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Catalina Lobo-Guerrero: “Me preocupó volverme inmune a lo que sucedía en Venezuela”

La periodista colombiana Catalina Lobo-Guerrero dice que Venezuela se le fue metiendo muy adentro. En sus cuatro años como corresponsal, la realidad del país latinoamericano le impregnó todo su ser, hasta el punto de que su mayor preocupación como reportera era volverse inmune a lo que sucedía a su alrededor. En Los restos de la revolución, la escritora hace un retrato político y social del país vecino.

Agencia EFE y Irene Escudero
19 de abril de 2021 - 04:26 p. m.
Como periodista, Catalina Lobo-Guerrero ha colaborado con The New York Times, The Guardian, El País, y con medios colombianos, como la Revista Semana o La Silla Vacía.
Como periodista, Catalina Lobo-Guerrero ha colaborado con The New York Times, The Guardian, El País, y con medios colombianos, como la Revista Semana o La Silla Vacía.
Foto: EFE - EFE/ Mauricio Dueñas Castañeda

Lobo-Guerrero vivió años clave de la historia reciente venezolana, pues llegó poco antes de la muerte de Hugo Chávez (2013) y se marchó cuando por primera vez la oposición ganaba las elecciones a la Asamblea Nacional (2015). Además, fue testigo de la llegada al poder de Nicolás Maduro, así como de centenares de protestas y de un clima de tensión constante, que retrata en Los restos de la revolución. “Venezuela siempre me dejaba totalmente descolocada”, dice la periodista que ha colaborado con The New York Times, The Guardian, El País, y con medios colombianos, como la Revista Semana o La Silla Vacía.

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Hacia una complicada polarización

“A mí siempre me pareció impresionante la forma como un suceso empieza a escalar una situación que en un momento dado la misma gente no sabe qué es lo que está sucediendo”, relata. Y eso es lo que ella sentía en Venezuela: nadie sabía lo que estaba por venir. El relato, la historia, cambiaba dependiendo a quién se le preguntaba. En el libro, una crónica de casi 600 páginas en la que retrata a múltiples personajes de la actualidad venezolana para hacer un retrato político y social complejo del país, Lobo-Guerrero habla de una “grieta” que se abrió el 11 de abril de 2002, durante el intento de golpe de Estado a Chávez. “No tanto porque haya sido un golpe, sino por lo que sucede después: no hay consenso todavía sobre lo que pasó ese día”, afirma. En ese momento, “deja de haber consenso sobre cuál es la historia de un país y qué fue lo que pasó allí”. “La grieta que apareció no dejaría de ensancharse desde entonces”, escribe la autora.

Esa grieta política lo impregnaría todo, hasta las noches de fiesta en la ciudad o las conversaciones que la periodista tenía con el tendero de la esquina, mientras pagaba unas manzanas. Porque “la política es un asunto muy emocional. Hugo Chávez, no el chavismo, Hugo Chávez construyó una relación emocional muy fuerte con millones de personas, y eso es indiscutible”, establece Lobo-Guerrero. El libro es un retrato de un país huérfano de quien fue su “padre” durante 14 años y de la llegada de un presidente que no logró suplir esa ausencia que sentía la gente, y que en su intento aumentó la interferencia (y el miedo) en todas las instancias de poder: juzgados, medios, Fuerzas Armadas y hasta en los barrios. Un país que lleva en el abismo desde entonces y que ha vivido momentos en los que el panorama -con barricadas en los barrios, improvisados hospitales de campaña y vecinos haciendo acopio de armas- se asemejaba bastante a un país a punto de adentrarse en una guerra.

¿Cuándo comienza una guerra?

“Yo no sabía si eso que estábamos viviendo era como los comienzos de una guerra”, habla sobre las “guarimbas” de 2014, “pero yo tenía la sensación de que eso podía ser peor, peor, peor, peor, pero Venezuela siempre me dejaba totalmente descolocada”. Hasta el punto que, cuando iba a alcanzar el “clímax”, el momento de enfrentamiento máximo entre manifestantes y la Policía, “todos se guardaban en sus casas” y cambiaba completamente el desenlace que todos pronosticaban.

En el relato quiso alejarse de esa vorágine y reflexionar, contar desde un punto de vista menos inmediato, lo que pasó en el país que fue su casa y que en algún momento le produjo rechazo. Llega un punto, reflexiona, en el que “los periodistas también tenemos que empezar a saber cuándo es momento de tomar distancia”, y el suyo fue cuando la oposición ganó las elecciones a la Asamblea Nacional de 2015 y el Gobierno no captó los resultados. “Tuve la sensación de que yo ya había visto suficiente y que no estaba muy segura de tener la misma energía para quedarme a ver lo que venía después”, asegura. Además, Venezuela le acabó produciendo un insomnio muy fuerte, que le negaba el descanso. “Me tomó varios años volver a dormir bien porque el sistema nervioso se queda como enganchado a otro ritmo”, reconoce.

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Un clima que se mete muy dentro

Cruzó una línea muy peligrosa que, aunque cueste creerlo, se vuelve muy adictiva para muchos periodistas. Ese ritmo frenético, el no saber qué va a suceder, el peligro, genera adicción a una adrenalina que cambia el funcionamiento del sistema nervioso y donde “empiezas a engancharte con eso y ya no puedes volver a niveles sanos, en donde tú experimentas las emociones de una manera adecuada”. En una nota, un compañero de oficio explicaba que todos los corresponsales en Caracas están tomando antidepresivos o ansiolíticos. “¿Qué está pasando aquí? ¿Cómo los periodistas estamos haciendo también nuestro trabajo? Esto tiene consecuencias y la primera de ellas es la salud mental”, subraya.

A Catalina Lobo-Guerrero no le gusta la violencia, pero acabó en Venezuela cubriendo protestas sin un casco o chaleco antibalas. Ahora sabe, “desde entonces y para siempre, cuál es el sonido que antecede a un asesinato por arma de fuego”.

Por Irene Escudero

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