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Diarios del Covid-19. Día dos

“Diarios de pandemia” es una iniciativa de la Universidad Nacional de Colombia, en alianza con El Espectador, un proyecto de acogida de toda suerte de relatos acerca de las experiencias del encierro en Colombia. Empezamos a publicar obras que dan cuenta de las diversas experiencias del confinamiento, con el fin de darle visibilidad a la vida privada y social que late en la pandemia.

Julián González

26 de enero de 2022 - 06:36 p. m.
"El Covid-19 y la parálisis del trabajo físico y de las redes económicas que de él dependen son descarnadamente reales como los pasos de mis hijas allá arriba, en el segundo piso, en su lugar de confinamiento. "
Foto: Foto: El Espectador
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Recordatorios, relatos y notas para después de la pandemia

Cali, 23 de marzo de 2020. 11:32 pm

Los otros

Han pasado nueve (9) días desde que llegaron. No les hemos podido dar ni un sólo abrazo ni un beso. Es difícil contenerse. Saber que están allí, aisladas en sus cuartos, mientras en el resto de la casa la vida más o menos continúa en marcha a pesar de las restricciones. Por su puesto, en la zona de cuarentena ellas tienen el televisor, y la conexión wifi les permite tomar las clases de la universidad en línea, enviar tareas y comunicarse regularmente con sus amigos. Catalina (22 años) y Antonia (19 años), nuestras hijas, gozan de esa entusiasta vitalidad juvenil bien aceitada por el enjambre de amistades que, aquí y allá, vía plataformas de redes sociales y teléfonos móviles, crea cercanías y lazos que apenas alcanzamos a entender los que recién llegamos a Facebook e ignoramos casi todo de Instagram y Tik Tok.

Ellas están en el piso de arriba de la casa y escuchamos desde acá abajo sus pasos y sus voces. Hoy Rocío les dijo que parecían los fantasmas de Los Otros (2001), la película de Alejandro Amenabar, con Nicole Kidman como protagonista.

Y claro, no hemos dejado de pensar en los otros.

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El Covid-19 nos ofrece una lección insospechada: toda la prédica sobre la formidable y poderosa economía digital, en red, virtual, electrónica, punto com, de repente parece trastocada por lo que -de tan evidente- perdimos de vista. Hay quienes llevan, cargan y traen físicamente de un lado a otro toda clase de objetos, personas y entidades vivas no humanas. Hay personas que cuidan, tratan y manipulan todos los días cuerpos humanos y no humanos. Hay quien se hace cargo de abrir, cerrar y embalar mercancías. Nada de eso puede hacerlo ni una red digital ni la inteligencia artificial ni un costoso robot. El gran confinamiento está afectando en primer lugar a quienes hacen labores físicas y corporales manipulando cosas, gentes y especies vivas. Está afectando en primer lugar, a quienes cocinan y lavan. A quienes asean y comercian. A quienes llevan mercaderías de aquí para allá. A quienes transportan gente. A quienes cultivan. A quienes arman máquinas y las ponen en marcha. El trabajo físico, muscular, gravitacional en el que se asientan los otros trabajos, las otras capas de la producción social, se nos está revelando en lo que realmente es: prioritario.

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Quienes hablan aún de las promesas del teletrabajo olvidan esa obviedad: el teletrabajo es posible en aquellas áreas de producción inmaterial. Pero, claramente, es absurdo cuando se trata de operar cosas, gentes y entidades vivas que exigen presencia corporal y física.

Buena parte del trabajo físico, neuromuscular y crucial para soportar la vida cotidiana en este planeta no puede hacerse a través de mandos a distancia. Los alimentos llegan de algún lugar y son producidos por personas que los cuidan, cultivan, procesan y transportan. También alguien se encarga de producir, llevar y traer el papel higiénico que millones decidieron acaparar en una operación fetichista que cuesta entender. Alguien hace las mascarillas y los jabones y se asegura de que las tuberías que transportan el agua hasta los grifos funcionen.

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Sigan la huella y origen de todos los objetos y recursos físicos que los rodean en estos instantes y podrán apreciar la extraordinaria maquinaria del trabajo físico y corporal de miles de millones de personas detrás.

Que nadie me vuelva a hablar, por un tiempo, de mundo virtual, simulaciones digitales e hiperrealidad. Alguna vez leí en Raymond Williams que los paisajes bucólicos y rurales sólo se les aparecen como tales a las gentes que vienen de afuera. Para los trabajadores del campo no hay tal cosa como arreboles, delicados amaneceres, arrebatadores atardeceres. Ese es el tipo de experiencias que sólo vive Ícaro viendo el mundo desde las alturas. Sísifo, en cambio, bien sabe que la roca que arrastra no es un simulacro, ni una ilusión, ni una realidad alternativa, ni una narrativa opcional entre miles de narrativas posibles.

El Covid-19 y la parálisis del trabajo físico y de las redes económicas que de él dependen son descarnadamente reales como los pasos de mis hijas allá arriba, en el segundo piso, en su lugar de confinamiento. Como crudamente real es hoy una persona con 39 o 40 grados de fiebre, tos seca y dificultad para respirar.

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Conexiones

En 2014 decidí escribir un par de relatos usando Prezi como plataforma para estructurarlos. Me parecía que era posible hacer algo interesante allí. Les llamé relatos beam por aquello de videobeam y el cañón de imágenes que usufructúan software de presentaciones como Prezi, Power Point, Knovio, Emaze, Genialy, entre otros.

Como saben, la mente humana hace y construye conexiones insospechadas a partir de datos, información y experiencias que no necesariamente el estrecho foco de la conciencia reconoce. Hoy sabemos que sabemos más de lo que conscientemente sabemos. Nuestro conocimiento de las cosas es más ancho de lo que la vigilia expresa.

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En esa ocasión, 2014, construí un relato 1 llamado No es cualquier amanecer que enlazaba con una pieza 2 llamada Epistelario del Desastre (2014–2019) en el que Caterina Cortadoras, personaje central del relato 1, ofrecía una enigmática relación de imágenes en Prezi que presagiaban lo peor para la especie humana. La presentación empezaba con dos vistas contrapuestas de los edificios del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial bajo el término “Eurodolor” y “Colapso 17″. Y la siguiente imagen del epistelario era precisamente la de un virus coronado, harto parecido al del Covid-19 (SARS-CoV-2). Pero después se ofrecen otros extraños indicios que van desgranándose de un sueño del que, les confieso, no tuve control ni cálculo. Fue un juguete. Como cuando revolvemos madejas de hilos de colores para ver qué nudos terminan resultando.

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Había olvidado el asunto hasta qué vi la imagen artística del SARS-CoV-2, responsable del Covid-19, y pensé: ¿ya lo he visto antes? ¿En dónde diablos?

¿Qué conexiones absurdas habrá puesto en marcha mi mente en entonces?

No lo sé.

Aunque ahora que lo pienso, no hay que ser ningún genio para predecir este tipo de “desastres” si, en general, nos dominan absurdos más o menos manifiestos y obvios por todos lados. Es un poco como predecir tormentas mientras te arrastran borrascas y huracanes, o augurar tragedias mientras vas en una caída libre de doscientos metros de altura.

Por Julián González

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