En el mundo que crean lenguas amazónicas como el murui, el miraña, el cacua y el nukak, las palabras no se clasifican en masculino o femenino, como en el español, sino en la forma y las texturas de los objetos. Cuando un nukak muere, su nombre deja de pronunciarse, y entre los cacuas las historias cumplen un rol sanador. Cada idioma indígena plantea una manera particular de relacionarse con la realidad. Por lo tanto, cada vez que una lengua desaparece, se pierde también un conjunto de conocimientos y la manera como un grupo humano se comunica. (Cantos y arrullos en lengua murui).
En Colombia existen al menos 65 lenguas indígenas, habladas por 819.291 personas que viven principalmente en zonas limítrofes del territorio y en asentamientos localizados en diversas regiones. Esta cifra, que se encuentra en el Plan Decenal de Lenguas Nativas 2022-2032, corresponde a menos del 5 % de la población colombiana frente a los más de 50 millones de hablantes de español. Se trata de comunidades que existen desde antes de la conquista y cuyas lenguas están en peligro de desaparición.
Para enfrentar ese riesgo, seis integrantes de distintos pueblos indígenas —Mónica Jansasoy, del inga; María Antonia Narváez, kamëntšá; Luz Dary Flórez, murui; Elio Miraña, miraña; Marina López, cacua y Andersson Causaya, nasa y misak—, con el acompañamiento de Yaty Urquijo y Katherine Bolaños, investigadoras del Instituto Caro y Cuervo, lideran el Programa de documentación de lenguas para 2025, un proyecto pionero en la historia de Colombia en el que, por primera vez, una entidad del Estado se propone registrar de manera audiovisual y sonora diez idiomas indígenas, así como las prácticas cotidianas y saberes ancestrales ligados a su uso. Es una iniciativa en la que cada documentador indígena define junto a su comunidad los temas de interés y la metodología de trabajo. “No es una voz externa la que toma la palabra, sino que son ellos mismos quienes se están contando”, afirma Katherine.
El programa, financiado con recursos del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, y con una inversión de más de 500 millones de pesos en lo que va del año, ha permitido la formación de los líderes indígenas y la adquisición de equipos de grabación especializados, así como los desplazamientos a sus territorios. Aunque la iniciativa se proyecta hasta 2035, uno de los principales desafíos será garantizar su sostenibilidad en el tiempo.
Otras maneras de nombrar el mundo: la riqueza de las lenguas nativas
En el español, la regla gramatical que determina el género de una palabra indica que es femenina cuando termina en «a» y masculina cuando termina en «o». En contraste, las lenguas amazónicas no se interesan por este aspecto, sino que clasifican las palabras a partir de la forma, la consistencia o la estructura de los objetos que a los que se refieren. Esto lo señala el lingüista alemán Frank Seifart, quien ha investigado los sistemas de clasificación nominal en lenguas indígenas amazónicas. En su estudio La estructura y el uso de las clases nominales basadas en la forma en miraña, Seifart argumenta que las propiedades físicas de los objetos (forma, consistencia, estructura), la postura (estar de pie, sentado, acostado, colgado), la posesión (a quién pertenece el referente) y características temporales (presencia o ausencia) son determinantes en su manera de aludir la realidad.
Estos hallazgos no son solo una teoría: son vividos y documentados por los hablantes de estas lenguas. En los territorios en los que tiene presencia este proyecto, la labor de los documentadores ha sido clave para profundizar en las particularidades de cada idioma. Por ejemplo, el trabajo de Marina, documentadora de las lenguas cacua y nukak, ha develado aspectos únicos en términos lingüísticos.
Entre los indígenas nukak, asentados en el Guaviare, las personas son nombradas con palabras que se refieren a elementos de la naturaleza o verbos. Cuando alguien muere, su nombre también desaparece del uso común, pues mencionarlo puede traer pesadillas y enfermedades. Para evitarlo, los nukak adoptan préstamos lingüísticos de otras lenguas, como el curripako o el kubeo, para reemplazar las palabras que no pueden volver a mencionar. Esta práctica implica que el lenguaje esté en constante transformación y exige una fuerte cohesión comunitaria para asegurar que nadie vuelva a usar palabras asociadas a los fallecidos.
Asimismo, entre los cacua, que viven en el Vaupés, se mantienen prácticas tradicionales de curación que lograron sobrevivir a los procesos de evangelización camuflándose bajo el lenguaje. Un ejemplo notable es la curación a través de los cuentos. En la comunidad, si un niño se enferma, la madre acude a una de las personas sabias, quien le pide sentarse para contarle una historia. Esta narración, aunque parece solo un relato oral, cumple una función sanadora. La persona que narra entabla un diálogo polifónico con los personajes del relato. Al final de la historia, no solo el personaje del cuento es curado, sino también el niño.
En el caso del kamëntšá, idioma documentado por María Antonia y que se habla en el Putumayo, la palabra se mantiene viva a través de prácticas tradicionales como el tejido y del shinyak (lugar del fuego, lugar para compartir), un espacio sagrado conformado por un fogón de piedras que simboliza el encuentro familiar. Aunque esta lengua se considera aislada, pues su relación con otras no se ha podido determinar hasta la fecha, autoridades de la comunidad como María Pastora Juajibioy Chindoy consideran que la fonética del kamëntšá está estrechamente vinculada con los sonidos de las cascadas y el trinar de los pájaros que sobrevuelan el territorio.
Por su parte, el trabajo de Yaty y Katherine con los kankuamo busca reconstruir una nueva gramática a partir de vestigios lingüísticos, así como de comparaciones de palabras entre lo que recuerdan del kankuamo y el kogui –la lengua de uno de sus pueblos hermanos, también guardián de la Sierra–. Las cuatro lenguas indígenas de la zona conforman la familia lingüística chibcha, así que parte de su trabajo de revitalización consiste en dialogar y contrastar términos relacionados con el cuerpo y la naturaleza.
La educación como herramienta de enraizamiento cultural
Una de las estrategias que están llevando a cabo distintas comunidades para la preservación de sus idiomas es aplicar modelos de etnoeducación, centrados en promover la cultura, las lenguas y las prácticas de grupos étnicos en sus procesos formativos. Esta es una manera de contrarrestar la idea de que es el español la lengua que se debe enseñar. Sin embargo, en contextos como el amazónico, donde hay presencia de al menos 26 grupos indígenas, para Elio, documentador del miraña en la frontera amazónica entre Colombia y Brasil, la enseñanza de la lengua propia es un tema complejo:
“Por ejemplo, si los maestros son miraña, en el mejor de los casos dictan sus clases en lengua miraña, pero se excluyen las lenguas de niños de otros grupos étnicos. Por lo general, lo que ocurre es que los maestros terminan dando las clases en español”. (Lea otra crónica sobre la importancia de la lengua kamentsá).
Respecto a la predominancia del español en los procesos etnoeducativos, la lingüista Ángela Cogua, que ha trabajado con la comunidad Ika en la Sierra Nevada, asegura que no se trata de oponer una lengua a otra: “El español abre puertas fuera de la comunidad; la lengua propia, dentro de ella. Ambas son herramientas que pueden convivir en escenarios pedagógicos verdaderamente interculturales”.
Como una forma de acercar a los más jóvenes a sus culturas, Andersson, documentador de las lenguas namui wam y nasa yuwe en el Cauca, recurre a herramientas tecnológicas para despertar su curiosidad: “Como sé que a ellos les gusta mucho la tecnología, les he dicho que esas cosas que ven en sus casas también se pueden documentar por medio de estas herramientas”. (Crónica sobre la lengua inga).
Existir en las lenguas propias
A través de este programa de documentación, los líderes indígenas han iniciado un trabajo de reivindicación para existir en sus propios idiomas, al tiempo que retoman la historia y las luchas de su pueblo. Para Luz Dary, documentadora del murui en el Amazonas, este proyecto ha fortalecido su derecho a ser escuchada y reconocida como parte de un pueblo amazónico con historias y sabiduría: “Documentar nuestra lengua es una forma de defender nuestra cultura y de enseñarles a los jóvenes que hablar murui no es motivo de vergüenza, sino de orgullo”.
Esta vergüenza de la que habla Luz Dary es la misma que ha llevado a muchos indígenas a enseñar solo español a sus hijos, convencidos de que esta es la única vía posible para acceder a mejores condiciones materiales. Esta fractura en la transmisión intergeneracional de la lengua es una de las principales causas de desaparición de un idioma. De acuerdo con Yaty, “la pervivencia de las lenguas depende de hablarlas en casa más que de esfuerzos de personas externas. Que un niño se críe escuchando la lengua implica que la usará de adulto y que la transmitirá a sus hijos”. (crónica sobre la lengua murui).
A menudo, los jóvenes que trabajan en proyectos de este tipo se convierten en referentes dentro de sus comunidades, especialmente para otros jóvenes que los ven como ejemplos a seguir. No obstante, Mónica, documentadora del idioma inga en el Putumayo, considera que no se trata de documentar por documentar, sino de que el material recopilado “sirva para que las nuevas generaciones conozcan su historia, su palabra y su forma de ver el mundo. Esto va a hacer que las personas que hablan la lengua se encuentren, que la comunidad note que todavía hay esta sabiduría, estos conocimientos dentro de nuestros pueblos”.
Si bien en los procesos de documentación es importante grabar material para alimentar un repositorio, para las investigadoras lo más valioso es que hoy jóvenes que siempre han estado interesados y orgullosos de su cultura han regresado a los lugares donde todavía se conserva su idioma para reforzar la idea de que sus conocimientos son importantes y que hablar la lengua vale la pena. (Crónica sobre la langua amazónica miraña).
Retos y oportunidades
Los procesos de documentación audiovisual han evidenciado que la brecha tecnológica es uno de los principales desafíos por sortear. Cifras de 2025 del Ministerio de Tecnologías de la Información y Comunicaciones evidencian que, en los departamentos del Amazonas, Vaupés, Guaviare, Cauca y Putumayo, por cada 100 habitantes, hay menos de seis personas que cuentan con acceso fijo a Internet. Asimismo, la ausencia de una plataforma del Estado que sirva para alojar los materiales recolectados por los documentadores es un impedimento para su divulgación. (Crónica sobre la defensa del idioma misak).
No obstante, para Katherine este tipo de proyectos representa un apoyo fundamental para comenzar un camino de revitalización lingüística que, en este caso, ya ha dado resultados concretos: “los documentadores ya están proponiendo nuevas iniciativas, como podcasts, animaciones, cartillas y materiales educativos, con el objetivo de que ese conocimiento no se quede solo en archivos, sino que circule dentro de sus comunidades y entre otros pueblos”.
Hablar la lengua y abrazar la cultura propia ha sido, además, una manera de desmontar prejuicios sobre ser indígena y posicionar su existencia en clave de orgullo. Yaty considera que movimientos como el ecoturismo, del que hacen parte Elio y Luz Dary, han hecho que las comunidades se den cuenta de que sus bienes culturales y naturales también son valiosos para otros.
Es fundamental pensar en estrategias que permitan que estas lenguas y culturas sean conocidas por toda la sociedad colombiana. Ampliar el acceso a esta diversidad ayudaría a cambiar la forma en que se concibe el país y a romper con la idea de que las lenguas indígenas son un asunto exclusivo de los pueblos que las hablan. La diversidad lingüística es patrimonio de todos y, como tal, debería importarnos colectivamente. Al respecto, Andersson afirma: “Como dicen los mayores misak, Ipe namui kɵn ñim merei kucha. ‘Esto es nuestro y de ustedes también’. Son nuestras lenguas, pero también son parte del legado que tenemos como humanidad. Por eso nos pertenecen a todos”.
Cada historia registrada, cada palabra recuperada y cada espacio colectivo representan una apuesta por asegurar futuros diversos. Este trabajo deja claro que no hay solo una manera válida de habitar el mundo. Con el interés de hacer de las lenguas un asunto de todos y todas, sus pueblos hacen el mayor esfuerzo por seguir existiendo.
*Periodistas de la Oficina de Comunicaciones del Instituto Caro y Cuervo.