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El hombre a los 40 años

El ensayista y filósofo rumano Ciprian Vălcan indaga sobre las distintas concepciones que tiene la edad en el hombre. Desde los ideales de la edad madura, las visiones que se tienen sobre la vejez y los deseos de cambio de la juventud.

Ciprian Vălcan*
24 de marzo de 2025 - 05:19 p. m.
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Foto: Nick Fewings / Unsplash
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Sin haber pensado en esto hasta ahora, me doy cuenta de que muchos de mis autores favoritos fueron hombres que encontraron su final entre los 40 y 50 años. Kafka muere un mes antes de cumplir 41 años. Kierkegaard muere a los 42 años. Schiller a los 45 años. Baudelaire a los 46 años. Camus a los 46 años. Pessoa a los 47 años. Walter Benjamin se suicida a los 48 años. Nietzsche, que muere a los 56 años, pierde la razón a los 45 años.

Los grandes emperadores de Roma son cuadragenarios. Tito sube al trono poco antes de cumplir 40 años. Marco Aurelio se convierte en emperador a los 40 años. Adriano a los 41 años. Trajano a los 45 años. Octavio Augusto se convierte en emperador algo antes, a los 36 años, pero sabemos, gracias a los testimonios de los historiadores, que era mucho más maduro de lo que su edad sugería.

En cambio, los tiranos, los criminales, los desgraciados ejemplares se reclutan entre los emperadores muy jóvenes, aquellos que suben al trono casi como niños. Heliogábalo es impulsado al trono a los 15 años. Nerón se convierte en emperador a los 16 años. Cómodo sube al trono a los 18 años. Caracalla a los 23. Calígula unos meses antes de cumplir 25 años.

En la Antigüedad, el anciano es el sabio por excelencia, porque ha logrado cortar la atadura de las pasiones. En los tiempos modernos, el atributo de la sabiduría pasa al hombre maduro, porque se considera que muestra suficiente cautela sin haber perdido la capacidad de actuar. A partir del Romanticismo, el joven se desliza en el primer plano, pero se impone definitivamente solo en la primera parte del siglo XX gracias a la importancia que adquiere para los ideólogos comunistas y fascistas. Y aunque el fascismo es derrotado y el comunismo va perdiendo gradualmente su capacidad de fascinar, el joven sigue siendo el modelo humano más apreciado gracias a la explosión de vitalidad y la contestación de la autoridad a mediados de los años 60, reconfigurando definitivamente la fisonomía de Occidente.

En algunas épocas históricas, el hombre de 40 años podía parecer el mismo propósito para el cual fue creado el mundo, ya que su seguridad en sí mismo, su juicio matizado y su control de las pasiones tendían a convertirlo en un factor de equilibrio, en un verdadero árbitro de las cuestiones espinosas de la existencia. Estaba ubicado a igual distancia entre la insolencia impaciente del joven y la vetustez plácida del anciano. En aquellos tiempos, se creía que habías venido al mundo precisamente para llegar a la glorificada edad de 40 años, para alcanzar así tu momento de gloria y luego caer inevitablemente en declive.

Hoy las cosas son diferentes. Se elogia la juventud, se detesta la vejez, y el período de la madurez se convierte en una tierra de nadie. Porque se intenta prolongar artificialmente la juventud, la edad de la madurez está cada vez más comprimida, como aplastada entre la juventud considerada deseable y la vejez transformada en una temida realidad. Parece desaparecer el período de transición entre la juventud y la vejez representado por la mediana edad, o se reduce mucho, como si se pudiera pasar directamente de la juventud a la vejez sin ninguna etapa intermedia.

Ser viejo empieza a significar estar desprovisto de poder, ser aburrido, anticuado, incapaz de cambiar. El anciano es un desecho cada vez más difícil de tolerar debido a la ofensiva del todo conquistador paradigma de la juventud, impuesta a principios del siglo XX por el comunismo y el fascismo. Para los ideólogos comunistas y fascistas, mostrar moderación, contención, o mesura significaba tener un comportamiento burgués. Solo el impulso, el esfuerzo y la fe en la transformación total de la sociedad podían demostrar el distanciamiento de los ideales del mundo constreñido por el conformismo. Como practicaban la intoxicación con ilusiones y necesitaban masas de jóvenes fanatizados en los cuales probar sus venenos, la madurez interfería con sus cálculos.

En la época clásica, el hombre de 40 años era alentado a moderar sus pasiones, poniéndolas gradualmente bajo la tutela de la razón. Hoy en día, el cuadragenario es incitado a exacerbar sus pasiones, convirtiéndose en un fauno lúbrico.

El hombre de 40 años no es ni revolucionario, ni conservador: es un incorregible pragmático. Siente que le corresponde el poder y desprecia tanto a los jóvenes, a quienes considera ingenuos e inmaduros, como a los ancianos, a quienes cree inadaptables y superados por la evolución de la sociedad. Aunque sus capacidades físicas comienzan a disminuir, el hombre de 40 años se cree en la cima de su virilidad, porque emana una cierta fuerza que parece hacerlo apto para ejercer el poder.

El hombre de 40 años está cargado de prestigio solo en las épocas en las que el anciano es considerado un débil. En otras épocas, tiene que esperar a envejecer.

El hombre maduro a menudo demuestra mediocridad, ya que no está completamente determinado ni por los ímpetus de la imaginación ni totalmente guiado por la razón. Ya no cree en los ideales, pero tampoco se ha liberado por completo de las ilusiones.

El joven está dominado por la imaginación. El hombre maduro está gobernado por una complicada mezcla entre imaginación y razón. El anciano está bajo el signo de la razón.

El joven: necesidad de utopía, el deseo de revolución. El hombre maduro: necesidad de poder, deseo de transformación gradual. El anciano: necesidad de estabilidad, deseo de mantener todo sin cambios.

Al joven le molesta la rigidez, la parálisis, la constancia. Siente la necesidad de explosión, de lo imprevisible, de lo nunca visto ni oído. Él quiere un mundo como en sus visiones, un mundo sin ninguna semejanza con el mundo existente.

Al anciano le molesta el cambio, él quisiera que el mundo se paralizara de una vez por todas y que no hubiera posibilidad de nada nuevo. Necesita una rutina imperturbable, una vida como la de Kant.

El hombre maduro quiere cambios, pero no demasiado bruscos. Aprecia la importancia de la rutina, pero no le molestan tampoco las rupturas de ritmo. Quiere cierta estabilidad, pero detesta la inmovilidad.

Muchos quieren cambiar el mundo solo porque sienten que el mundo no les pertenece, que el mundo no está hecho a su medida. Ellos no parecen tener en cuenta las palabras de Spinoza: “Todo lo excelso es tan difícil como raro.”

*Original inédito en rumano: “Bărbatul la 40 de ani”. Traducción al español y notas por Miguel Ángel Gómez Mendoza (Universidad Tecnológica de Pereira-Colombia). Se traduce y publica con autorización del autor.

Por Ciprian Vălcan*

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Eugenio Valencia Echeverri(20023)25 de marzo de 2025 - 03:11 p. m.
MUY BUEN ARTUCULO
Usuario(63255)24 de marzo de 2025 - 06:36 p. m.
Este año cumplo 40. Que vivan los 40!
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