Carlos del Castillo: “Si tengo el micrófono prendido, la pregunta central es qué voy a decir”
La película colombiana “El niño de los mandados” narra la historia de Alfonso, un niño que tras la muerte de su mamá emprende su propia lucha para salir adelante. En un intento por contar la niñez en Colombia, desde una mirada humana, Carlos del Castillo, director de la película, quiso llevar al cine una historia sencilla y común. Esta producción se unió a la iniciativa Mandados de esperanza, con la que el Instituto Roosevelt busca financiar el tratamiento de 100.000 niños.
María José Noriega Ramírez
Una historia cotidiana, en la que la empatía, el amor y la lucha son los elementos centrales de la narración, es la base de “El niño de los mandados”, una película que intenta narrar la vida de los colombianos del común, la vida de quienes sufren la pérdida de un ser querido, de quienes quieren enterrar dignamente a quien murió, de quienes tienen que abandonar el colegio por conseguir trabajo y subsistir, pero, sobre todo, de quienes se preocupan por el otro y le tienden la mano a quien lo necesita.
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Una historia cotidiana, en la que la empatía, el amor y la lucha son los elementos centrales de la narración, es la base de “El niño de los mandados”, una película que intenta narrar la vida de los colombianos del común, la vida de quienes sufren la pérdida de un ser querido, de quienes quieren enterrar dignamente a quien murió, de quienes tienen que abandonar el colegio por conseguir trabajo y subsistir, pero, sobre todo, de quienes se preocupan por el otro y le tienden la mano a quien lo necesita.
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Carlos del Castillo escribió, y llevó al cine, la historia de Alfonso, un niño que pierde a su mamá de repente. Su mayor preocupación es conseguir trabajo para poder comprar el letrero que acompañe su tumba. El colegio lo tuvo que cambiar por el trabajo en la botica del pueblo, lugar en el que aprendió a mezclar hierbas para disminuir los dolores de la gente enferma en su comunidad. La historia de Alfonso no es única, al contrario, es la historia de muchos. De ahí se entiende que “El niño de los mandados” sea una historia sencilla, pero que apela a los valores humanos. En un intento por narrar a Colombia de una forma diferente, alejándose de las temáticas comunes de las producciones recientes y de las fórmulas que se han vendido desde las grandes industrias del cine, la película vuelve al origen mismo: al campo y a la familia.
¿Cómo surgió “El niño de los mandados”?
Esta es una historia que está inspirada en la infancia de mi padre, un niño que perdió a los 11 años a su mamá y quedó huérfano. Esta es la historia de nuestros padres y abuelos que vivieron en una época en la que tuvieron que luchar y defenderse por sí solos. A muchos de ellos les tocó trabajar desde muy niños, desde muy jóvenes, y la película cuenta esa historia de resiliencia, de superación, de recibir la vida siempre con espíritu de lucha y de humanidad.
El mensaje de la película conecta con el tema de los valores y los principios, así como con el de la familia y el de ayudarnos como sociedad. El niño de los mandados es una historia sencilla y familiar, pues está construida sobre personajes reales, personajes de los pueblos. Colombia es un país, más allá de que uno haya crecido en una ciudad, en una capital, en el que siempre hemos tenido contacto con el campo. Ahí es que se da un link emocional y el público logra identificarse con la película.
¿Cuáles fueron los retos que enfrentaron a la hora de llevar al cine una historia cotidiana?
El ímpetu que nosotros tuvimos a la hora de pensar y hacer la película fue justamente sacar a la gente de las historias convencionales que hablan del narcotráfico, por ejemplo, con la intención de rescatar esa otra cara del país, narrando la historia de aquellas personas que todos los días salen a trabajar y a construir. Este mensaje lo tuvimos claro desde el principio, pero efectivamente hubo una especie de barrera natural: en esta película no hay persecuciones, no hay balas, no hay armas, ¿será que funciona? Nosotros tuvimos el temor de no incluir estos ingredientes que normalmente funcionan en el cine, como meter escenas eróticas y demás, la fórmula que nos han vendido desde Hollywood y que tristemente ha funcionado, pero esta es la excusa perfecta para ver otras películas y otras historias. “El niño de los mandados” implicó ir contra todos los pronósticos. Hemos recibido una buena reacción por parte del público y no nos la esperábamos. Esta película no es cine arte, pero tampoco es una película comercial. Simplemente es una historia real y de ahí se entiende que la gente llore y ría con ella.
Cuénteme las experiencias que más recuerde cuando piensa en la realización de la película. Alguna anécdota que lo haya marcado.
Independientemente de ser el guionista y el director de la película, la anécdota que más recuerdo tiene que ver con Amado Suárez, el protagonista de la historia. Nosotros ya habíamos escogido al niño de los mandados, luego de haber hecho un casting con 97 niños y de haber recorrido 42 pueblos. Nuestra productora, que nació en Boyacá y nos hizo todo el recorrido por el departamento, encontró Monguí. Allí dimos con todo lo que nos hacía falta para contar la historia, nos sumergimos en él, y nos topamos con un niño que, precisamente, es el niño de los mandados del pueblo. Por circunstancias de la vida sufrió un abandono, vivió en la calle por algunos años, le tocó trabajar, pero tiene un espíritu de lucha y humanidad, que cuando lo conocí vi en él la figura de mi padre. Haber encontrado a ese niño que logra transmitir esa nobleza, esa inocencia, ese espíritu de lucha, a solo mes y medio de empezar a rodar la película, es la anécdota más importante que tengo. Esto nos permitió contar la historia de una manera muy poética y simple. Amado Suárez incluso se siente identificado con la historia. Si bien su experiencia no es idéntica a la de Alfonso, el protagonista, la película fue una forma en la que él contó algo de su vida.
¿Por qué cree importante que en el cine se reflexione sobre la niñez y sobre las problemáticas que surgen en ella?
Nosotros dejamos a los niños, entre los siete y los quince años, en manos de Marvel y los superhéroes, sin demeritar estas películas. De alguna u otra forma, estas historias hablan sobre la disciplina, sobre la lealtad, entre otros valores más, pero también tienen unos mensajes vinculados a la venganza, por ejemplo. Así, los niños, dependiendo de cuáles son sus superhéroes, crecen creyendo que ser vengativos, poderosos, violentos o millonarios es el camino correcto, y resulta que no necesariamente es así. La cuestión de fondo es que esas no son nuestras historias, no somos nosotros, y no hay un proceso de construcción de identidad en ellas.
Hablemos de Mandados de esperanza, la campaña con la que el Instituto Roosevelt busca financiar el tratamiento de 100.000 niños el próximo año. ¿Cómo se vinculó “El niño de los mandados” a esta iniciativa?
El Roosevelt tiene la necesidad, como cada año, de recaudar fondos para poder funcionar y operar. Se encontraron dos necesidades: la de la entidad, en cuanto a crear estrategias para movilizar las donaciones; y la de los artistas, quienes estamos buscando espacios para mostrar nuestras composiciones y obras. Se dio la oportunidad de hacer esta simbiosis en la que nosotros aportamos desde donde podemos, desde nuestro arte, donando el 100% de la premier de la película al instituto. De ahora en adelante, hasta el 21 de diciembre, tanto el instituto como nosotros, como co-productores, recibiremos un porcentaje por la visualización de la película. Así podremos financiar los costos internos de la producción y la entidad se sigue beneficiando.
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Desde lo que sabemos hacer, decidimos aportar nuestro granito de arena para que el instituto continúe con su labor de ayudar a mejorar la calidad de vida de cientos de niños. No hay que olvidar que el Roosevelt fue una de las instituciones que participó activamente en la erradicación de la poliomielitis, por ejemplo. Para nosotros es un honor ser parte del impulso que el instituto tiene de ayudar a más de 100.000 niños que tienen sus tratamientos represados.
¿Cree que el cine tiene alguna responsabilidad a la hora de retratar las dinámicas sociales que se viven a diario?
Por supuesto, y no es solo responsabilidad de nosotros. Es una responsabilidad de todos los seres humanos. Los artistas, los periodistas, todos aquellos que tenemos el poder de decir o escribir algo, tenemos el privilegio de hablar, de cuestionar y de enseñar. Esto nos corresponde hacerlo a los artistas y a todos los que tenemos la facilidad de expresión, porque si dejamos esto en manos de los políticos y de la gente que maneja las finanzas del país, estamos arruinados. Alguien le tiene que poner poesía a esto, alguien tiene que contar las cosas de cierta forma, alguien tiene que saber cómo hacer reír a las personas cuando más lo necesitan, y alguien debe tener la capacidad de llamar la atención cuando es necesario. Esto es una responsabilidad y un privilegio, pues si tengo el micrófono prendido, la pregunta central es qué voy a decir.