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Cuando el silencio también duele (Reseña)

Una persona perfecta (Seix Barral, 2019) es la novela más reciente del escritor español Jaime Arracó Montoliu, quien está radicado en Colombia desde hace más de 10 años.

Santiago Díaz Benavides @santiescritor
21 de enero de 2021 - 11:33 p. m.
Portada de "Una persona perfecta", de Jaime Arracó Montoliu.
Portada de "Una persona perfecta", de Jaime Arracó Montoliu.
Foto: Archivo Particular

“La vida es como es”, reza una de las líneas de Una persona perfecta (2019), la novela más reciente que ha publicado Jaime Arracó Montoliu, luego de la aparición de Los años queman (Rey Naranjo, 2016), el título que le permitió entrar en el panorama literario nacional con muy buen tino. En esta nueva obra, el autor nos cuenta la historia de Saturnino Freixa Santcliment, un joven español al que le han diagnosticado esquizofrenia. Recién ha cumplido la mayoría de edad y la primera gran noticia devastadora que recibe, de las muchas que le esperan, es que su vida cambiará para siempre. Él mismo es quien nos lo revela, a la vez que va y viene entre distintos episodios de su infancia y el tiempo presente. Mientras atendemos a su testimonio, la narración nos ubica en distintos escenarios y puntos de vista que le permiten a la historia tomar matices mucho más precisos, en relación a cómo funciona la mente del personaje.

Narrada en fragmentos, esta novela nos sitúa a los lectores ante el dolor de Saturnino, este joven al que la vida, en muy poco tiempo, ha sabido patearle de formas poco gratas. Primero, su padre siempre fue opresivo y no le permitía ser. Si reía, tenía que reír de cierta forma; si lloraba, tenía que procurar que no lo vieran; si le gustaban ciertas cosas, tenían que ser las mismas cosas que a los otros chicos les atraían. Segundo, su madre nunca estuvo lo suficientemente presente para él, ni para su hermana, y esto lo llevó a buscar en otras personas, sus amigos, lo necesario para llenar esos vacíos. Tercero, estos amigos no siempre lo llevan por los caminos más acertados y es así como termina haciéndose adicto a las drogas. Podríamos suponer que Saturnino es desordenado, indisciplinado y que está poco interesado en la vida, que actúa como lo hace porque su hogar está fracturado y nunca ha tenido una figura que lo oriente. Podríamos suponer, también, que es un chico bueno al que le ha tocado vivir cosas malas, pero lo mejor sería no suponer nada y dejar que él mismo descubra las razones por las que su vida es como es. De eso, justamente, tratan estas páginas. A sus dieciocho años, Saturnino deberá enfrentarse a sus demonios para comprender por qué tiene esquizofrenia, qué tiene por dentro, qué hay en su cabeza y en su corazón.

“(…) ¿Qué quieres, Saturnino? Has hecho todo lo posible para ser quien eres ahora. Has mentido, te has mentido, al principio por no hablar y después -mentiras que ya dan igual- por hablar de otras cosas, por hablar como si fueras otra persona, una persona que te hubiera gustado ser. Ese que quieres ser te persigue para matarte, es él, son ellos, no es nadie más. Es un director de cine de Los Ángeles, es un lobista de Ciudad de México. Es cualquier persona que tenga una vida que no encuentre ninguna equivalencia ni interna ni externa, ni de forma ni de fondo, con tu presencia humana. Es el niño que no pudiste ser” (p. 86).

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El mayor logro, hay que mencionarlo, que consigue Arracó como escritor en este libro radica en la potencia de su voz, y bien lo señala Gonzalo Mallarino en la cintilla que acompaña el libro: “(…) encontró la certeza del lenguaje y la flexibilidad del estilo literario para llevarnos hasta la angustia y la inclemencia”. Sus palabras se funden con las de su personaje y nos permite sentir empatía por un sujeto que está desorbitado. Sus recuerdos, las imágenes narradas, no son siempre coherentes y, en ocasiones, parecen simplemente lloriqueos de un chico rencoroso o los pensamientos sin sentido de un enfermo. Es ahí donde, justamente, yace la virtud del narrador, que de entrada se propone situar al personaje al mismo nivel que nosotros. Es un tipo cualquiera al que, por desgracia, le ha tocado padecer una enfermedad mental.

Esta no es una novela, sin embargo, acerca de los problemas mentales, no habla sobre enfermedades ni se propone reflexionar alrededor de los estigmas que surgen en relación a estas. La novela propone una historia dura alrededor del dolor y la forma como silenciamos aquello que desconocemos, bien sea por temor o por mera ignorancia; explora, además, los conflictos emocionales que surgen al interior de una familia disfuncional y las problemáticas comunes que pueden presentarse en la vida de cualquier joven. Más allá de esto, es interesante ver cómo el autor se mete en la cabeza de su personaje para reflexionar sobre su condición. Uno de los pasajes más intensos del libro dice: “(…) Dependo de pastillas para vivir y para dormir, pero no para amar. Soy un enfermo en vuestro mundo y una persona perfecta en el mío. Escribo sobre qué es estar mal y deprimido, pero mis recaídas indican que no recuerdo los sentimientos, vuelvo a ellos como si no hubieran estado nunca conmigo. Me piden que cambie, pero todos buscan al viejo Saturnino, la versión salvaje, así lo ha definido la psiquiatra. Cuando debes describir a un esquizofrénico, ¿qué dices antes, que es buena persona o que es esquizofrénico? ¿Qué te quiere mucho o que es esquizofrénico? ¿Qué sueña en grande o que es esquizofrénico?” (p.109) Y el lector se queda con esto, con estas últimas preguntas dándole una y mil vueltas en la cabeza. ¿Qué piensa uno, realmente, cuando sabe que la persona que tiene en frente es esquizofrénica? La respuesta la conocemos todos, y es una pena que así sea.

El acierto de Arracó es preciso en este libro. Soy enfático al respecto. Nos permite evaluarnos a través de su personaje, porque Saturnino es la representación de lo que a diario vivimos y de aquello que, a menudo, la realidad nos exige: no llores, no dudes, no falles, no sueñes, no seas… Es fácil encontrarse en los gritos del padre a Saturnino, en los comentarios despectivos de la hermana, en la indiferencia de la madre; mucho más sencillo es conectar con su dolor a través de sus palabras, porque Saturnino somos todos nosotros, queriendo funcionar al interior de un sistema que no tiene la mínima intención de dejarnos entrar fácilmente. Al final, queda uno con la sensación de haber asistido a una hermosa historia, con la certeza de que Saturnino estará bien, en algún lugar fuera de su cabeza, viviendo esa paz que tanto anhelaba, que desde siempre no fue nunca un sitio en específico, sino uno persona que lo abraza mientras llora.

Por Santiago Díaz Benavides @santiescritor

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