Los hombres que pasan por sus páginas se quedan solos porque la mujer los abandona o se las lleva la muerte. Sherezade es el más bello ejemplo de la desolación en la que queda un hombre cuando ella se va. Habara vive en encierro permanente y recibe su visita dos veces por semana. Una de sus tareas es llevarle mercado y organizarlo. Ella es enfermera, esposa y madre, y a la segunda semana de trabajo, como si fuera una de sus funciones, se mete en su cama. Hacen el amor y le cuenta una historia que casi siempre queda incompleta hasta la siguiente visita. Por eso la llama Sherezade, como en Las mil y una noches.
Un día le contó que en su adolescencia entraba a hurtadillas a la casa de un compañero de colegio para tener algo de él. Primero tomó un lápiz usado y le dejó, en calidad de trueque, un tampón sin usar. El lápiz le dio plenitud. “Lo olía, lo besaba, lo apretaba contra mi mejilla, lo acariciaba. A veces lo chupaba”. Diez días después volvió, tomó un lápiz más largo y le dejó un sobre con tres cabellos suyos. Sherezade suspendió la historia porque había llegado la hora de partir.
Al regresar, días después, se repitió el ciclo y luego de hacer el amor prosiguió con la historia. Ingresó de nuevo a la casa del joven y esta vez buscó entre la ropa sucia y tomó una camiseta. “Al acercar la parte de la axila a la cara y aspirar hondo, se sintió abrazada por él (…) De pronto, sintió cierto estremecimiento en la zona de la pelvis. También cómo se le endurecían los pezones”.
Quiso dejarle sus bragas, pero cuando sintió su entrepierna caliente y húmeda se abstuvo. Abstraída en el recuerdo, le pidió a Habara que la amara otra vez. “Los dos gozaron intensamente, como nunca hasta entonces (…) Y, al final, ella alcanzó un indudable orgasmo”.
La historia continuó. Volvió a la casa del joven y habían cambiado la cerradura. Quizá descubrieron lo que estaba pasando. Siguió oliendo la camiseta y la temperatura de sus deseos juveniles bajó. Al joven volvió a verlo cuando estudiaba enfermería. Ahí quedó la historia porque Sherezade debía partir.
Habara quedó sometido de nuevo a la desolación de la espera. Se sentía un hombre sin mujer como los personajes aislados de Murakami, cuyo sufrimiento está ligado a los amores perdidos y a la sensación de que perder a una es como perderlas a todas. Y aunque luego conociera a otra, siempre estará viva la idea de que conocerla es una manera de empezar a perderla también.