Cuéntenos sobre sus inicios en el mundo de las uñas, de la belleza.
No tengo un momento exacto en el que dijera: “Quiero dedicarme a esto”. Al comienzo, ni siquiera pensaba en trabajar con las manos o los pies de otras personas. Simplemente, me interesaba aprender a peinarme, maquillarme, arreglarme las uñas, pero yo lo que quería estudiar era Psicología, porque me interesaba el contacto con otras personas y entenderlos. Sin embargo, era muy joven, aún no tenía 18 años, y mientras miraba qué hacer con mi vida fue que descubrí el nail art y me llamó muchísimo la atención. Quise saber cómo hacerlo bien, así que entré a una academia donde enseñaban belleza integral. Aunque aprendí a hacer de todo, me sentí mucho más conectada con ese universo en miniatura que son las uñas. Había color, dibujo, pintura… y eso me atrapó.
¿Cómo fue esa transición de lo que creía que era un gusto pasajero a convertirlo en una carrera?
Después de estudiar, tuve la oportunidad de presentar una prueba en un club de tenis en Funza, donde siempre he vivido. En ese lugar ofrecían servicios de belleza a los socios los fines de semana, y allí hice mis prácticas. El primer contacto con el cliente no fue fácil. Nadie te prepara para eso. Además, por ser tan joven, muchas personas me juzgaban solo por mi apariencia. Decían: “¿Esta niña me va a hacer las uñas?”. Pero una vez vieron que aplicaba lo que había aprendido, valoraron mi trabajo. Ese reconocimiento me motivó mucho. Y también debo decir que las propinas que me daban empezaron a impulsarme aún más.
¿Qué pasó después de esas prácticas?
Después de graduarme, me ofrecieron quedarme trabajando allí. Conocí a grandes expertos del mundo de la belleza, quienes me compartieron sus experiencias y eso me dio mucha seguridad. En ese momento, esta labor no era considerada una profesión, sino un oficio. Entonces había muchos prejuicios. Pero yo empecé a valorar cada paso: el dinero que ganaba, el reconocimiento y, sobre todo, las personas que me apoyaban.
¿Dudó muchas veces de si este era su camino?
Claro que sí. Llegué a este mundo casi por accidente, así que al principio todo era incertidumbre. La familia, los amigos, incluso algunos jefes te hacen preguntas duras: “¿Eso es a lo que te vas a dedicar?”, “¿vas a vivir de hacerle las uñas a alguien?”. Me lo cuestioné. Me decía: “Yo no voy a estudiar para hacerle las manos a nadie”. Pero le cogí amor y me abrió puertas. A pesar de que encontré gente que no valoraba esta labor, también conocí personas que sí reconocieron el talento y lo llamaron arte. Eso me dio fuerzas.
¿Cuál es el estigma más grande que ha logrado derribar con su trabajo?
El principal es que hoy ya no se ve como un oficio, sino como una profesión. Antes, el trabajo más valorado en una peluquería era el del estilista, y la manicurista quedaba relegada. Hoy, una manicurista debe estudiar geometría, química, conocer ingredientes, técnicas, herramientas... En especial, cuando la técnica evoluciona todo el tiempo. Por eso, desde Masglo ofrecemos capacitación gratuita y velamos por reconocer el valor de esta profesión y toda la inversión que implica.
Hablemos de su labor en Masglo...
Empecé haciendo eventos en almacenes de cadena: llevaba mi mesita de trabajo y compartía lo que sabía. Luego, pasé a ser embajadora de la marca. Estuve tres años en ese rol, en contacto directo con los consumidores. Después, cuando estudié y la marca lanzó productos de spa enfocados en la piel, me presenté a una convocatoria para ser educadora nacional e internacional. Pasé varias pruebas y logré entrar. Estuve en el cargo durante ocho años, haciendo talleres y capacitaciones. Fue una etapa maravillosa, porque, además de enseñar la técnica, pude apoyar a muchas mujeres que hoy sostienen a sus familias gracias a esta profesión. Trabajé también como coordinadora de puntos de venta y ahora soy coordinadora de tendencias, lo cual me ha permitido seguir creciendo y ayudando a otras mujeres a evolucionar en esta labor.
¿Recuerda alguna historia que la haya marcado en una de esas capacitaciones?
Sí, una vez llegó a una capacitación una mujer con el rostro cubierto con vendas. Tenía el cuello expuesto, y estaba quemado. Había sido víctima de un ataque con ácido por parte de su expareja, pero ella se presentó con seguridad. Quería crecer, seguir adelante, llegar a otras mujeres con su historia. Y lo hizo. Siempre nos decía: “Quizá no puedo evitar que a alguien más le pase, pero sí puedo decirle cómo cuidarse”. Fue muy conmovedor.
¿El trabajo con estas mujeres ha transformado su relación consigo misma?
Muchísimo. Desde el primer día, sentí que no estaba preparada para enseñar. Tuve que enfrentar auditorios de 500 personas, ruedas de prensa y cámaras, a pesar de que me daba miedo. Pero aprendí a confiar en mis capacidades, gracias a la motivación de las personas que me han rodeado. Aunque me ha costado creer muchos de los elogios, hoy me siento más empoderada y son esas palabras las que me sostienen.
¿Y cómo ha cambiado su forma de concebir la belleza?
Antes, todo era seguir lo estético: lo que estaba de moda y lo que era “bonito”. Hoy se vale ser uno mismo. Se vale tener el cabello rosa si eso es lo que tú quieres. Se trata de expresarte, de ser tú. Lo mismo con las uñas: no importa si están en tendencia o no. Las personas se arreglan las uñas por amor propio, porque eso las hace sentir seguras... En mi caso, he aprendido a hablarme con compasión, a poner límites saludables, a aceptarme y cuidarme en todo aspecto. La belleza hoy es salud emocional.
Está el estigma de que el mundo de la belleza es competitivo y hasta hostil. Que priman los egos y los chismes. ¿Su experiencia puede revertir esa idea?
Sí hay competencia, y cada vez más. Está la manicurista que se volvió empresaria y lanzó su marca, y luego otra que quiere hacer lo mismo. A veces eso genera egoísmo, porque creen que las quieren copiar y resultan en conflictos. Pero desde Masglo, por ejemplo, hemos construido una comunidad muy linda. Existe Masglo Club, donde no solo buscamos capacitar y hacer actividades, sino también queremos que las mujeres sean líderes, compartan sus conocimientos. Que se vuelvan autónomas, solidarias y se declaren su amor propio.
¿Cuántas cosas nos pueden decir las manos o los pies sobre una persona?
Muchísimo. Si alguien se muerde las uñas, probablemente es una persona ansiosa o insegura. Si están maltratadas no solo es el resultado de un mal procedimiento, puede ser el reflejo de un momento emocional o un duelo. En cambio, unas uñas cuidadas te hablan de alguien que valora el autocuidado. En definitiva, las uñas nos dicen mucho de alguien, no solo por su estado físico, sino por el comportamiento del cliente en la mesa de trabajo.
¿Hay alguna tendencia que le haya costado entender y que prefiera no hacerla?
Todas las tendencias han tenido su lugar. Hoy el minimalismo, el lujo silencioso, lo limpio, lo pulido están en auge porque están alineados con el autocuidado. Pero la tendencia maximalista también ha tenido su momento. Quizá no son prácticas para el día a día, pero si te dan seguridad, si elevan tu autoestima, son completamente válidas. Pintarse las uñas ya no es solo estética: es expresión, es identidad, es bienestar.