¿Duele la muerte de un poeta? Sí, Fermín Fernández Belloso

¿Puede doler tanto la muerte de un poeta, a quien no es aun propiamente su amigo? ¿Tiene que ver esto con algo que va mucho más allá de la vana vanidad, es decir, por contraste, la empatía, la conexión cósmica, la afinidad ética/estética? La respuesta es tan sencilla como compleja: sí, depende del grado de sensibilidad de quien haya escuchado/conocido su obra.

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Luis Carlos Muñoz Sarmiento
27 de octubre de 2018 - 10:45 p. m.
El poeta español Fermín Fernández Belloso, fallecido en abril de este año, durante la presentación de una de sus obras.  / Cortesía
El poeta español Fermín Fernández Belloso, fallecido en abril de este año, durante la presentación de una de sus obras. / Cortesía
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Todo esto, para decir que saludé al poeta español Fermín Fernández Belloso el 27/abr/2018 con ocasión de la Filbo. Dos meses y dos días después, a la una de la tarde, un infarto fulminante acabó con él. Todo este tiempo, lo he recordado y aún sorprende que su muerte me duela, como si fuera la de un hermano a quien uno ha querido mucho y con quien no se ve hace tiempo: factor cuya relatividad es extraña pues algo cercano nos parece que sucedió hace años y algo que sucedió hace mucho, nos parece que fue ayer. Aunque, claro, recuerdo más su poesía, que, con absoluta bondad y nobleza, me brindó mientras charlamos.

Pero, lo que más me aterra, antes que sorprende, es que algunos de los poemas que me leyó, de su libro Días de silencio (Pigmalión/Pijao, 2017), tienen metáforas contundentes de su propia partida. Retomo fragmentos, como si fueran un plano-secuencia cinético/poético y como si sus textos fueran ahora míos: eso mismo es lo que siento que todavía me toca, la transferencia artística encarnada en mí, ahora parte de mi hemoglobina mental/corporal, porque afecta sensaciones, emociones y fibras motoras. Su libro, dedicado a sus padres y premonitorio en no pocos aspectos, consta de cuatro partes. De ellas, vienen trozos de lo que hoy mora en mí del querido poeta: Habito en una casa que ya no tiene dueño, en un rincón de algún planeta. Una estación sin trenes, sin viajeros, que no permitirá ya mi retorno. Una luz que se apaga en un altar hundido. Ya no me duele el silencio en el alma, ni esta ausencia de vida. Un rastro de amargura nos invade por la leve fragancia de la ausencia. Me siento desahuciado en esta sociedad de los ausentes que me trata de loco. Empiezo otra semana sin querer anunciar que sigo vivo. Sin importar a nadie. Ya no me pertenece nada tuyo. Ya no me pertenezco. Los lunes amanezco muerto. Me vuelvo a pervertir cada domingo. Me pierdo en cada mapa del tesoro. He licuado a mi dios, cada mañana le concedo la muerte. No cruje el universo, la ciudad no ha temblado. El periódico calla. La misma firma, el mismo tanatorio. Siempre la misma muerte. Me desperté temblando, muerto de miedo, hambre y pobreza. Hoy he perdido el último bocado de toda mi esperanza. Aquí ya no hay caminos para las aves. Se han destapado todos los miedos. Después llegó la guerra. Ahora ya no suenan las alarmas en este campo muerto. En esta tierra devastada y quebrada solo existe silencio. Ya no soporto tanto silencio. Siempre es de noche en esta casa que ya no habito. Pronto vendrán las luces para ahuyentar el miedo. Sigo atrapado en todas las ausencias. Ahora el horizonte no busca referencias en puntos cardinales. Siempre es de noche. No seré nave en ninguna tormenta, ni sueño del sonámbulo, ni hogar deshabitado. Porque yo mismo podré ser el silencio.    

Solo espero no encarnar esas palabras puesto que no hablo sino de lo que en mí ha quedado de su poesía: tengo la esperanza y el carácter necesarios para continuar la brega, que mi amigo consignó en la dedicatoria de su libro: “Estos Días de silencio para LCMS, para que disfrute con estos versos en su interior. Por todas las palabras, por todos los silencios, por todos los versos que nos quedan por compartir. Con afecto, Fermín”.    

Para concluir, recordé que el arte da lo que la vida y la muerte niegan. Posibilita disfrutar lo que no es más que la mirada fragmentaria de un poeta sobre el mundo, un atisbo de verdad sobre la existencia, una pequeña parcela sobre la inmensidad del cosmos. Así se trate de un solo ser humano que, al partir, antes de cumplir los cuarenta, dejó un recuerdo imborrable en mi memoria, por lo traumática que resultó su partida: la de un amigo, que no importa si alcanzó a serlo. En todo caso, lo es. Es muy fácil comprobar el dolor que puede producir la muerte de un poeta, así esa amistad no se hubiera dado o apenas asomara en el horizonte. 

 

Por Luis Carlos Muñoz Sarmiento

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.