De esta manera, el dueño de la compañía artística y algunos empleados de El Circo conformaron una plancha para el Concejo, que, de llegar a triunfar, recuperarían algún dinero para continuar su travesía hacia otros lugares de América, en donde los habitantes no fueran tan amargados y sin sentido del humor, como en aquel puerto.
El Circo, debido a su masividad y espacio de socialización pública, también sirvió para fomentar la participación ciudadana del pueblo en las elecciones, con mitines por el candidato amigo. El Circo, a pesar de servirles a las autoridades municipales como herramienta para calmar la violencia callejera, no impedía que éste siguiera cumpliendo su función de socialización popular, ya que en las funciones el Alcalde denunciaba y satirizaba las malas prácticas de adversarios políticos.
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Llegó el domingo de tan esperadas elecciones. El resultado, como era previsible fue un rotundo fracaso para el amigo del Alcalde, y para los artistas, quienes sufrieron la embestida provocada por sus escasos seguidores políticos, quienes, al día siguiente, entre la una y las dos de la madrugada, metieron candela a la gran carpa porque no aguantaron la derrota y la burla de los contrarios, y provocaron la estampida de todos los animales hacia la selva profunda del Pacífico sur.
En la radiante mañana de unos días después, los moradores vieron partir a la gente foránea en un barco que iba rumbo a un país de América. En la playa, adormecidos por las olas, quedaban los últimos vestigios de los pasados comicios electorales: los pedazos de carpa con los que Domitila Alegría y algunos pescadores recogían almejas, y las carcomidas pancartas de tela, enredadas unas con otras, en donde se alcanzaba a distinguir la foto del futuro Alcalde junto a la propaganda de la primera función del espectáculo artístico, que de manera premonitoria anunciaba: «Llegó El Circo».
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