Si me duele a mí, imagínate al negro que vende en la calle. Yo gano mucho dinero y a veces me ven como a un blanco, pero para el negro que está en la calle es mucho peor. Si a mí me pitan, a él le pueden matar. Samuel Eto´o.
Además de estas discriminaciones xenofóbicas y de racismo, nos encontramos con una especie de cultura naturalizada de la violencia contra la mujer y, a pesar de que se argumente que las mujeres han ganado terreno en el contexto del fútbol, considero oportuno decir que me preocupan estos argumentos porque ni en literatura, poesía, política, religión, las mujeres tienen la presencia real que dicen algunos han conquistado, pues hay una cultura machista arraigada que no se deja zafar, precisamente porque, como escribí en la columna anterior, aumentan los chistes acerca de masculinización de las mujeres a través de burlas o, peor, se sugiere que la mujer es propiedad de los hombres y, por ende, no hay referencias sobre autonomía e independencia femenina.
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Aumentan los feminicidios y los suicidios por presión de esa figura machista que atormenta y el encierro por esta pandemia arroja cifras preocupantes sobre la violencia intrafamiliar porque, tal vez, puso de manifiesto esa situación de desnudez de seres humanos que acuerdan vivir juntos para evitar las soledades y es peor porque aparece lo más humano de lo humano: su humanimalidad hecha fuerza, violencia, trampa y muerte. He tratado de evadir esa idea de que el fútbol es un fiel espejo de lo que sucede en la cultura y me he llenado de motivos literarios, estéticos, poéticos y metafóricos para sustentar mi idea, pero, cuando se hacen palpables estas situaciones en la vida cotidiana, entonces el fútbol se me parece a una realidad de la que nos vamos salvando como podamos, casi de manera salvaje.
Dije, también, que no se trata de un asunto coyuntural sino estructural en tanto este fenómeno, reitero, tiene raigambre en la historia de la humanidad y no parece que tuviera una solución inmediata porque, antes, se avizoran tiempos peores. Nos queda agradecer al fútbol de la calle, al de niños y niñas que se untan de fútbol sin pensar en futuros y agotan la existencia en un pase, en una cogida de manos o en un besito accidental por los choques habituales del fútbol lúdico, ese que no mide colores, tasas, valores económicos, mediadores, intereses y todo lo que ha ingresado al fútbol y que no tiene nada qué ver con la pelota, esa que no se cansa de rodar porque esa es su naturaleza: rodar y hacer felices a quienes han visto en el juego una manera de ser y de vivir. Ese es el fútbol, el que se juega en las canchas que existen en el mundo imaginario.