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Colgar los guayos II (Fútbol paradójico)

Colgar los guayos: un adiós que trasciende el campo de juego, donde el fútbol se convierte en una metáfora de la vida misma.

Juan Carlos Rodas
08 de octubre de 2024 - 12:00 p. m.
Los guayos son utilizados en varias prácticas deportivas.
Los guayos son utilizados en varias prácticas deportivas.
Foto: Óscar Pérez
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“Con el tiempo, descubrí quién fue su homicida. Me di cuenta de que entrelazaba zapatos y los colgaba en diferentes partes de Tegucigalpa para aterrar a los habitantes de esas zonas. El hijo de puta los utilizaba como su firma personal”, del cuento “Colgar los tenis”, de Juan Diego Napky.

La columna pasada terminó con una pregunta que no resulta fácil de responder, porque sus orígenes no son claros: ¿qué significa la expresión “colgar los guayos”? Dijimos en esa columna que apareció en Estados Unidos, luego México y se fue irrigando al resto de América Latina y Europa, pero siempre alude a zapatos o tenis. En Colombia se usa la expresión, pero con guayos. ¿La razón? Esta expresión, dicen algunos filólogos, no aparece en el Diccionario de la RAE y el Panhispánico de dudas ni siquiera la menciona; es decir, en estos lexicones no sale la expresión citada. En cambio, en Americanismos, de 2010, se puede leer: “Guayo. Colombia: sustantivo masculino. Zapato especial que se usa para practicar deporte”. Esa definición brinda pistas para pensar que la expresión es un colombianismo. Tiene dos acepciones: dejar de jugar fútbol o, como en México, que alguien ha fallecido (se trata de un finado). En el Lexicón de colombianismos, de Mario di Filippo, se sugiere que “la etimología de guayo es de origen quechua y significa madera gruesa y dura, como gruesos y duros son los zapatos de fútbol”. Recuerden que “cancha” también tiene origen quechua. En otra versión de Colombianismos, de 1993, se advierte que “guayo viene de España o que puede ser de origen cumanagoto, como ‘guayuco’, ‘arahuaco’ o ‘guayaba’”. Dejar de jugar fútbol es una forma de morir y, por ello, las dos acepciones son válidas con respecto a la vida misma de los jugadores de fútbol que toman la decisión de cesar sus actividades como futbolistas y mirar hacia otros horizontes, aunque queda la tristeza y el profundo dolor de dejar ese espacio natural que por tantos años fue la casa, la morada, el ritual de las oraciones y los malabares.

Tal vez esta sea una excelente oportunidad para confesarles a los lectores que he decidido “colgar mis guayos” porque he llegado a la edad de la jubilación y ya el cuerpo avisa que llegó la hora de jubilar camisetas, pantalonetas, tobilleras, rodilleras, medias, balones y sudores. Ha llegado el momento de decirle adiós al olor a pasto, manga, grama, cal, gritos, puteadas y todos los sonidos y olores que se desprenden de jugar, de volver a ser niño, de ocupar un lugar en la cancha en la que, invisible, sigues diciendo y haciendo palabras con la magia de los recuerdos y las nostalgias. Adiós, maletín que guardaste tanta ropa sucia y mojada; adiós, oraciones en silencio; adiós, mirada al césped y rogar por un buen golecito. Adiós, amigos de la recochita sagrada de los mejores días de mi existencia. Adiós a mejorar el mundo después de un buen cotejo literario y de unas cervecitas para amainar la existencia. Adiós, fútbol que me acogiste y me diste la posibilidad de hacer parte de esta cofradía de seres humanos tan cálidos. Santiago Rodas escribió hace poco que a los poetas se les debe juzgar más por sus tenis que por sus textos. ¡Adiós!

No le crean mucho al columnista porque ya se ha despedido dos veces.

Por Juan Carlos Rodas

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