contenido existe en un único volumen. Son escritos por solitarios y para solitarios, para iniciarlos en la intimidad. Terminar un libro es sentir su orfandad, que nos hace falta. Ahora imagine esa orfandad a nivel del mundo. Estamos en él, pero nos falta todo, como si no existiera o como si fuéramos póstumos. Esa es la soledad que atraviesa ese libro.

¿Qué soledad, en cantidad y en forma, se trata en “Toda la soledad que era mía”? ¿Desde dónde la hace su naturaleza real, su hybris y su physis?

Hablo de la soledad de los hombres. De la soledad de los seres, incluidos los animales. Una soledad que es impuesta o buscada, pero irreparable, en cualquier caso. Del sentimiento y de la conciencia inherente a nuestra condición humana, que empieza en el nacimiento y se agudiza en la vejez. Su clímax es la muerte.

Hablo del sentimiento más conmovedor que me inspiran los seres. Porque nacieron dependiendo de sus semejantes, para estar entre ellos. Por eso sufren. Como muchos, he sentido la soledad, pero en mi caso es una soledad poblada, llena de presencias, de historias. Es una soledad que ha encontrado su lugar en el desierto del mundo.

¿Qué máscara, o no, llevan sus palabras? ¿Para qué sus palabras, qué dimensión les da, qué sentido tienen y qué sinsentido las posee? ¿Por qué?

No hay ninguna máscara. No son alegorías. No quieren decir algo más allá de lo que dicen. En el caso de la poesía, esas palabras, duramente logradas, fueron la única forma que logró una emoción para expresarse, y por eso se mantiene, en el papel, la misma oscuridad que en la conciencia.

En el caso de los cuentos, solo busco contar historias. El sentido que pueda darle el lector le pertenece a él, no a mí.

¿En “Extinciones”, de qué extinción, exterminio, exhortación o exordio se trata? ¿Qué poeta en usted hace este llamado o esta invocación?

Extinción es un término que tomo del budismo. Quiere decir apagarse. Cada poema, si me es permitido decirlo, supone una pequeña muerte, una extenuación, por la fuerza que me fue necesaria usar para concretarlo. Fue un libro realmente padecido. Libro de oscuridad, aunque su tema sea la luz. No creo que sea un llamado a extinguirse, aunque el tema que lo atraviesa es la falta de un sentido trascendente o inmanente en la vida. Más bien, da cuenta de una lucha; más bien, es una experiencia en el sentido profundo del término: integrándola a la vida, asumiéndola.

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¿Los personajes de sus cuentos hacen teatro y hacen gestos? ¿Qué vida llevan en usted, cómo se teatralizan, o no, y por qué?

Los personajes realizan acciones. Lo que son lo expresas en las situaciones que enfrentan, más que en una reflexión que hacen de ellas. Casi no piensan. Hacen. Hay un prejuicio aristotélico en ello. Uno es lo que hace, no lo que desearía hacer. Evidentemente, es mentiroso. También somos lo que dejamos de hacer. La riqueza de nuestra abdicaciones y traiciones.

Los personajes crecieron de mí, se alimentaron durante mucho tiempo en silencio, aun los que tuvieron una existencia histórica. Porque se trataba de crearlos de nuevo. De enfrentarlos a una situación. La escritura es algo que se me da muy lento.

¿Cuál es la naturaleza de sus personajes, qué buscan decir? ¿Los extrae de la realidad o son resultado de sus sueños? ¿Los oscurece y oculta, o no, y por qué?

Aspiré a que mis cuentos conmovieran, así como me conmueve la soledad de la gente. Conmover tiene muchos sentidos: inquietar, perturbar, mover a ternura. Tal vez porque estar vivo es tener la capacidad de emocionarse. Algunos personajes tuvieron una existencia histórica real. Otros, estoy convencido, pudieron existir realmente. Quería que fueran personajes entrañables. Es decir, gente a la que me hubiera gustado conocer, más allá de su bondad o maldad. Salen, como decía Borges, de ese sueño lúcido que es la literatura. Como toda persona, tienen sus luces y sus sombras, y ese momento en el que destellan es cuando los distingo de la marea humana y los llevo al texto.

¿Posee su poesía una tensión y una intención hacia lo exotérico o lo esotérico?

Mi poesía se expresa con las palabras que lo hace porque ellas no me pertenece a mí. Silva, el poeta, decía que los poemas se hacen en el interior y después salen. Por eso, pueden ser herméticos para algunos. Mi experiencia es que tengo muchos más lectores que los sienten en lugar de comprenderlos. ¡Eso es magnífico!, pues la sensibilidad es una forma de relación superior al conocimiento, ya que nos entendemos en lo que se calla.

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Los cuentos son distintos. Pongo todo de mí para que sean claros. Mantengo la efusión a raya, pero aspiro, de nuevo, a hacer sentir. La emoción es todo, solo que en el poema no me pertenece y en el cuento busco definirla activamente.

¿Qué lo hace temblar y temer ante lo conocido y ante lo desconocido? ¿Qué lo extravía? ¿Escribiendo lo revela y se rebela contra todo?

A medida que envejezco, siento que entro en la vida. Es decir, siento que cada vez tomo más consciencia de ella. Es como aposentarse en un sitio del que sabemos todo. De ahí surge la intimidad con las formas, aun con las del misterio, que renuncio a descifrar. ¿Qué sería del silencio o de la muerte si se les comprendiera? Es como tomar la vida y apretarla en las manos, sabiéndola mía. La vida en su desmesura, en su dolor y en su paz. El temblor del que hablas es la emoción de sentir. Dos cosas que vibran, una al lado de la otra, como un imán delante del hierro.

¿Podría indicarnos tres principios de su estética (ethos y pathos) que le permiten relacionarse con la filosofía y la literatura, la filosofía y la poesía, y con sus métodos?

Atención, emoción, contención

¿Cómo hacen fisión en usted la visión y la videncia, la figuración y la transfiguración? ¿En qué instantes lo hacen la persuasión y la disuasión?

No sé decir en qué instante preciso ocurre que las cosas se hacen un símbolo o cobran sentido en mi interior. Pero sí sé que hay un primer momento en el que soy consciente de un hecho. Lo guardo, por decirlo de alguna manera. No lo interpreto, no lo fuerzo. Después, con el tiempo, él mismo aparece transfigurado, pleno del sentido que quería decirme. Me pasa con la poesía y con la prosa. Por eso necesito tiempo para escribir.

Por Óscar Jairo González Hernández

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