La directora del Teatro La Candelaria y de la Corporación Colombiana de Teatro y sus percepciones de estos días de largo encierro, que tuvo que interrumpir para ir por las cenizas de Santiago García (1928-2020), el decano del teatro colombiano.
Día 14
Si supiéramos que esta pandemia termina en un mes o en dos, o en un año, incluso, si lo supiéramos con certeza, estaríamos preparando la salida. Aunque fuera poco a poco, estaríamos planchando el vestido y pensando cómo serían los abrazos y los ensayos.
Todo el tiempo leo y releo a los informes de los científicos, los discursos de los políticos, las reflexiones de los filósofos, las predicciones de los esotéricos, los artículos de los periodistas. Escucho los testimonios de los y las sobrevivientes del coronavirus. Todos y todas dan informaciones verosímiles pero contradictorias.
VERDAD
Nada es verdad y todo es cierto. A veces estoy segura de que se trata de una gran conspiración universal, otras, que el virus se escapó de un laboratorio. Algunas, que se trata de un arma química o de una guerra por el liderazgo de las potencias. Y, unas cuantas, que es una venganza de la naturaleza. Todo esto sería una maravillosa ficción imposible si no fuera porque de verdad se muere la gente, si no se contagiaran a diario miles y miles de personas cada día. Mucha gente se está empobreciendo vertiginosamente y otra está sin techo aguantando hambre. Hay gente mayor confinada y señalada, que muere aislada y solitaria en sus apartamentos o albergues. Y, algunos cadáveres yacen en las calles esperando que alguien recoja sus cuerpos. Como si la muerte no fuera tan sagrada como la vida. En la selva los indígenas mueren de peste o de bala mientras las multinacionales horadan la tierra para extraerle las entrañas.
El gobierno está aprovechando el encierro para consolidar el régimen autoritario, para seguir volviendo trizas la Paz y entregar lo que nos queda a las hienas del mercado. Además siguen intentando armarle una guerra a Venezuela. Y, en medio de esta pesadilla, continúa la matanza de líderes y lideresas sin que se vean señales de justicia.
Mientras se debate el origen del virus en el mundo, en los barrios de la periferia de mi ciudad, las frágiles ventanas sostienen trapos rojos en señal de auxilio. A veces, como única presencia del estado, llega la policía a desalojar la gente.
No quieren meter en la disyuntiva de dos grandes opciones, reanimar el mercado o defender la vida. Los que estamos del lado de defender la vida, el arte y la naturaleza, creemos que ha llegado la hora de las grandes y renovadas utopías sociales, la hora de la poesía, de las canciones, del teatro y de la gente pero al lado de los barrios invisibles, de los gatos, de los árboles y de los ríos.
Día 15
LA PUERTA
Valoro todos los objetos de la casa. No los miraba hace tiempo. Estaban ahí inertes, esperando que alguien los observara y los nombrara de nuevo. Nada está aquí por azar. Cada cosa tiene su historia y cada lugar de la casa ha sido habitado por los amigos, por mi familia, por mi compañero. Cada libro está ahí en cierto desorden, acompañándonos. Hoy sigo leyendo sobre neurociencia. Me tienen obsesionada las neuronas espejo porque graban y nos hacen vivir y sentir todo lo que ven, lo que vemos. Son una especie de enciclopedia de la memoria.
También estoy releyendo a Santiago García, el maestro, un hombre verdaderamente premonitorio en un país que no valoró de manera suficiente sus aportes teóricos y metodológicos. Cuanta falta hace, cuanta falta nos hace. Él y Enrique Buenaventura nos ayudaron a entender que se puede crear con el otro y con la otra. Y que no se puede vivir sin el arte. Nos quedan sus libros, sus cuadros, sus poemas. Queda La Candelaria y un grupo de dedicación sistemática al teatro que es su, nuestra obra maestra.
Día 16
No paro de recorrer la casa. En cada máscara una expresión y en cada planta una parte de mi porque las riego. Hoy emergió una flor morada y eso fue como una señal de vida. Pero lo que más valoro de los muebles es la puerta de la calle. La veo abrirse y me veo a mí saliendo de afán en un día de sol. Me veo corriendo veloz para llegar al ensayo.
Ahora sé cómo es el vidrio amarillo de la entrada, cuanto mide cada hoja de la puerta, cómo es la reja retorcida, y, sobretodo cómo es el sonido de la llave. La cerradura se ha vuelto mi enemiga mortal porque no puedo salir ni con tapabocas porque soy vulnerable, dicen.
Día 16
No sabía.
Estoy hecha de teatro y tengo la costumbre de ensayar. Yo sabía que era un oficio, un arte, una vida. Pero no sabía que era una adicción y necesito hacerlo! Sé que ahora no se puede. Me dicen que tranquila, que hay que ser creativos y creativas, que ahora hay que hacerlo todo virtual, que me reinvente, que estos son los tiempos que vivimos, que hay convocatorias, que pensemos en hacer teatro en redes o en otras cosas, por ejemplo, que trabajemos en la investigación o en la pedagogía. Sí, todo eso lo sé y lo estoy pensando y experimentando, pero nada, absolutamente nada reemplazará la adicción de ensayar y de presentarse en vivo ante un público que es capaz de sonreír, pensando.
Día 17
¿Quién es?
Suena el timbre y empieza el ritual, ¿Quién es? pregunto, ¿Qué necesita? Vengo a saludarla, dice una voz de hombre. No puedo dejarlo pasar, le digo. Lo veo por la cerradura y es un vecino. Viene sin tapabocas, pero me trae un regalo, se lo recibo, es un libro. Lo limpio con alcohol porque soy vulnerable. Sé que nada me pasará, pero también sé que me debo a otros y a unas causas que me obligan a cuidarme. El libro es de Clarice Lispector. Lo leeré con el alma en la mano porque esa autora me transforma. Me llevo el libro al corazón y mi gato, que se llama Tarot, me mira como si lo entendiera todo.
Día 18
Hoy he decidido ensayar la salida, no a la calle sino al teatro. Lo haré con un personaje con máscara, detrás del cuál estoy yo con unas inmensas ganas de salir corriendo.
Día 19
Hoy tuve la desafortunada necesidad de salir. Mi hija y yo fuimos al otro extremo de la ciudad a los Campos de Paz. Teníamos la dolorosa diligencia de recoger las cenizas del maestro Santiago. Mientras firmábamos los papeles, nos mirábamos en silencio. Pero en el momento que nos entregaron la pequeña caja de madera, estuve a punto de estallar. Tuve que respirar muy hondo para recobrar el sentido de la vida. Las dos hicimos el recorrido de regreso en silencio bajo la máscara de plástico, detrás el tapabocas y más abajo el corazón, triste.
Día sin fecha
Llego a la casa y coloco la caja de madera con las cenizas en medio de los libros, luego la cambio de lugar a una mesa, después de nuevo la coloco en la biblioteca. Es tan definitivo todo esto que la que no sabe dónde hacerse soy yo. Hasta que al fin logré en la noche brindar por el maestro, encender unas velitas y poner su fotografía como si fuera lo que es, lo que fue, lo que es ahora, un polvo de estrellas, una parte de la constelación de Orión que nos alumbra en la oscuridad.
* Dramaturga y poeta.
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.