¿Cómo han sido tantos años de investigación y cómo recopiló parte de la información en este libro?
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No quiero ser desagradecido con el libro, pero el libro es como un subproducto, es casi que un decantamiento de un trabajo gigante. Tanto el documental que sale en el 2020 como el libro son fracciones muy pequeñas de lo que permite la herramienta. Lo que nosotros creamos es una herramienta impresionante de corroboración, de ubicación de la información, etcétera, que además es imposible de contar en ninguna de las formas tradicionales —o incluso no tradicionales— de contar cualquier historia.
Y es que usted la puede ver desde el testigo que está de tal lado del edificio, el que está debajo de una mesa, el que está en el baño. Entonces, esto son una multiplicidad de miradas muy chéveres. Lo que finalmente uno hace, por ejemplo, para el libro, es decir: “Ok, bueno, ¿cuáles son esos hallazgos que de verdad la gente necesita saber?”.
Y no quiero decir que la familia de la señora secretaria, que finalmente va a saber cómo murió su mamá, eso no sea importante; claro que lo es, pero es importante solo para ellos. Hay una importancia política, histórica, que el lector que no tiene nada que ver con el Palacio necesita saber. Entonces toca escoger y decir: “Ok, ¿cómo murió el presidente de la Corte? ¿Cómo vamos a contar la muerte del presidente de la Corte?”. Y lo contamos.
Lo que la herramienta tiene es la posibilidad de que yo coja y le diga: “Mire, ese relato casi novelado que usted tiene ahí, que entonces el tipo sale y le disparan y viene el incendio y no sé qué, tiene estas pruebas, este sustento: forense, trayectorias balísticas, desarrollo táctico de las dos fuerzas, etcétera”. Eso está en la herramienta. Usted en el libro no ve la herramienta, lo que ve es el relato.
Si aparece un nuevo informe forense, lo metemos a la herramienta, y ya podemos ubicar un guerrillero en un sitio, o un magistrado, o un soldado. Entonces la herramienta va creciendo.
El asunto es que eso nunca se va a poder contar del todo; es imposible narrar todas esas miradas. Lo que se hizo fue una tarea de selección: ¿cuáles son esas escenas? Entonces, por ejemplo, el baño final, o contar el edificio: mire, había tantas escaleras, eran de tal forma y servían de esta manera. Una operación táctica, por supuesto, cuando se diseñó el edificio nadie pensó en eso, pero una vez se hace el primer tiro dentro del edificio, la realidad táctica de esas escaleras, de esos pisos, define todo. Porque las balas no giran en las esquinas.
Expliquémosle a la gente cómo funciona esa herramienta y cómo fue que la creó...
Yo recibí 40 mil hojas, fotocopias oficio además, enormes, borrándose. Yo lo que quería hacer era un pódcast cortico contando varios ángulos de la toma. Entonces dije: “Empecemos a leer los libros, tratemos de llegar a unos sobrevivientes, a unos familiares, y de pronto a unos militares; quién quita”.
En ese trabajo termino obteniendo el expediente, porque por la mitad se atraviesa la aparición de la hermana de René Guarín. Como antropólogo físico, cuando leí el informe de la muerte de Guarín —que de hecho creo que uno de los primeros que lo publicó fue El Espectador—, para la gente fue: “Apareció la Siempreviva”, y para mí fue: “Esa fractura en esa vértebra no es compatible con una persona saliendo viva de ese edificio”.
Una fractura en esa vértebra te deja sin el uso de las piernas. ¿Cómo salió esa señora? Que alguien me explique qué pasó. Entonces, en esa búsqueda del informe completo, aparece el expediente. Cuando se empieza a leer, hay una sencilla limitación humana: usted no puede acordarse de 1.200 testimonios de 42 mil páginas. Yo empecé a ponerle noticas, a hacer cuadernos, y era imposible. Esto era monstruoso. Entonces, ¿qué hice? Un Excel que inicialmente era el Excel de las notas: la nota tal está en tal folio, la nota tal está... Y luego me di cuenta de que estaba básicamente transcribiendo los folios en el Excel. Cuando hicimos eso, empezamos a notar cosas.
Por ejemplo: ¿cómo funciona un juzgado? El juzgado entrevista a Andrés, y el juez dice:—¿Estaban mirando a los cerros orientales o al escritorio? Usted dice “el escritorio”. Yo digo “los cerros orientales”.
Entonces el juez concluye: “Como David le estaba dando la espalda al ingreso, el testimonio de David no vale para saber quién ingresó por ahí, pero el suyo sí, porque usted veía”.
Cuando usted pone eso en el Excel y ya no lee a Andrés horizontalmente, sino que coge y lee “la oficina 101” verticalmente, usted solo tiene información. Alguien dice: “Yo vi el reloj, eran las 11:40”. Otro: “Yo vi por la ventana cuando el avión de Continental Airlines entró por la Torre Gemela”. Entonces ya no lee a Andrés, a David, a fulano, sino la información de la oficina. Eso permite hacer cosas: la gente se asusta y cuenta en el primer momento cosas que pasaron luego.
Si en una oficina había diez personas y nadie cuenta que un soldado entró por la puerta, pero uno dice: “No, es que inmediatamente sonaron los tiros, entró un soldado por la puerta”, ¿era soldado? No puede ser, porque entraron tres horas después. Entonces el que entró por la puerta fue un guerrillero.
Ah, o sea que a las 10:00 sí entró un guerrillero. ¿Y qué cuenta esa persona? “No, que vio que se asomaron y se fueron”. ¿Es coherente con lo que habría hecho un guerrillero? Sí. Ah, ok. ¿Nos dice algo? De pronto no. Y queda ahí.
Por la lectura vertical de los testimonios, el Excel permitió entender. Porque cuando los jueces recogen los testimonios, no lo hacen ni en orden arquitectónico, ni jerárquico, ni nada. Usted lee el expediente y lo lee a la loca. El Excel permitía decir: “Muéstreme todas las 101”, y yo solo leo la 101, o el cuarto piso, o el ascensor tal. Entonces ya no hay ruido.
Y dijimos: “Veamos qué pasó acá”. Sabíamos, porque en el expediente está el plan de los guerrilleros, dónde pretendían estar. Entonces, metámonos a esas oficinas primero.—Ah, iban a estar en esta, en esta, en esta.—Ok, ¿qué pasó ahí?—Ah, sí, describen que entró la guerrilla.
Entonces, esta parte del plan se cumplió, esta no, esta sí. Y empezamos a reconstruir tácticamente la operación guerrillera.
La operación militar era más fácil de entender: era una operación de copamiento, “entre por donde pueda y llene todo”. La guerrillera no: no hay testigos guerrilleros sobrevivientes a quienes preguntar. El edificio era enorme; de pronto alguien sobrevivió en la escalera norte y cuenta eso, pero qué pasó en el otro 80 % del edificio, ni idea.
Entonces eso básicamente es un Excel. Hoy en día es un Excel gigantesco, con varias capas que funcionan entre sí. Ya hay gente que lo ha programado, se pueden meter variables, videos, cronologías, audios de radios... Es una herramienta gigante.
El libro destaca que en esta ocasión también se incluye al edificio del Palacio como protagonista de la historia...
Eso es muy simple: las balas no giran en 90 grados. ¿Qué significa eso? Que cuando usted decide armar un combate dentro de un edificio, el campo de batalla habla, decide quién gana, quién pierde. Hay cosas que pasan, como, por ejemplo, que el ejército llega a tener la necesidad de traer un tirador zurdo para poder disparar sobre cierta posición.
¿Por qué zurdo? Porque la pared solo permitía sacar el hombro izquierdo para que no lo dieran. Si usted es diestro, tiene que salirse para poder disparar. Entonces le da. Cosas como esas. Si usted leía todo ese expediente sin tener el edificio —como me pasó la primera vez—, entendía ciertas cosas, pero otras no.
Por ejemplo: ¿cómo así que todos los soldados, policías y oficiales dicen que Reyes Echandia necesariamente tuvo que caer en un fuego cruzado? ¿Dónde estaba Reyes? ¿Cómo se veía desde donde estaban los policías y los soldados? ¿Hacia dónde disparaban? Si los estaban viendo, ¿cómo se les ocurrió disparar?
Cuando ya tuvimos el edificio: no, es que no se veía. Estaba a 30 metros del máximo campo de tiro de las fuerzas oficiales; no les podían dar. No hubo fuego cruzado. Entonces ya pudimos decir: “Todos estos testimonios son libreteados”. El edificio no tiene ni color político, ni toma decisiones, ni se pone de un lado o del otro. Una pared de concreto es una pared de concreto, y no más. Entonces el edificio es el personaje, porque es el único personaje que, cuando dice algo, no miente.
Y no es que la gente mienta deliberadamente. La gente puede mentir simplemente porque, en el susto tan hijueputa, le pareció que escuchó a unos guerrilleros correr. Esa persona dice eso. Pero si él mismo contó que lo primero que hizo fue ponerse una alfombra encima, ¿cómo puede asegurar que los pasos que escuchó eran guerrilleros? No tiene ni idea.
El edificio no hace eso. No puede contar tantos detalles, pero cuenta los determinantes: los que definen el combate, las posibilidades de escape de la gente, de los mismos guerrilleros, de los soldados. Son básicamente decretos tácticos: esto se podía hacer, esto no.
Dice usted acá en el capítulo El armario de la soledad: “Me tomó años encontrar la respuesta, el anhelo imposible de acceder al tesoro escondido en la habitación prohibida por el sigilo”. Ahí usted cuenta por qué decidió embarcarse en esta tarea...
Eso pasó. Esa casa existe. Yo no la he encontrado. De hecho, en estos días fuimos otra vez con mi madre al barrio —no habíamos ido juntos desde los años ochenta— y ella tampoco dio. Claro, ya está mayor, pero sí, esa escena en la que en esa casa escondieron algo pasó, y eso me marcó.
Pero yo nunca accedí. Nunca supe qué fue lo que escondieron en esa casa, y de pronto eso quedó medio confuso en el libro. Lo que pasa es que cuando yo tuve el expediente, esa pulsión por abrir la puerta y saber qué era lo que había es la que finalmente completo o satisfago con la información que luego me llegó.
Pero no fue nunca la que se escondió en esa casa. Yo presumo que eran las grabaciones de los militares, que ahora yo tengo, y que muchos tuvieron desde esa época. No debía ser nada más que eso. Pero nunca lo supe, porque mi mamá se fue de trabajar en esa casa a los pocos años, y nunca más tuvimos relación con esas personas.
Pero, perdón, ¿por qué en esa casa estaba eso?
Era una casa gigante en La Soledad. La parte de enfrente eran las oficinas de relaciones públicas, y tenían, atrás de la casa, digamos, los cuartos que hoy serían como los de los hijos, que no hacían nada con ellos. Mi mamá necesitaba una oficina para poner su agencia de publicidad, estudio de diseño básicamente. Entonces, ella, que es amiga y tiene relaciones con estas personas, le dicen: “Pues véngase a trabajar aquí”.
Mi mamá trabajaba ahí, y luego yo recorría la casa con la libertad absoluta de que esa era como una casa mía. La escena de ella subiendo las escaleras sucede tal cual, en esa casa absolutamente libre y abierta, que era todo un gran campo de sueños.
Pero ese cuarto se cerró y nunca más se abrió. La actitud de las personas de la casa, el ambiente, pasó de ser una casa abierta, sonora, con música, etc., a todos hablando en susurros. Y alguna noche —ahí parece como si fuera la misma noche— escuché a mi mamá decir: “¿Cómo así que el magistrado?”.
Ella no recuerda que le hayan dicho eso, solo que le dijeron: “Tenemos un material peligrosísimo del Palacio de Justicia”. Entonces, a mí eso me amarró al caso. En algún momento, hablando con mi mamá, ella me dijo: “¿Te acuerdas que en Relacionar pasó tal cosa?”.Y ahí reviví. No lo tenía muy claro, no era un recuerdo constante, pero ahí fue que dije: “Uy, claro, eso tuvo que ser lo que me marcó”.
Después empecé a recordar, hablando con ella, y fue diferente a recuerdos como el de la Plaza de Bolívar con los bomberos. Ese nunca me ha abandonado: subir esa escalera, voltear a mirar y ver el edificio.
Eso pasa como a los cuatro meses, cuando el edificio todavía olía. Ese sí lo tuve presente toda mi vida, pero ahí no había nada secreto que ver. Era el auditorio vuelto mierda, quemado, con una bandera entorchada, toda sucia en la fachada. Nunca lo olvidé, pero no tenía información; no era un misterio que resolver. Yo estaba cargado de susto: ir, saltar esa colchoneta, tenía que resolver eso, digamos.
Me parece importante lo que usted descubre alrededor de la muerte de Reyes Echandía. Usted lo pone acá como: “Ahí les dejé ese baldado de agua fría para que se lo echaran por la espalda”...
En el año 1988 se falla por primera vez un caso relacionado con la toma del Palacio de Justicia, un caso contra las Fuerzas Armadas por uso excesivo de la fuerza. Es decir, legítimamente podían actuar, pero lo hicieron en demasía. En esa sentencia se dice: “El presidente de la Corte…”. Hoy en día el gran interrogante son los desaparecidos, claro, pero en su momento no era así. En ese entonces el interrogante era cómo murió el presidente de la Corte, el presidente de uno de los tres poderes del Estado.
La justicia lo resolvió muy rápido en el 88: dijo que murió en un fuego cruzado. Fin. Cuando uno lee los libros de todos los autores, la muerte de Reyes se resuelve rápido con el cuento de que fue un fuego cruzado. Los militares dicen: “No sabemos de dónde salió la bala”. Medicina Forense dice: “Salió de un arma de las Fuerzas Militares”. ¿Por qué? Porque entre las armas de los guerrilleros no había subametralladoras en el cuarto piso; las había en otro sitio del edificio.
Entonces los autores dicen: “Ok, sí, fue un fuego cruzado, pero el que disparó fueron las Fuerzas del Estado”. Ya teníamos un responsable. Pero cuando usted dice “fuego cruzado”, se imagina daño colateral: me disparan los guerrilleros, yo disparo, y una bala perdida mata al presidente de la Corte.
Cuando tuvimos el plano y la maqueta, me fui donde las dos personas civiles que entraron esa mañana y les dije: “Hazme un favor, este es el cuarto piso, indícame si recuerdas cómo era”. Uno me dice: “Ah, los ascensores estaban acá, yo entré por acá, este era el cuarto piso”. El otro dice: “Sí, aquí estaba Reyes”.
La disposición del edificio nos indicó dónde era la oficina de Reyes. Lo sabíamos porque desde allí se usó el teléfono para hablar con las radios. Estaba a 40 o 50 metros, en línea directa, de donde las fuerzas regulares sí podían disparar sobre ellos.
¿Y cómo llegó Reyes hasta allá? Si era rehén, ¿por qué llegó hasta allá?
Buscamos testimonios. Encontramos uno de una mujer que estaba justo debajo y recuerda perfectamente que decían toda la tarde: “¡Cese el fuego! ¡Tenemos heridos! ¡Hay una señora embarazada!”. Pero hubo momentos con gran explosión, ametrallamiento, y de pronto se oyeron voces: “Vamos a salir, el presidente de la Corte está herido”.
Cuando entrevistamos a los guerrilleros, supimos que ellos no habrían mostrado su cuerpo si no les hubieran dicho: “Listo, salgan”. Así funciona. Entonces configuramos una escena: antes de la bala que lo mata, hubo un momento en que se cesó el fuego. En ese momento ya no hay daño colateral ni fuego cruzado: hay dolo, intención de disparar. Usted no dispara para no matar.
Nos dimos cuenta de que Reyes estaba lejos de donde se habían reunido los rehenes, que ya estaba en línea visual directa y a pocos metros de una fuerza que mantenía el control del sector desde hacía horas. Ya habían detonado explosivos, etc.
Los testimonios de los policías decían: “Por la espalda, se nos apareció un guerrillero enorme, una silueta, el fuego creó una silueta y él nos disparó”.Ok, pudo pasar, pero cuando analizas la escena —los cuerpos, la ubicación de los cadáveres, las trayectorias—, ya sabemos que el incendio ya venía.
La silueta existía, sí, pero no fue que los atacó por la espalda. Coincidiría más con que ellos vieron venir a esa gente. Además, tenemos personas que dicen: “Dijeron cese al fuego y luego les dicen salgan”. Sabemos que un combatiente no habría salido si no le dicen “salga”.
Entonces, ahora tenemos un presidente de uno de los tres poderes del Estado muerto por una bala disparada a mansalva contra una persona herida. Ahí fue cuando dije: “Uy, para mí era suficiente el tema del fuego cruzado y el daño colateral como ciudadano”.
Yo también quería encontrar a los desaparecidos, pero ahí entendí: lo de los desaparecidos es otra cosa. Lo grave es que dispararon deliberadamente sobre una persona identificada.
Porque, de nuevo, si ellos iban a salir, debieron salir con las manos arriba, desarmados, diciendo: “Es el presidente de la Corte, no disparen, está herido, traigan la Cruz Roja”.Y la señora dice: “Después de escuchar eso, una ráfaga monumental… y silencio”.
Ese fue el hallazgo. Ahí ya paré y dije: “Esto no es solo un caso de desaparecidos que trabajan en una cafetería. Aquí las fuerzas del Estado dispararon deliberadamente sobre el presidente de la Corte Suprema”. Eso cambia todo. Colateralmente, nos damos cuenta de que en esas mismas acciones del cuarto piso caen las personas dadas por desaparecidas.
¿Y qué pasa con Alfonso Jacquin?
Cuando hablábamos con los guerrilleros, nos decían que era perfectamente coherente que el comandante de la operación hubiera sido quien enfrentó el hecho de “vamos a salir y traemos a Reyes herido”.Si lograron movilizarlo por los corredores de tabiques, no lo habrían mandado con guerrilleros rasos: uno de los comandantes se habría ido con él. Ahora sabemos que no era uno, eran dos: el comandante 4 y el comandante 2, Elvencio Ruiz y Alfonso Jacquin.
Lo de Alfonso Jacquin lo descubrí circunstancialmente. Hubo un momento en que dije: “No podía haber, a las 9:30 de la noche, una escolta con el arma todavía en el bolsillo. Eso es imposible, porque lo primero que hicieron fue desarmarlos. Y el arma estaba descargada”.
Ese tiene que ser un guerrillero. Pero guerrilleros con traje y corbata solo entró uno. Entonces pude decirles a esas señoras: “Mire, yo no tengo cómo probarlo, pero matemáticamente solo hay una posibilidad: un guerrillero vestido de traje y corbata, moreno, acompañando a Reyes”.
Hace pocos meses, en enero, se descubrió que otro de los cuerpos de ese pequeño grupo, que está distante del gran grupo de rehenes muertos, era otro de los comandantes de la toma. Entonces ya tenemos dos comandantes de la toma, la enfermera, un magistrado —Patiño Roselli— y el presidente de la Corte. Es un grupo perfectamente coherente.
Hieren al presidente, el gran rehén; traigan a la enfermera. Va la enfermera, va el comandante, va otro comandante, va su amigo que seguramente dijo: “Yo no dejo a mi colega”. Es el grupo más coherente y cuadra con esa escena del fuego y la silueta.
Usted habla acá de un caso de la prensa y dice: “Los detalles eran precisos, gráficos. Una macabra ejecución con un disparo en la cabeza. Propagar esa mentira torpe era el germen de una historia tallada en piedra”. Quiero preguntarle precisamente por el papel de los medios de comunicación en este caso y de la importancia que tiene que estos libros tumben vacíos de la versión oficial.
Ojalá ayuden a desmentirlo. Que no sea simplemente el trabajo de un loco. Porque, ¿qué pasó con la Comisión de la Verdad? Decían: “Esto es un enviado de los militares que nos quiere meter una historia que no puede contarse”.
El método periodístico es perfectamente imperfecto para resolver un tema como este. ¿Cómo funciona? Usted lo sabe mejor que yo. Un periodista tiene un contacto, alguien que le dice: “Mi tío es sobreviviente del Palacio”. Va, lo entrevista, el tipo dice que le disparó un policía. Va a buscar al policía, no lo encuentra, pero encuentra a otro que le dice: “No, mire, en la escuela nos enseñan que si el señor levanta las manos, yo no disparo. Ese es el protocolo”.
Entonces el periodista dice: “Yo hice mi trabajo, hablé con una fuente, contrasté con otra, y le creo al policía. Me parece el testimonio más veraz”. Y publica: “Probablemente esto fue una confusión del susto que sufrió el magistrado”.
Por eso es muy fácil que alguien con un interés diga: “Lo que pasó en el Palacio fue A”, y le diga a un periodista: “Se lo voy a contar, me lo dijo un sobreviviente”.
Mi método se parece más al científico: tomo lo que dice fulano, veo si se puede probar, si es coherente con el contexto, con la evidencia. Si no, pongo a otro testigo. Solo cuando se agotan las posibilidades digo: “Ok, esta es una posibilidad, se puede narrar así”.
Ahí hubo —de los dos bandos, el Estado con todos sus brazos y la subversión no armada— una intención de controlar la narrativa del Palacio. Y se utilizó a la prensa para consolidar unas narrativas.
La persona que más activamente lo hizo era la más favorecida por la cantidad de información que tenía para saber que eso que decía no era verdad. La única guerrillera que sobrevive es ocultada en la casa de un abogado, y es ese abogado quien se dedica a difundir la versión de que hay unos desaparecidos en una instalación militar en el norte de Bogotá, y que necesita que los saquen. En ese grupo incluye a la guerrillera. Esa guerrillera sobreviviente ha visto que, como ella salió viva pero fue capturada, él tenía el interés de sacar a una, pero le sirvió un grupo plural.
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