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Deporte: el nuevo opio

Creo que el Mundial 2014 inauguró u oficializó una nueva concepción del mundo, que ya se venía fraguando desde años atrás.

José Luis Garcés González * / Especial para El Espectador
03 de agosto de 2014 - 02:00 a. m.
Quieren convertir a la afición en una multitudinaria y obediente religión. / AFP
Quieren convertir a la afición en una multitudinaria y obediente religión. / AFP

He leído algunos ensayos de Jonathan Swift (no olvidar su breve Meditación sobre un palo de escoba), de Samuel Johnson, de G. K. Chesterton y de Oscar Wilde (La decadencia de la mentira, que es una obra de teatro), y varios de ellos parecen narraciones irónicas o sarcásticas con brotes de ficción, ya sea que utilicen el método epistolar o el texto de aparente invención literaria. Además de ser enunciados personales sobre asuntos diversos. En este caso, para ellos, lo que importa es lo que quieren contar como reflexión, no la envoltura en que lo ofrecen. Protegido por esta advertencia, entro a mi tema.

El deporte es el nuevo opio. El nuevo seductor de masas. Pero no cualquier deporte. Hablo del deporte-mercancía. Del deporte rentado. Ya las grandes multinacionales, tanto de la industria como la de los medios, se dieron cuenta de que hay allí una veta que explotar. Fabulosa veta. No solo económica, que lo es en términos inmensos. Veta que puede reemplazar las ideologías. Que quieren convertir en una multitudinaria y obediente religión. Que unifica dolores o alegrías. Que reemplaza o mengua o enmascara las preocupaciones económicas, culturales y personales.

Creo que el Mundial 2014 inauguró u oficializó una nueva concepción del mundo. Que ya se venía fraguando desde años atrás. Los deportistas profesionales, casi todos millonarios en dólares o en euros (no tengo nada en contra de ellos), son los nuevos exponentes de la liturgia. Son los obreros y a la vez los accionistas. Ellos tienen las destrezas y ya están cotizados en el mercado internacional. Sin ellos no habría fiesta. Pero sin la estructura que los cobija y que los usa, no habría victoria económica. Y pensar que, por contraste, mientras un futbolista, pongamos por caso, puede ganar, sin incluir la publicidad, quince mil millones de pesos al año, a Colciencias, en Colombia, se le recorta sensiblemente el presupuesto. Vale más tener técnica en los pies que sabiduría en el cerebro. Entonces, el mundo opera al revés. El deporte comercial doblega la ciencia. Gana centenares de veces más una estrella del deporte que un científico de toda la vida o que un filósofo o un escritor de fondo.

Al establecer la diferencia por entradas económicas, los organizadores del negocio dividen el deporte, no por capacidades sino por rentabilidades. Los deportistas que están abandonados en pueblos que no aparecen en la geografía oficial, sin poder demostrar sus posibilidades de victoria, o con esas posibilidades en latencia, no son, no pueden, ser objetos de ganancia. De tal suerte que si el medio de producción del deportista está lejos de los centros de poder del deporte, y no tiene a su favor ningún aleteo del azar, será un ser postergado, un ser que quiso y no pudo, pues no todas las veces querer es poder. Una persona que se quedó en la natura naturata.

Ahora, se puede pensar que ese deporte puro, natural, lógico, honesto, ya pasó a mejor vida. Y que por dinámica cultural y económica nunca volverá a jugarse o a competir bajo la enseña del barón Pierre de Coubertain, o inspirado en el aforismo griego de mens sana in corpore sano. Ya las relaciones de producción son de otra índole, y han desplazado el tiempo de las ingenuidades. Para surgir hay que salir. Y no solo salir del lar materno, sino salir en los grandes medios escritos y, fundamentalmente, en la televisión. Pues es la televisión la que determina si en verdad existes. Si en verdad trasciendes. Si en verdad eres alguien. Lo dijo hace casi sesenta años McLuhan: el medio es el mensaje. Claro, como sabemos, detrás de esa pantalla hay, en un alto porcentaje, falsía y trucaje, inflación y tráfico de influencias. Mentira pantallizada.

Ampliando la exploración, al deportista no sólo se le explotan sus destrezas físicas, sino que se asume que todo su cuerpo, vestido o desvestido, debe dar réditos. Así, entra la publicidad comercial a jugar su papel. El o la deportista, pasa a ser modelo. Es decir, mercancía para promocionar mercancía. Y el negocio, como se dice en el argot, se torna redondo, como la bola de béisbol, o el balón de fútbol o el de basquetbol.

Y mientras todo esto ocurre, la muchedumbre brama, se obnubila y se resigna a aceptar que ese deporte (cualquiera que sea) es su universo más importante, lo básico de su vida, de su nueva vida, el olvido o la postergación de sus problemas, y que ese deportista es su nuevo héroe, su nuevo redentor. En ese binomio, deporte rentado-deportista famoso, deposita todas sus ambiciones, todas sus preocupaciones, todas sus esperanzas. Hasta que de súbito, cuando amaina la tormenta mediática manipulada, la áspera pared de la realidad le golpea con fortaleza en los dientes. Habrá que esperar cuatro años para que retorne el nuevo opio, si no le inventan otro dentro de poco tiempo. Que es perfectamente posible.

 

  

*Catedrático universitario y escritor. Director del periódico cultural ‘El Túnel’ de Montería. ‘Fuga de caballos’ es su novela más reciente. jlgarces2@yahoo.es.

Por José Luis Garcés González * / Especial para El Espectador

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