El Magazín Cultural

Como la cigarra (El cajón de Santaora)

Una sola palabra puede conectar distintas búsquedas, por ejemplo, la cigarra. Este animal misterioso, que ha sido símbolo de suerte y también de muerte en algunas culturas, vino a provocar algún tipo de manifiesto en El Cajón de Santaora.

Julia Díaz Santa
22 de agosto de 2022 - 08:00 p. m.
Caterina Valente, quien publicó La Cigarra en el año 1963, es ahora famosa gracias a las redes sociales por su éxito Bongo cha cha chá.
Caterina Valente, quien publicó La Cigarra en el año 1963, es ahora famosa gracias a las redes sociales por su éxito Bongo cha cha chá.
Foto: Julia Díaz Santa

La primera que la escuchó fue la perra. Salimos juntas del cuarto para ver de dónde venía el escándalo. Todas las luces estaban apagadas y las ventanas de la casa, cerradas. El pitido era insoportable. Ella estaba adentro y teníamos que hacer que saliera si queríamos dormir unas horas.

Al otro día, después de una noche incierta, mi mamá me empezó a hablar de una cantante. Mientras tomábamos el café, después del almuerzo, me dijo: “Mi amor, quiero que cantes una canción”. Luego me habló de Caterina Valente y de La Cigarra. Fue ahí cuando recordé: “Mamá, anoche se entró una cigarra a mi casa”. Ella levantó las cejas por encima de las gafas y dijo que eso era señal de buena suerte.

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“Ya no me cantés, cigarra, que acabe tu sonsonete. Que tu canto aquí en el alma como un puñal se me mete. Sabiendo que cuando cantas, pregonando vas tu muerte”, empieza Caterina en esa canción que mi madre quiere que yo interprete.

Caterina es una cantante, guitarrista, bailarina, comediante y actriz italiana nacida en Francia en 1931. Ha cantado jazz, pop, chanson y bossa nova, entre otros. Recientemente, una de sus canciones está en el top de las más escuchadas, gracias a TikTok. Sí, ella es quien canta el recientemente famoso Bongo cha cha chá, que millones de internautas eligen para acompañar sus videos caseros.

“No tenía ni idea”, dice mi mamá cuando le cuento que Caterina, a sus 91 años, está más vigente que nunca. “Es una cantante de mis tiempos”, continua con esa frase que nos saca de la órbita transitoria.

La sincronía entre esas dos cigarras, la intrusa en casa y la de la estrofa, me invitó a revisar algunos documentos. Leyda, mi mamá, tenía razón: en algunas culturas, las cigarras son símbolo de suerte. Y de muerte, claro está. Algo que no me sorprende tanto como que, a esos dos vocablos del español, los separe solo la letra inicial.

Algunas culturas han creído que cuando la expiración es una oportunidad de renacimiento, puede ser una fortuna. La historia de Osiris, el dios egipcio desmembrado y vuelto a su unidad, sí que nos habla de eso. La cigarra también ha sido un símbolo de inmortalidad en China, al expresar un deseo común de perpetuidad. Cuentan que, en tiempos antiguos, una cigarra de jade era colocada en la boca de los difuntos, en un ritual de protección.

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Por otro lado, en su texto “Consideraciones filológicas acerca de la cigarra, la hormiga, la abeja y la avispa en español, francés y provenzal”, Jesús Cantera Ortiz de Urbin dice que el canto de la cigarra, calificado como monótono y fastidioso, empezó a ser empleado por los griegos como sinónimo de cantor y de poeta.

“Tal vez por atribuir cierto poder mágico a este insecto, o simplemente por ser símbolo del verano, del calor y de la alegría, los ricos atenienses solían llevar prendidas en la cabellera, como adorno o quizá como amuleto, unas insignias de oro en figura de cigarra”, dice el filólogo.

Asimismo, por su vida breve y su prematura muerte, en el pensamiento budista las cigarras simbolizan la reencarnación y los ciclos naturales. Por eso, en Japón, ellas representan un concepto llamado Mujo, que alude a la naturaleza pasajera de todas las cosas.

Lo cierto es que las cigarras pasan la mayor parte de su vida bajo tierra. Y que su estancia en la superficie es breve y provocadora. Mi cigarra noctámbula e intrusa estaba en sus días de apogeo, porque parecía querer cantar todo de una sola vez.

Esa noche, decidí abrir las ventanas de la casa. Ella tendría que sentir el aire nocturno y salir por sus propios medios. Me encerré en mi cuarto con la perra y tratamos de conciliar el sueño. Pero con el sonido era imposible.

Entonces me puse a divagar y a chatear con una amiga que estaba despierta. Ella me contó que se había separado de su esposo y que ese hombre, a quien amó, ahora se dedicaba a cerrarle puertas y a inventar fábulas para dañar vínculos estratégicos en su trabajo. Le dije muchas cosas esa noche, pensé en regalarle una cigarra, la de María Elena Walsh, en la voz de Mercedes Sosa.

“Tantas veces me mataron, tantas veces me morí; sin embargo, estoy aquí resucitando. Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal porque me mató tan mal. Y seguí cantando”.

A propósito de esta canción, me pregunto: ¿Por qué siguen existiendo manos con puñal, que matan tan mal a mis señoras? ¿Les falta amor propio a quienes empuñan armas con alma débil, en contra de sus otrora amadas?

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Pero volvió la cigarra y se me presentó como un bicho que podría simbolizar a quienes, por vivir la mayor parte de su vida en la sombra, en las profundidades, se conocen mucho. Conocerse es lo mismo que amarse.

Recordé que alguien me dijo alguna vez que no le gustaba mirarse al espejo. Luego comprendí que quizás era porque mirarse y develarse a sí mismo lo enfrentaría a un paisaje espantoso. Más que espantoso, extraño, ajeno. Él, como yo, tenía miedo. Solo que no se daba permiso de reconocerlo. No le llamaba ni siquiera la atención el intentar tramitar ese pavor desde la calma del reflejo. Nadie ha dicho que sea fácil.

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Simplemente, esa persona veía y quería su temblor como el fuego que atizaba su otro idealizado apoyo: la ira. Ay, la rabia que quiebra los espejos. Sus pequeños y dolorosos intentos de destrucción me recordaron tanto a alguien que fui alguna vez. Yo ya he muerto muchas veces.

Así que, a propósito de insectos, muertes y buena suerte, pienso que vale la pena buscar siempre ese tipo de amor cigarra: el que nace de la entraña más secreta y más profunda de nuestros alientos, ese que encontramos luego de cavar en nuestra propia sombra. Ese tipo de amor, el amor propio, es el que nos protege de quienes no le ven pertinencia. Seamos como la intrusa, vivamos nuestra oscuridad honda y mirémonos en los espejos con calma. La cigarra, al fin, salió cantando por la ventana.

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Por Julia Díaz Santa

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