La moda, como otras expresiones artísticas, ha defendido durante décadas su lugar en lo político. No solo en lo estético: también en lo que denuncia, representa, incómoda o transforma. A través de pasarelas, campañas o colecciones conceptuales, diseñadores y casas de moda han intentado hablar de desigualdad, conflicto, identidad o memoria. A veces con aciertos, otras con controversia. Pero con esa capacidad de tocar fibras sociales también llega una responsabilidad. ¿Cómo se representa el sufrimiento humano desde la estética? ¿Dónde están los límites entre la denuncia y el espectáculo, entre el homenaje y la apropiación?
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Esas preguntas resurgieron con fuerza hace un poco más de una semana, durante la octava edición de Bogotá Fashion Week, cuando el diseñador colombiano Ricardo Pava presentó su colección Nuda Vida, “inspirada”, según sus propias palabras, en la migración forzada a través del tapón del Darién.
Imágenes de las prendas circularon por redes sociales, pero también se conoció el moodboard, supuestamente filtrado, en el que estaba la paleta de color y allí aparecían tonos nombrados por el equipo de Pava como “azul Necoclí”, inspirado en el río fronterizo; el “verde tropical” inspirado en la flora selvática; el “gris asfalto” para representar la urbanidad de Estados Unidos; el “petróleo” en el concreto de las avenidas en Nueva York; y también un tono llamado “terra”.
Ese último tono tiene una de sus referencias en una fotografía del colombiano Federico Ríos, tomada en 2022 y publicada ese mismo año en The New York Times. En la imagen aparecen varias mujeres y niños cubiertos de barro, en medio de la selva. Al centro está una niña venezolana vestida de amarillo, acompañada por su madre. Ambas están cruzando el Darién. Al conocerse esto, desde diferentes voces llegaron los cuestionamientos al diseñador: acusaciones de frivolización, de estetizar el dolor, de capitalizar e instrumentalizar el sufrimiento de otros.
Ricardo Pava respondió a las críticas. Aseguró que su intención no fue lucrarse ni banalizar la tragedia, sino crear conciencia desde su lenguaje, el de la moda. El diseñador bogotano habló para El Espectador y explicó que Nuda Vida nació de una motivación íntima.
“Hace un año y medio mi hija, por un tema de seguridad, tuvo que migrar con su mamá a Canadá. Fue una salida muy rápida, muy dura”. Esa vivencia personal coincidió con un recuerdo que lo había marcado tiempo atrás: una serie de pinturas que vio en la galería de un artista colombiano con escenas de migraciones masivas en África, India y América Latina. “Comencé a entender esa problemática desde otro punto de vista, y me quedé con ese imaginario en la mente”.
A partir de ese momento, Pava y su equipo iniciaron una investigación de más de un año, según contó. Se conectaron con la Fundación Atención a Migrantes, estudiaron estadísticas y testimonios, y buscaron una forma de convertir esa reflexión en una propuesta visual. Así surgió la colección, con una intención, dijo él, de “mostrar la parte de esperanza”, y no desde una crítica política. “No me gusta meterme en esa parte sociopolítica, que es un poco compleja. A mí me interesa mostrar esperanza. Finalmente, las prendas de vestir son algo que abriga, que arropa”.
Fue entonces cuando el Darién apareció como un referente simbólico, pero, según insiste el diseñador, no como eje central ni explícito de la colección. “El Darién fue un tema muy íntimo. No era algo que quisiéramos manifestar externamente, sino más bien una inspiración interna”. Sin embargo, en el comunicado de prensa de la colección de forma explícita se señaló que: “Nuda vida está compuesta por 65 piezas que retratan el recorrido de los migrantes latinoamericanos desde su paso por el Darién hasta su llegada a Estados Unidos”.
Federico Ríos, autor de la fotografía, contó que la imagen fue usada sin autorización para desarrollar la paleta de colores de la colección. Aunque aclaró que su preocupación no eran los derechos de autor, sí le inquietó la descontextualización del uso.
Ricardo Pava sostuvo que la elección fue accidental. “Esa foto se bajó de Pinterest. Era una de miles que uno consulta como referente de color, no sabíamos que era de él”, asegura. “No se utilizó públicamente, no se imprimió en camisetas ni en campañas de comunicación. Simplemente, fue una imagen de trabajo, interna, que se filtró sin intención”.
Pero, para Lucía Mariño, doctora en Ciencias Sociales y máster en Desarrollo Sostenible, esa intención no es suficiente. Considera que incluso si se trata de una colección íntima, no exhibida públicamente o con fines comerciales, el acto creativo conlleva una responsabilidad que no se puede ignorar. “Yo no puedo coger una foto de Mickey Mouse sin pensar en el imperialismo yanqui”, dijo, para ilustrar que toda imagen trae consigo una historia, un contexto, un significado. Y más aún si esa imagen representa una tragedia humana.
Mariño cuestionó que se haya tomado una fotografía como esa —una escena desgarradora de mujeres y niños cubiertos de barro en medio de la selva— solo para extraer de ella un color: “Si el barro está igual en un parque, en la vida cotidiana, no necesitas tomar el barro específicamente del dolor”. Para ella, usar una referencia tan cargada emocional y políticamente, sin una estrategia clara, sin un vínculo real con la problemática, es un riesgo que puede rozar lo superficial. “Una pasarela de moda está muy lejos de tener una responsabilidad social con la problemática, a menos que hubiera una estrategia realmente cercana”.
Esa misma preocupación la comparte Edward Salazar Celis, investigador y candidato doctoral en la Universidad de California, quien advierte que lo más problemático de la colección de Ricardo Pava es que repite un patrón común en la moda contemporánea: el de acercarse a temas sociales o políticos con buenas intenciones, pero fallar gravemente en las formas.
Para Salazar, reducir la migración forzada a un concepto estético —convertirla en una imagen visual más dentro de una pasarela— implica despojarla de su complejidad. “La migración es un drama humano demasiado fuerte como para reducirlo a una inspiración visual que se presenta en una feria de moda, cuyo fin último es la venta”.
Uno de los gestos más criticados por Salazar fue el de los zapatos intervenidos para parecer cubiertos de barro, en alusión al lodo que pisan los migrantes al cruzar la selva. “Son migrantes que caminan, cuyos zapatos están embarrados no por una decisión estética, sino por condiciones forzosas de la migración. Trasladar esa visualidad a la pasarela desensibiliza el contexto y convierte esos zapatos en una mercancía”, preguntó.
La responsabilidad de crear
Salazar recordó también otros casos similares en Colombia, como los de marcas como Sixxta o Baobab que usaron a palenqueras y a mujeres afrodescendientes como ornamento sin permitirles siquiera ingresar a los eventos donde eran representadas. “El problema no es cancelar a alguien, sino exigirle a los diseñadores y consumidores que repiensen su relación con el acto de crear y vender ropa, para no seguir produciendo narrativas violentas”, reflexionó.
En un país como Colombia, aseguró, donde el sector de la moda ha apostado durante años por procesos de cocreación con comunidades diversas, lo que se espera es un diálogo respetuoso, sensible y profundamente humano. Lo que se espera, en suma, es responsabilidad.
Mariño dijo que si la intención del artista es entrelazar su arte con activismo hay que partir de una ética clara. No basta con la intención estética: “la autenticidad de la intención, ese por qué o para qué haces lo que haces, es fundamental. El arte que representa realidades vulnerables, como la migración forzada, no puede quedarse en lo performático ni en el impacto mediático”.
Uno de los principios clave, señaló, es el respeto a la dignidad de quienes son representados. “El arte no debe reducir a las personas a meros objetos de contemplación, sino reconocer su agencia, su humanidad”. Citando a la activista Claudia Korol, recordó que no se trata de ver a las personas como sujetos pasivos de una historia, sino como protagonistas de ella.
La crítica a la colección de Ricardo Pava pasa, justamente, por ahí: no hay evidencia de una conexión auténtica con la problemática del Darién. “El lugar de enunciación importa”, concluyó Mariño, quien también aseveró que representar lo ajeno exige escucha, y un compromiso ético real: que no se trate solo de apropiarse de historias, sino de compartir agencia narrativa, de ser un puente que amplifique y no que explote.