El Magazín Cultural

Cartier-Bresson y la mirada militante

En el Museo del Banco de la República se están exponiendo 90 fotografías del que sería uno de los reporteros gráficos más importantes del siglo XX: Henri Cartier-Bresson. Retrato de un nómada.

Camila Builes / @CamilaLaBuiles
25 de mayo de 2017 - 01:00 a. m.
México, 1934. / Henri Cartier-Bresson
México, 1934. / Henri Cartier-Bresson

Candelaria de los Patos, Ciudad de México, 1934. La polvorienta Calle Cuauhtemotzin ebulle por el sol. Al lado del camino hay unas casas con ventanas en las puertas por donde salen las cabezas negras de unas prostitutas que se las arreglan para sacar al menos una mano y fumar ahí. De día no trabajan. Se quedan sentadas a la orilla de esa calle con el maquillaje derritiéndose por la cara hasta llegar al cuello y quedar hecho una masa pegachenta. Cuando el sol comienza a esconderse, esas mujeres sacan de un bolsito negro un lápiz oscuro y se pintan las cejas y los ojos y los labios.

“Si la puerta está cerrada es porque hay un cliente”, cuenta un francés que en esa época tenía 26 años. Un joven con la piel vuelta trizas por el sol, amigo de Salvador Dalí, André Bretón y Max Ernst. Los surrealistas. Que llegó a México para hacer un registro fotográfico de la carretera Panamericana que se frustró por falta de previsión. Sin embargo, ese muchacho de piel camaronesca, ese muchacho que se llamaba Henri Cartier-Bresson, se quedó cerca del gran mercado de la urbe, enloquecido por el bullicio de los caballos, por el vocerío de las putas que hacían el amor en las calles, y comenzó a hacer sus primeras fotografías en América Latina.

Esa vida en México lo llevó a ser amigo de las grandes figuras del comunismo mexicano. Trabajó para el periódico Excelsior y vivió con el pintor Ignacio Aguirre y el poeta estadounidense Langston Hughes. Otra de sus vecinas en el entonces barrio rojo de la capital fue Guadalupe Marín, la exesposa de Diego Rivera. “No hay constancia de que Henri Cartier-Bresson y Rivera se conocieran, pero es muy probable, dado que es ella quien lo introduce en el mundo de los personajes políticamente activos y el pintor y Lupe Marín nunca dejaron de verse”, contó en una entrevista en El País de España María Fernanda Burela Maldonado, investigadora y coordinadora de la colección de Cartier-Bresson en México.

En ese período de convulsión artística en el país, Cartier-Bresson retrató el bajo mundo mexicano. Imágenes con un halo de cotidianidad, rostros sucios y compungidos. Cuerpos deformes y obesos. Niños corriendo entre las ruinas de ciudades primitivas. Hizo todo eso y luego paró.

La cámara política

Cuando Cartier-Bresson regresó a Europa en 1935, después de su estancia en México, comenzó a fotografiar cosas distintas. Retrató la llegada al poder del fascismo en España y Alemania y la elección del gobierno socialista del Frente Popular en Francia. El drama de la República española despertó en él un reflejo militante indestructible. Trabajó en la prensa comunista en revistas como Regards. El cubrimiento que hizo de la coronación de Jorge VI como rey de Inglaterra, más allá de ser un documento pionero en la práctica del reportaje, se volvió un espejo crítico de la época: imágenes que eran más que personas dentro de un cuadro, una denuncia de lo que estaba pasando. En lugar de presentar una convencional coronación, Cartier-Bresson prefirió mostrar al pueblo inglés intentando entrever, a través de unos arcaicos binoculares, el convoy real.

La invasión a Europa por los nazis y la movilización general decretada por Francia obligaron a Cartier-Bresson a volverse uno de los integrantes del Servicio Cinematográfico del ejército francés. Fue su época más triste. Pasó parte de esa guerra en Desseau, uno de los campos de concentración nazis. Intentó tres veces huir. Ese episodio lo volvió un resistente.

¿Cuál es su viaje preferido?
Mi triple huida como prisionero de guerra.

Después de la guerra

Luego de la Segunda Guerra Mundial, Cartier-Bresson era otro hombre. Un hombre más simple, sin deseos de opulencias, con los ojos tapados siempre por la cámara. La guerra le reveló el horror que puede producir un hombre con voluntad férrea y sin necesidad de descanso.

En 1946 se embarcó hacia Estados Unidos, ese monstruo gris que al principio le parecía extraño y terrorífico. Viajó con el escritor John Malcolm y realizaron un extenso reportaje que retrataba todas culturas de un país, que hasta ese momento sólo tenía una forma de verse, de conocerse.
La fotografía debe mostrar una historia completa dentro del cuadro, tal como se hacía en el marco de una pintura histórica.

Estados Unidos fue el lugar perfecto para que Henri Cartier-Bresson, junto a David Seymour, Robert Capa, William Vandivert y George Rodger, creara Magnum, la agencia de fotos más importante de la historia. “Deja el surrealismo en tu corazón y conviértete en un fotoperiodista, si no acabarás amanerándote”, le recomendó astutamente su amigo Capa en 1946.

Estados Unidos también fue el lugar donde Cartier-Bresson dejó sus influencias surrealistas para siempre y se convirtió en un maestro de la geometría.
Sentimientos tiene todo mundo. Lo importante es la geometría, que todo esté en su sitio. 

Las imágenes realizadas para Magnum de los movimientos independentistas y de las guerras en Asia y España revelaban la relación que Cartier-Bresson empezó a tejer con la realidad: el movimiento, el famoso instante decisivo, la poética de la verdad.

A partir de allí, sus fotografías se convirtieron en documentos precisos, testigos históricos del siglo XX. Fue un ojo agudo que trascendió la estética vana de los estudios y las grandes luces. Y aunque los primeros críticos de su obra tachaban sus imágenes de “equívocas, ambientales, antiplásticas y accidentales”, lo único que no podían decir —y nunca lo dijeron— es que eran productos de la casualidad o el azar.

El error, el malentendido con respecto a ese “momento decisivo” asociado al nombre de Henri Cartier-Bresson es que se ha convertido en un tipo de patrón, como si sólo existiera un único momento justo, aquel en que todo encaja a la perfección de forma geométrica. Muchos fotógrafos se han descarriado en su intento por imitar ese equilibrio. El momento decisivo se ha impuesto a sí mismo y de alguna forma ha distorsionado, o en cualquier caso simplificado, la forma en la que se observa la obra de Cartier-Bresson, como un árbol que esconde el bosque.


*Noventa fotografías de Henri Cartier-Bresson están expuestas en el Museo del Banco de la República, en Bogotá. La entrada es gratuita.

 

Por Camila Builes / @CamilaLaBuiles

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