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¿En qué se diferencia el BIFF de otros festivales de cine en Colombia? ¿Qué diría que lo caracteriza?
Lo primero es la curaduría. En todos los eventos derivados de las industrias creativas, lo fundamental, lo imprescindible, lo prioritario, es la curaduría. En Bogotá hay muchísimos festivales: por formato, por género, por enfoque. Están los de cortos, los documentales, los comunitarios… y eso nos encanta; pero en nuestro caso, lo que nos diferencia es que centramos todo en los jóvenes. Ellos son el eje de nuestro universo: determinan las secciones, los programadores invitados, la selección final y las temáticas. Todo lo que hacemos, lo hacemos por ellos.
¿Cómo se traduce eso en el tipo de programación que ofrecen?
Hemos construido una relación de confianza. Después de diez años de trabajo, el público ya sabe qué esperar del BIFF. No importa a qué película entre, la gente reconoce el tipo de propuesta, el tono, el riesgo. Es el resultado de una década de fomentar una curaduría coherente con nuestro propósito.
Hace poco hablábamos del cine independiente. ¿Las películas del BIFF entran en esa categoría?
¿Independiente de qué? Esa siempre es mi pregunta: tenemos películas de estudios y también de autor. No nos interesa quién produce o distribuye, sino si la película es buena. Ese es el criterio. El BIFF se guía por méritos cinematográficos, no por etiquetas.
Sin embargo, hay una idea de que el BIFF presenta un cine más “incómodo”, a ese le llaman “independiente”... ¿qué opina de eso?
Eso sí, somos irreverentes. Es parte de nuestra naturaleza. No hay que olvidar que el cine es arte, y el arte incomoda, refleja, provoca. Pero lo esencial no es quién paga la película ni cómo se distribuye, sino qué dice y cómo lo dice. En el BIFF hay espacio para todo: películas de estudios, de autor, de nuevos realizadores. Lo que importa es la calidad.
¿Por qué el enfoque son los jóvenes?
Nos interesan las películas que los conmueven. Queremos saber qué los moviliza, cómo están contando sus historias. Por eso damos especial atención a las óperas primas y segundas. Nos entusiasma descubrir nuevos talentos y acompañarlos desde el comienzo. Claro, tenemos secciones como Masters, con directores reconocidos, pero la columna vertebral del Festival sigue siendo el espíritu joven.
Hacer gestión cultural en Colombia no es fácil, pero usted se ve más entusiasmado cada año. ¿Cómo mantiene esa energía?
Porque a mayor adversidad, más energía se necesita. Si nos hubiéramos rendido en la primera edición, no habríamos llegado a la undécima. Hay una diferencia entre ser gestor cultural y ser administrador cultural. El gestor no solo crea el proyecto, sino que lo mantiene vivo. Y estos proyectos, al ser anuales, exigen volver a empezar desde cero cada vez: en curaduría, financiación y producción. Lo único que se acumula con los años es el reconocimiento.
¿Y cree que el BIFF ya alcanzó ese reconocimiento?
Sí. Hoy podemos decir que el BIFF es un festival serio. Bogotá ya está dentro del circuito internacional de festivales. Las distribuidoras dicen: “Vamos a estrenar en Bogotá”, y eso es resultado de una década de trabajo constante. Como un buen vino, nos hemos fermentado en barrica: ya pasamos la etapa de ser un vino joven.
En la sección Colombia Viva hablan de búsquedas estéticas y de “producción atípica”. ¿A qué se refieren con eso?
A la necesidad de ser creativos en la producción audiovisual. Hoy la competencia es feroz. Antes, producir implicaba costos altísimos: filmar, importar negativos, repetir tomas… Hoy la tecnología democratizó el proceso. Los jóvenes del BIFF pueden filmar y editar desde un celular con resultados impresionantes. Lo que buscamos es talento, no presupuesto. Queremos ver quién está haciendo cosas distintas, quién innova en la forma de producir.
Eso plantea una gran diferencia generacional, ¿no?
Totalmente. Las nuevas generaciones crecieron con el Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC). No imaginan el cine colombiano sin esa herramienta. Pero los que venimos de antes tuvimos que inventar cómo financiar una película sin apoyo estatal. Por eso admiro tanto a directores como Felipe Aljure que, con todos los obstáculos, logró dejar obras fundamentales.
¿Qué significa ser creativo en términos de coproducción para quienes producen hoy?
Significa pensar de manera transversal. Ya no se trata solo de buscar dinero en un país, sino de conectar con otros sectores y mercados. Hoy la producción implica alianzas con música, arte, moda, arquitectura, tecnología... Por eso este año en el BIFF ampliamos el enfoque del mercado: abrimos Bogotá Creative Connect, donde todo está entrelazado. Queremos mostrar que la creación contemporánea no tiene fronteras y que el cine puede dialogar con todas las disciplinas.
¿Ese mercado será abierto al público?
Sí, y esa es la gran novedad. Cualquier persona puede asistir y acceder de forma gratuita a charlas y actividades sobre inteligencia artificial, nuevas narrativas, innovación... Es un salto enorme en comparación con ediciones anteriores. Estamos construyendo un espacio donde el arte, la tecnología y el pensamiento creativo se encuentran.
Usted habla del BIFF con una mezcla de orgullo y ternura. ¿Qué es lo que más le emociona del Festival?
Me emociona ver que los jóvenes ya sienten el Festival como suyo, que confían en él, que saben que aquí hay un lugar para sus historias. Eso, para mí, vale más que cualquier premio.
