
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Miércoles, 27 de febrero de 1980, 5:18 p.m.
La rutina de la ciudad se ha roto. Un comando del Movimiento 19 de Abril (M-19) acaba de tomarse las instalaciones de la embajada de la República Dominicana, donde se ofrecía una recepción a un numeroso grupo de diplomáticos para conmemorar la fiesta nacional de ese país. Luego de momentos de gran tensión e intensos tiroteos, por fin hay algo de calma. Con el conductor de la «chiva», tres fotógrafos y dos periodistas logramos llegar cerca de la edificación. Se inician los contactos. Desde la calle, un hombre grita:
—Soy funcionario del Socorro Nacional de la Cruz Roja. Queremos dialogar con ustedes y prestar atención médica a quien la necesite.
—Negativo. Que se retiren de las ventanas —se escucha una voz de mujer que viene del interior de la embajada—. Por el momento no los necesitamos. Que nos traigan un walkie-talkie.
Silencio por algunos minutos...
—¡Atención! —se oye de nuevo la voz de la mujer a través de un megáfono—. Tenemos varios heridos graves que necesitamos sacar pronto. Sólo cuando llegue el walkie-talkie levantaremos a los heridos.
De nuevo, el ofrecimiento de colaboración de la Cruz Roja. La respuesta es tajante.
—Por ahora no necesitamos su ayuda —dice ahora un hombre—. El embajador de Paraguay tiene una herida en el pulmón. Para evacuarlo necesitamos el walkie-talkie. Una vez que se haga el primer contacto sacaremos a los cinco heridos. Del walkie-talkie depende la vida del embajador. Hablaremos con el Gobierno.
Detrás de una docena de carros diplomáticos, se asoma la figura de una persona vestida sólo con calzoncillos. Es un periodista que lleva el solicitado walkie-talkie. De regreso responde la petición de los guerrilleros para alcanzarles una tula que estaba cerca de la puerta.
5:55 p.m.
Suena un tiro y reina de nuevo el caos.
—En veinte minutos estableceremos comunicación, pero antes se deben retirar quienes están cerca de las ventanas, y el ejército debe marcharse.
En la esquina izquierda de la embajada —donde se encuentran oficiales, agentes secretos, periodistas y algunos curiosos que lograron pasar los estrechos cordones de vigilancia— se reúnen cuatro mandos militares alrededor de un walkie-talkie para entablar el primer contacto oficial con los guerrilleros. Sólo se alcanzan a oír algunas palabras sueltas: «... el embajador... que venga el canciller...».
—Va a hablar el embajador de México —dice uno de los ocupantes a través del altavoz.
—Vamos a dialogar con el Gobierno para llegar a un acuerdo —afirma el diplomático—; estamos acá los embajadores de Egipto, Estados Unidos, Guatemala, Italia, República Dominicana, Israel, Costa Rica, Austria, Bolivia, Uruguay, Paraguay, Haití, Brasil, Venezuela, El Salvador, Suiza, México y el nuncio apostólico. Hay heridos, pero ya se está tratando de establecer comunicación telefónica.
—Contamos hasta diez para que se retiren los que están al frente —advierte un guerrillero—: 1, 2, 3... —dice, y de pronto ya no se ve un alma en el campo de visión de los integrantes del M-19.
—Retiren las tropas —pide ahora el embajador de Venezuela— o puede ocurrir una masacre dentro de la embajada. Aquí estamos más de cincuenta personas.
—La Empresa de Teléfonos ya restableció el servicio en la embajada —habla de nuevo el embajador de México—. Que el canciller se comunique con la embajada o que venga. Es urgente platicar con él. El embajador de Paraguay está herido y no lo dejan salir hasta que se inicien los diálogos con las autoridades. No queremos más problemas; que hagan contacto y que se retire la tropa inmediatamente. Esta es la única forma de garantizar nuestra seguridad. Esperamos noticias del canciller.
6:10 p.m.
—Contamos hasta cinco —se oye una voz y de nuevo hay repliegue total de quienes observamos.
Completo hermetismo. Los guerrilleros y sus cautivos en la embajada, frente a la Universidad Nacional. Alrededor, miembros de los cuerpos de seguridad del Estado y periodistas; muchos periodistas. Pero no hay información. Mutismo total. Encuentro allí a uno de los abogados defensores de presos políticos, Vicente Guáqueta, a quien vi hace poco en la instalación del consejo de guerra que se lleva a cabo contra más de doscientos sindicados de ser miembros del M-19, detenidos a raíz del robo de armas al Cantón Norte. Hablamos largo rato al calor del tinto envenenado con aguardiente, para el frío de la noche citadina, cerca de la caseta que nos provee esta medicina. El tiempo pasa. En un momento lo miro con desespero, como pidiendo ayuda, y le digo que es necesario para todos establecer comunicación con la embajada:
—¿Qué hacemos? ¿Cómo nos comunicamos con la gente que está adentro? —le pregunto.
Me devuelve la mirada, luego escribe algo sobre un papel y me lo entrega:
—Llame a estos dos números a ver si lo logra —me dice.
Regreso al periódico y me dedico a llamar. Nada. Al día siguiente madrugo, leo noticias, escucho la radio en onda corta, y luego, ya en el periódico, me concentro en el teléfono. Me dedico por completo a la tarea. Nada. Paso la bocina de un lado a otro. Tengo calientes las orejas. Nada. Muevo el discado del teléfono con un lápiz, porque ya me duele el dedo. Nada. Llamo. Insisto. Pido un sánduche para almorzar, y sigo. Juego con el cable que de un lado tiene una chupa-micrófono pegada al auricular del teléfono, y del otro está la grabadora. Así transcurren tres días. Paso a diario por la embajada: no hay nueva información sobre la toma. Sigo llamando. Insisto. Cuando ya estoy perdiendo la esperanza, escucho una voz al otro lado.
—Habla con el embajador de México. Estamos dialogando con el Gobierno. Todavía no hay un acuerdo. Tengo que colgarle porque estamos esperando la llamada de representantes del Gobierno.
—¿Hay algún otro número de teléfono por el que pueda hablar con un representante del M-19?
—Por favor, llame al 40 55 47.
A la media hora logro comunicación. Me contesta el fotógrafo que está dentro de la embajada, hablamos y luego me pasa a un diplomático.
—Soy el embajador de la República Oriental del Uruguay.
—¿Cuál es la situación dentro de la embajada?
—Desde que empezó todo, nos han tratado bien en el plano personal, pero estamos en mala situación por no tener alimentos, bebidas, abrigo y fundamentalmente por la falta de voluntad concurrente para el cumplimiento del calendario que se estableció para hoy.
—¿En qué consiste dicho calendario?
—Se acordó que por intermedio de representantes de la prensa se sacaría a las nueve de la mañana el cadáver de un miembro del M-19, que ya comienza a expeler malos olores. Y a las diez de la mañana iba a venir la Cruz Roja a traernos víveres, pero hasta ahora (2:45 p.m.) no ha llegado.
—Entonces, ¿hay escasez de alimentos?
—No, los guerrilleros tienen provisiones. Pero nosotros —especialmente las mujeres— comenzamos a padecer las consecuencias de este ayuno inesperado. Estamos nerviosos porque hay francotiradores en la parte de atrás y de vez en cuando se escuchan disparos. Hablamos con el canciller hace poco y estaba sorprendido por la demora.
—¿Es cierto que hay una guerrillera herida?
—Sí. Tiene una herida de bala en la cabeza. Ayer se acordó que soltarían a diez mujeres rehenes si enviaban un neurólogo, pero hasta ahora no ha aparecido el neurólogo.
—¿Podría hablar con el jefe de la operación?
—Un momento... Llame más tarde porque está ocupado... Espere, ya va a pasar.
—Habla con el Comandante Uno de la Operación Libertad y Democracia.
—¿Es usted Jaime Báteman o el médico Toledo Plata?
—(Risas). No, ellos están en otros frentes de combate que no puedo revelar.
—¿Cuál es la situación en la embajada?
—Desde el punto de vista militar, la embajada está totalmente controlada por nosotros. Hemos hecho incansables esfuerzos por lograr el diálogo con el Gobierno, pero hay cierta intransigencia y terquedad por parte de ellos.
—¿Creen que podrán llegar a un acuerdo?
—Confiamos en ello. Ya hemos hablado con otros gobiernos que están dispuestos a promover pronto un diálogo.
—¿Cuáles son sus exigencias?
—1) Retiro total e inmediato de toda la tropa civil y militar; aún hay francotiradores detrás de la casa. 2) Libertad de los presos políticos que enumeramos en una lista. 3) Cincuenta millones de dólares. 4) Publicación de un material en la prensa nacional y en periódicos de los países de los cuales tenemos rehenes.
—¿Piden la libertad de los miembros del M-19 que están juzgando en el consejo verbal de guerra, en la capilla de la penitenciaría La Picota?
—Sí, y además exigimos la libertad de militantes de otras organizaciones políticas y gremiales. Hemos confeccionado una lista de 311 presos políticos, de los más de mil que hay en el país.
—¿Los puntos son modificables? ¿Cuál es la petición principal?
—A través del diálogo se pueden modificar en parte algunos de los puntos; pero el principal es la liberación de los presos políticos.
—¿Hace cuánto tiempo venían planeando el golpe?
—Hace seis meses comenzamos a preparar una acción armada para liberar a nuestros compañeros, y hace pocos días decidimos que sería en esta embajada.
—¿El operativo ha salido como lo habían planeado?
—Todo ha salido como lo teníamos previsto. El compañero que murió, lo hizo combatiendo por una causa justa.
—¿Por qué utilizan la lucha armada?
—El M-19 considera que es necesario combinar todas las formas de lucha para llegar al poder. Vías legales también hemos utilizado. Nuestra organización surgió cuando nos robaron las elecciones presidenciales en 1970.
—¿El M-19 sufrió un duro golpe con la captura de muchos militantes después del robo de armas al Cantón Norte?
—Sí, fue un golpe fuerte, pero no total. La prueba es esta operación.
—¿Militantes de qué rangos toman parte en ella?
—En este operativo participa la columna Marcos Zambrano, nombre dado en honor de un compañero de nuestra organización torturado y asesinado por el Ejército hace cinco días en el batallón de Cali. Participamos militantes de todos los rangos.
—¿Qué puntos contiene el material que se debe publicar?
—Es una proclama sobre el problema de las torturas y los presos políticos en el país.
—¿Algo más que agregar?
—Nuestra consigna es vencer o morir.
Transcurre el tiempo. Afuera ha crecido una particular ciudadela llamada Villa Chiva, que alberga decenas de carpas pertenecientes a los medios de comunicación. Allí pasamos los días y las noches periodistas nacionales y enviados especiales de diversos países. En el iglú de plástico azul del periódico nos turnamos cada noche dos personas para dormir. El humor, el tinto con alcohol, la fraternidad y hasta el amor florecen en Villa Chiva, en medio de la incertidumbre, el afán por la chiva, por la primicia, y, sobre todo, rondan las especulaciones.
En la noche, al calor de una botella de alcohol, se producen insólitos encuentros: un periodista inglés, un gringo, un francés, tres nacionales y dos tiras hablamos hasta el amanecer sobre las posibles identidades de los guerrilleros; incluso se hacen apuestas sobre el tiempo que van a durar adentro. Unos están seguros de que el Ejército no los dejará salir vivos, así tengan que masacrar a los embajadores. Otros acotamos que este gobierno cívico-militar ya está bastante desprestigiado en el exterior por la violación de los derechos humanos y que, por tanto, tiene que respetar la vida de los diplomáticos.
Están también las carpas de los medios electrónicos nacionales, pero ellos no pueden transmitir información. La censura es el fantasma que recorre a los medios y al país. Al amparo de los decretos dictados luego del paro cívico de 1977 —la mayor movilización urbana después del 9 de abril de 1948—, y sus posteriores desarrollos, se han impuesto limitaciones a las libertades individuales y de asociación —no puede haber reuniones de más de tres personas en la calle, escribir un grafiti en áreas públicas es penado con cárcel, se puede retener personas por cuarenta y ocho horas sin requisitos legales—, y está vigente una drástica censura a la radio y a la televisión: se les ha prohibido hablar o pasar imágenes de la toma de la embajada.
—¿Cuál es su opinión sobre la censura impuesta por el Gobierno a los noticieros de radio y televisión, en relación con la toma de la embajada?
—El problema inicial consistió en que la radio transmitió la noticia como si se tratara de un partido de fútbol —responde Rodrigo Altagracia, director del noticiero Cóndor Radio—. Pero así como reconocemos que se hicieron transmisiones irresponsables, también señalamos que es peligroso un bloqueo radical sobre la información. Un país desinformado se convierte en un país tenso, angustiado, temeroso, desconcertado, y se desata una ola de rumores que nadie puede contener. Con la censura la gente se despista, y da lugar a que se rieguen los chismes que mantienen a la gente con los pelos de punta.
Por su parte, Rubén Cadavid, director del noticiero de televisión Tele 7 —el Gobierno es el que otorga, traslada o renueva las licencias de los noticieros de televisión—, dice:
—No se puede olvidar que lo que está en juego es la vida de seres humanos; cualquier desliz verbal que se capte dentro de la embajada por la radio o la televisión podría provocar funestas y precipitadas acciones de los guerrilleros. En este caso, no se puede cometer el infantilismo de rasgarse las vestiduras. Un micrófono mal manejado es tan peligroso como un demente con un máuser. La información debe tener un manejo muy cuidadoso. Aunque, de todas maneras, hay que anotar que la censura es exagerada: no podemos siquiera hablar sobre los aspectos humanos, las actividades de los periodistas, el tráfico en la zona aledaña a la embajada. Ahora, la gente ansía y reclama información, y si no la encuentra en la radio ni en la televisión, pues sencillamente compra el periódico y se informa, si tiene los diez pesos que vale.
Toda censura es exagerada, pues se parte de que los periodistas somos irresponsables... y claro que los hay: un comunicador afirmó, sin ambages y sin sonrojarse, que esta toma era el episodio más significativo después del descubrimiento de América. Irresponsabilidad que es inversamente proporcional al grado de independencia y entereza de cada uno, y directamente proporcional al grado de egolatría y arrodillamiento frente a los poderes de cada cual. Presupone la censura que el público es imbécil —lo cual no es cierto, aunque a veces es pasivo—, y que la injusticia social no es un problema si se logra ocultar, tapar.
Las agencias internacionales —UPI, AFP, AP y EFE— reproducen lo que se difunde en todo el mundo sobre la toma. De allí los diarios citan informes de la televisión, la radio y la prensa de Brasil, México, Venezuela, Argentina, Estados Unidos, Italia, Japón, China, Noruega, Suecia... Los medios electrónicos del país transmiten reinados de belleza y partidos de fútbol. Las autoridades cerraron las oficinas de la agencia AP aduciendo «una conjura internacional contra el Gobierno», por haber divulgado que las detenciones arbitrarias por diez días, suspendiendo los derechos ciudadanos, realizadas mediante la aplicación del artículo 28 de la Constitución, son una medida coercitiva de las libertades democráticas. Por estos días arriba a la ciudad el sociólogo y teórico de la comunicación Armand Mattelart, quien afirma: «Los medios de comunicación liberales son subversivos en los estados de excepción».
Los días pasan, pero nada nuevo pasa. La información escasea. La monotonía comienza a invadir todo, dentro y fuera de la embajada. El médico Ricardo Ruiz, que ingresó para atender al cónsul del Perú, dice, al salir de la embajada:
—Allá adentro no hay ambiente de pánico; por el contrario, todo está demasiado calmado. Los embajadores están aburridos; no tienen nada que hacer.
La noticia es que el cónsul tiene la pierna enyesada y que ese día cumple treinta y tres años. Y entonces todos se preguntan que cómo es el cónsul, y que por qué tiene la pierna enyesada, y que si le podrán entrar la torta de cumpleaños que le enviaron, o no.
Consigo el parte de la Cruz Roja con aquello que ha transportado a la embajada. El día siguiente a la toma, jueves 28 de febrero, llevó el primer envío, consistente en cien bolsas para la basura, toallas, jamoneta, salchichas, papas fritas, queso, cinco cajas de bocadillo, leche líquida y en polvo, café, chocolate, medicamentos para la tensión arterial...
El viernes 29 hicieron llegar setenta almohadas sencillas, cinco ollas grandes, diez medianas, setenta platos, setenta tazas, verduras frescas... Como remesa especial iban cinco cartones de cigarrillos.
El lunes, la ambulancia de la Cruz Roja transportó sopas en sobre, café, arroz, papas fritas, aceite, azúcar...
El 4 de marzo los socorristas dejaron, a pocos metros de la puerta de la embajada, chocolate, cigarrillos, pan tajado, café...
Un día después ingresó a la zona una furgoneta de la Cruz Roja totalmente cargada, que miembros de las Fuerzas Militares registraron de manera minuciosa antes de llegar a la embajada. Entre las pocas cosas retenidas se encontraban varios periódicos. A bordo del vehículo viajaban una dama voluntaria, un socorrista y el chofer. Luego de la entrega, el socorrista indicó que en la puerta de la embajada estaban el nuncio apostólico y los embajadores de Estados Unidos y Venezuela:
—Ellos agradecen mucho; varias veces dan las gracias por todo lo que les llevamos. Saludan amablemente y nos dicen que debemos llevar los paquetes lo más cerca posible de la puerta —dice.
Cuenta la dama voluntaria que los paquetes enviados por los familiares contienen ropa y víveres, juegos como ajedrez, damas chinas y parqués, y muchas cartas:
—Cada vez que nos acercamos se escucha el sonido que hacen varias armas al ser cargadas, pero los guerrilleros no se dejan ver —añade.
Llego al periódico a las diez de la mañana. Al entrar veo que Miriam, la telefonista —que está situada en el segundo piso, en un altillo ubicado a la derecha de la entrada principal de la sala de redacción—, me hace señas, un tanto desesperada, para que conteste el teléfono que tengo más cerca y que no para de repicar.
—Sebastián, es un señor que ha llamado tres veces. Dice que es el fotógrafo que está dentro de la embajada. ¿A dónde le paso la llamada?
Le digo que a mi escritorio y corro a contestar. Hablo con él mientras conecto el cable con la chupa al teléfono y a la grabadora. Me agradece las entrevistas, pues también publiqué el diálogo con él, y me cuenta que por fin recibieron periódicos, gracias a un vecino de la embajada que se los tiró por la ventana. Hablamos un poco y le digo que me pase al Comandante Uno.
Entrego la nueva entrevista pero el jefe de información, Correal, retiene el material en la gaveta de abajo de su escritorio —en la nevera, como le decimos—, pese a que no hay más información, por ningún lado. En la noche, al calor de unos tragos que nos bebemos en la redacción al terminar la jornada, en los tarritos de los rollos de fotografía, hablo con Alberto Paredes. Hay tranquilidad y sosiego. Tocamos varios temas, comentamos cosas, mamamos gallo, reímos, hasta que le pongo un tema álgido. Le digo que ellos, los jefes de redacción, desconocen la información con la que no están de acuerdo.
—Y ustedes le trabajan únicamente a aquello que les gusta —responde—. Son jóvenes voluntariosos, tercos, que sólo ven un lado de las cosas. Además, empobrecen el lenguaje; que dizque tenaz, bacano y chévere, viven diciendo. Como si esas palabras, que no expresan nada realmente, remplazaran todas las del lenguaje. Me cuenta, con unos tragos más encima, que él me salvó cuando Correal le dijo, poco tiempo después de que entré a trabajar al periódico, que yo no servía porque tenía mala ortografía, y que además les daba un sentido negativo a las crónicas que hacía, como en el caso de la que escribí en el aniversario de la ciudad, cuando cité un libro que habla de lo bella que era en tiempos de la Conquista la altiplanicie que ocupa, contrastándola con el caos y la fealdad que hoy reina en ella.
—Yo le argumenté —agrega Paredes— que un reportero que trabajó acá en el periódico, García Márquez, también tenía mala ortografía; entonces él se quedó pensativo y dejó el tema a un lado.
Como sin querer queriendo, a los dos días le comento al director (Guillermo Cano) del material que Correal tiene congelado. Al día siguiente sale publicado. Lo sacan a regañadientes, y en el título y en la introducción cambian jefe guerrillero, como yo escribí, por jefe terrorista. Pero no modifican el interior del reportaje.
—Aló, ¿Comandante Uno?
—Sí, cómo no.
—¿Cómo van las negociaciones?
—En general, normal.
—¿Avanzan al ritmo que se quisiera?
—Hay una especie de desidia por parte del Gobierno.
Nos prometió que hoy a las nueve de la mañana habría diálogo, pero a esa hora llamaron para decir que se aplazaba hasta mañana, a la misma hora.
—¿Cómo han transcurrido las últimas horas en el interior de la embajada?
—En completa calma. Los rehenes se han comportado en forma ejemplar. No hemos tenido impasses, pero hay algunos rehenes que no quieren salir.
—¿Que no quieren salir?
—Sí, yo los iba a dejar libres, pero no quieren salir.
—¿Cómo así?
—No quieren salir (risas).
Varios compañeros de trabajo rodean mi escritorio mientras hablo, grabo y de todas formas voy transcribiendo el diálogo, chuzografiando rápido en la máquina de escribir, por si acaso, pues en la llamada anterior la grabación no se entendía del todo bien. Me pasan preguntas escritas en papelitos.
—¿Es cierto que el Gobierno ha dicho que no negociará presos políticos?
—No sé. Pero si no negocia presos políticos, entonces la negociación se estanca. En un acto de solidaridad, para demostrarle al mundo que quería negociar, liberé a dieciocho personas. Eso desarmó al Gobierno, que es reticente a negociar.
—¿Usted va a adoptar medidas para presionar las negociaciones?
—Liberar rehenes es una medida efectiva. Liberé a dos enfermos, solté a un joven y a quince mujeres. Ahora póngale cuidado a lo que le voy a decir: ustedes los periodistas deben exigir al Gobierno libertad de prensa, porque los tienen amordazados.
Le aclaro que, en el caso del periódico, hay una política independiente, pero me dice que es el primer día en que reciben periódicos.
—Nosotros rechazamos desde todo punto de vista la censura; creemos en un país libre, democrático, popular. Hay que exigir.
—¿Dónde van a negociar?
—En el parquecito, al frente de la embajada, dentro de una camioneta.
—¿Quiénes van a negociar?
—De nuestra parte, será una sorpresa. Los negociadores del Gobierno... será mejor que ellos se lo digan.
Murcia, el acucioso redactor político, está leyendo sobre mi hombro la cuartilla a medida que aparece sobre el rodillo el papel en el que escribo. En este momento me dice, muy bajito, pero con determinación, que le insista.
—Deme la chiva. Dígame quiénes negociarán.
—Espere y reviso mis papeles... Sí, por el Gobierno serán dos subsecretarios, Rafael Rodríguez y Jorge Suárez. De parte nuestra, como le digo, es una sorpresa, y un embajador hará las veces de moderador y testigo, para que después no nos vayan a tergiversar.
El Murciélago, como le decimos con aprecio a Murcia, ya que es un hombre afable, sereno, colaborador, toma los nombres de mi cuartilla, los anota en un papel y se va feliz para su escritorio con el dato.
—¿Cuánta gente queda dentro de la embajada?
—Hay cuarenta rehenes y más de treinta guerrilleros.
Cuarto diálogo. Tensión. Hermetismo. Arriba la camioneta amarilla. Llegan los representantes del Gobierno. Entran al vehículo junto con el embajador de México y la Chiqui, vocera de los guerrilleros, que se cubre la cabeza con un pasamontañas; 143 minutos de conversaciones. Comunicado catorce del Gobierno: «Las conversaciones avanzaron en un clima de serenidad y los participantes manifestaron su voluntad de proseguirlas»... La Chiqui es la estrella: pequeña, menuda, firme. Sus atuendos se vuelven moda. En una reconocida revista se revela que el 63 % de los habitantes del país simpatizan con el M-19.
Las conversaciones se interrumpieron hace una semana. Nadie contesta los teléfonos en la sede diplomática. «Parece que las líneas telefónicas fueron cortadas por falta de pago», comenta Julio con risa, desde su escritorio, cuando ve que llamo y llamo sin obtener respuesta. La rutina se toma todo. Alrededor de la embajada los periodistas hablamos, jugamos cartas, ajedrez o fútbol. El tedio se ha instalado.
Sexto diálogo. Llega la furgoneta amarilla. Los negociadores del Gobierno arriban a las 2:23 de la tarde; casi al mismo tiempo salen de la embajada la pequeña guerrillera encapuchada y el embajador de México. Al frente, doscientos cincuenta periodistas encerrados en un corral de lazo, frente a la embajada, vigilados por una veintena de agentes. El silencio es roto por las notas que vienen de una grabadora portátil ubicada en el trípode de una cámara fotográfica; se escuchan un piano y un violín interpretando la Sonata a Kreutzer, de Beethoven. Con una fuerte ventisca que lleva el frío hasta los huesos —se elevan los papeles, se mecen los árboles de la desierta Universidad Nacional, cerrada otra vez por las autoridades, y hasta algunas latas levantan vuelo— se inicia la espera.
Ahora no se accionan las cámaras. Sacamos los binoculares de sus estuches, para tratar de robarles hasta el más leve movimiento a los negociadores; un gesto, un ademán, puede ser noticia. Tras la ventana del vehículo se ve en primer plano una cabeza con escaso pelo, que pertenece a Rafael Rodríguez; luego está Jorge Suárez. Rodríguez es quien lleva la palabra durante casi todo el tiempo. Suárez se dedica a tomar apuntes de la charla —y nosotros, a sesenta metros, daríamos cualquier cosa por conocer, aunque sea, algunas pocas líneas de lo que está escribiendo—. Cigarrillo tras cigarrillo, Rafael Rodríguez dialoga en calma con la guerrillera que está frente a él.
Salvoconducto es el único que puede transitar libremente por el lugar. Viene y va, con los ojos muy abiertos. Se acerca a los periodistas, le hablamos; pasa como si nada el retén militar. Varios policías lo miran de manera amistosa y le dirigen algunas palabras. Brinca alegremente y se acuesta sobre el pasto, muy cerca de la nombrada camioneta, en un puesto envidiable, y se dedica a revisar su maltrecho cuerpo. Salvoconducto lleva también veintiséis días en la zona. Cuando por fin se termine esta historia, volverá a su vida de perro callejero y añorará el desayuno con jamón que le dan los periodistas gringos, quienes trabajan cómodamente en el local de un almacén que les arrendaron; pagan cien dólares por día al dueño, que con esta entrada arregló la casi segura quiebra a la que se habría visto abocado por el cierre.
Transcurre el tiempo. Esperamos la ansiada noticia. Se forman corrillos, pero hasta las especulaciones van declinando; ya nadie les para bolas. Parece que esto nunca va a terminar.
La novedad del día es cordialidad. A las 4:25 de la tarde salen de la furgoneta los cuatro. El embajador y los delegados del Gobierno sonríen al despedirse de mano. La capucha negra —este día se ha puesto una distinta de la blanca que ya conocíamos—, con un letrero blanco que dice M-19, esconde las facciones de la guerrillera, pero se supone, por la amistosa despedida, que también está satisfecha. Guerrillera y embajador avanzan hacia la sede diplomática, los negociadores se encaminan a la casa de Gobierno y los fotógrafos gritan para llamar la atención de la guerrillera: un ademán o un saludo pueden cuadrar la noticia... ¡Sí! Ella se voltea, levanta la mano derecha y hace la V de la victoria. Las cámaras, que apuntan sus teleobjetivos, no cesan de disparar.
La camioneta sale. Sólo queda esperar el lacónico comunicado oficial, en el que de seguro se afirmará que el diálogo fue cordial... Sí, ya llegó, es el número dieciocho. En él no dice que la reunión fue cordial, pero se anota: «Durante el diálogo se examinaron los puntos básicos de las conversaciones anteriores y se apreciaron menos antagonismos que en los diálogos precedentes». Ahora, a esperar a que fijen la fecha del nuevo diálogo, sentarse a sesenta metros de la camioneta...
Logro hacer contacto para entrevistar a siete miembros del comando superior del M-19 que están presos en la cárcel La Picota. De nuevo el material permanece guardado unos días en el congelador de los jefes de redacción. De nuevo, como sin querer queriendo, le cuento al director de su existencia, y como, otra vez, no hay más información fresca sobre el tema, al día siguiente sale publicada la entrevista.
—¿Cuál es su posición frente a la toma de la embajada?
—Como hombres y mujeres del M-19, detenidos, torturados y condenados por las Fuerzas Armadas antes del juicio, nuestra posición es clara y definitiva: ante un régimen antinacional, antipueblo y antidemocrático, el derecho y el deber de todo ciudadano es luchar por la justicia social y la democracia. Sobre la Operación Libertad y Democracia pensamos que es justa, válida y positiva. Si hay un gobierno impopular, dictatorial y represivo, la rebelión es legítima. El mismo expresidente Darío Echandía, llamado «la conciencia moral y jurídica del país», lo ha dicho claramente: «Aquí lo que existe es una dictadura».
—¿Conocen ustedes la lista de presos políticos que exigen liberar? ¿Podrían dar algunos nombres?
—No la conocemos, pero estamos seguros de que no está allí el presidente, que en su gira por Europa se hizo llamar el único preso político que existe en el país...
—¿Creen ustedes que se conseguirá la libertad de algunos presos políticos?
—El comunicado que en nombre del comando superior de nuestra organización firman Jaime Báteman y Carlos Toledo es claro en los objetivos de la acción; entre ellos está la liberación de los presos políticos...
—¿Qué piensan del discurso del canciller, en el que los califica como delincuentes comunes?
—¿Delincuentes comunes quienes lo entregamos todo, hasta nuestra propia vida, en aras de un pueblo libre y de una nación soberana?
—Si no son delincuentes comunes, entonces, ¿qué son?
—Somos combatientes del pueblo, nacionalistas integrales y patriotas de tiempo completo. Por eso estamos aquí y provenimos de todos los rincones de la patria; por eso nos acusan de rebelión, que es el más sagrado derecho de los pueblos oprimidos...
—Señala el canciller que cualquier solución a la toma se hará dentro del marco jurídico y constitucional. ¿Qué piensan ustedes?
—Dice él que nosotros desconocemos el ordenamiento jurídico, mientras que ellos tienen que respetarlo. ¡Nada más falso! En el país llevamos más de treinta años en estado de sitio, pese a que la Constitución lo define como algo excepcional y transitorio; durante todo este tiempo no ha regido la Constitución Nacional sino un régimen jurídico de emergencia. Nosotros, presos políticos, hemos sido sometidos a las más crueles torturas. Le preguntamos al señor canciller: ¿la tortura está contemplada dentro de la Constitución del país? Dice la Constitución que los civiles no podemos ser juzgados por los militares, pero a nosotros nos están juzgando ellos. Entonces, ¿en qué queda el tan cacareado respeto a la Constitución y las leyes de que habla el canciller?...
Un colega publicó mi reportaje completo en un libro de esos de urgencia; en caliente, para vender harto, rápido y barato. No alcancé a hablarle del tema. Murió antes.
Amnistía Internacional (AI) revela el 1.o de abril de 1980 su primer informe sobre el país:
Basándose en los testimonios recibidos, AI puede afirmar sin temor a equivocarse que en el país se tortura a presos políticos en las dependencias militares, en una medida tal que no puede considerarse como casos excepcionales y fortuitos sino al contrario, como una práctica sistemática... La misión identificó treinta y tres centros donde se informa que se han practicado torturas, así como cincuenta formas de tortura que van desde los métodos sicológicos hasta golpizas, quemaduras, uso de drogas y choques eléctricos. AI recomienda el levantamiento del estado de sitio.
Las reacciones son encarnizadas. El Gobierno lo descalifica, tachándolo de libelo. Don Guillermo, en su editorial, dice que el informe reproduce lo que estaba en la convicción de muchos ciudadanos sobre torcidos usos de autoridad. Los otros medios lo ignoran o lo critican.
En el interior de la embajada transcurren los días y nada pasa. Me vuelvo a pegar al teléfono. Un día antes del aniversario del M-19 —el 18 de abril—, logro comunicarme con el comandante guerrillero... Lo más duro de estas entrevistas telefónicas no es sólo lograrlas, sino que paso horas transcribiéndolas; adelanto y atraso el casete en la grabadora, vuelvo y lo hago, una y otra vez, con los audífonos puestos; tecleo en la máquina de escribir, adelanto la página con el rodillo, regreso a la grabadora, escucho, escribo, devuelvo el casete, comparo con el texto escrito a la carrera a máquina durante la entrevista cuando no entiendo la grabación, uf... Pero bueno, vale la pena. Seguramente, algún día inventarán un aparato que transcriba las voces y las conviertan en palabras escritas; pero creo que falta mucho para eso.
—Aló, ¿comandante?
—Qué tal, cómo le va...
—¿Cómo está la situación por allá adentro?
—Todo está en completa calma.
—¿Cómo van las negociaciones?
—En este momento, la compañera está en la camioneta con los delegados del Gobierno...
—¿Van a realizar algún acto especial de aniversario?
—Ya empezaron los compañeros a tomarse escuelas, a repartir leche, a tomarse buses, secuestraron un periodista y vendrá más.
—Me refiero a la embajada. ¿Tienen algo preparado dentro de la embajada?
—Nosotros les ofrecimos libertad a tres personas, dos de ellas periodistas, el fotógrafo y el redactor que estaban aquí cuando ocurrió la toma, pero ellos prefieren permanecer acá dentro.
—¿Y quién es el tercero?
—No le puedo adelantar más por cuestiones de las negociaciones, pero será uno de los cónsules.
—¿Ustedes se mantienen en exigir la libertad de los 311 presos políticos de la lista, o ya se ha negociado esto?
—No es cierto lo que han dicho en el sentido de que sólo pedimos la libertad de los integrantes del comando superior del M-19 que están en la cárcel, ni aquello otro de que ellos ordenaron romper conversaciones. Todo esto son especulaciones que no tienen piso en la realidad.
—¿Ustedes han tenido contacto con ellos?
—Sí, a través de mecanismos secretos (risas).
—¿El Gobierno se mantiene en su posición de que no suelta presos políticos?
—El diálogo es precisamente para solucionar este impasse. La posición nuestra es que son posibles soluciones jurídicas decorosas y responsables para ambas partes, pues existen dentro de la Constitución y dentro del derecho internacional. Pero al Gobierno parece que se le han borrado estas vainas.
—En caso de que el Gobierno mantenga su negativa, ¿qué opciones quedarían?
—Hemos pensado en una serie de opciones claves. Una de ellas es exigir la venida de organismos internacionales al país.
—Comandante, ¿usted conoció el informe de Amnistía Internacional?
—Sí, me parece importante la primicia de ustedes; en él se corroboran las afirmaciones que hemos hecho: que en el país existen presos políticos, que aquí se tortura al amparo del Estado de Sitio y del Estatuto de Seguridad, y que los consejos de guerra son amañados, están viciados y son violatorios de la Constitución.
—¿Qué puede agregar sobre las negociaciones?
—Que deseamos una solución pacífica, rápida y decorosa tanto para nosotros como para el Gobierno. Si ocurre algo cruel, algo fatal —y es bueno decirlo ante el mundo entero—, no será por responsabilidad nuestra. Nosotros estamos aquí tranquilos, llenos de alegría, pero a la vez disciplinados.
—¿Sabe que mañana se va a celebrar un consejo de ministros, con asistencia del presidente, para discutir el tema?
—Es importante que lo hagan. Nos parece serio y responsable que procedan así. Han debido hacerlo hace cincuenta días.
—¿Piensa que en pocos días podrían llegar a un acuerdo?
—Todo depende del Gobierno.
—¿Podría hablar con uno de los embajadores?
—Imposible. A pedido de sus delegaciones, los embajadores han hecho el acuerdo de no dar más declaraciones... Perdón un momentito que se terminó la conferencia y voy a abrir la puerta —dice, mientras se escucha otra voz—. Tenemos que colgar.
Pocos días después, llega el ansiado acuerdo.
Mañana a las 7:00 a.m. saldrán los ocupantes de la embajada dominicana hacia Cuba. Los guerrilleros, acompañados por un grupo de rehenes, se dirigirán al aeropuerto internacional El Dorado y allí abordarán la aeronave de Cubana de Aviación que los transportará a esa isla del Caribe. Trascendió que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) cumplió un papel fundamental para establecer las bases mínimas del acuerdo, que comprende la permanencia en el país de dos miembros de la CIDH que asistirán en forma permanente a los consejos verbales de guerra que se llevan a cabo en contra del M-19 y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). El acuerdo abarca también la entrega a los guerrilleros de dos millones y medio de dólares —aclaran que el dinero no lo aportó el Gobierno—, pero no se dejará en libertad a ningún preso político.
Al día siguiente, muy temprano, se van.
Recorro los alrededores de la embajada. La cigarrería de la esquina, La Aurora, el local comercial más publicitado en los dos últimos meses en el mundo —salió en buena parte de las imágenes difundidas por los medios—, está al borde de la quiebra. Su propietario, Arturo Meneses, se encuentra bastante deprimido. Mientras saca los víveres descompuestos, entre los que se pasean alegremente las cucarachas, comenta que durante el tiempo de la toma perdió seiscientos mil pesos:
—Debo el arriendo, los servicios y toda la mercancía que se dañó. La semana pasada no tuve dinero suficiente para comprarle unos cuadernos a mi hija —dice con tristeza.
La otra cara de la moneda se vivió en Villa Tablas, una casa de invasión construida con sobrantes de madera, habitada por diecisiete personas, en la que durante los días y las noches de la toma soldados, policías, agentes secretos y periodistas nos reuníamos para tomar tinto, cerveza, aguardiente o comer un chorizo:
—Por lo menos durante este tiempo no hizo falta dinero para comprar qué comer —dice Julia, una joven de quince años que estuvo al frente de la tienda durante gran parte de la toma. Como producto de las ventas, que incluía cerca de quinientos tintos al día, los ingresos ascendían en cada jornada a dos mil pesos. Por eso, con una sonrisa pícara, Julia Estela agrega: «Ojalá vuelvan». Los miembros de esta gran familia, que viven en la zona hace veintitrés años, son algunos de los pocos residentes del sector que resultaron beneficiados con la toma. También tuvo saldo a favor Salvoconducto, que no era un perro sino una perra callejera que vivió en Villa Chiva: tiene cuarenta y cinco días de embarazo, y la directora de la Sociedad Protectora de Animales, entidad situada a dos cuadras de la embajada, la adoptó. Lo demás: el padecimiento de los vecinos y el infortunio de los comerciantes quebrados por un receso de dos meses. Más los efectos políticos de la toma: todos dicen que ganaron.
Ahora me encamino a visitar la casa que robó nuestra atención durante dos meses. El anfitrión de la reunión diplomática más larga de que se tenga noticia cuenta que la primera noche fue de caos, temores y desconcierto, y la última, de fiesta y distensión.
—Los momentos más duros fueron cuando se decía que el Gobierno no iba a hacer nada por liberarnos. Cuando había tiros, y paraban al embajador de Estados Unidos frente a una ventana, entrábamos en gran tensión. Pero la circunstancia más grave fue cuando las negociaciones se estancaron; parecía que no iban para ninguna parte y los guerrilleros nos dijeron que de seguir así la situación, aunque nos tenían mucho cariño, tendrían que matarnos a todos y ellos morir con nosotros —relata el embajador dominicano.
Entramos varios periodistas a la embajada. Parecemos perros de presa husmeando por todas partes. La casa está semidestruida, como si la hubiera golpeado un huracán. Pasamos cerca del piso que rompieron los guerrilleros buscando un inexistente túnel que supuestamente construyeron cuando el inmueble pertenecía al exdictador Gustavo Rojas Pinilla; atravesamos puertas rotas, observamos las ventanas sin vidrios cubiertas con cartones. No dejamos un rincón sin mirar ni una hoja sin levantar.
Encontramos, debajo de los colchones de espuma, una lista con los nombres de todos los guerrilleros y sus alias de combate; alcanzamos a copiarla antes de que un oficial se percate del hallazgo y la pida. Otro listado tiene las medidas de seguridad: «1) Guardia: ojos, oídos, reflejos. Entrega de guardia: estado arma, revisión y posición. Normas de S: No dar la espalda. No dar blanco. Ropa oscura. Vigilancia baño. Evitar corrillos. No recibir nada. No hablar. No distraerse. Movimiento continuo. 2) Descanso: Continuidad. Rendimiento por lo menos 8 h. diarias. Respetar descanso comp. Arma cerca lista (la palabra “montada” está tachada). 3) Gimnasia. Estado físico. Resistencia. Rapidez. Reflejos. Agresividad. 4) Comida: Condición (ilegible). No más de cuatro en la cocina. Selección de alimentos. No aceptar comida hecha aparte. Llamadas: todas en español. Sin información interna, no autorizar. Cortar si hay inconveniente. Revisión, posibles claves de información interna».
En el envés del papel leo la letra de una canción: Donde cayó Camilo nació una cruz / Pero no de madera sino de luz / Lo llamaron bandido como a Jesús, / Camilo Torres muere para vivir... También encontramos varias copias de En mi viejo San Juan. «Un día la cantó un embajador, a los guerrilleros les gustó, la copiaron y la entonamos muchas veces», aclara el sobrino del presidente dominicano.
Vamos recorriendo la casa y ellos van contando historias. Dice el embajador anfitrión que los guerrilleros usaron la sala central del primer piso para hacer ejercicios físicos y militares; «hasta fútbol jugaban acá», agrega el embajador. Al igual que en los otros recintos, en la sala están los muebles destrozados, los vidrios rotos y las ventanas taponadas con palos, catres, tablas y varillas. El suelo, tanto en el primero como en el segundo piso, está cubierto de tarros y empaques de alimentos.
Dos horas fueron cortas para revisar toda la residencia. En el segundo piso se halla la habitación del Comandante Uno, que compartía con la guerrillera negociadora, la Chiqui. En el cuarto hay dos colchones; el embajador comenta que cuando pasaban al baño veían allí a la pareja de guerrilleros. En el despacho del embajador, utilizado como dormitorio para un grupo de ocho rehenes, el nuncio celebraba diariamente la misa. Por allá y por acá papeles y notas de diverso tipo pegadas por todos lados.
Unas son consignas: «Con el pueblo, con las armas, al poder. Vencer o morir». Otras son instrucciones, deberes, obligaciones: «Atención, cartas a la Cruz Roja se entregan todos los días a las 9:00 a.m. a la Comandante 13. Horario de alimentación: desayuno, deberá servirse entre 7:00 y 7:30 a.m. Almuerzo, entre 12:00 m. y 12:30 p.m. Comida, 6:00 p.m. Ligera, preferiblemente sopa, sánduches, etcétera». En la cocina se encuentra fijado un horario general: «Todos los días. Desayuno: México, Brasil, Egipto. Almuerzo y comida: Perú, Guzmán, ayudante: Valencia. Limpieza de cocina: miércoles 23 de abril, mañana, Haití; tarde, República Dominicana... Jueves 24... Domingo, 1.o de mayo: mañana, embajador Guatemala; tarde, cónsul Venezuela». Hasta ahí llegan los turnos. Me pregunto: «¿Será que no pensaban estar más allá del 1º. de mayo?».
En todos los baños hay ollas con agua, que tienen pegado un papel con esta leyenda: «No usar. Reserva». Cuenta el sobrino del presidente dominicano, uno de los rehenes que nos acompañan en el recorrido por la embajada, que los guerrilleros pusieron las ollas con el fin de que los ocupantes de la embajada pudieran mojar pañuelos o trapos en caso de que la fuerza pública lanzara gases lacrimógenos, como ocurrió el primer día. Y recuerda que sólo se bañaban cada tres días. En la azotea encuentro recipientes de gases. Guardo uno como recuerdo de la toma. Al bajar de allí, veo otra nota: «Norma, te amo. Puesto de guardia No. 3».
Seguimos removiendo escombros. Un paquete para el embajador de México dice: «La ciudad, marzo 13 de 1980. Querido Ricardo: Te mando los bolígrafos y el papel que pediste para que los compartas con tus compañeros. Esperamos que pronto nos los devuelvas sin haberles dado mucho uso. Carlos. Nota: Un abrazo con todo cariño, Anita». Una página con apuntes de los guerrilleros: «Cuestión política. Aspectos de las negociaciones. Posibilidad de un ultimátum. Aspectos internos: Organización y disciplina». Otra más: «USA, gobiernos, posición de la Iglesia; Toledo, Cruz Roja, México; Nacional, Costa Rica; Posición del Gobierno. Washington Post, canciller en TV, campo jurídico nacional». Luego una nota en la que se explica el manejo del walkie- talkie y otra con los turnos para el baño.
Los exrehenes que nos acompañan en el recorrido por la embajada recuerdan con emotividad lugares y momentos de significativo valor durante la toma. Entre los visitantes hay uno muy particular: Ernesto Yepes, de la agencia de banquetes San Benito. Recoge y reúne con paciencia lo que quedó de copas, vasos, cubiertos y loza que llevaron para atender a los invitados a la recepción, hace exactamente sesenta días.
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖
