/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/elespectador/ZCHSZTNCWFHR7AUNYRSKPEJOSQ.jpg)
Dicen que hace más de un siglo surgió una fiesta que con el tiempo se convirtió en una tradición anual. Una fiesta que heredamos de los españoles. Aquella que le llegó primero al pueblo cartagenero y que con el pasar de los años se trasladó a los barranquilleros. Esa que ha atraído a Batman, el Hombre Araña, Iron Man y quién sabe cuánto superhéroe más. Aquella que ha revivido a Juan Gabriel, Michael Jackson, Diomedes Díaz, entre otros. Esa en la que las situaciones cotidianas de este país, que a veces parecen una tragicomedia, terminan volviéndose una parodia capaz de transformar lo que podría ser un llanto en carcajadas que ayudan a aliviar las penas. Esa que solo es posible explicar siendo parte de ella. Como dicen por ahí: “Quien lo vive es quien lo goza”.
Los disfraces, las comparsas, las carrozas, las danzas, la maicena, la música y el jolgorio se toman durante cuatro días las calles de la Arenosa, como le dicen algunos a la capital del departamento del Atlántico. Aunque al cuarto día se supone que debería llegar la tristeza porque Joselito se ha muerto y hay que enterrarlo, pero lo cierto es que, a pesar de los lamentos de las viudas del difunto, no hay tiempo para los pesares, porque Joselito no ha muerto, estaba de parranda. “Olela Joselito el borrachón, olela Joselito está borracho”.