Desde hace ya varios meses vivía así, desde que comenzó la cuarentena, como en el mismo hábito que se vuelve viejo antes que uno, como encerrada en un cuerpo que ya no le pertenecía como antes. Pero ¿qué le había pasado?: Ella, que nunca pensó en envejecer, ni siquiera en crecer, arriba en su cabeza, cuando los ángeles la iluminaban todos los mundos eran posibles, las imágenes bastaban, las historias que se echaba a sí misma de esperanza siempre le daban alientos de continuar. Pero hoy no. Hoy sentía un Apocalipsito anunciando que este iba a ser el último día de su vida. Por donde quiera que fuera, todo el mundo usaba máscaras para taparse de pies a cabeza, la forma en la que los gobiernos se habían lavado todas las muertes de una pandemia que cada vez se llevaba más gente.
Lo irónico es que ella no quería morirse…
O… ¿sí?
Vamos a recordar, o a adelantarnos en el tiempo. La verdad esta es una historia cíclica. Puedo ir de atrás hacia adelante o viceversa, pero los caminos siempre llegan al origen.
Años atrás cuando ella y sus amigos eran felices, nadie iba a imaginarse que todo se lo iba a llevar el “Apocalipsito”. Así le habían puesto a los cinco años que había arrasado con el mundo este monstruo infectuoso que nadie podía curar. Porque… ¿qué podía pasarle a la amiga que andaba en Pekín cruzando la muralla china, o al amigo que ganó dos millones de dólares para invertir en su negocio, o a la amiga que como en un cuento de hadas iba a viajar a casarse con el amor de su vida en el verano de Berlín, o al amigo que ahora viajaba por el mundo cambiando las cargas energéticas del agua a través del “sound healing”??? Si, ¿qué podía pasar si todo era perfecto?
Raquel acerca la bolsa de pan, mira el contenido lleno de pequeños pedazos. Toma un mordisco, limpia un poco el moho y se lo empieza a comer lentamente. El tiempo y el hambre le habían quitado cualquier tipo de asco humano. El primer mordisco la lleva a las rodillas de su abuela: -"Nada es para siempre Raquelita. Uno siempre está con uno, así esté rodeado del mundo". Raquel se pasa el último pedazo de pan mientras piensa en una imagen de muchos niños llorando llenos de mocos como en un coro de lamentos y se pone un poco pálida. Raquel ve la pantalla de su celular. Hoy es 21 de abril de 2025.
En una terraza llena de árboles y con esas fachadas de casas antiguas: una niña de 12 años en pantaloneta y sus primeros sostenes pinta sus uñas de los pies, como toda una experta, mientras en otra mano sostiene un porro perfectamente bien pegado. Tiene puesto su cd player a todo volumen, mientras canta a todo pulmón con el inglés que una niña de no habla inglesa puede tener:
CAN’T BUY ME LOOOVEEEEE
CAN’T BUY ME LOOOVEEEE
Ill give oll I gad to give…if aI sei
Ist comin tru, comin truuuu
Ventanas hacia afuera podía verse la calle desolada. Uno que otro perro callejero cruzando, lánguido de hambre, que hasta los huesos parecían haberle construido un nuevo cuerpo. Raquel escucha los gritos de los ancianos que siguen siendo exterminados por las tropas de la MATRIX 19, el nombre que los renegados de la pandemia habían tomado para hacerle limpieza social a viejos, enfermos terminales o cualquier mínimo caso de asomo del virus. Ya se habían muerto tres millones de humanos alrededor del mundo. Otros más, ¿qué más daba? En la pandemia la vida se había vuelto igual que la muerte: un misterio total sin dios ni ley que resolvieran nada.
Hace meses, se había ido de viaje el humano más importante de su vida. La vida que ahora se reducía a cuatro paredes, arroz, algo de té, y las noticias que llegaban por whatsapp, porque ya tampoco le quedaba para pagar el internet. Meses atrás, Javi, el hombre con el que había vivido casi una década, había viajado a Italia a rodar su última película. Un pedazo de melón con tiras de prosciutto se desliza en una mesa en donde todos comparten vino. Javi era el centro de atención de la cena contando chistes que tenían al resto del equipo con los cachetes rojos de tanto buen vino rojo, y un calillito de marihuana que todos se rotaban en la mesa - “¿Saben por qué los mexicanos, no juegan billar?”, - “Pues: porque se comen los tacos!!”
Raquel prende la única luz que se permite la ciudad desde el toque de queda. A esa hora, todo el mundo debía confinarse en su casa ya que a quien tuviera la luz prendida lo fumigaban. Raquel coge el encendedor y lo que le quedaba de fuego, lo prende y busca en su armario como loca los pocos residuos que le quedaban de tabaco y weed. Un cajón se abre y aparece el tablero de ajedrez con el que jugaba todas las mañanas con Javi. Ese fue el ritual que compartieron durante mucho tiempo: ella lavaba los platos, mientras él le hacía el amor por detrás. Javi empezaba a cantar mientras ella corría desnuda por el apartamento intentando desayunar y responder en contraataque de aquel tablero de ajedrez en un juego eterno que a veces podía durar hasta semanas. Generalmente, ganando él. Su abuelo le había enseñado, y su abuelo había sido el crack del barrio argentino en donde se disputaban partidas de ajedrez las 24 horas contra los emboladores, repartidores, tinteros y cualquier universitario ingenuo que era la risa de estos viejos curtidos que pasaban sus tardes tomando Domecq y cantando a Julio Sosa con el tono más desgarrado del mundo: “Tenés que haber vivido un dolor muy grande para entender el tango, mijo” - siempre le decía el abuelo.
¡Por fin! Encuentra un poco de bareta y como puede llena su pipa. Raquel toma una plomada cual bazuquero mientras todos estos recuerdos se diluían en su cabeza. Por un momento, se queda mirando frente a la ventana. Y ve a un anciano que afuera en la calle es acorralado por la MATRIX 19. Vuelve a mirar bien, y se da cuenta de que el anciano está solo. ¿¿Si ella bajara podría ayudarlo?? Pero nadie podía abrir ni salir de su casa porque se envenenaba con la fumigada. La ansiedad la invade y fuma la segunda y última calada que le quedaba. La mente que baja y se calma, mientras el humo sale.
Humo al viento. Javi cantando como un tenor le pasa el porro a Raquel: - “Parce, a lo bien en esa época la música era mejor. El rock and Roll era una vaina de vida o muerte. El 78 fue un año de la verdad” - Raquel lo escuchaba con fascinación. No conocía a nadie que supiera tanto de rock como Javi. Mientras lo mira en silencio y se fuma dos caladitas pequeñas: - “Yo creo que hubiera sido como Grace Slick: ¡mamacita! Ni siquiera Morrison pudo con ella”. Raquel canta:
"You want to know how it will be,
Me and him OR you and me…
I don’t really see, Why can’t we go on as three"
Javi termina el porro mientras la mira como venerando a una diosa. Se acerca a Raquel y comienza a tocarle la blusa, buscando sus senos y acariciándola como si el cuerpo de ella fuera el de él mismo. Afuera en la calle comienza a llover mientras adentro se escucha la voz de Grace Slick y de Raquel alternadamente sonando como un confeti de explosiones y cantos estallando en la noche.
Con la cabeza desguinsada Raquel duerme profunda sobre el sofá. Un mensaje de whatsapp prende su celular: Cadáveres en las calles de Guayaquil: Se escucha la voz de una mujer diciendo que hace tres días que tiene a su esposo muerto en el cuarto y nadie la ayuda para darle una cristiana sepultura. Raquel se despierta de nuevo. El reloj marca 2 a.m. Mira la pipa en su mano, y busca de nuevo su encendedor. Sabe que a esta hora volver a conciliar el sueño será imposible. Vuelve a mirar por las ventanas. Solo se escucha la patrulla de la MATRIX 19. Un par de perros alcanzan a verla desde el otro lado de la calle y se vienen corriendo hacia ella. Raquel se esconde de inmediato y se agacha cubriéndose la cabeza. Los perros no paran de ladrar a su ventana y ella solo se abraza más con las manos la cabeza porque no entiende: -¿Acaso hoy es martes? Martes es el día en que los perros entrenados del M19 salen a la calle a hacer redadas. - ¿Es martes cierto? Un miedo tenebroso le encoge la barriga y le hace un nudo. Las luces de una patrulla se acercan y Raquel se arrastra con todas sus fuerzas tratando de ser lo más silenciosa, hasta que llega a la puerta de su cuarto. Raquel se queda mirando la cama mientras la luz de la patrulla pasa por su cara transfigurada en una mezcla de sudor, mugre y lágrimas. Se arrastra como puede y se cuela debajo de la cama. En medio del ruido de la patrulla que sigue buscando desesperadamente, Raquel piensa en el anciano que horas antes se había llevado la MATRIX19.
La hoja de un crêpe se desliza en una sartén burbujeante de mantequilla. Javi prepara el primer café de la mañana mientras espía con fervor la rutina de su vecino de 70 años: Don Mr. Bukowsky. La cafetera comienza a ebullir mientras observa cómo Bukowsky se sienta con un café y un cigarro plácidamente y abre la primera hoja del periódico en una sincronía de movimientos perfecta. Recuerda la última noche que había pasado tomando whisky con el viejo mientras hablaban de Putin y de las tres cosas que más conocía de la vida “Don Mr. Bu”: Sexo, Mujeres y Poesía.
Mr. Bukowsky estaba en su pleno septenio y le encantaba pasar los sábados en la tarde tomando cerveza con la parejita estrella como él llamaba a Raquel y Javi. Cada vez que se acercaba se percibía el hedor de su camisa de antaño, de esa camisa que tenía mil lunas encima y así, había sido testigo de innumerables partidas de billar, fondos transparentes de vasos y salas inundadas de humo de cigarrillo eterno. El aliento a cerveza que despedía a cada carcajada por algún chiste malo o porque alguien se había tropezado daba a entender que esta persona podía vivir solamente de dos cosas: hablar mierda y tomar cerveza.
Mr. Bu contaba el origen de su nombre cuando la pregunta sin falta venía a la mesa: - Esos papeles se los cambié a un joven que tenía la cara como la de un cráter y que estaba decidido a morir de borracho por la mujer que lo había dejado. Nunca supo qué pasó con éste pero sí recordaba que la cruda del otro día fue igual al despecho del tipo. Esos años fueron de militancia política, de compromiso con algo diferente de uno mismo. Hacíamos bombas porque aquí las palabras no funcionan. Nunca lo hicieron. Las bombas tampoco, pero eso solo lo entendí cuando Chucho, mi hermano, se voló la cabeza armando una. Ibamos a volarnos un cajero automático, pero no sé qué pasó ese día. Todavía no lo sé. Mi hermano armó bombas durante años… Ahí fue cuando a todos nos tocó irnos y muchos años después vivir entre aparecer y desaparecer.
Una punzada en la barriga despierta a Raquel del sueño en el que había caído. Inmediato se toca con ambas manos el vientre y poco a poco respira serenamente. Hace unas semanas se había dado cuenta de que el pulgar derecho de su pie estaba más hinchado, de que sus senos que no necesitaron nunca un sostén ahora se sentían llenos, y sobretodo, de que le dolía la espalda lumbar como si estuviese cargando algo muy pesado. No era necesario ser un genio, su abuela que era una chamana le había enseñado desde pequeña a identificar y usar cuanta hierba para su vasija sagrada, como llamaba la vieja al útero. Cuando se hizo adolescente Raquel supo muy bien curar sus cólicos, más grande tomar baños para limpiarse de hombres que solo buscó como aventuras, y luego en su vida con Javi se mantuvo sin hijos, porque además él le había casi sentenciado desde que se conocieron que - “nunca iba a traer seres a este mundo”. Raquel imagina las plantas de romero que tenía su abuela, mientras se masajea la panza en círculos e imagina que se baña en ellas. Poco a poco siente que las patadas disminuían, que su vasija se ponía caliente como una olla de cerámica, que recobraba la respiración, y que la paradoja de la vida le daba una palmadita de aliento en la espalda de nuevo.
-"Entonces, ¿no estás rodando?" Se escucha la voz de Raquel al otro lado de la línea - “No, no hemos podido hacer nada desde que declararon cuarentena en el set.” –"¿Y hace cuánto no estás rodando?" -" Desde hace…cuatro meses…" Raquel sentía un peso en su pecho como si el corazón se le fuera a estallar - “No te había querido decir para que no me esperaras Raquel”. Javi se había ido hacía poco menos de seis meses. La última noche que pasaron ninguno de los dos quería hacer el amor con el otro. Javi nunca se vino, ella tampoco. Ahí los dos supieron que se había acabado todo. Aún así, se prometieron esperarse mientras Javi rodaba su película. La segunda acerca de una pareja de viejos que se iba al sur de Italia a revivir su matrimonio de 40 años, pero acababan enamorándose de una pareja italiana que estaba en las mismas. Un cliché rosa de esos que se estrenaban para hacerle el verano tanto a las mujeres solteras como a las amas de casa. Era la tercera película de Javi, quien había sido un director debut estrella con una película de terror que había reventado en Rusia y China. Pero Javi sentía que era basura lo que estaba haciendo y estaba en una crisis depresiva desde hacía dos años. -"¿Y si tal vez, ya no tienes nada que contar?" - Raquel le pregunta a modo de sentencia. Se escucha el ruido de la selva por unos segundos en interferencia. - “No Raquel, yo ya no te amo…” - susurró Javi como quejándose mientras Raquel sentía que caía al vacío sin regreso.
“Yo tengo luna en Scorpio”, decía Leo mientras Raquel bebía cerveza dando largos chupones con un pitillo - “¿Y tú haces entonces lo que te gusta?” - seguía Leo hablando con Raquel mientras tomaba un descanso del show en el que tocaba esa noche. Leo era percusionista, le iba bien y había llegado a tocar con Cortijo en el Palladium Ballroom de New York. Raquel lo había conocido por Javi, en una de esas tantas fiestas en donde todos se conocían con todos pero al otro día nadie quería acordarse de nadie. A ella le había gustado: Leo era el clásico semental latino con influencias no muy conscientes de una especie de Larry Harlow con El padrino. En otras palabras: el tipo conseguía lo que quería, y Raquel esa noche solo quería borrar el sonido con interferencia que la llamada de Javi le había dejado. - “Yo hago todo lo que el mundo considera como inútil Leíto”. - Leo la mira con cara de no entender y no alcanza a decir nada cuando se ve en la mitad de la pista con una Raquel borrachísima bailando al ritmo de los músicos que avanza tan rápido que nadie puede parar de bailar. Por un momento, Raquel contempla toda la imagen del bar semivacío, con los bartender usando tapabocas, las cabinas sin putas y sin sentir ninguna emoción, de repente sale caminando del bar sola. Leo la ve y corre detrás y antes de que ella pueda hacer algo la agarra de la mano y le zampa un beso apasionado en la boca. Raquel se olvida por un momento del ruido y se deja besar mientras las luces del bar amenazan con explotarse de tanto frenesí junto en una misma noche.
Silencio total. Casi mortuorio. Apocalíptico. Por un momento ni los centinelas, ni los perros, ni los gritos de tantos enfermos se escuchan más. Una insomne Raquel se arrastra con dificultad y se logra sentar a los pies de la cama. La lluvia se desgaja del cielo como si fuera a romper los techos. Cierra los ojos mientras se cubre con las manos el rostro y trata de concentrarse solo en el sonido de la lluvia cayendo. La intensidad del agua aumenta con tanta fuerza que enmudece cualquier otro sonido que esté pasando. El agua se comienza a colar por las paredes de su casa, casi limpiándolas de tantos recuerdos. Raquel se acuesta en posición fetal y se abraza al cuerpo de Javi que yace tendido boca arriba. Le susurra en el pecho lo que solo alguien podría contar en una confesión secreta. Sus lágrimas son lavadas por las gotas de lluvia que han roto el techo y caen sin prisa sobre el cuerpo de la pareja. - No había Marte Javi. Solo esta Tierra. Al decir esto, casi que como en un hechizo telúrico la lluvia también se detiene. Ya no llueve más. Raquel arropa a Javi con la sábana. Se acerca al sofá y encuentra su celular. Toma aire y marca #911: “Se escucha la voz de una mujer diciendo que hace tres días que tiene a su esposo muerto en el cuarto y nadie la ayuda para darle una cristiana sepultura”.