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                                                                                                                              “Conjuraba a la literatura constantemente para que siguiera a mi lado”

                                                                                                                              En entrevista, la escritora Irene Vallejo habla sobre el proceso de escritura de “El infinito en un junco”, así como de la resistencia de la literatura a lo largo de la historia y de la idea de que la oralidad “no está acabada”.

                                                                                                                              Sorayda Peguero Isaac / sorayda.peguero@gmail.com

                                                                                                                              Irene Vallejo escribió “El infinito en un junco” por una poderosa necesidad interior, pensando que era el menos comercial de todos sus libros.
                                                                                                                              Foto: James Rajotte

                                                                                                                              —Recuerdo que cuando era pequeña me decían: “¡Qué terca, qué terca eres!”. En una niña estaba mal visto ser terca, peor visto que en un niño. Era un reproche que me hacían a menudo. Como si fuera una característica de la que yo debía despojarme. Y yo me lo creí. Realmente creía que era un problema de carácter. Ahora, cuando miro atrás, pienso que me ha salvado esa terquedad que tanto me reprochaban.

                                                                                                                              Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

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                                                                                                                              Foto: James Rajotte

                                                                                                                              —Recuerdo que cuando era pequeña me decían: “¡Qué terca, qué terca eres!”. En una niña estaba mal visto ser terca, peor visto que en un niño. Era un reproche que me hacían a menudo. Como si fuera una característica de la que yo debía despojarme. Y yo me lo creí. Realmente creía que era un problema de carácter. Ahora, cuando miro atrás, pienso que me ha salvado esa terquedad que tanto me reprochaban.

                                                                                                                              Irene Vallejo llegó a pensar que su tiempo en la literatura había terminado. “Dejo de escribir un libro, dejo de estar en un proyecto, dejo de estar dentro de un relato. ¡Se acabó!”. Pero la niña terca, que aún le susurra cosas, la animó a terminar un libro que al principio estaba destinado a ser un canto de despedida. Después de 32 ediciones de El infinito en un junco, su canción sigue sonando.

                                                                                                                              Todavía era invierno en España. Irene Vallejo me daba los buenos días desde su casa en Zaragoza. Estaba sentada delante de su computador, de espaldas a una estantería repleta de libros. Yo la miraba desde el otro lado de la pantalla, a 300 kilómetros de distancia, en Sabadell. Fue ella quien me hizo la primera pregunta: “¿No te importa que nos tuteemos?”. Entonces empezamos a hablar de su espacio más íntimo, ese lugar que habita dentro y fuera de sus letras, donde los lectores no la podemos ver.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Hablemos de tu habitación propia. Escribiste El infinito en un junco en circunstancias que podrían considerarse poco favorables para la creación literaria.

                                                                                                                              Yo no dejo de escribir incluso si no escribo en el ordenador o en mi cabeza. Forma parte de mi vida. Durante el periodo tan duro de la enfermedad y la hospitalización de mi hijo, lo que a mí me exigía esfuerzo era atender a esa otra faceta de mi vida que era la enfermedad, los cuidados, la angustia que me producía la evolución de la situación de mi hijo. La literatura era el recreo. La escritura era el momento en que me reconciliaba con la vida que elegí y me sustraía de lo que me había sido impuesto. Escribí este ensayo sobre la capacidad que tienen los libros para salvarnos porque yo en ese momento estaba siendo salvada por la escritura, por la posibilidad de mantener una parcela de mi vida que no estaba invadida por la obligación. Curiosamente, esa situación personal se ha hecho extensiva a muchísima gente durante la pandemia. Esa necesidad de mantener un espacio propio, a salvo de la enfermedad.

                                                                                                                              ¿Habías empezado la escritura del libro antes de la enfermedad de tu hijo?

                                                                                                                              Sí. En este ensayo hay una parte importante de investigación de muchos años. Fueron cuatro años dedicados a la investigación que culminaron en una tesis que tenía la redacción, la formulación y la articulación propia de un trabajo académico. Estaba destinado a un pequeño grupo de especialistas, pero yo siempre pensé que era un libro que quería reescribir para un público más amplio. Y sí, realmente fue una época turbulenta. Pero me siento privilegiada porque mi familia, en el círculo más próximo, entiende y apoya incondicionalmente mi vocación literaria. Eso también forma parte de la habitación propia, que no es estrictamente un lugar donde escribir, o un tiempo, sino la compresión y la confianza de quienes te rodean. Cada vez que yo escribía, alguien de mi familia tenía que estar haciéndose cargo de mi hijo. Alguien tenía que tomar mi lugar, sustituirme y entender que eso que yo hacía no era un capricho ni un juego. Era absolutamente fundamental para mi propia salud. Esa es la parte esencial de la habitación propia, la comprensión de que esto forma parte indispensable de mí.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              No puedes tomar mi personalidad, mi ser, mi presencia, mi compañía, sin aceptar que la literatura viene conmigo y que necesita su oxígeno, su espacio, sus horas. Durante todos los años de escritura del libro, que yo suelo decir que ha sido un trayecto de ocho años, contando aquellos cuatro de investigación previa y luego otros cuatro de escritura, la salud de mi hijo fue mejorando pero, para que yo tuviera la posibilidad de escribir, mi marido tuvo que ocuparse del niño durante muchas horas. Se lo llevaba a pasear por la ciudad y era capaz de sustituirme a todos los efectos si yo tenía que hacer algún viaje de investigación. Eso ha sido lo realmente importante: tener una persona que comprende, que apoya y que es capaz de sustituirte a todos los efectos en los cuidados familiares.

                                                                                                                              ¿Pensaste en abandonar?

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Cuando llegó la enfermedad de mi hijo pensé: “Esto es el final. Ahora tengo que cuidar y criar a este niño que ha nacido con todas estas dificultades”. No pensé en dejar de escribir, pero sí en abandonar este proyecto. Escribí El infinito en un junco como un canto de despedida, un canto de amor a los libros, a la literatura, a todo lo que ha significado para mí. Iba a tirar la toalla porque eran demasiadas dificultades. No veía opciones.

                                                                                                                              ¿En algún momento, mientras estabas escribiendo el ensayo, pasó por tu cabeza la idea de que podía convertirse en un fenómeno de librerías?

                                                                                                                              No, no, no. Eso no pasó por mi cabeza ni por la de quienes me rodean. No pensaba en el juicio y, por supuesto, el éxito lo descartaba. Escribía fruto de una poderosa necesidad interior. Escribí este libro pensando que era el menos comercial de todos los libros que había hecho hasta el momento.

                                                                                                                              ¿Por qué el menos comercial?

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Porque parece que la ficción encuentra el cauce hacia más lectores y se le abren más fácilmente las puertas de las editoriales. La no ficción, al menos aquí en España, con algunas maravillosas excepciones, es un género que tiene un recorrido mucho más corto y atrae a un público muy fiel pero minoritario. Eso era lo que yo imaginaba. Estaba escribiendo sin contacto previo con ninguna editorial, totalmente a la intemperie. Como hasta ese momento solo había escrito ficción, mis contactos eran con editoriales que publicaban ficción. De manera que ni siquiera estaba segura de que se pudiera publicar. Pero en aquel momento era tan importante para mí escribir desde un punto de vista terapéutico y, además, escribir este libro que me ayudaba a volver a contarme a mí misma la historia de por qué los libros, las palabras y la literatura son tan importantes y tan consustanciales en mi vida. Conjuraba a la literatura constantemente para que siguiera a mi lado.

                                                                                                                              ¿Cómo estuvo tu enfrentamiento con las dudas?

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Con la literatura me pasa, pero me pasa siempre, que tengo que estar constantemente, día a día, venciendo obstáculos interiores. Esa voz que te está cuestionando lo que haces y que te dice: “No tienes ninguna garantía de que esto va a salir adelante”. Pero aprendes a convivir con la duda. Aceptas el riesgo. Si todo estuviera seguro de antemano, sería un proceso mecánico, ensamblar una serie de ingredientes, de fórmulas y palabras. Yo siempre he convivido con la duda y con esa dificultad que tienes tú misma para juzgar lo que estás haciendo mientras lo haces. Tienes que darte a esa incertidumbre, a esa duda, a ese riesgo. Asumirlo como parte del proceso creativo. Es una profesión maravillosa, pero tendrá siempre eso, el no poder estar segura nunca del valor de lo que haces. Eso, al final, lo tienen que decidir otras personas.

                                                                                                                              Ya sabemos que la terquedad es uno de tus rasgos característicos. ¿Podríamos decir que durante muchos años los libros han sido salvados por sus tercos amantes?

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Cuando empecé a escribir El infinito en un junco los gurús de la industria editorial afirmaban que se acababa el libro de papel. Decían que las pantallas y las nuevas formas de ocio iban a acabar con los lectores. Yo había estudiado la situación desde una perspectiva temporal amplia, no solo como quienes hacían esas previsiones. Ellos consideraban una temporalidad de décadas y yo estaba contemplando milenios. Eso me permitió ver que los libros han sobrevivido a situaciones mucho más duras que estas. La literatura es un acto de resistencia ante el olvido. Inventar la literatura, protegerla, perpetuarla, crear las bibliotecas, crear las librerías, es un acto de terquedad. Es negarse a aceptar que el olvido se lo lleva todo. Vencer el olvido parecía improbable cuando no se tenían ni las tecnologías que tenemos ahora ni los medios para garantizar y proteger los libros y la transmisión. Sin embargo, hubo gente que lo intentó con todas sus fuerzas, escribiendo y copiando los libros palabra por palabra. Hay que pensar en lo que significa eso. Piensa en el libro que más te gusta, el libro que más amas. Piensa en la cantidad de horas que te costaría copiarlo a mano, palabra por palabra y página a página. Hubo gente que hizo eso. Confiaron en un futuro que todavía no conocían y lo lograron. Esa es una parte de la historia de los libros que yo quería contar en mi ensayo. En vez de centrarme en la fría lógica del mercado, que hacía pensar que el libro sería sustituido como son sustituidas muchas novedades, quería dar un paso al frente y decir, como Umberto Eco, que el libro es algo distinto. Es un objeto superviviente que pertenece a la categoría del arte. Es como la rueda o las tijeras, como esos objetos que alcanzan la perfección y que, por mucho que avancemos técnicamente, no es concebible pensar que prescindamos de ellos.

                                                                                                                              ¿Recuerdas cuándo empezaste a sentirte como una escritora, como alguien que quería seguir el camino que has elegido?

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Hace unos años hojeaba viejos cuadernos de escuela. En un cuaderno de cuando tenía ocho años encontré una redacción en la que escribí: “De mayor quiero ser escritora”. No lo recordaba, pero a los ocho años ya lo tenía clarísimo. Recuerdo que cuando estaba en el colegio no tenía la menor sospecha de que ser escritor fuera un oficio. No conocía a ningún escritor. No tenía a ningún escritor conocido en mi círculo cercano. Mis padres y los padres de los otros niños se iban a trabajar a oficinas, o a tiendas. No pensaba que alguien pudiera decir: “Me voy a trabajar, soy escritor”. Eso no existía en mi experiencia. No hay una oficina a la que tú vayas a trabajar como escritor. Pero cuando tenía que escribir una redacción me sentía profundamente feliz. Me gustaba escribir, me gustaba leer, me gustaba que me pidieran que leyera en voz alta y sentir una densidad especial de silencio cuando una redacción cautivaba a mis compañeros y a mi profesor. Ese tipo de silencio que se crea cuando una historia ha cambiado la temperatura de una habitación. Eso me gustaba muchísimo. Yo no sabía cómo se llamaba eso, no le daba nombre. Tardé mucho tiempo en saber que eso era un oficio que se podía hacer.

                                                                                                                              La escuela también fue el escenario en el que sufriste acoso por parte de algunos de tus compañeros. ¿Qué significó la escritura en esos momentos?

                                                                                                                              Yo sentía que mis palabras eran un escudo. Sentía que me aceptaban cuando contaba historias, cuando podía contarles a los otros su propia historia, o cuando a través de las palabras conseguía crear una atmósfera en la que los demás disfrutaban con lo que yo les decía.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              En El infinito en un junco cuentas que los bardos tenían sus trucos. A propósito de eso, ¿cuáles son tus trucos para contar? Hay pasajes del libro en los que parece que estás ahí, muy cerca, contándole tu historia solo a un lector.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Me encanta que digas eso. Ese era precisamente mi objetivo, volver a los cuentos maternos, al útero de mi relación con la literatura. Allí es donde nació todo y allí es donde yo entablé esta relación especial con las palabras que se ha mantenido durante toda la vida. Ya había escrito el libro académico con sus estructuras, sus notas a pie de página, su bibliografía, sus exposiciones. Eso ya lo había hecho. Me había quedado la insatisfacción de no haber podido volcar allí mi inquietud literaria. Este libro nació con una reescritura de lo anterior pero para hacer algo totalmente nuevo. Hacer ese experimento incorporando al texto todo lo que yo he aprendido gracias a la ficción, a la literatura infantil y a la novela. Todas esas herramientas que yo había aprendido incluso gracias al periodismo, porque cuando empecé el libro llevaba doce años escribiendo una columna semanal en El Heraldo de Aragón y, claro, la columna tiene la inmensa ventaja de que te obliga a escribir para todo tipo de público. Esa trayectoria me ha llevado a practicar distintas formas de escritura, incluso híbridos entre todas ellas. Intenté recoger lo mejor de las enseñanzas de todos esos periodos de mi vida, que no ha sido una trayectoria calculada sino un intento de hacer en cada momento lo que las oportunidades me permitían para poder practicar la escritura.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Pero, hablando propiamente de los trucos, contacté con una asociación de narradoras orales que van a bibliotecas y centros cívicos a realizar espectáculos de recitación para niños de diversas edades. Para mí, ellas son los juglares del presente, los bardos, las personas que van contando sus canciones, sus versos, sus poesías, sus cuentos. Ellas mantienen viva la oralidad. Son las hijas de Homero. Me puse en contacto con ellas para preguntarles qué es lo que hace que un texto oral, una recitación o un poema logre cautivar al auditorio. Es muy difícil. Tiene algo de espectáculo pero sigue siendo un espectáculo muy verbal. Reposa sobre la palabra, no sobre efectos especiales o atrezos. Es realmente la palabra. Son ellas solas contando una historia ante el público. Aprendí de ellas una serie de trucos que además están presentes en los poemas homéricos y en los cuentos tradicionales que se han transcrito. Mi experimento era intentar reproducir esa atmósfera de la oralidad en un libro, algo que parece contradictorio, transcribir lo oral, conseguir que quien lee un libro se acerque lo más posible a la sensación de quien está escuchando una historia, como en los viejos tiempos alrededor de las hogueras.

                                                                                                                              ¿Hasta qué punto se pueden trasladar esas sensaciones, ese clima, al lenguaje escrito?

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Mucho de lo oral muere al pasarlo a la escritura. Pero se puede conseguir esa calidez, esa sensación de que la voz que te habla está muy cerca de ti, y que además apela a tus emociones, te va conduciendo y sientes que te hace compañía casi como si estuviera susurrándote al oído. Busqué realmente encontrar ese registro, y para eso tuve la ayuda de las profesionales. En unos aspectos era arriesgado, porque una de las bases de la oralidad son los estribillos, las estrofas. En la oralidad siempre hay una parte nueva, pero se retorna a un estribillo que reconcilia al que escucha, que le ofrece algo conocido. Es como una síntesis de lo que se está hablando. Le permite descansar un momento en una cosa conocida, rítmica. Eso lo apliqué al ensayo. Algunas personas me dicen: “Se repiten ciertas frases, ciertas palabras, ciertos contenidos”.

                                                                                                                              ¿Estamos hablando de música?

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              ¡Claro! Es que es un retornelo, es un estribillo, es deliberado, no es un accidente. No está repetido por descuido. Es lo mismo que los epítetos en Homero, también se dice: “Siempre es el mismo epíteto”, o, “Hay versos que son iguales y se repiten muchas veces”. Ese es el sello de la oralidad. Era parte de mi experimento jugar a eso. El infinito en un junco es un texto que está muy abierto a divagar y a entretenerse en aspectos del relato, pero hay una vuelta al cauce principal de la narración. Esa vuelta está, de alguna manera, introducida por un estribillo, un leitmotiv. Algunos lectores lo han apreciado, otros lectores lo vieron como un artificio, no lo han comprendido. Era una parte experimental del ensayo. Yo entiendo que es un riesgo y que no a todo el mundo le gusta, pero conseguir una temperatura de tanta cercanía al escribir, exigía utilizar los recursos de la oralidad. Intentaba crear esa proximidad y reproducirlo, como si hubiéramos podido reunir a nuestros antepasados alrededor de una hoguera para contarles la historia del libro que ellos no llegaron a conocer y que estaba por inventar. Como si se lo pudiéramos contar como un cuento maravilloso de algo que está por suceder. Esa era la idea.

                                                                                                                              ¿Crees que la tradición oral corre el riesgo de desaparecer?

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              La oralidad no está acabada. Hay relatos orales que se han podido poner por escrito para impedir que se olviden, pero la tradición oral ha continuado. Yo quería reivindicar también que ha habido grandísimos narradores analfabetos y, sobre todo, narradoras orales analfabetas. Quería mostrar que no está unido contar bien una historia con saber o no saber escribir. Son talentos totalmente distintos. También estaba tratando de rescatar la memoria de la narración de las mujeres, que ha quedado siempre tan silenciada, tan oculta. Para mí era importante decir que, en el momento en que se inventa la escritura, la escritura es un grandísimo avance tecnológico y, como todos los avances tecnológicos, conocerla y dominarla supone poder, y ese poder lo poseyeron los hombres y se cuidaron, muy celosamente, de que las mujeres no accedieran más que en contadas situaciones a ese poder. En el momento en que se inventa la escritura, y los hombres la utilizan como su atalaya, la oralidad queda como el hogar de las mujeres. Las mujeres han contado historias durante muchos siglos, han recordado en su memoria, la han traspasado oralmente de madres a hijas, a nietas. Esa oralidad es como un cauce paralelo o subterráneo que no ha quedado plasmado en los libros, que no aparece en el canon, pero que siempre ha estado allí. Es como la contrapartida, el otro relato que ha circulado de casa en casa, de hogar en hogar, que no ha tenido las inmensas ventajas que da la escritura y la tecnología, pero que ha conseguido sobrevivir. Yo quería rendir un homenaje a las mujeres que han sido capaces de pasar al cauce de la escritura y de la literatura, que han conseguido llevar ese caudal a los libros. A mí me interesaba mucho ese doble circuito y hacer un gran homenaje a la oralidad.

                                                                                                                              Esa tradición fue parte esencial de tu infancia.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Sí, la oralidad me llegó a través de mi madre. Me contó historias que a ella le contaron. Es como un hilo que se pierde en la noche del tiempo. De ahí nos han venido motivos, relatos, formas de expresarnos y la memoria familiar que, habitualmente, está depositada en las mujeres. Al mismo tiempo que hacía el homenaje al libro, quería contar esa otra historia, y quería contarla de la misma forma que las mujeres se han contado las historias unas a otras. Quería ir recogiendo esa herencia que ha sido mucho menos reivindicada que propiamente la del libro. Existen maravillosas historias sobre libros, pero yo echaba de menos esa dimensión, preguntar: ¿Dónde estaban las mujeres en cada momento de la historia de la lectura y la escritura? ¿Qué acceso tenían a los libros? ¿Cómo ellas se contaban las historias? Por eso me parecía tan importante todo ese léxico común del tejido y el textil con la narrativa. La oralidad nunca ha desaparecido. Ahora nacen nuevas fórmulas tecnológicas para perpetuar la oralidad como el podcast y el audiolibro.

                                                                                                                              El mundo clásico ocupa un lugar importante en tu ensayo. También las referencias al cine, a las series de televisión y, sobre todo, a los libros. Muchos lectores salen de las páginas de tu ensayo con una larga lista de lecturas.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Para empezar con los libros que llevan a otros libros, me gustaría recordar una frase de Carmen Martín Gaite, que dijo una vez que los libros son como esos amigos que te hablan de sus amigos y que a la vez te los acaban presentando y se convierten en tus próximos amigos. Yo creo que es hermoso que los libros hagan eso, que sean como la persona que te dice: “Tienes que conocer este libro que es maravilloso, con el que yo me llevo tan bien y disfruto tanto”. Se va tejiendo una red, que no es la red informática ni la red social, sino una red paralela de libros que te llevan a otros libros, de lecturas que te llevan a otras lecturas y de voces que te llevan a otras voces. Y esa parte siempre me ha gustado. Me gusta que los libros me den eso.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Quería que quien estuviera leyendo tuviera constantemente imágenes en su mente para reconstruir un mundo perdido, para que se sintiera transportado a los momentos históricos de los que yo estaba hablando. Quise potenciar esa parte de imágenes, dar un descanso hablando de películas y de series que son más próximas al lector y que le hacen sentir que está en un territorio conocido, que lo acercan a lo que estoy contando. Me interesó mucho el cine, las series, lo audiovisual, por el mismo espíritu de romper departamentos estancos. ¿Qué es eso de que el cine sea una manifestación artística y la literatura otra? Pero si en la práctica todos probamos de lo uno y de lo otro. Nos nutrimos de ficciones. Hice un esfuerzo por derribar esas diferencias entre cultura popular, alta cultura, cine, literatura, qué es poesía, qué no lo es. Hay un diálogo constante entre formas de crear y formas de contar historias. Por eso me parecía importante que estuviéramos siempre dispuestos a pasar a otros territorios, a invadir otros lugares, a cuestionar todas las aparentes diferencias y disciplinas. Los antiguos lo hacían. En ese aspecto eran más flexibles que nosotros. A mí me fascinan Las Historias de Heródoto. Él las llama “historias”, en plural, no “historia”. Es el libro fundacional de la historia, inventa la palabra, pero la utiliza en plural. Heródoto en realidad está contando una historia detrás de otra. En la antigüedad era un género literario que se trabajaba con técnicas totalmente artísticas.

                                                                                                                              ¿No crees que, por alguna razón, nos hemos empeñado en arrebatarle a la historia esa cualidad artística que mencionas?

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Sí, es curioso, ¿no? Ha pasado con las humanidades que, en algún momento, ha habido un sentimiento de inferioridad respecto a la ciencia. Muchas disciplinas se han esforzado en reivindicarse como científicas, en ser muy objetivas y en buscar un método y un lenguaje que imite el de la ciencia. Eso ha pasado con la filología y con la historia. Se han empeñado en reivindicarse como científicas y han abandonado su origen. Me encanta, por ejemplo, De Rerum Natura, de Lucrecio. Es un poema y es ciencia. Es un poema científico que transmite los conocimientos de ciencia de la época a través de la poesía. Tiene unas imágenes maravillosas, verdaderamente poéticas. Habla sobre meteorología, incluso describe una epidemia. Habla de átomos, de la estructura de la realidad, y lo hace en verso. Es profundamente poético, utiliza imágenes poéticas, está mirando los átomos con los ojos de un poeta. Es un poeta y es un científico al mismo tiempo. Echo de menos esas figuras ambidiestras, esa capacidad de hibridación que tenía la literatura en un momento en el que no estaba todo tan clasificado, tan teorizado.

                                                                                                                              En una columna que escribiste hace poco, cerraste con una frase que dice: “Lo que nos cambia, pesa menos que el humo”. Estoy pensando en las palabras aladas. Te refieres a ellas en El infinito en un junco. Te escucho hablar y pienso en por qué algunos insistimos en creer que las palabras, siendo tan ligeras, tienen el poder de cambiarnos, de mejorar nuestra vida.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Hemos vivido unos años en los que parecía que la confianza en la palabra, en el diálogo, en el aprendizaje y en la cultura se cuestionaba de una manera que no habíamos imaginado nunca. Había una fuerte corriente anti intelectualista, y personajes públicos que casi valoraban más la agresividad que la palabra que une. Quizá ha habido cierto desánimo al escuchar constantemente previsiones del fin del libro, y que se cuestionen los relatos, las palabras, la literatura, la novela, incluso el diálogo. Pero los defensores de la palabra formamos parte de algo que sobrevive, que es más grande que cada uno de nosotros y que tiene mucho que ver con ese flujo de ideas y de conocimiento que llevamos a la generación posterior, para que cada generación no tenga que empezar desde cero sino que tenga todo lo que hemos aprendido, experimentado y fallado. Para que cada generación pueda construir sobre eso. Para que no tengamos que estar siempre, cansinamente, empezando desde el principio. Y, por supuesto, tenemos toda la ciencia, todos los hallazgos, todos los descubrimientos. La Biblioteca de Alejandría también era eso, un núcleo de pensamiento científico. Todo eso, el valor de todas esas cosas y la importancia social de las personas que las defienden, aunque no sean los trabajos mejor pagados ni los más admirados, es lo que sobrevive.

                                                                                                                              Por Sorayda Peguero Isaac / sorayda.peguero@gmail.com

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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