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Finalmente, después de mucho dudarlo, me decidí a modelar la escultura. Quería alcanzar la perfección en todas sus formas, cuidando cada detalle: sus ojos almendrados, hombros esbeltos y manos estilizadas. Pinté a mano sus pequeños labios y con cuidado esculpí la nariz.
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Al terminar mi obra quedé satisfecho, había alcanzado al fin el más alto grado de lo sublime. La sujeté con suavidad, la envolví y la guardé en una caja de cristal bajo llave.
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Han pasado ya varios años y continúa encerrada. En ocasiones oigo sus lamentos y súplicas para que la deje salir. Estoy esperando que fallezca. Sé que no falta mucho, pues cada vez está más débil, pero me consuela saber que su belleza aún sigue intacta.
*Unisabana Medios.