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¿Cómo fue su entrada al mundo del entrenamiento deportivo?
Tengo un complejo que se llama dismorfia corporal. Es una condición que hace que no me sienta conforme con mi cuerpo; lo que veo en el espejo no es lo que quisiera ver en realidad. A pesar de que muchas personas me digan que estoy grande, que estoy marcado, que tengo un cuerpo increíble, para mí no es suficiente. He venido tratando este tema con psicología y, aunque ahora estoy más estable, desde muy joven he lidiado con eso. Yo era un chico muy flaco. Medía 1,75 metros, que es mi estatura actual, pero en ese momento pesaba 60 kilos y tenía muy poca masa muscular. Claro, eso era por temas de alimentación y por no estar todavía enfocado en el mundo del fitness. Pero recuerdo mucho a un compañero del colegio que tenía los abdominales muy definidos. Yo lo veía y pensaba: “Quiero estar así”. En ese momento no tenía ningún conocimiento de entrenamiento, así que simplemente empecé a hacer abdominales en la casa y ese fue el comienzo de todo.
¿Cómo pasó de simplemente querer mejorar su cuerpo a hacer una carrera de entrenador?
Arranqué estudiando en el SENA y de ahí seguí con la universidad, una maestría y otros estudios que he hecho por fuera. Primero comencé como profesor de fútbol. Sin embargo, en un punto me di cuenta de que eso no era realmente lo mío. Lo que de verdad me gustaba era la otra línea: la actividad física. Ese enfoque estaba más relacionado con gimnasios y el mundo del fitness, no tanto con el deporte competitivo. Fue un momento en el que no sabía muy bien en qué enfocarme, así que decidí irme a prestar servicio en la Policía. Cuando terminé la etapa de iniciación, que dura unos tres o cuatro meses, surgió una oferta para trabajar en la Metropolitana de Bogotá como instructor de gimnasio. Y aunque en realidad yo era entrenador de fútbol, dije que era licenciado en Educación Física y me aceptaron. No sabía nada de gimnasio, ni siquiera cómo se llamaban bien las máquinas. Pero tenía muchas ganas de aprender y estar en ese mundo. Eso me llevó a estudiar más a fondo y a poner en práctica lo que aprendía. Conocí a muchas personas que sabían bastante sobre el fitness, que tenían cuerpos grandes, bien trabajados, y eso me motivó. Estuve ahí durante seis meses, y creo que esa fue como mi práctica profesional. Después salí y ya entendí que tenía que estudiar en serio.
Usted decidió empezar a hacer fisicoculturismo. ¿Por qué?
Siempre me ha gustado ver los cambios físicos, el antes y el después de los cuerpos. Al principio no conocía el proceso, no había hablado con alguien que estudiara el culturismo. Pero en Colombia llegó el culturismo natural, que es una modalidad libre de sustancias dopantes. No es que lo pueda hacer todo el mundo, pero sí es algo que se puede alcanzar con disciplina. Recuerdo que en ese entonces vi una foto de un campeón de España y la comparé con una foto mía y pensé: “No estoy tan lejos…”. Entonces decidí inscribirme. Empecé una preparación de un año, y mi idea inicial era simplemente vivir la experiencia. En el camino me encontré con muy buenas personas que ya habían competido, me guiaron de la mejor manera, y finalmente fui a competir por primera vez en la WNBF, la federación de culturismo natural de Colombia y ahí quedé encantado con el tema.
En estos dos ámbitos, el gimnasio y el fisicoculturismo, ¿diría que es más importante lo físico o lo mental?
Las dos son fundamentales: el cuerpo te va a dar lo que tú le exijas, pero si no dominas tu mente, no vas a llegar a ningún lado. En el culturismo llega un punto en el que el cuerpo aún puede seguir, pero la mente dice “basta”. Y ahí es donde uno debe buscar estrategias y ayuda profesional, porque hacer culturismo solo —y en general enfrentar la vida solo— es muy difícil. Llega un punto en donde uno se siente estancado, ya sea en lo familiar, en la carrera profesional o en lo personal, y salir de ese estancamiento solo es muy complicado. A veces basta con escuchar un consejo, una palabra de alguien, y eso te ayuda a salir de esa línea en la que estabas atrapado. Y también hay que saber aceptar que a veces uno sirve para algo y a veces no.
¿Qué le diría a alguien que toda la vida ha escuchado que debe hacer ejercicio, pero que no siente ninguna afinidad con el gimnasio?
Hacer ejercicio es una condición que mejora muchos factores de la vida: el estado mental, el ánimo e incluso la composición corporal. Pero no debe verse como una obligación. Al principio muchas personas tienden a sobreentrenarse o a pensar: “Quiero cambiar ya”, sin dar ese primer paso con calma. Ni siquiera pisan el gimnasio primero para mirar qué es una máquina, cómo se usa. Muchas veces se adelantan, se comparan con otras personas y dicen: “Quiero estar así”, pero no saben todo lo que alguien ha tenido que hacer para verse de esa manera. Ahora, entrenar la fuerza y el sistema cardiovascular es vida. Hoy en día, los médicos lo recomiendan mucho, porque ayuda a llevar mejor muchas enfermedades, ya sean patológicas o huérfanas, entonces a la gente que no le gusta hacer ejercicio le diría que empiece con un deporte. O que vaya al gimnasio simplemente a mirar, sin compararse con el que levanta 200 kilos, con el que está rayado o el que entrena sin camisa. Cada cuerpo es un proceso totalmente distinto. Encontrarle el gusto a esto es aprender a vivir el día a día del entrenamiento, seguir el paso a paso y disfrutarlo.
