Hablar del terror como sensación que desencadena ansiedad, tensión y angustia no nos lleva a un relato que, según los expertos, se inicia en el siglo XVIII en Inglaterra. Hablar del terror y su presencia en la literatura y en el relato oral de las civilizaciones nos remitiría a la Edad Media, a los siglos XII o XIII, en los que la religión incluía en su discurso la persecución de “brujas” como seres malignos que propician el oscurantismo y la hechicería. Sumado a esto, la posible presencia de seres mitológicos como los vampiros da cuenta de un relato fantástico, asociado al miedo y la intriga ante la existencia de posibles seres terroríficos y beligerantes para la sociedad.
El terror como relato tardó varios siglos en desprenderse de la religión y se acercó más a la literatura para fundar en la narrativa aquellos pincelazos de lo fantástico y lo real hacia el siglo XVIII. El mapa del mundo empezaba a determinarse por las revoluciones, independencias y tendencias hacia la exaltación de lo real y lo romántico. La inclinación de la humanidad por los procesos industriales, por el desarrollo de las naciones y la liberación de los yugos opresores y colonialistas empezó a ocasionar relatos convulsos, de sociedades en transición y de historias que reflejaban una etapa desconocida por lo novedoso y aterradora, por la violencia del progreso y de las guerras que venían dejando atrás las iglesias y las colonias europeas.
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El género gótico, que comienza en la Inglaterra de aquella época, marca el inicio de un nuevo género literario en el que las ansias del lenguaje por explorar los temores más intrínsecos y los mundos más fantásticos se combinan para crear escenarios, personajes y criaturas que cuestionan la creación de Dios y las pasiones de nosotros, los humanos, ante lo inverosímil y lo fantasmagórico.
Robert Blair, Thomas Percy, Edward Young, William Collins y Thomas Gray, entre otros escritores ingleses pertenecientes al llamado gremio de los “Poetas del cementerio”, marcaron un sendero en el que las letras hablarían de un territorio desconocido, en el que la muerte, lo sombrío, lo lúgubre, la melancolía, la oscuridad y la soledad se sembrarían como lugares comunes de una narrativa que sigue apelando a lo humano, a sus padecimientos, a sus temores, a sus lados más nebulosos y sus ideas más aterradoras.
Anne Radcliffe, Mary Shelley y Bram Stroker figuran como grandes referentes en Europa por sus historias sobrenaturales, surgidas de mentes que superaron el romanticismo predominante de la época para desafiar lo cotidiano y permearlo con relatos góticos y criaturas fantásticas que rompen con lo natural sin desligarse por completo de una realidad hostil y tenebrosa. Los castillos, los riscos, las áreas rurales y apartadas de las ciudades que se encaminan a las industrias son los escenarios propicios para hablar de la muerte, de la fantasía, del acecho de monstruos como Frankenstein o Drácula, personajes insignias de la novela gótica y símbolos de una narración que reflexiona sobre la crueldad de la humanidad y los límites de su condición a la hora de confrontar lo desconocido o lo irreal.
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Esa tendencia al peligro fundado por los enigmas y por relatos ficcionales que postulan la presencia de seres extraños en el mundo empieza a trasladarse a otros territorios. Quizá la misma lengua y la misma cultura inglesa influyó para que la novela gótica o de terror se afianzara en Estados Unidos y abriera paso a un género literario que empezaba a situarse como uno de los más potentes en una era que empezaba a apostarle más a lo inverosímil y a su capacidad de utilizar la ficción como una fachada construida a base de sentimientos y verdades que desnudan lo innombrable o lo impensable en los seres humanos.
Luego de la pauta que marcó H.P. Lovecraft en Estados Unidos, el mundo conocería la prosa aterradora y angustiosa de Edgar Allan Poe, ese hombre que padeció la muerte de sus seres amados en momentos cruciales y aceptó su condena de cargar con el horror a sus espaldas.
Junto a las botellas de alcohol que nunca dejó y que lo fueron sumergiendo en las turbias aguas de la depresión, Poe cargó en sus hombros su lápida y en su tintero siempre tuvo presente un epitafio. Su caminar fue siempre tortuoso, pues la ausencia prematura de sus padres dejó en él la sombra de la muerte y la melancolía. Sus relatos componen el espejo de su paso por el mundo. Efímeros, certeros, realistas, atroces y lúgubres. Y quizás ese espejo nunca brilló, pues el desasosiego lo fracturó y lo dividió en varios pedazos que si bien no se desprendieron de la estructura, sí se fragmentaron y evitaron una imagen libre de dolores. Por su reflejo pasaron El gato negro, El cuervo y, quizá, se observaba en la lejanía La caída de la Casa Usher.
El corazón delator de un poeta atormentado y La máscara de la muerte roja que estuvo siempre entre sus vestiduras, simbolizan una narrativa del duelo, el sufrimiento y el trauma de cargar con un dolor que se hace imperturbable e inmortal. Perecer entre ausencias y entre imágenes que solamente existían en su ebriedad hundía a Poe en los suburbios. Solamente esa realidad abstracta y aislada del vicio del alcohol servía como subterfugio de la incomodidad y sordidez de su verdad. El hampa era su morada y así lo reflejaba en sus relatos góticos y en sus tramas.
“Sentíame ahora en verdad el más miserable de los miserables. ¡Que una bestia, cuyo semejante había yo destruido con desprecio; una bestia, un animal, me ocasionara a mí, hombre modelado a la imagen y semejanza del sumo Dios, tan insufrible dolor!”. Este fragmento de El gato negro resulta similar a la narrativa gótica de Shelley y su famosa novela Frankenstein o el moderno Prometeo. La evocación de Dios como un posible cuestionamiento a su imagen y el sufrimiento a causa de una criatura abominable para el ser humano dan cuenta de una narrativa del terror, asociada al sufrimiento provocado por un ser de aspecto y carácter bestial y de un incomprensible sufrimiento permitido por Dios.
En la versión de Narraciones extraordinarias de la editorial Salvat S.A., Narciso Ibáñez, reconocido director y actor de cine y televisión en España, cuenta en el prólogo que: “La obra de Poe, hasta su propia persona, parecen impregnadas del aroma nocivo y atrayente que despedía la exquisita podredumbre de la Europa romántica. El romanticismo que imperaba en el viejo continente llegaba a América como un débil eco. Sólo Poe enarboló su bandera, siendo tal vez por eso, por su soledad , por lo que su figura se agiganta mucho más”.
La congruencia con que Poe logra reunir tantos estilos literarios en una sola trama es una muestra excelsa de su virtud con el lenguaje, con las letras, con la palabra y la vida misma. Un espíritu romántico, altamente influenciado por una realidad llena de crudeza, sumado al carácter gótico de sus relatos por lo espantoso y lo sobrenatural, elevan el valor artístico del escritor como un referente de las vanguardias literarias del siglo XIX y de las letras universales y eternas que conmocionan a sus lectores sin importar la época ni el contexto.
Poe también marca el inicio del género policíaco en Estados Unidos. El drama de sus cuentos se une al terror y la intriga, provocando la atmósfera ideal para incluir el arquetipo del espionaje en la literatura mediante los elementos de la persecución al crimen, a la violencia, a las acciones manchadas de ignominia y penuria.
Charles Baudelaire, reconocido poeta francés perteneciente a la generación de los Poetas Malditos, fue el primer escritor que tradujo las obras de Poe. El autor del famoso libro Las flores del mal reconoció el aporte de Poe a la literatura universal con las traducciones de sus textos y de un verso poético impregnado de la maldad y la marginalidad de la narrativa surrealista y aterradora del escritor estadounidense.
El terror, como fuente de la cual bebe la ficción, se convirtió en un medio para que el surrealismo y el simbolismo se incrustaran en las historias de Poe. Sus alegorías, vestidas con un manto obscuro y tenebroso, eran testimonios de una vida que más que vida fue condena. Un castigo injustificado recayó sobre la existencia de Poe. El designio de una vida enmarcada por el dolor y la angustia resulta enigmático, pues por azar o determinación, Poe debió encargarse de un destino rocoso, nebuloso y tenebroso. La tragedia lo acompañó, quizás invitándolo a ser un héroe del género, un héroe trágico, consciente de su destino y su dolor. Lo trágico lo determinó y así su muerte lo reafirmó. Su partida, aparentemente provocada por sus vicios con tan solo 40 años, se lo lleva con muchas penas y a la vez con una gloria infinita, pues sus letras, tan eternas, tan pesadas como la lápida que cargó en su devenir, son el respaldo de una obra que resistió a una vida, de una obra que luchó hasta el cansancio por salvaguardar algo de esperanza entre el duelo y el desasosiego.