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Usted es cantautor, pero también antropólogo y musicoterapeuta. Podríamos hablar de que estas son sus identidades. ¿Cuál fue la primera que apareció y cuál considera que ha sido la más complicada de sostener?
La música fue la primera. De hecho, ha sido la más constante, a diferencia de lo demás, que ha cambiado mucho. Me gradué del colegio, y la música seguía ahí; entré a la universidad, y seguía ahí; me gradué del pregrado, y continuaba presente. Entonces, creo que mi primera identidad entre todas estas “mascaritas” es la del músico. Y, curiosamente, ha sido la más difícil de sostener, porque es un camino muy demandante, lleno de tareas, funciones y roles que hay que suplir. Además, suele ser muy solitario al inicio. Con la música uno tiene que reinventarse en muchos sentidos, descubrir los caminos, asumir múltiples roles: ser el guardia de seguridad de uno mismo, el productor, el diseñador gráfico, el community manager. En cambio lo demás —la psicoterapia, la antropología— tiene momentos y espacios más fáciles de gestionar, con pagos definidos, horarios claros y equipos de trabajo.
Hablemos de ese reto de ser artista independiente. ¿Cómo ha sido para usted, por ejemplo, hacer una gira como la de ahora?
Algo que me marcó mucho en la adolescencia fue escuchar punk, punk rock y neopunk. Más allá de lo estético, esos géneros traen una ideología, como el “hazlo tú mismo”, que he aplicado en todos mis proyectos. Si queremos tocar ante 100 personas, no esperamos una invitación: lo hacemos nosotros. Esa es también la consigna de esta nueva etapa como cantautor: hago lo que puedo por mi cuenta, y lo que no, lo hago con personas que saben más. La gira del año pasado fue autogestionada. Hice una lista de ciudades, averigüé qué pasaba en cada lugar y armé las fechas. Este año fui más allá: además de la gira nacional, estuve en México, donde encontré una comunidad de cantautores y gestores que se apoyan y colaboran. Gracias a personas como Lucio Feuillet, Andrés Correa y Pilar Cabrera logré armar una serie de presentaciones acá. En septiembre iré a Cuba con el apoyo de “Oralitura Habana” y en Colombia hice cinco fechas con Daniel Castillo en distintas ciudades. El resto de la gira las organicé yo.
Y alguien tan influenciado por el neopunk, ¿por qué no termina haciendo esa misma música y, en cambio, se va por otro género?
Es común que muchas personas piensen que uno solo puede escuchar una cosa, que eso es lo correcto y lo demás no. Pero conocí gente que me enseñó a enamorarme de la música, no de las etiquetas. Entonces, aunque mi estética y lo que escuchaba era neopunk, con el tiempo ese panorama se fue ampliando. Empecé a escuchar de todo. Además, mi formación musical fue en la Escuela Nueva Cultura, donde uno aprende haciendo música tradicional y popular latinoamericana. Así que en mis oídos convivía lo que me gustaba con las músicas tradicionales. Cuando comencé a componer mis propias canciones, salió lo que salió. No fue planeado. Hago canciones que a los neos les parecen raras, pero algo les recuerda. Me han dicho que sueno como Allison o Green Day, pero no es intencional.
De hecho, recuerdo que en uno de sus shows cantó un fragmento de una canción de Bad Bunny. Eso resulta curioso... ¿Le gustaría hacer una colaboración con Bad Bunny o con algún artista que parezca muy distinto a usted?
Hay muchas personas. Ahora que el proyecto está más estable empiezo a pensar en eso: qué nota sería hacer una canción con Andrés Beltrán, un cantautor mexicano increíble. También quiero colaborar con Armenia o con Entreco de Cali, que hacen punk, con La Novena Agregada, que son del punk más nuevo. A mí me nace del corazón hacer música con gente de muchos estilos, géneros y escuelas distintas, por el potencial creativo.
¿Cuál fue la canción que más le costó escribir?
Corazón fue una de las más difíciles. Me demoré mucho en encontrarle la vuelta. Es, además, la primera canción que escribí, y ocurrió hace muchos años, cuando estaba en la maestría de musicoterapia. De hecho, fue un ejercicio para una clase. No estaba acostumbrado a escribir solo; siempre lo hacía con otros. Hubo varios retos que hicieron que el proceso se alargara. Recuerdo que, al final, me rendí un domingo en la casa de mis papás. Me tiré al suelo en mi cuarto, con la guitarra, tratando de encontrar algo, pero nada salía. Entonces tomé una libreta y comencé a escribir en verso sin melodía ni música. Cuando tuve eso agarré la guitarra, empecé a cantar sobre el texto, y salió. Corazón se lanzó en diciembre del año pasado, pero fue creada entre 2017 y 2018.
¿Cómo suena para Sergio una idea antes de volverse canción? ¿En qué encuentra la inspiración?
Creo que está en el corazón. Las canciones han estado ahí. A mí me ha costado mucho escribir sobre cosas que no me pasan a mí. Todas han salido porque hay algo que me atraviesa, algo que necesita ser dicho, encontrar una vía de escape, materializarse de alguna manera.
¿Y cómo ha influido su formación académica en ese proceso musical?
La antropología me dio capital cultural. Me permitió leer y escribir mucho, y eso inevitablemente te da herramientas prácticas de escritura, pero también formas de pensar, de mirar el mundo. Son lenguajes del pensamiento que se quedan contigo, no te los puedes quitar. Además, la antropología da una conciencia sobre nuestro rol dentro de la comunidad, el colectivo, la sociedad. Uno se vuelve consciente de cómo puede tener agencia, de cómo influye en los grupos humanos. Pienso que esa conciencia ha influido en mis canciones. Siento que, en estas primeras canciones que he compartido, hay una intención de ofrecer algo al colectivo. Me paro desde un lugar que piensa en quienes tienen el corazón roto, en quienes están haciéndose preguntas hacia dentro, en quienes están en introspección. Entonces las canciones se convierten en pequeñas ofrendas y herramientas.
¿Qué concepto de la academia borraría del lenguaje cultural por “inútil” o “dañino”?
El determinismo, en cualquiera de sus formas: histórico, ecológico, cultural. Esa idea de que estamos predestinados por el lugar o las condiciones en las que nacemos me parece peligrosa. Aunque el entorno influye, creo que reduce la complejidad humana.
