En el mejor de los casos, se fuga en el ojo de un transeúnte distraído que cree haber visto pasar una mosca o un espectro un pequeño letrero que anuncia a Fantasma. Durante el día, pueden ser miles los que pasan frente a esa fachada que ya forma parte del paisaje urbano de la carrera séptima sin saber que allí, cuando cae la noche, se libra una batalla de resistencia contra la costumbre y el olvido. Mientras el resto de la ciudad duerme, sus puertas se abren, los reflectores se encienden y el jazz vuelve a la vida.
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Adentro, los vidrios opacos convierten la hostilidad de la calle en un juego de luces y formas. Copas llenas y vacías hacen su danza interminable entre las mesas mientras las ráfagas de aromas ahumados y dulces se escapan de las bandejas de los meseros y se cuelan entre los comensales hasta que, de repente, un piano. El jazz es un género que muchos han querido relegar a una música de fondo, condenada a vivir en un ascensor o en los tonos de llamada de un celular, pero en Fantasma no es así. Aquí todas las mesas están dispuestas hacia el escenario porque cuando suena la primera nota todo lo demás se derrite y la música se vuelve el centro gravitacional de una noche que promete ser como ninguna otra.
“Bogotá necesitaba un lugar donde el jazz fuera el centro del espacio”, me contó Juan Riveros mientras le daba una profunda calada a su cigarrillo. Antes de convertirse en el artífice de este espacio, él era un músico bogotano que soñaba con algún día abrir su propio bar donde el sonido en vivo fuera el protagonista. Hace tres años ese sueño se hizo realidad y, desde entonces, su tarima se ha ganado una fuerte reputación entre los jazzistas locales e internacionales. Ha sido casa para voces como la de La Ramona, Solange Prat, Cimafunk, FatsO y tantos otros que vienen y van cada noche. Pero sin duda, para Riveros, la verdadera joya de la corona es Radio Fantasma, la banda de la casa.
Todos los viernes este cuarteto compuesto por Giovanni Caldas, en el piano; Lucho Guevara, en el contrabajo; Sebastián Viancha, en la batería, y Plutarco Guio, mejor conocido como ‘Plutarkamón’, en el saxo, se sube al escenario a demostrar las infinitas posibilidades de este género musical. “Cuando estamos allá arriba, cada uno sabe qué hacer. Entonces nos miramos, sonreímos y soltamos el one, two, and one, two, three, four y se arma un vacilón. Para nosotros es como un rito en el que homenajeamos a todos esos maestros que marcaron la historia de la música y que nos contagiaron las ganas de seguir ese camino”, contó el saxofonista y líder de esta agrupación.
Asistir a una sesión de improvisación de jazz en Fantasma es presenciar un nuevo lenguaje que nace y se destruye entre cada compás. Es un diálogo sin guion entre cuerpos invisibles, un relámpago de emoción pura que solo existe mientras se toca y es eso lo que sigue llamando a los amantes de esta música a una noche más. “Nosotros conocemos los códigos, pero arriba del escenario nos subimos es a compartir. Cada músico que llega trae sus historias, nosotros tenemos las nuestras y la mezcla de esas dos es la que crea noches explosivas”, recalcó Plutarkamón.
Mientras tanto, lejos de la quietud a la que quisieron confinar al jazz, abajo el público baila y disfruta y se deja llevar por un tipo de fiesta que no se atañe a ninguna regla. Esta fue la idea que quiso materializar Riveros, que esperaba ser capaz de crear un sitio que transportara a la gente a una “época dorada” en la que “el jazz era el reguetón de hoy”. Por eso el lugar se llama Fantasma. Porque, para él, se trata de un género que de un momento a otro se olvidó “y ahora flota por ahí, pero no nos podemos olvidar que es el papá de mucho de lo que escuchamos actualmente”.
Tratar de confinarlo o definirlo va en contra de su propia naturaleza. Como lo dijo un reconocido personaje de un cuento de Julio Cortázar, “el jazz no es solamente música, yo no soy solamente Johnny Carter”, Fantasma no es solamente un bar. Cada presentación es, para los músicos, como la vida misma. Así lo cree Plutarkamón, quien sabe que siempre hay expectativas, pero que solo a la hora en la que la batería empieza a correr es que se sabe qué es lo que va a pasar. Sea que se trate de swing, blues, bebop, hard bop, cool o cualquier otro estilo de este género inagotable, Radio Fantasma lo asume como una oportunidad de apropiarse de una música que ahora es sumamente universal.
Cada noche Fantasma abre sus puertas a redescubrir el goce de la escucha en un mundo en el que lo efímero manda y la rutina amenaza con arrebatarnos la capacidad de asombro. Ante eso, el jazz resiste, no como reliquia o adorno, sino como un cuerpo ansioso por gritarle al mundo que está más vivo que nunca.