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Carlos Fernando Tovar: “Los animales dan el amor más puro que existe”

Ser veterinario implica acompañar los momentos más felices y también los más dolorosos de la vida de un animal. Aunque Tovar ha conocido de primera mano ese cariño, también sabe que no se puede ser egoísta cuando llega el momento de dejarlos ir. Así es como él ha afrontado este camino rodeado de pelos.

Santiago Gómez Cubillos

14 de junio de 2025 - 09:20 a. m.
Desde hace 16 años, Fernando Tovar ejerce como médico veterinario.
Foto: Archivo personal
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¿Cómo decidió ser veterinario?

Primero entré a estudiar Zootecnia, pero era muy vago. Cuando iba en tercer semestre, mi papá me dijo que ya no me iba a seguir pagando la carrera. Él creyó que no podía hacer nada más, pero yo sabía que sí. Así que me metí a estudiar Administración y Finanzas en la Iberoamericana. Ahí empecé a ser un poco más juicioso. Teníamos un restaurante con mi hermana Gloria, entonces nos levantábamos a las cuatro de la mañana, trabajábamos hasta las dos, yo estudiaba de seis a diez de la noche y los fines de semana también trabajaba. Como mi papá ya me vio más responsable, y él sabía que lo que realmente quería era estudiar Veterinaria, me dijo que lo hiciera, que él me iba a apoyar. Sin embargo, falleció cuando yo aún no había terminado, así que fue Nubia, mi otra hermana, quien me ayudó a pagar el resto de la carrera hasta que me gradué en 2008.

¿Diría que su amor por los animales es algo de toda la vida?

Sí, claro. Me acuerdo de que desde pequeño recogía animales de la calle y me los llevaba para la casa. Y bueno, también tuve dos bichones habaneros, Laura y Sasha; estuvo también Ela, que era una rottweiler gigante que vivía en el patio. Incluso tuve uno que vivió en mi carro como siete meses, mientras yo estaba en la universidad. Lo encontré y no podía entrar a la casa porque estaban las perritas pequeñas. Le puse de nombre Amigo, mientras le conseguía un hogar. Ese perro era tremendo. Cuando llegaba de la universidad, le abría la puerta, él salía, jugaba, yo le ponía platicos con comida, y cuando me iba, le decía: “Vamos, Amigo”, y él se subía y dormía en el carro. Vivió así como seis meses conmigo. Era destrozón, pero lo quería mucho.

¿Cómo cree que ha cambiado la relación de las familias con sus mascotas en los últimos años?

Lo que pasa es que ahora, como cada vez es más difícil mantener a un hijo, muchas personas deciden tener un perro o un gato. Eso ha llevado a que la gente tome más conciencia de que son seres vivos que necesitan lo mismo que cualquier otro: amor, comida, atención médica, descanso y, sobre todo, tiempo. Es importante que las personas tengan tiempo para sus mascotas. Por ejemplo, un gato no necesita tanta atención: si lo dejas solo dos días, no pasa nada, mientras tenga su comida, su arena y su agua. Pero si dejas solo a un perro un día, puede acabar con la casa, deprimirse o enfermarse. Esa es la diferencia. Ahora la gente entiende que los animales son parte de la familia, y ya no se les trata como antes, cuando los dejaban en el patio con un plato de comida y listo.

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Usted también es el encargado de aplicarles la eutanasia, lo que comúnmente llamamos “dormir”, a algunos animales. ¿Cómo afronta eso?

Eso es muy duro, sobre todo por el dolor que uno ve en los demás. Pero, viéndolo desde otro punto de vista, también es un acto de amor. Hay un punto en el que uno sabe que el animalito se va a morir, pero la diferencia está en cómo se llega a ese punto, porque uno puede evitarles mucho sufrimiento. Yo suelo recomendar la eutanasia cuando el animal ya no puede realizar ciertas funciones básicas como dormir, comer, hacer popó o hacer chichí sin dolor. Si no es así, lo mejor es dejarlo descansar, aunque esa es una decisión que siempre tiene que tomar la familia.

Por ejemplo, una señora me llamó a decirme que me pagaba lo que fuera por salvar a su gatica, pero revisando los exámenes me di cuenta de que ya no tenía calidad de vida. Tenía leucemia, VIH felino, estaba postrada... Entonces yo le dije: “Yo no me imagino cuánto ama usted a su gata, pero el amor no puede ser envidioso ni egoísta”. Es una decisión muy difícil, pero lo que trato de transmitirle a la gente es que hay que pensar en el bienestar del animal, no solo en el dolor de uno.

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Si la mayoría de quienes tienen mascotas saben que lo más probable es que tarde o temprano va a llegar ese momento, ¿por qué cree que insisten en tenerlas?

Es que eso es la vida. Es como cuando terminas una relación con una persona que has querido mucho. La relación se acaba, pero eso no significa que no vayas a volver a amar o a tener a alguien en tu vida. Los animales vienen, te dan el amor más puro que existe y luego se van. Ese es su ciclo. Obviamente es algo que duele mucho, pero la idea es volver a empezar. Sobre todo porque cada animal es único. El amor que uno les tiene puede tener cosas parecidas, pero cada uno es diferente.

¿Qué significa el amor de un animal para usted?

Es una de las cosas más grandes que existen. Un animal no te exige nada: no quiere sexo, no quiere plata, ni siquiera comida. Te ama por como tú eres. Uno puede ver personas que son groseras, incluso malas, que maltratan a sus perros, y aun así esos animales los siguen queriendo. Por eso digo que es el amor más puro que hay, porque no va detrás de ningún interés. Con un par de caricias, un perro te ama. Y si tú le demuestras amor, él se hace matar por ti. Eso no pasa con las personas.

Por Santiago Gómez Cubillos

Periodista apasionado por los libros y la música. En El Magazín Cultural se especializa en el manejo de temas sobre literatura.@SantiagoGomez98sgomez@elespectador.com
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