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Duda, creencia y libertad: la tríada literaria de Paolo Giordano

El escritor italiano fue uno de los autores invitados al pasado Hay Festival de Cartagena 2020. En su estadía en el país habló para El Espectador sobre “Conquistar el cielo”, una novela que invita a pensar sobre la juventud y que expone la problemática existente entre el norte y el sur de Italia.

Andrés Osorio Guillott

06 de julio de 2020 - 05:39 p. m.
Paolo Giordano, escritor italiano que ha publicado libros como "La soledad de los número primos"; "Conquistar el cielo" o "En tiempos de contagio".
Foto: Daniel Mordzinski
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¿Por qué eligió a la etapa de la adolescencia o la juventud como tema transversal en la novela?  

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Este no es un libro sobre la adolescencia. Es sobre los 20 años, una edad que, para mí, es el fin de la adolescencia y el principio de la adultez. Lo que me interesa es lo que sucede particularmente a esa edad. El libro nació en los años del nuevo terrorismo en Europa, pero también de las luchas ambientales en Italia y de las que ahora se ven en Chile, Colombia y otras naciones. Y los protagonistas de estos sucesos son los jóvenes de 20-25 años. Ahí hay una fragilidad y a la vez una energía muy fuerte. Es un momento crucial porque lo se hace y se decide en esos años ya tiene consecuencias graves en la vida. Cuando se toman decisiones en esa etapa estas pueden trascender después. Es la edad del fanatismo, de la guerra, de la despedida y el abandono. Se toman decisiones con una cabeza que aún no tiene el suficiente conocimiento sobre la existencia. Es una energía que puede llegar a ser peligrosa. 

¿Esa fragilidad tiene que ver con la soledad que se empieza a experimentar? ¿Cómo se entiende la soledad a medida que crece el ser humano? 

"¿Cómo te sientes?", me pregunta. Le respondo que mejor que cuando tenía 15 años. Me pregunta la razón y le digo que la soledad empieza a considerarse un sinónimo de autonomía, de liberarse de aquellos escenarios en los que se dependía anteriormente de los padres. 

Yo también creo que es así. Ya después vienen complicaciones asociadas a las responsabilidades que se tiene al tomar esas decisiones. Responsabilidades con la pareja, los hijos, el hogar. Es una edad especial, no sé si mejor. La parte triste que puede tener no depende tanto de la edad sino de la época en la que vivimos. Los jóvenes tienen ganas de cambiar el mundo, pero hay una realidad exterior que no tiene interés en corresponder a esos ideales y esos anhelos. Ahí se experimenta entonces una especie de decepción. Ese momento puede ser muy dramático por el choque que tienen esas añoranzas con la verdad. Esas personas se vuelven un poco más egoístas, prácticas y abandonan ese idealismo que tenían. 

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¿Por qué se pierde la fuerza de creer?

Es una cuestión de época, de la modernidad. En la generación de mis padres había una fe muy clara. No tenían que decidir. Solo tenían que continuar. Era una fe política, religiosa o económica. Estaba bastante claro. Mi generación y la precedente son las primeras que han tenido una posibilidad de elegir en qué creer. Con cada libertad surge una inquietud muy fuerte. Ambas cosas están conectadas. Y en el libro busco plasmarlo desde la siguiente pregunta: ¿cómo elegimos aquello en lo que creemos?

¿Esa inquietud anclada a la libertad no produce algo de miedo? ¿Cómo enfrentan las nuevas generaciones esos temores que las pasadas no solucionaron? ¿Existe alguna? 

No sé cuáles son las energías de las nuevas generaciones. Estoy seguro que existen, y lo podemos ver en varias partes del mundo con todo lo que está sucediendo. 

¿Por qué introducir esa tensión entre las regiones del sur y del norte de Italia? ¿En qué manera persiste esta problemáticos?

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Ningún gobierno ha querido centrar sus esfuerzos y una economía necesaria para reducir esa diferencia. La historia del sur de Italia es muy diferente a la del norte. El sur es un lugar muy complicado, muy joven. Fue unificado en 1860. Es un tiempo corto para forjar una identidad aunque no me guste mucho el término porque actualmente es algo polémico y variable-, pero lo cierto es que hay problemas que existen desde muchos antes, que son profundos y que ninguno de los gobiernos ha sido capaz de solucionar. Siempre hay promesas para el nuevo partido, siempre salen nuevas propuestas, pero al final nada pasa. No creo que sea un problema cultural, pero es algo que existe e influye. Es algo que se autoalimenta. Por ejemplo, los jóvenes del sur que estudian tienen que irse al norte, y ahora ni siquiera se van para esta región sino que migran a Alemania, Francia y Estados Unidos. Entonces eso invierte las energías presentes y la situación permanece. Ahora, la vida en el sur es más económica, es un lugar magnífico, y muchos jóvenes quieren volver por esto. Esta generación ve que hay cosas por hacer, es de las primeras que parece que quiere cambiar las cosas. Habrá que ver, pues será un proceso lento ya que también está el problema de la criminalidad, un sistema que persiste al lado del Estado. Eso complica las cosas. 

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¿Hay entonces una especie de sensación de abandono en la población del sur de Italia? ¿Cómo afecta esto el arraigo por la cultura y la historia del país? 

Hay un escritor italiano que se llamaba Giuseppe Fenoglio, que escribió sobre la resistencia en la Segunda Guerra Mundial, y hay un cuento en el que menciona que las peores cosas para un joven son dos: el dios de la guerra y abandonar su país. Esa es una condición bastante universal, especialmente para los jóvenes del sur de Italia. Lo que a mí no me gusta es que todo esto se ve reflejado en la manera en que el capitalismo en nuestra época presenta el trabajo como una gran oportunidad. Usted no tiene que abandonar su país, tiene que ser feliz. Para mí esa es una violencia muy fuerte. A los 20 años no estuve listo para nada de eso. Tomé decisiones en esa edad que no fueron inteligentes en relación con el trabajo que hacía en ese tiempo y lo hice porque no quería dejar mi pueblo. Creo que es una condición muy violenta e injusta. 

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¿Por qué la ausencia del padre en la novela? 

Todo está conectado. Una falta de fe; un fin del patriarcado. Es un elemento simbólico. Hay una crisis de la figura del padre que es muy fuerte, especialmente en esa edad del fin de la adolescencia y el comienzo de la adultez. Hay un problema de identidad y para mí resulta natural que Bern sea una especie de huérfano que cuenta con su padre, pero no son figuras de autoridad. 

¿Qué piensa usted de esa tendencia a ser politícamente correcto con el lenguaje? 

Si empieza a pensar el tema de ser politícamente correcto en la escritura estaría cometiendo el peor de los errores. La literatura tiene que ser libre en ese sentido. Estoy seguro de que esa libertad, -aunque se pueda ser violento a la hora de decir las cosas para algunos, nunca es una forma real de violencia. Hay todo un discurso político y social con los que debemos ser cuidadosos con la palabra. Desde el lenguaje emergen situaciones en la realidad. En Italia lo hemos visto en los últimos cinco años con la nueva derecha que ha surgido y todo lo que ha pasado con los migrantes. Esa nueva parte política decía cosas de una manera que años después fue prohibida. Ellos empezaron a utilizar expresiones muy violentas que ha causado hechos en lo fáctico. Los escritores saben cómo utilizar las palabras fuertes; los políticos lo hacen con un fin perverso. Es un momento difícil, indudablemente. Es muy peligroso que no se puedan decir las cosas como suceden realmente. Es un momento que, a diferencia de otras épocas, piensa mucho más en el uso de las palabras. 

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Ahora veámoslo desde el otro lado: ¿qué dice de nosotros, de este tiempo, que seamos tan vulnerables a un lenguaje que no sea catalogado como politícamente correcto? ¿Es posible hablar de debilidad?

Yo no lo veo así. Las expresiones que ofenden a alguien siempre lo han hecho. Si queremos ser una sociedad más civilizada tenemos que comprender lentamente todos los puntos. Esto no es algo que va a matar la literatura o la verdad.

¿La violencia dentro del lenguaje se percibe mucho más en las redes sociales? 

Es lo peor. Yo detesto las redes sociales. No encuentro nada de interesante. Hay muchas formas de violencia allí. Las noticias falsas son un ejemplo de ello; otra forma de violencia es la tergiversación de una identidad. Yo tuve que crear Instagram por dinámicas de la editorial, pero lo cierto es que no lo utilizo. Y soy mucho menos guapo y egocéntrico de lo que puede verse ahí. Es una identidad hecha para los likes. Lo comprendemos pero es algo falso. 

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