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De Rionegro a China

César Ovidio Álvarez representa al país en A.R.T., una de las ferias más importantes y antiguas del mundo del arte.

Mariana Álvarez López
21 de mayo de 2015 - 21:33 p. m.
Ovidio Álvarez, el único colombiano invitado al International Artist Grand Prize Competition en Taipéi (China). /Cortesía
Ovidio Álvarez, el único colombiano invitado al International Artist Grand Prize Competition en Taipéi (China). /Cortesía

A.R.T. (Art Revolution Taipei) es una feria de arte organizada desde 1992 en Taiwán. Siendo una de las más importantes del mundo del arte, es una de las más antiguas del continente asiático. Es, pues, un encuentro entre diferentes artistas de todo el mundo y el diálogo entre los óleos, lienzos y técnicas que cuentan las cosmovisiones de un artista plástico, más la historia de un país y los colores de una tierra, una de las tantas que tiene el mundo.

Este año los colores de la bandera colombiana, el amarillo, el azul y el rojo, traspasaron la idea de ser el oro, el mar y la sangre para convertirse en los girasoles, los lirios de agua y las rosas rojas que carga la silletera, la mujer plasmada por las manos, la imagen, la creación, las lunas y los soles de César Ovidio Álvarez Rendón.

Ovidio Álvarez nació en Rionegro, Antioquia, en 1968, de la unión marital entre Amanda Rendón y Samuel Álvarez. Su padre fue zapatero, en coherencia con la representatividad de las suelas y el cuero rionegrero a nivel nacional; después trabajó en Coltejer y por un buen tiempo invirtió su vida en la fabricación de trapeadoras. Su madre, dedicada al hogar y a contemplar a sus hijos y a sus nietos, es un ejemplo clarísimo del amor por su propia sangre. Continuamente, sus tres hermanos y dos hermanas se han inclinado por diferentes labores.

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Desde temprana edad, César Álvarez manifestó su interés por los colores, las formas y las imágenes, descubriendo, tal vez, una vocación, o, como bien lo define ahora, la pasión y el color por lo que hace, siente y plasma.

Pasaban los años y las conversaciones entre los pinceles y los dedos del artista no se silenciaban. El joven se involucraba con el dibujo y la creación con lápices de colores, prácticas y ejercicios claves para ir en la búsqueda de interiorizar técnicas cada vez más complejas. Pensando, quizás sí o tal vez no, en una silletera que pintar. Realizó sus estudios de artes plásticas en la Escuela de Bellas Artes en Medellín. Este camino se vio suspendido por el interés de dedicar mayor tiempo a su familia, y en especial a su hijo Alejandro. Sin embargo, sin anular sus intereses y su exploración de técnicas y colores, en 1996 se trasladó a Cuba con el objetivo de realizar algunas pasantías en grabado y manejo del color en la Academia Nacional de Arte San Alejandro y en el Instituto Superior de Arte (ISA).

César Ovidio Álvarez había emprendido vuelo. Ya no era sólo el joven que iba por los campos en búsqueda de chócolos, que celebraba disfrutar de un huevo de gallina, que se sabía defender en la cancha de fútbol, que era buen negociante y que pintaba, con overoles manchados, en el garaje de su casa. No había dejado de ser lo que sus acciones le habían permitido, pero sí sabía, hacía e incluso era algo más. Era un artista reconocido en Rionegro y en otros municipios del altiplano por sus ideas y su participación en el Comité Municipal de Artes Plásticas de Rionegro, colectivo en el que se pensaban los procesos culturales y realizaban continuamente salones de arte y exposiciones de pintura y escultura.

Para 1999 Estados Unidos de América, en el estado de Connecticut, sería el nuevo escenario para las vivencias y obras de este hombre. Hoy, sus estudios, prácticas y desvelos le han permitido ser invitado al International Artist Grand Prize Competition, uno de los 10 pabellones de la feria A.R.T., como el único colombiano, antioqueño y rionegrero que representa a su gente, en particular a los cargueros, los mismos que en caminos de trocha, entre piedras y lodo transportaban a sus seres queridos, a sus amos, a los enfermos, a las flores que pesan por la vida, que pesan por la muerte.

Se presentaron 4.033 obras, participaron artistas de todo el mundo, y 90 fueron elegidos por un comité conformado por el director de arte Lee Sun-don, curadores, galeristas y expertos en arte. Y ahí estaba él, en Taiwán, del 8 al 11 de mayo, pisando un suelo desconocido, con una sonrisa de continente a continente, atravesando el océano Pacífico y elevándose a otros universos; con flores, con la diversidad de la raza, con el fluir de los tonos cálidos y fríos.

“Este logro me satisface y me enorgullece, pero no sólo de manera personal, pues esta obra en particular es una representación del folclor y la cultura paisas. Este año soy el único colombiano. Sin embargo, espero que esta sea la oportunidad de abrir las puertas para que en próximas ferias más compatriotas representen el país y el talento de nuestra gente”.

Por Mariana Álvarez López

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