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Divina maldad. Sobre “Vil, má”, de Gustavo Vinagre

El documental Vil, má tiene como contexto la dictadura militar en un país latinoamericano cuyo poder también utiliza el sadismo, pero como mecanismo de tortura; y cuya vigilancia incluye, por supuesto, la administración y el uso funcional de los placeres.

Simón Moreno Salinas
14 de octubre de 2020 - 07:25 p. m.
"Vil, má" es un anecdotario erótico de un par de personajes: Wilma Azevedo, escritora brasilera de literatura sadomasoquista, y Edivina Azevedo Ribeiro, periodista y escritora que dio vida al personaje de Wilma Azevedo.
"Vil, má" es un anecdotario erótico de un par de personajes: Wilma Azevedo, escritora brasilera de literatura sadomasoquista, y Edivina Azevedo Ribeiro, periodista y escritora que dio vida al personaje de Wilma Azevedo.
Foto: Producción BIFF- Bogota International Film Festival

“Dejé de ir por un tiempo, me di cuenta de que Dios está en mí. Mi cuerpo es mi iglesia ahora”. Así termina este anecdotario erótico de un par de personajes: Wilma Azevedo, escritora brasilera de literatura sadomasoquista, y Edivina Azevedo Ribeiro, periodista y escritora que dio vida al personaje de Wilma Azevedo.

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Sólo hasta bien entrado el documental se le revela a la audiencia esa curiosa heteronomía pessoiana, pero muy pronto se le entregan algunas pistas de su contexto: un país latinoamericano en medio de una dictadura militar cuyo poder también utiliza el sadismo, pero como mecanismo de tortura; y cuya vigilancia incluye, por supuesto, la administración y el uso funcional de los placeres.

Y entre esos poderes, cómo no, está el de la prensa: el centinela del orden moral. Es allí, en el seno de la voz de la conciencia social, donde aparece Wilma Azevedo bajo un pseudónimo y con un buzón de mensajes lleno de cartas con historias sobre consoladores de papel de lija, plátanos verdes y bondage. Wilma es el simulacro de un personaje dispuesto a satisfacer esos placeres en la ficción y en la realidad.

Ambas historias, la de Wilma y la de Edivina, son reconstruidas por cada una de ellas, pero también por sus obras. Otro personaje de este documental, que por momentos se parece más a una sesión de casting, es Juliane, quien interpretará a Wilma en una próxima película, y quien recita pacientemente los fragmentos de esas epístolas eróticas que componen su obra literaria. Las imágenes visuales del sadomasoquismo (carátulas, fotografías y recortes) y las imágenes orales de la literatura (crónicas eróticas) se intercalan una y otra vez, como si compitieran por la atención de la audiencia desafiando su pudor.

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Todo esto transcurre en un mismo lugar. Una habitación de color salmón, tapices, bustos y un maniquí de modista. Uno diría que es el decorado de un filme de Buñuel. Un lugar interior y propio, donde las imágenes del deseo se permiten fluir con cierta libertad.

Esta reseña fue elaborada en el marco del Taller de Crítica del Programa académico BIFF BANG!, organizado junto con la Maestría de Creación Audiovisual y el Centro Ático de la Pontificia Universidad Javeriana.

Por Simón Moreno Salinas

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