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Carlos Gardel: la voz del tango que murió hace 86 años

Presentamos un fragmento del libro Gardel, del escritor e historiador argentino Felipe Pigna, publicado por Editorial Planeta. Este apartado narra las últimas horas del “Zorzal Criollo”, antes del accidente aéreo en el que murió.

Felipe Pigna
24 de junio de 2021 - 11:47 p. m.
Carlos Gardel fue cantante, compositor y actor de cine.
Carlos Gardel fue cantante, compositor y actor de cine.
Foto: EFE

Yo nací en Buenos Aires a los dos años y medio.

Carlos Gardel

*

Bogotá, lunes 24 de junio, 8:00 horas

A las 8 de la mañana del lunes 24 de junio, el conserje del Hotel Gra­nada (1) despertó a Gardel. Carlitos, que había tenido una noche “agi­tada”, estaba agotado y miró el cielo refunfuñando: Bogotá amanecía con un sol muy tímido y muchas nubes amenazantes. Remoloneó un rato y se dispuso con sus asistentes a preparar el equipaje. Bajó a desayunar cerca de las diez en el amplio comedor del hotel. Luego cumplió con algunos compromisos sociales, firmó las últimas fotos, posó para las cámaras y recibió al director de orquesta Efraín Orozco y al gerente local de la United Press. No había almorzado todavía cuan­ do “departió amablemente”, como dicen las crónicas, con un grupo de admiradoras, empresarios y periodistas hasta pasado el mediodía. Todos querían despedirse del «Rey del Tango». La nota de ternura que conmovió al Zorzal la puso un pibito colombiano que insistió en verlo para regalarle un tiple. Carlitos le agradeció y pidió que lo guardaran con mucho cuidado con el resto del equipaje.

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Se juntó con Alfredo Le Pera, que no tenía uno de sus mejores días, a analizar la «cuenta regresiva». Carlitos trató de darse ánimo y transmitirle un poco de confianza a su compañero: “Mirá, quedan dos en Cali, cuatro en Panamá y al final La Habana. Si Nueva York insiste en la opción de dos películas más, las hago y se acabó. ¡Después a Toulouse a buscar a la vieja y de ahí a Buenos Aires!”. (2).

A las 13:15 salieron del hotel. Tuvieron que hacerlo por la puerta trasera, para esquivar a la multitud que bloqueaba la salida principal con la intención de despedir a su ídolo. (3).

El grupo partió hacia el aeropuerto para tomar el Ford trimotor F­31 de la empresa SACO. A pesar de los oscuros nubarrones, el vuelo a Cali no se canceló. Con Gardel viajaban Le Pera, Guillermo Barbieri, Ángel Riverol, José María Aguilar, José Plaja, Alfonso Azzaff, José Corpas Moreno, Celedonio Palacios y Henry Swartz. Poco antes de subir a la nave, Azzaff advirtió que el avión “iba cargado hasta la boca”, lo que derivó en el comentario de Le Pera: “No faltaría más que ahora nos hagamos mierda todos”.

Piloteado por el norteamericano Stanley Harvey, el avión se elevó por encima de las nubes y pronto comenzó a temblar por las turbu­lencias. Todos se miraron pero nadie dijo nada. El F­31 empezó a descender hacia el aeropuerto Enrique Olaya Herrera de Medellín, donde solo haría una parada técnica de unos quince minutos. Una multitud se reunió para recibir al Zorzal, agitando pañuelos. Se des­ tacaba una delegación de estudiantes que había recibido permiso para concurrir al aeropuerto.

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Medellín, lunes 24 de junio, 14:26 horas

Carlitos no podía ocultar una mezcla de disgusto y temor por viajar en avión. No se veía brillar tan nítidamente su mítica sonrisa. Venía cansado de una gira interminable por Puerto Rico, Aruba, Curaçao y Venezuela. Ya acumulaba más de 60 actuaciones desde el 1º de abril, y faltaban todavía algunas fechas en Colombia, el debut en La Ha­bana y México para volver, sin vacaciones, a Nueva York a filmar un par de películas, para ir a buscar a su querida madre a Toulouse y de ahí emprender el regreso. En ese plan que había elegido a medias, le iba quedando lejísimo su Buenos Aires querido.

La comitiva había bajado del avión que venía de Bogotá para hacer una breve escala y continuar rumbo a Cali, donde lo esperaban esa noche cinco mil personas que habían pagado ansiosas sus entradas para verlo en el Teatro Isaacs. Gardel sonrió sinceramente y se detuvo a saludar a la multitud. Tenía un especial cariño por toda esa gente que se había tomado la molestia de ir a despedirlo. Lo conmovían en particular los niños que a upa de sus madres agitaban sus pañuelos.

Sabía de sobra que la fama “es puro cuento”, como dice el tango, y que había que “cuerpearle a la vida” como le gustaba decir, pero algo que no podía explicarse ni a él mismo lo ensombrecía. La breve escala alcanzó para tomar un refrigerio, comer unos sándwiches de pollo y tomar unas cervezas dulces y unos Highballs (4). Gardel notó que su pesadumbre era compartida por el guitarrista Guillermo Bar­bieri, su querido “Barba”, que siempre extrañaba a su amada Rosarito, a su familia y los partidos de Huracán. No podía disimular que volar no era lo que más le gustaba en la vida. Carlitos lo miró con ternura y le dijo con su inconfundible tonada porteña y sentenciadora: “Mirá, hermano, me hago cargo de tu inquietud, que, ¿por qué no decirlo?, la siento yo también. Estoy cansado de andar y andar. Como vos y como los otros muchachos, deseo pararme de una vez. Te juro, ‘Negro’, este es el último viaje. Después de este nos quedaremos quietos en la tierra. ¿Dónde vamos a estar más seguros que en el suelo?”. (5).

Pero más allá de estas palabras de consuelo al “Barba”, Gardel se animó finalmente a confesarle por lo bajo al «Indio» Aguilar, su otra gran “escoba”:(6) “Mirá, hermano, yo no sé si me estaré poniendo viejo, pero te juro que me parece que algo grave va a pasar”. Aguilar trató de calmarlo y le dijo: “No seas pesimista, Carlitos, ¿qué puede pasar?”. Gardel trató de reponerse y le contestó: “Bueno, ‘Indio’, nos queda una hora y cuarto y después, no nos subimos más a uno de estos bichos”. Y se puso a cantar como un mantra “Mi Buenos Aires querido”. (7).

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Cuando estaban terminando sus bebidas, se sumó al grupo el pi­ loto de la segunda etapa y dueño de la compañía, Ernesto Samper Mendoza, a quien se lo notaba tan emocionado como inquieto. Cada tanto miraba hacia la pista en dirección al avión de la SCADTA que despegaría minutos después que su vuelo. Gastó algunas bromas y los invitó a subir al avión.

Camino a la máquina, Gardel volvió a saludar efusivamente a su público. Se ubicó en el lado izquierdo del avión. Ocupó el segundo asiento de mimbre individual, detrás de Swartz y al lado de Le Pera, que se sentó a la derecha, pasillo mediante. El ruido era ensordecedor y le pidió un chicle al “Indio” y un poco de algodón para los oídos. Antes de cerrar las puertas, imprevistamente y entre las protestas del piloto, subieron a bordo 12 pesados rollos de películas de celuloide altamente inflamable, destinados a los cines de Cali que fueron co­locados, como se pudo, debajo de los asientos. El título del film era Payasadas de la ida.

El asistente de a bordo, Grant Flynn, cerró con cierta dificultad las puertas y recorrió sin éxito los asientos, pidiendo a cada uno de los pa­sajeros que se ajustara los cinturones. Todos se negaban y le decían que “eso era para los pibes”. Terminada su infructuosa tarea se fue hasta el final del aparato y se ubicó en el último asiento del lado izquierdo, de­trás de Aguilar. Carlitos miró por la ventanilla y, como hacemos todos cuando está por despegar un avión, se entregó a su suerte. El carreteo fue extraño y ruidoso, lo que hizo exclamar a Gardel: “Che, viejo, esto parece un tranvía Lacroze”. Sintió que la nave giraba bruscamente y se salía de la pista central y tomaba por un carril lateral. No tuvo tiempo de mucho más, vio por la ventana que el avión iba derecho a chocar contra otra nave, que esperaba su turno en la pista para el despegue. Alcanzó a decirle a Samper “¡Che, Piloto! ¡¿Qué pasa?!”. Fueron las últimas palabras del Zorzal. En segundos se producía una violenta explosión. (8). Una vida terminaba y nacía una leyenda.

Nacer

El fin de siglo en que le tocó nacer a Carlos Gardel era un tiempo de profundos cambios. En 1889, la III República festejaba el centena­ rio de la Revolución Francesa con la Exposición Universal de París. Se estaba forjando un nuevo mundo de hormigón y acero cuyo faro simbólico era la Torre Eiffel. Esta estructura de 300 metros de altura, construida en hierro, se convirtió sin dudas en la máxima atracción de aquella exposición en la que la Argentina lució uno de los pabe­llones más lujosos y ostentosos. Todos hablaban de la París del Sur sin advertir la profunda crisis económica y social que se avecinaba.

El movimiento obrero se manifestaba con fuerza en todas partes. Los sindicatos, los grupos anarquistas y la creación de partidos socialis­tas y de la Segunda Internacional en París en 1889 daban cuenta de es­ tos avances. En 1890 se conmemoró por primera vez el Primero de Mayo, en homenaje a los mártires obreros anarquistas asesinados en Chicago en 1886 por reclamar la jornada laboral de ocho horas.

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También eran los tiempos de una verdadera revolución en el arte y el diseño. El realismo había dado paso al impresionismo. El artista se sentía libre de reflejar la realidad no ya como un espejo sino se­gún sus impresiones más profundas y eso contagiaba a la música, la literatura y hasta la arquitectura. Paralelamente, el Art Nou eau en Francia y el Arts and Crafts en el Reino Unido, impulsado por William Morris, revolucionaban el mundo del diseño, inundándolo de formas vegetales, erotismo e imaginación. El afiche encontraría en Toulouse Lautrec y en Alfons Mucha sus máximas expresiones. El arte salía de los museos para integrarse al paisaje urbano.

*

(1). Un hermoso edificio de estilo francés. Ubicado en la Carrera Séptima en su cruce con la Avenida Jiménez, vecino al Parque Santander, había sido inaugurado en 1928. Se incendió durante el Bogotazo de 1948 y sus restos fueron demolidos en 1951. En su solar se construyó el Banco de la República.

(2). Nicolás Díaz, citado por José Barcia, Enriqueta Fulle y José Luis Macaggi, Primer diccionario gardeliano, Buenos Aires, Corregidor, ediciones 1985 y 1991, pág. 32.

(3). Ricardo Filighera, «¿Es el cuerpo de Gardel?», Crónica, 24 de junio de 2011; Simon Collier, Carlos Gardel. Su ida, su música, su época, Buenos Aires, Suda­ mericana, 1988, págs. 224­225; Edmundo E. Eichelbaum, «Gardel: Medellín lo resucita», revista Panorama, 8 de octubre de 1968, pág. 42.

(4). Trago a base de soda o gaseosa y una bebida alcohólica, que puede ser whisky o ron, servido en un vaso alto.

(5). Orlando del Greco, Carlos Gardel y los autores de sus canciones, Buenos Aires, Ediciones Akian, 1990, pág. 31.

(6). Así apodaba Gardel a sus guitarristas.

(7). Entrevista a José María Aguilar, realizada por Eros N. Siri, Caras y Caretas, enero de 1936.

(8). Los detalles del accidente y las diversas hipótesis sobre el mismo son tratados exhaustivamente en el último capítulo.

Por Felipe Pigna

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