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Cumbia colombiana: así se cuida el legado y patrimonio vivo de un pueblo

La cumbia es tambor, canto y danza, pero también memoria viva, tejido comunitario y resistencia. Tras un año de haber sido declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación, se presentó el plan de salvaguardia que busca proteger a los cuerpos que la bailan, las voces que la cantan y a quienes creen que no es un tema del pasado, sino del futuro.

Samuel Sosa Velandia

26 de julio de 2025 - 07:00 p. m.
La Cumbia: Patrimonio Cultural Inmaterial de Colombia.
Foto: ROXANA CHARRIS
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Neiro Díaz tenía nueve años cuando la cumbia se le metió en los pies. No era aún maestro, gestor cultural ni defensor de la tradición. Era solo un niño de la comuna 1 de El Banco, Magdalena, adonde las escuelas del norte miraban con condescendencia, como si nada valioso pudiera salir de su barrio. Pero fue allí, en el patio escolar y con las ganas de ser visto, donde nació su primer grupo de danza. Conformado por niños de tres colegios, participó en un festival intercolegiado y ganó. Desde entonces, la cumbia no ha dejado de marcarle el rumbo.

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Hoy, Neiro Yesid Díaz Amarís es maestro de cumbia reconocido por la Gobernación del Magdalena y el Ministerio de las Culturas. Dirige la Fundación Folclórica y Artística Herencia de mi Tierra, y ha formado a generaciones de niños, niñas y jóvenes en el arte de bailar la historia. “La cumbia transforma vidas. No se trata solo de moverse al ritmo de un tambor, sino de entender por qué la bailamos, qué nos está diciendo sobre nosotros”, aseguró.

Él, como todos los bailadores, cantadores y cultores, ha defendido que la cumbia no es solo música ni danza. Ángela Rinaldi Ribón tiene esa misma creencia: “Es una manifestación cultural con prácticas asociadas: desde la artesanía y la fabricación de instrumentos hasta la memoria oral y los saberes ancestrales que la sostienen”. Ella, gestora cultural del Festival Nacional de la Cumbia y también nacida en El Banco, lo ha visto todo desde dentro. Su infancia estuvo poblada de amaneceres en cumbiones, de abuelas que bailaban, de momentos en los que Totó la Momposina enseñaba en las ruedas cómo danzar.

La cumbia, insistió Díaz, “es la madre de todos los ritmos” y con ese sentir maternal es que también la ven como un consuelo, un refugio y un abrazo. En los barrios sin oportunidades, en los hogares donde hay carencias y prima la violencia, la danza se ha convertido en un espacio de escucha y resistencia. “Cuando los niños no pueden expresar lo que sienten, cuando no hay quien los escuche, la cumbia les abre un camino. Uno, como profesor, termina siendo como un psicólogo”, dijo el bailador.

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Este año, la cumbia cumplió un año de haber sido declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación, por lo que el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes está socializando su Plan Especial de Salvaguardia (PES), una hoja de ruta nacida bajo el liderazgo de la Gobernación del Magdalena y la Fundación José Barros Palomino. Fue esta última la que, desde 2020, se encargó de liderar las mesas participativas con comunidades portadoras, recolectar saberes y estructurar un plan que escuchara a los verdaderos custodios de la tradición.

Por su parte, la Gobernación del Magdalena aportó los recursos económicos, el acompañamiento logístico y la voluntad institucional necesarios para que el plan se hiciera realidad. Además de financiar el proceso, fue clave para articular esfuerzos entre el ámbito nacional y las comunidades del territorio. “El reconocimiento no viene de arriba hacia abajo”, explicó Rinaldi. “Son las comunidades quienes deciden qué es patrimonio. Y fueron ellas, desde Magdalena, Atlántico, Bolívar, Córdoba y Sucre, las que alzaron la voz para decir: la cumbia debe ser protegida”.

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El plan identificó seis líneas estratégicas: difusión, educación y transmisión del conocimiento, circulación, apropiación comunitaria y fortalecimiento institucional. No se trata solo de organizar festivales, sino de garantizar que haya escuelas, semilleros, maestros de tambor, de caña de millo, de danza. Que haya niños con tiempo y espacio para aprender, y que no haya que abandonar el territorio por falta de apoyo.

En El Banco, por ejemplo, la caña de millo —instrumento esencial de la cumbia tradicional— está en riesgo. Faltan maestros que enseñen a tocarla, escasean los materiales para fabricarla, y muchas veces los grupos desaparecen por falta de recursos. Por eso se asumió el compromiso de asegurar que la cumbia siga danzando en el tiempo —como río que no cesa—.

¿Y cómo se logra eso? En el PES se acordó fomentar acuerdos entre la comunidad de la cumbia y actores locales, regionales, nacionales e internacionales para fortalecer la salvaguardia integral de la manifestación mediante políticas públicas, alianzas y recursos. Asimismo, se impulsarán las estrategias que promuevan la creación, difusión y comercialización de la cumbia tradicional, integrando nuevas sonoridades y dignificando el trabajo de sus portadores y gestores culturales.

Saia Vergara, viceministra de Patrimonios y Memorias, aseguró que lo importante, al final, es entender que el patrimonio no es un objeto del pasado, sino un proceso dinámico que involucra a las comunidades, sus territorios y sus formas de habitar el presente. “La declaratoria no es una medalla ni un diploma, sino una herramienta para la acción. El plan de salvaguardia es un compromiso colectivo con la memoria, la transmisión intergeneracional, la formación de nuevos públicos y la visibilización de los hacedores”, señaló la viceministra.

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El tambor que suena y resuena

A pesar de que el género nació orgininalmente en Colombia, hoy se produce más en México, Argentina y Perú. “Eso no nos amenaza”, afirmó Rinaldi. “Al contrario, es una oportunidad para proyectarnos, para crear puentes entre quienes hacen cumbia en otros países y los que conservan su raíz”. Y es que la cumbia ha migrado, como los pueblos, como las historias. Late en las orillas del Magdalena y en las calles de Monterrey. Cambia de vestuario, de instrumentos, de acentos, pero no pierde su espíritu. Porque, como dijo Díaz, “aunque le pongan guitarras o sintetizadores, el llamador es el que manda. El patrón rítmico se respeta”.

Cada región tiene su forma de bailarla. En Barranquilla hay giros rápidos, espaldas que se dan la vuelta. En El Banco, en cambio, no se puede dar la espalda a la pareja. Es un baile de cortejo, sí, pero también de respeto, de comunión. Es danza que nació del fuego sagrado —como lo llamaban los pueblos indígenas— y se expandió con la llegada de los africanos y los europeos. Un lenguaje triétnico, mestizo, que honra la memoria sin miedo al cambio.

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Por eso fue elegida símbolo musical y cultural de los 500 años de Santa Marta: porque en ella convergen los caminos de la historia. Santa Marta, ciudad portuaria, ha sido nodo de encuentro entre pueblos indígenas de la Sierra, comunidades afrodescendientes y campesinos ribereños. “La cumbia conecta el sur del Magdalena con Santa Marta, con sus rutas comerciales y culturales. Es una oportunidad clave para visibilizar un ritmo que nos ha dado tanto”, señaló Rinaldi.

Durante cuatro días al año, esa conexión es visible en el Festival Nacional de la Cumbia José Barros Palomino, que este año celebrará su edición 41, con más de 2.000 artistas, delegaciones de todo el país, competencias de parejas de baile, canción inédita y cumbiambas. Un escenario fluvial a orillas del Magdalena donde la tradición resiste y se reinventa. Un lugar donde el tiempo se suspende y la memoria danza. Y, mientras tanto, los maestros comienzan a llegar a las escuelas. El Ministerio de las Culturas ha iniciado un convenio con el de Educación para que hacedores tradicionales, como Neiro Díaz, sean reconocidos como docentes.

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Vergara enfantizó en que por eso el plan no impone una sola visión, sino que recoge las voces diversas de los portadores que han vivido, enseñado y transformado la cumbia desde sus contextos. También propone acciones para asegurar el bienestar de quienes la mantienen viva: músicos, bailadores, vestuaristas, coreógrafos, investigadores... “Una de nuestras prioridades es garantizar el diálogo intergeneracional y la permanencia territorial del saber”, concluyó.

Pero ningún plan vive solo del papel. Para que la cumbia siga palpitando en las plazas, los festivales, los barrios y los cuerpos, se necesita mucho más que una declaratoria. Se necesitan, como manifestó la viceministra de Patrimonio, “voluntades reales, presupuestos que respalden la palabra y sobre todo una articulación interinstitucional comprometida. El Ministerio no puede hacerlo solo”. Ella y todos los convecidos de este proyecto dijeron que solo sumando afectos, saberes y recursos se podrá garantizar que la cumbia no sea apenas un eco del pasado, sino una vibración constante en el presente, e insistieron en que debe quedar claro que la cumbia no se rinde al olvido, ni a la globalización, ni a la indiferencia. Que vive en los cuerpos que la bailan, los tambores que la anuncian, los abuelos que la recuerdan y en la lucha de quienes no han dejado que se apague.

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Por Samuel Sosa Velandia

Comunicador social y periodista de la Universidad Externado de Colombia. Apasionado por las historias entrelazadas con la cultura, los movimientos sociales y artísticos contemporáneos y la diversidad sexual. Además, bailarín de danza folclórica en formación.@sasasosavssosa@elespectador.com
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