El mundo se ha detenido; la naturaleza respira sin nosotros, se regenera del maltrato; la contaminación ha bajado, los animales recuperan sus territorios, el mar se ve de un color azul y dejamos de pensar en el cambio climático; problemática que continúa sin soluciones políticas. Algunos podemos estar en casa en cuarentena y habitando nuestros mundos, otros ni siquiera tienen para un pan y sobreviven poniendo un trapo rojo en la puerta. El sector del arte es uno de lo más golpeados y la paradoja es que podemos encontrar una oferta cultural extraordinaria, desde los cursos de arte impartidos por el MOMA, escritores y filósofos que conversan en línea sobre sus libros, miles de músicos abrieron sus cuartos y desde allí cantan, buen cine a la lata, meditadores se reúnen en streaming para cantar mantras y podemos buscar y ver los extraordinarios conciertos de la Filarmónica de Berlín, y todo esto de manera gratuita. Sin el arte no podríamos vivir, sanarnos ni hacer resistencia, lo que hace pensar que cada vez se debe ampliar la oferta cultural para todos los públicos.
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En este momento hay un sentimiento de cambio, de compartir, de solidaridad, de entender al otro; es el momento de reinventarnos en una utopía colectiva, y todo por un minúsculo organismo que ha ocasionado la muerte a muchas personas y paralizado los actuales sistemas. Y a pesar de esta tragedia, muchos creemos que es un despertar para volver a ser humanos y respetar a nuestra madre tierra.
Yo soy tú, del artista Nadín Ospina, fue una de las exposiciones que quedó encerrada por la pandemia en el Museo Nacional de Antropología, en Madrid. El título nos pone frente al otro: somos espejo, reflejo del otro, somos iguales y más en este instante histórico, cuando no importa quién seas, pues puedes contraer el virus. Sin embargo, la exposición también nos puede dar la otra cara de la sociedad: la discriminación y exclusión del otro. Y también nos advierte lo que puede ocurrir cuando podamos salir de nuestras casas. La muestra se estructura a partir de encuentros extraños en donde ocurren situaciones fuera de lo común, la muestra se desborda en imaginación y se puede pensar en el neobarroquismo, tan propio de nuestra América. Intencionalmente, la exposición está llena de cruces transversales: el artista propone una interacción entre objetos específicos de las colecciones del MNA y del Museo de América, con piezas audiovisuales documentales y sus singulares obras. El resultado es un diálogo surreal (o real del sur, como diría Roberto Matta), divertido, irónico y, por supuesto, muy agudo. Es importante resaltar que este museo posee colecciones americanas y que las piezas que las integran corresponden en su mayoría a objetos procedentes de varias culturas amazónicas de Perú, Ecuador, Brasil, Colombia y Venezuela. También posee obras de culturas nativas americanas. Y la pregunta es cómo llegaron estas colecciones al Museo, por qué no están las piezas en nuestros países.
La curaduría realizada por Isabel Durán conforma tres espacios; el primero: Los encuentros, donde se exponen los retablos de la cultura quimbaya, con personajes de culto que hacen parte de nuestra niñez, colecciones y recuerdos de nuestros primeros encuentros con la ciencia ficción. Hay que anotar que “el extraterrestre se presenta aquí como un otro genérico, que no es inferior al ser humano. Un reflejo de la fascinación, e incluso el miedo, que compartimos los humanos sobre seres inventados, situados en otros mundos… Del otro mundo reúne una serie de obras en las que el extraterrestre y la imagen del arte prehispánico se aúnan para representar metafóricamente los encuentros y desencuentros interculturales”.
En el siguiente capítulo, titulado Los americanos, el artista acude a la colección de arte americano del Museo de América y del Museo Nacional de Antropología, con la intención de evidenciar el estereotipo y la nominación por parte de los colonizadores. El adjetivo “indio” lo utiliza como otro genérico, sin diferenciación, sin auscultar quiénes son los pobladores de América del Norte. Para la instalación de Los americanos, Ospina tomó como referente un grupo de juguetes de plástico con los que jugábamos cuando éramos niños y los reprodujo en cerámica, con sus tocados, y los pintó de un solo color. Junto a esta instalación se proyectan documentales falsos realizados por el artista para subrayar el imaginario creado del nativo americano.
A partir de una fotografía de familia surgió una serie de piezas en bronce inspiradas en las pinturas de castas, surgidas en el Virreinato de Nueva España en el siglo XVIII, en las que la nominación y el encuentro de culturas, el mestizaje, son calificados con adjetivos abyectos, se menosprecian y se pone a la otredad como si fueran animales y como inferiores a los españoles.
En fin, en el Museo de Antropología hay encuentros extraños del tercer tipo que se dan entre la ficción y la realidad, entre el imaginario colectivo donde puede llegar una invasión de alienígenas a la Tierra, de seres icónicos que nos acompañaron en nuestra niñez, como el capitán Spock, el ser vulcano de Viaje a las estrellas, o los marcianos tiernos de Toy Story. Cada uno de estos personajes tiene un encuentro con otra civilización. Nadín Ospina nos invita a jugar, a pensar sobre los otros así sean de otros mundos.
Algunos espectadores se sentirán apáticos, pues lo lúdico es casi prohibido en los adultos. Así, esta muestra nos estimula a un encuentro del tercer tipo entre alienígenas y humanos, entre nativos americanos y colonizadores, entre indígenas y conquistadores del nuevo mundo. O en cualquier encuentro que pueda surgir en este momento, pues todo es posible. Todos dialogan en el mismo territorio, se miran y conviven en el espacio museístico.
Ospina pone el dedo en la llaga y reflexiona sobre la otredad, el ser que está al lado nuestro, los emigrantes, el vecino, y en este momento nos muestra que nuestra proxémica se altera, pues esta estudia la relación espacial entre las personas como manifestación social significante. El relacionarnos de manera física se volverá un impedimento, pues el peor virus que surgió es el miedo al contagio. Vendrá la incerteza de quién se nos acerque. Esta pandemia nos advierte y viene con la sugestión de que el otro es peligroso y es mejor no hablarle, ni mirarlo; lo mejor es ignorarlo. El bichito, sea cual fuera su origen —extraterrestre, de un laboratorio, producido por el consumo de un murciélago o por una farmacéutica— ha dado el “permiso” para eludir de manera tácita a la otredad.
Esta muestra nos hace pensar en lo que pasará dentro de unos días, cuando salgamos a la calle ¿Cómo será nuestra forma de relacionarnos? Lo más probable es que se encuentre una vacuna, pero el contacto por un buen tiempo será diferente, la asepsia se impondrá, la vacuna será una garantía de salud y de superioridad: “Yo voy vacunado, tú no. No te acerques, no me hables, no me abraces y lávate las manos”. Por supuesto, estas premisas agudizarán todas las formas de racismo, xenofobia y “limpieza” en el amplio sentido de la palabra, el no contact. Tal vez detengan por un tiempo las marchas por miedo al contagio, y más allá, el concepto de biopolítica nos pondrá de frente al pavimento, ¿quién controla la vida? Y ya lo hemos visto en estos días, en los que la “necropolítica” deja morir a las personas mayores, no solo por darles la oportunidad a los más jóvenes, sino para no pagar sus pensiones, servicios de salud y algunos derechos que se han ganado, pues para el Estado las personas mayores son un gasto.
Encuentros impensados que nos interpelan como un colectivo, que de manera irónica nos dejan entrever el genocidio de los indígenas americanos, a las personas deformes convertidas en monstruos y el rechazo y el ocultamiento de la sociedad de estas personas a través de la historia en circos, hospitales o actualmente en Discovery Chanel, pues una anomalía vende. En las apropiaciones de cerámicas prehispánicas que se camuflan muy bien con las originales y nos recuerda la imposición de la cultura hispánica en nuestra América.
Todos estos seres singulares quedaron atrapados por la pandemia. ¿Qué harán en este momento, sin visitantes? ¿Jugarán, se matarán, impondrán una cultura o una nueva civilización?, o podrán vivir en paz en un espacio museístico y fuera de él, pues no hay que olvidar que “yo soy tu otro tú”.