
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Personas decentes es, quizá, la más policial de las tramas que he escrito. Después de varias novelas cada vez más falsamente policiales, sentí la necesidad de practicar a fondo el género y escribir una historia con varios muertos y muchos crímenes, físicos, históricos y espirituales”.
Así remata el mismo Padura en un pequeño epílogo esta historia intensa que abarca cien años de vida de La Habana, en la cual se trenzan varios crímenes cometidos a comienzos del siglo XX, con otros ya bien adentrado el XXI, adobados narrativamente con una misma atmósfera espiritual de anhelos de cambio definitivo, recreada en la ciudad por la inminencia del choque del Cometa Halley con la tierra, en 1910, y un siglo después por la llegada del presidente Obama y de los Rolling Stones a la isla de Cuba, como grandes acontecimientos que les permitirían estar frente a ellos, “representados, todos los bandos posibles, superados los antagonismos: el de los pragmáticos y el de los soñadores, el de los curiosos y el de los ilusos, el de los nostálgicos y el de los snobs. Viéndolos y entendiéndolos, el sexagenario Mario Conde sintió la necesidad de pertenecer a un partido en esos momentos minoritario aunque de vasta experiencia en las derrotas y decepciones: el de los escépticos. Porque él estaba convencido de que, como los acordes de las guitarras de los Rolling, todo aquel ambiente festivo y leve solo se reducía eso, a rock and roll, y a notas musicales colocadas sobre un tiempo efímero que pronto sería barrido por el viento de la realidad, por el inmovilismo programado. Y detrás quedaría apenas el recuerdo y la emoción, la breve satisfaction conseguida, ya inerme sobre una tierra baldía, agrietada, agobiada por la sed de los manantiales segados” (426).
Le sugerimos leer: Historia de la literatura: “De ratones y hombres”
Escepticismo frente al “inmovilismo programado”, y crímenes al mismo tiempo “físicos, históricos y espirituales”, agolpados al otro lado del espejo de aquel anhelo entre apocalíptico y mesiánico de cambio, el escritor va dejando como notas sueltas al borde de su narración, las claves de esta historia que es también la de su país: las conmociones producidas por crímenes atroces acontecen en medio de una naturalización de las anomalías profundas de la república mediatizada -como se llamaba a la Cuba intervenida por los Estados Unidos apenas se liberó de España a finales del siglo XIX-, o de la Cuba socialista realmente existente. Esa Cuba que acabó por configurar un sentido de la decencia por el cual se pregunta Padura, cuando encuentra “personajes decentes” que “cometen con dignidad los crímenes más atroces”.
En esta novela policiaca se cuela la realidad por los poros de la investigación que adelanta un Mario Conde veterano de la vida y del oficio, decantado por el escepticismo del detective y la agudeza del escritor que se intercalan y se mezclan; y sobre esa realidad va soltando profundas críticas que se cruzan en el tiempo largo de unas auténticas revoluciones que en la Unión Soviética y en Cuba se rodearon de crímenes y de fantasmas; y va encontrando la memoria y la verdad entreveradas entre el presente y el pasado, en los restos dispersos de dolorosas historias condensadas en papeles arrugados, objetos perdidos, destinos personales trágicos o anodinos, o miradas titubeantes de los personajes sobrevivientes, talladas en las pieles de la ciudad, en los despojos de las víctimas, en el rencor y el odio por los victimarios, o en las palabras del diálogo revelador de la poesía.
Podría interesarle leer: Wendy Carlos, la compositora que se mantuvo oculta tras su cambio de sexo
Como el poema que Natalia Poblet, la poeta habanera acorralada hasta el suicidio por el émulo tropical de Beria que traficaba además con las obras de arte de sus víctimas, dedica a Anna Ajmátova, perseguida y deportada por Stalin: “Aún sigo aquí, Ana querida, /evocándote mientras escucho los truenos / y también veo el rayado carmesí del cielo, / víctima de la tormenta, / y como tú, como entonces, / voy con el corazón consumido por el fuego: / uno más de los fantasmas que pueblan la ciudad. // A ti te sucedió en Moscú. / A mí me sucede en La Habana. / Pero como tú, pronto abandonaré mi sitio para siempre / y me precipitaré tranquila en ese puerto deseado, / sin dejar en herencia ni siquiera mi sombra” (383).
La novela, en boca de uno de sus personajes, “… es la certeza de que el pasado nunca termina. Ni siquiera con la muerte. El pasado es todo lo que ha sido, cada instante que hemos sido y es tan empecinado que siempre decidirá lo que seremos. Si se borrara el pasado dejaríamos de existir. Contra esa condena tremenda, los hombres buscamos alternativas que hagan menos pesada esa carga inevitable”. (406)
Padura, en efecto, hace con esta novela una suerte de rompecabezas de la historia de aquel “inmovilismo”, y lo va armando de forma implacable en una narración de relatos superpuestos: el de los asuntos policiales en torno a los delitos comunes, cargados de corrupción, densidades burocráticas y persecuciones políticas, en el cieno de los bajos fondos del puerto o en los salones del arte; el cuento de la vida cotidiana de Mario, su pareja y sus amigos; la fábula de la memoria urbana que se revela en las fachadas, los cuartos y los patios de la Habana vieja y de las mansiones de El Vedado, esa ciudad que “quiso tener el esplendor de Niza en el Caribe”; el relato de continuos guiños literarios a quienes marcaron para siempre la piel de la identidad cubana, y sufrieron las marcas de la ignominia en sus propias pieles (Carpentier, Lezama, Cabrera Infante, Padilla, Reinaldo Arenas…); y, en fin, la historia de dos épocas en las cuales se cruzan por el cielo de la ciudad aquel fenómeno celeste, en el primer caso, y los mencionados eventos estelares, en el segundo…
Podría interesarle leer: “La novia de mi hermano”, una novela tiernamente existencial
Así, en esta intensa novela su autor, en sus propias palabras, se ha renovado; como el alma cubana que se ha decantado a fuerza de vivir e inventar una y otra vez relatos como estos, y se debate a pesar de todo entre el escepticismo, la amargura, la ironía y la eterna, casi diaria, reinvención de la felicidad.
“Muchacho, películas parecidas a esta he visto unas cuantas. Cuando era chico estaban arreglando y planificando la economía, y cuando tú eras chiquito y yo ya era policía, se habló de rectificar errores y tendencias negativas en el país. Una mini-perestroika cubana y… aquí estamos, hablando de subsanar errores, de subsidios indebidos, de sustituir importaciones y no sé qué cuento chino más” (373).
“- Conde, ¿qué te pasa? Te veo raro, chico. Casi no has tomado. - Porque soy un hombre nuevo, mi socia. No el Hombre Nuevo, aclaro, no aspiro a tanto… Es que tengo trabajo y no puedo faltar. Debo el salario de lo que queda de esta semana y de toda la que viene. Y Támara relató a los amigos la reciente estancia en La Dulce Vida, la experiencia que Conde volvió a calificar como un viaje de ida y vuelta a la felicidad. - ¿Por qué tú crees que la felicidad existe? –entró en el ruedo Miki, que sí estaba algo achispado. -Ahora no estoy para filosofar –dijo Conde-. Aunque te voy a decir una cosa (…) pero primero mira a tu alrededor. ¿Ves lo que yo veo? Aquí estamos ocho amigos (…) Y todos estamos aquí felices y contentos porque a pesar de las patadas en el culo, de las distancias, de las ilusiones perdidas, de los cuentos que nos metieron y nos meten, de las promesas que se hicieron polvo en el viento como dice mi amiga Clara, nos merecemos esto, porque hemos trabajado para esto. Nos merecemos unas vacaciones de todo lo feo, lo malo, lo jodido, lo perverso, de la tristeza que nos persigue, de la realidad de lo que no hay, de lo que se acabó, de lo que no te toca… ¡Qué historia la nuestra, coño, mira que nos han jodido!... y, bueno, hoy, ahora mismo, nos merecemos ser felices… - dijo y abrió una pausa larga, teatral-. Pero, caballeros, les advierto: no se embullen, porque lo bueno casi siempre se acaba pronto, aunque yo, que soy el más cabrón pesimista, les digo que vale la pena agarrar lo que aparezca. Y si ahora mismo nos sentimos felices, vamos a disfrutarlo, porque nos lo hemos ganado, porque somos sobrevivientes, porque no nos hemos dejado tapar por la mierda que nos han tirado y el odio que nos han hecho respirar, porque somos unos cabrones empecinados y nos queremos mucho, mucho, coño, mucho… Y, como le ocurría en cada ocasión que realizaba tales descargas emocionales, la voz se le rajó. Sin poder pronunciar palabra para proponer un brindis por la felicidad, Conde levantó su copa y se largó a llorar. Y fue como si diera una orden: todos lo imitaron y también lloraron. Bebieron, lloraron, se abrazaron y se besaron porque, a pesar de todo, es ese preciso momento, en esa melodramática, catártica, gregaria y lacrimosa tarde amable del mes de abril (que no tiene por qué ser el mes más cruel), una tarde quizás irrepetible en cualquier otro de los días que les quedaban por venir, cada uno de ellos era feliz. Y sin escalas, pasaron de las lágrimas a las risas, de las risas a las carcajadas que les sacaron más lágrimas, pero de felicidad. ¡Cojones, claro que se lo merecían!” (369)
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖