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El reloj marcaba las 2:40 de la mañana cuando en fila india Luis Andrés Colmenares, Lorena, Jenny, y sus demás amigos abandonaron el bar Mirage Home. El frío de la madrugada, incrementado por una noche súbitamente despejada, los obligó a ponerse sus abrigos y a frotarse las manos en busca de calor. En un rincón, junto a la puerta de entrada, mientras esperaban a que el encargado del parqueadero les entregara la camioneta, Lorena le recriminaba a Luis su comportamiento, mientras él con la cabeza inclinada fingía escucharla, sin pronunciar palabra, atrapado en una confusión de imágenes: Lorena en los brazos de Valdivieso, los gestos intimidantes que Bárcenas desde hacía varias semanas le lanzaba en la universidad cada que se cruzaban en algún pasillo, la burla silenciosa y distante de su grupo cuando pasaba cerca y los mensajes de advertencia que le enviaba.
Tres semanas antes, mientras Luis caminaba por la universidad con un amigo, se cruzó con Marcos Bárcenas, quien lo miró desafiante, levantó la ceja en señal de saludo, Luis le respondió con el mismo gesto, y Bárcenas con expresión burlona lo recorrió de arriba abajo detallando su ropa, sus zapatos, su rostro, luego con los dedos elevados le hizo una señal que Luis no comprendió.
–¿Qué fue eso? –preguntó desconcertado el amigo que caminaba junto a Luis Andrés.
–Es el ex de Lorena que quiere volver con ella. No se resigna.
–Te acaba de amenazar –exclamó con preocupación, pero Luis lo miró con incredulidad–. ¿No viste el gesto que te hizo?
–Sí, lo vi, pero no lo entendí.
–Eso es una llave, quiere decir que está esperando el momento… –explicó alarmado. Además de la evidente tensión del casual encuentro ese gesto equivalía a un ultimátum en lenguaje juvenil. Luis no le dio mayor importancia en ese momento, pero ahora que lo recordaba, luego de saber que Marcos esperaba un encuentro para resolver sus supuestos problemas, un extraño escalofrío recorrió su espalda.
–No tienes que ir si no quieres, total él sólo está celoso… –le dijo Lorena.
–No Lore, debo ir, hay que hablar y aclarar las cosas, no voy a pelear, me conoces, pero ya toca frentear este asunto de una buena vez por todas, y que mejor momento que ahora. Hay que parar a tu exnovio, si no lo hago me va a joder toda la vida –dijo levantando la voz–. Voy a ir.
–¿Ir a dónde? –preguntó Jenny que sin querer escuchó su última frase y se acercó con curiosidad.
–Ay, Jenny –respondió Lorena– Marcos quiere resolver el problema que tiene con el Negro y lo citó en el parque el Virrey, convéncelo de que no vaya, es absurdo, yo conozco a Marcos, cuando está tomado se pone tenaz.
–Negro, para qué le vas a dar gusto a ese patán, tú no eres de peleas y si es por Lorena, ella está contigo… el tipo está celoso y es un malcriado, no te expongas a que te dé una paliza.
En ese momento apareció Juan Esteban Moncayo, pero a diferencia de Jenny, quizá motivado por las copas de más, le pareció que era una muy buena idea encarar el desafío y resolver el problema.
–Eso, vaya Negro, ¡ponga a ese man en su sitio!
–Oye, tú deja de alebrestar acá que nadie te ha llamado…
–Ay, Lorenita, no venga a dárselas de santurrona que usted se muere de ganas de ver a dos manes dándose en la jeta por su culpa.
–Eso no es verdad. Por qué mejor no se abre que nadie lo ha invitado a este parche.
Juan Esteban tomó a su novia de la mano, le hizo un gesto a Luis con la mano y le deseó suerte.
–No se deje huevoniar Negro, ¡asuma como el varón que es! –exclamó mientras se alejaba dando tumbos. Luis le sonrió y se despidió levantando la mano.
–No quiero pelear con nadie, pero las vainas se resuelven enfrentándolas y prefiero hacerlo de una vez por todas y acabar con este tema, alguien tiene que pararlo ¿no?, está vaina se tiene que resolver hoy, ¡aquí y ahora!
–Ven –le dijo Jenny con afecto, tomándolo de la mano consciente de que no sería fácil manejar esta situación. Sabía que el licor suele envalentonar a los hombres hasta la estupidez, y que esta pelea estaba casada desde que empezó a salir con Lorena– vamos a comer todos a la Hamburguesería y pensamos bien las cosas. Ya Willy se fue por el carro, no demora…
–¡No! –gritó Luis atravesando la calle con paso decidido.
–¡Espera! –gritó Jenny, mientras Lorena trataba de alcanzarlos, haciéndole quite a un carro.
–Vamos por un perro caliente, aquí a dos cuadras, y pensamos con cabeza fría, por fa, por fa, ¿vamos? –le suplicó Jenny.
–Bueno –respondió Luis de mala gana y siguió caminando seguido por ella.
En la esquina de la calle 85 con carrera 15, Luis pidió un perro caliente sin cebolla y lo pagó con un par de billetes arrugados que sacó de prisa de su billetera. Luego dio media vuelta, dio un paso en dirección norte y cuando se disponía a dar el primer mordisco, levantó la mirada y vio a Marcos Bárcenas que pasaba frente a él manejando su camioneta a baja velocidad.
–¿Entonces qué Negro? ¿Viene a la cita o se le arrugó? –gritó asomándose a la ventana.
–Allá nos vemos –exclamó Luis. Miró el perro caliente con desgano y repentinamente sintiendo un enorme malestar lo arrojó a los pies de Jenny.
–Tengo que ir –dijo dando media vuelta y alejándose a paso veloz. Jenny se quedó quieta, no supo qué hacer ni qué decir. Lorena que desde la acera de enfrente había advertido lo ocurrido, pese a que en ese momento hablaba por celular, atravesó rápidamente la calle y de prisa le entregó su bolso a Jenny.
–Guárdamelo, yo debo ir tras él, este problema es por mi culpa –exclamó exaltada– llama a Willy para que nos recojan, yo voy a tratar de alcanzarlo, dijo echando a correr tras Luis. Jenny permaneció estática unos minutos sin saber qué hacer.
En el ambiente, incluso desde antes de salir del bar, se sentía la tensión de una futura pelea que dado el nivel de alicoramiento no auguraba nada positivo para ninguno de los implicados.
Lorena corrió tras Luis dos cuadras y logró alcanzarlo cuando él se detuvo para recoger el reloj que se le había caído al piso.
–No vayamos –le dijo Lorena con la voz entrecortada, tomándolo del brazo– no es necesario, podemos arreglar esto otro día, Marcos está ebrio y tú también, mejor vámonos.
–No, Lorena, este asunto se resuelve hoy, no le demos más largas, ¿bueno? ¿Acaso no es lo que querías?
Lorena no dijo nada porque en el fondo la idea de la pelea la excitaba, así que optó por acompañarlo. Caminó a su lado a través de la carrera trece hasta que reconoció a unos 50 metros de distancia, la camioneta oscura de Marcos estacionada en la curva de la calle 86. Luis también la reconoció y avanzó directo hacia ella.
–Aquí estoy Marcos, vengo a que resolvamos esto de una buena vez, ¡como hombres!
Marcos con el codo apoyado en la ventana sonrío exaltado, tenía las fosas nasales dilatadas y fuego en la mirada. Observó al Negro que se acercaba a través del espejo lateral, descendió con calma del carro, cerró la puerta y avanzó desafiante algunos pasos; luego, en un ademán de pelea, que de seguro aprendió en el cine americano, se enrolló las mangas de la camisa y se puso en posición de combate.
–¿Cuál es su problema Marcos? Hablemos y resolvamos esto –exclamó Luis.
–¡Aquí no hay nada que hablar, no sea marica! Mi problema es que usted Negro hijueputa puso los ojos donde no debía, se metió con quién no debía… el problema es que usted es un fantoche trepador y yo no voy a permitir que use a Lorena para lucirse en la universidad…
–Marcos yo no quiero líos, su problema es con Lorena, resuélvanlo entre ustedes, no es asunto mío.
–¿Ah, no? Me resultó cobardón el marica negro.
–¡No soy hombre de peleas!
–Pues debió pensar en eso antes de meterse con la mujer de otro… –gritó cegado por la ira.
Luis sabía que tendría que pelear; pensó que serían un par de golpes y todo habría terminado; con calma se quitó la chaqueta y se la entregó a Lorena que muy diligente extendió los brazos para recibirla.
–Bueno Marcos, si prefiere resolverlo a puños, ¡adelante! –exclamó adoptando posición de defensa.
Del carro de Bárcenas salieron tres hombres más; uno mayor y corpulento, tenía la mirada turbia y poco cabello, otro era más joven y el tercero, que era con seguridad un estudiante de la universidad, usaba un pañal, un gabán negro y de su cuello colgaba un chupo. Los tres se pusieron de pie junto a Marcos y miraron a Luis desafiantes.
–Ah, tres contra uno, eso no es de hombres Bárcenas sino de cobardes –gritó Luis desconcertado.
–¿Mucho miedo negro malparido? –respondió Marcos acercándose veloz seguido por sus amigos y sin dar tiempo a nada le lanzó un puño directo al maxilar inferior izquierdo haciéndolo caer al suelo.
Luis logró reincorporarse, pero cuando se estaba levantando los tres hombres se le vinieron encima, uno de ellos tomó la delantera y con un puntapié en la quijada logró reducirlo de nuevo.
–Lorena no tiene dueño –alcanzó a gritarle a Bárcenas– ella decide con quién quiere estar y con quién no…
–No sea huevón negro de mierda, Lorena no está a su nivel…
–Ni al suyo ni al de ninguno –gritó Luis ahogado por el dolor– si la quiere, cójala, no me interesa, es apenas para usted…
Lorena ofendida se acercó a Luis que estaba en clara desventaja y le estampó una cachetada acompañada por una mirada de asco y profundo desprecio.
–¡Respeta Negro! –exclamó ella, a lo que Marcos y sus amigos se acercaron de nuevo, lo rodearon, ella se retiró y comenzó una brutal paliza. Luis sintió que la muerte danzaba a su alrededor y sintió miedo.
* Periodista autora de ‘La oligarca rebelde’ (Mondadori) y ‘Camino minado’ (Ediciones B), sobre el asesinato de Manuel Cepeda.