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El cabildo TIWA en Leticia (Amazonas), ubicado a la altura del km 6 de la vía Leticia-Tarapacá, es una comunidad multicultural que alberga a nueve pueblos indígenas: murui, yucuna, tikuna, bora, inga, cubeo, tanimuka, cocama y miraña. (Lea otra crónica sobre la importancia de la lengua kamentsá).
Desde este lugar, que representa un punto de confluencia de memorias, lenguas y prácticas culturales, la documentadora murui Luz Dary Flórez está adelantando un trabajo fundamental para la preservación cultural de su pueblo: documentar su lengua y los saberes ancestrales de las mujeres mayores de su comunidad.
Se ha propuesto recuperar el pensamiento y la palabra de las mujeres del clan ɨmeraiaɨ (gente de boruga), hablantes del dialecto bue del murui, reconociendo en ellas un archivo vivo que resguarda enseñanzas fundamentales para las nuevas generaciones. Este esfuerzo hace parte del Programa de documentación de diez lenguas para el 2025 del Instituto Caro y Cuervo, una iniciativa que busca detener la pérdida de idiomas indígenas que hoy enfrentan serias amenazas de desaparición.
Un encuentro en casa de su tía Natividad Flórez, vicegobernadora del cabildo TIWA, en compañía de su mamá, Ángela Flórez, sabedora murui, fue una oportunidad para compartir el alimento y hacer un esfuerzo consciente por encontrar en la memoria palabras de un idioma que han ido olvidando.
Durante la visita, Luz Dary estuvo acompañando y documentando el proceso de preparación de un caldo de tucupí con semillas de macambo (Theobroma bicolor), un plato tradicional de la región que incluye pescado pirabutón (Brachyplatystoma vaillantii), acompañado de casabe y caguana, una bebida hecha de almidón de yuca con jugo de asaí. Natividad explicó el proceso de preparación del casabe murui, que toma aproximadamente un día completo y requiere utensilios tradicionales como el machucador (batea de madera para amasar la yuca madura), el tiesto de barro y el sebucán (instrumento tejido con fibra vegetal para exprimir la masa de yuca).
Con ayuda del machucador, se tritura la yuca previamente madurada —remojada entre cuatro y siete días para ablandarla— hasta obtener una masa fina. Luego, esta masa se exprime con el sebucán para secarla, se pasa por el cernidor y se transforma en harina, que servirá para formar las tortas. Esta variedad de casabe, aɨrɨjɨ, se asa lentamente en el tiesto hasta alcanzar una textura final ligeramente cauchosa.
La presencia de la documentadora sirvió para recordar palabras en murui relacionadas con alimentos como frutas y plantas cultivadas en la chagra. También para reflexionar sobre las dietas para la crianza y el cuidado de los niños, costumbres que se han ido perdiendo debido a la disminución de las semillas de chontaduro, maraca, uva caimarona, umarí, guama y maní amazónico, así como de tubérculos como el daledale, la mafafa y la yota.
A esta pérdida se suma la desaparición de animales utilizados para la cacería y la pesca, como consecuencia de prácticas poco sostenibles en el territorio, entre ellas la caza excesiva de borugas y otras especies silvestres en peligro de extinción, así como la pesca ilegal con veneno, que afecta a todo el ecosistema.
Así como se han ido perdiendo los alimentos tradicionales, situación que pone en riesgo la seguridad alimentaria de la comunidad, para la documentadora y las mujeres mayores también están desapareciendo los espacios de formación cultural con los niños, quienes, al asistir a jardines infantiles y escuelas donde predomina el idioma español, reducen el tiempo de conversación en su lengua materna.
Desde muy jóvenes, Ángela y Natividad han sido testigos de la pérdida del dialecto bue de la lengua murui, en parte debido a un sistema educativo que ha privilegiado el español sobre otras lenguas, y también por los desplazamientos que han sufrido muchas familias como la suya.
Antes de establecerse en Leticia, la madre de ambas, originaria de una zona cercana al río Cara Paraná, afluente del Putumayo, fue llevada siendo niña, junto con otras personas, hasta Pebas (Perú) para trabajar en una finca durante la época de la fiebre del caucho. Allí conoció a quien sería su pareja. Muchos años después, intentarían regresar a su tierra de origen, pero solo lograron llegar hasta Leticia, por el río Amazonas.
Este ejercicio de documentación resalta el rol de las mujeres mayores en la comunidad y constituye un acto de resistencia frente al olvido y a la violencia sufrida por muchas de ellas. Historias que ha recogido Luz Dary, relatos de quienes han llegado desplazadas de otros territorios a causa del conflicto armado, en busca de oportunidades de educación para sus hijos o acceso a servicios de salud.
Estas mujeres han tenido que adaptarse a un nuevo entorno para mantener vivas sus prácticas agrícolas y culturales en la chagra, pese a la influencia del contexto urbano que las rodea. Las chagras no solo sostienen la vida material, también son territorios de memoria, donde florecen frutas, plantas y palabras que resisten.
Para Natividad, dedicarse al cuidado de la chagra no es solo una forma de prevenir la desaparición de semillas fundamentales para la alimentación y la medicina tradicional, sino también una manera de preservar el conocimiento ancestral y asegurar la continuidad de estas prácticas culturales. Afirma que, con el trabajo de documentación, “estamos recuperando el idioma murui y estamos acordándonos de lo que sabíamos”.
Igualmente, Ángela considera que la importancia de esta labor radica en aprender palabras que ya estaban en sus memorias. Ambas coinciden en que el proceso de documentación es esencial para evitar la desaparición del idioma, ya que, al olvidar la palabra, también se pierde la identidad. Una identidad que, históricamente, ha sido definida por otros.
Aunque el pueblo murui también ha sido conocido como “uitoto”, según la documentadora, el nombre oficial es Murui-Muina, ya que la otra denominación es considerada peyorativa. Esta afirmación se sustenta en la información del Portal de lenguas y literaturas de Colombia del Instituto Caro y Cuervo: “El término uitoto (huitoto, witoto) es un gentilicio aplicado por los blancos a este grupo indígena desde el siglo XVIII y posiblemente antes. Al parecer, la voz es de origen caribe y significa originariamente ‘enemigo’ o ‘esclavo’” (Ortiz, 1965: 144–146; Pineda Camacho, 1987: 153).
Para Luz Dary, este encuentro con su mamá y su tía “fue una experiencia muy bonita porque tanto ellas como yo pudimos volvernos a reconectar y reconocernos. También tuvimos la oportunidad de reencontrarnos con el pensamiento para recuperar la palabra (…) Este proceso de documentar les ha parecido muy bonito, porque expresan que el murui se está perdiendo, estamos olvidando la palabra, estamos olvidando quiénes somos”.
Este ejercicio de recordación no es solo lingüístico, es también un acto político de pervivencia. Documentar lo que aún se conserva y sembrar esas palabras en las generaciones más jóvenes es, para Luz Dary, una tarea urgente. “Ese es el interés que tenemos nosotros como documentadores, para permanecer, para guardar, para mantener en la memoria estas palabras, estas enseñanzas, estas vivencias que un día tuvieron ellas, para recuperarlas y practicarlas con las nuevas generaciones”.
En el corazón de esta labor está la convicción de que la lengua no es solo una forma de comunicación, sino un modo de pensar y de habitar el mundo. Reencontrarse con el pensamiento es una manera de sanar la ruptura con la memoria. Porque donde vive la palabra, permanece el pueblo.
*Periodista del departamento de comunicación del Instituto Caro y Cuervo.